Una lectura saudosa de “Llévame esta noche”, de Miguel Gomes

07/10/2022

Desde hace muchos años he seguido de cerca la obra narrativa de Miguel Gomes. Como estudioso de los idiomas, siempre me enganchó el manejo lingüístico que el escritor les imprimía a sus personajes, en especial portugués e inglés. Estos personajes se caracterizan por poseer lealtad lingüística, lo que significa que casi siempre se comunican en su lengua nativa, así su interlocutor le responda en español. Esto parece sugerir, como algunos estudios han demostrado,[1] que actuamos de una forma cuando nos expresamos en nuestro idioma y de otra en una segunda lengua. Con estos antecedentes, inicié la lectura de Llévame esta noche, novela que acaba de ser publicada en Venezuela por abediciones, y que trata del regreso de David de Sousa a Caracas procedente de los Estados Unidos a ver a su madre, quien está enferma de cáncer.

La novela se divide en tres capítulos, que bien pueden corresponderse con tres actos: acto I: la muerte de Alice, madre del protagonista, y con ella de un estilo de vida asociado a un país próspero para una generación ya envejecida; acto II: la despedida de los afectos carnales, vecinales, universitarios, literarios y, con ellos, de un país que ya David de Sousa no reconoce ni en las guacamayas, acto III: el regreso a casa para presenciar un matrimonio condenado a su suicidio, y una nueva búsqueda de sí mismo en tierras conimbricenses y salamantinas. En resumen, es la historia “de un animal saudoso” que asimila muchas culturas y cosmovisiones, pero no se halla en ninguna. David de Sousa, para unos, es muy portugués; para otros, muy gringo, definitivamente nada venezolano a pesar de ser caraqueño de nacimiento. Solo la saudade parece ser su auténtica patria y los fantasmas son sus habitantes.

A medida que leía cada uno de sus capítulos, muy atento a los intensos y audaces juegos de palabras que caracterizan las descripciones de todo lo que David percibe, lo que me fui encontrando a lo largo de sus páginas fue una experiencia que sobrepasó mis expectativas: me topé con un espejo.

No digo que me sentí identificado con David de Sousa; me atrevería a decir que por momentos sentía que era él, lo cual, confieso, fue asustador. Así que compartiré en estas líneas aquellos elementos que tocaron en mí las fibras más profundas de mis raíces lusitanas y cómo esta lectura personal permite comprender la cosmovisión de varios personajes en la novela que pudieran pasar desapercibidos. Acá va, pues, una lectura “saudosa”.

El apartamento donde ocurren los acontecimientos refleja mucho de los elementos que han caracterizado a uma casa portuguesa con certeza: imágenes religiosas, sobre todo advocaciones marianas con Fátima a la cabeza, la sintonía perenne de RTP Internacional en el televisor, los pasteles de nata que se convierten en un placer culposo para Alice en medio de su agonía.

Asimismo, la novela también desvela los valores que ha caracterizado a una generación de portugueses y que hoy lucen vetustos en la sociedad actual: la indisolubilidad del matrimonio, la procreación, el choque regionalista entre madeirenses y continentales —Alice nunca se llevó con su suegra, ni alcanzó a reconciliarse con ella ni mucho menos quería pasar sus últimos días en Figueira da Foz— o el trato formal de você de los hijos hacia los padres. Por supuesto, la fe católica es constante en el relato y un medio de consuelo, o de desahogo, incluso para los que declaran ser ateos, agnósticos o simplemente indiferentes. Alice se aferra a su fe e implora a la Virgen: “Leva-me esta noite”. Confieso aquí que en mis momentos de gran aflicción también invoco con fervor a Fátima. No me ha fallado.

La pronunciación correcta de los nombres y apellidos portugueses también se cuela en el relato: dona Alice —que se pronuncia tal como se escribe— constantemente se castellaniza a doña Alicia; o el apellido De Sousa, que los estadounidenses o franceses se empecinan en pronunciar “De Susa”. Si lo sabré yo: en mi caso personal, he hecho de la cedilla una marca de identidad por mi segundo apellido, por cierto, el mismo del abuelo de David: Lourenço. Ni los Goncalves se salvan de mi predicación: Gonçalves, aunque no les suene.

Las circunstancias por las cuales llegaron los portugueses a nuestras tierras se describen a través de la historia del padre de David, quien pertenece a esa generación que huyó del reclutamiento para la guerra colonial que Portugal emprendió sin éxito en sus dominios africanos. Además, el choque que produjo llegar a un país próspero y que ya en ese entonces, y todavía hoy, tiene como puerta de bienvenida los ranchos pobres o casebres que bordean la autopista Caracas-La Guaira. He conocido muchos portugueses venidos en barco o en avión que me describen esta misma escena en su primer día, una pobreza que ni siquiera se asemejaba a la que dejaban atrás. ¡Qué paradoja!

Los medios de subsistencia de los portugueses en Venezuela son parte del perfil presentado en la novela: Alice dirigió por años una peluquería, mientras que el padre de David se dedicó a las rentas del alquiler de casas. David de Sousa, si bien es parte de un perfil de lusovenezolanos que no secundó el camino comercial de sus progenitores —se dedicó a estudiar Letras y a hacer carrera docente en Estados Unidos—, asume con mofa los estereotipos que han caracterizado a la comunidad:

—Entonces, no has cambiado —puntuaba las frases con una risita—. El único defecto tuyo es ser trabajólico.

—Sabes cómo llevamos los portugueses el negocio. Cuando nos conocimos, la literatura comparada era mi tienda de abastos; ahora es mi supermercado.

El otro elemento enternecedor de la novela es la relación de Alice y de David con sus vecinos de toda la vida: Emilia y Felipe, de origen gallego, quienes acaban incluso por ser cuidadores de Alice. Siempre he pensado que los gallegos y portugueses somos hermanos separados, y Miguel Gomes lo retrata de forma magistral en una dupla de complicidad y de ayuda incondicional. Sin ser parientes de sangre, se comportan como tales. La despedida de Emilia y de Alice conmueve en ese sentido al reconocerse mutuamente en galaicoportugués como “irmãzinhas”.

Quise con estas líneas transmitirles estos sentimientos de añoranza que nos presenta Miguel Gomes en su novela que en lo personal me han tocado, los cuales tienen como banda sonora el fado de Amália Rodrigues, la poesía de Fernando Pessoa, la erudición de Coímbra, el sabor del vino oporto y madeira, y la inmensidad de la costa de Figueira da Foz. Llévame esta noche tiene otros innumerables episodios saudosos que invito al lector a descubrir con sosiego, para, al mismo tiempo, descubrirse a sí mismos, como en un espejo.

***

[1] Cf. Bereby-Meyer, Y. et al. (2020). Honesty Speaks a Second Language. Topics in Cognitive Science 12: 632-643 y Hayakawa, S., Costa, A., Foucart, A., & Keysar, B. (2016). Using a foreign language changes our choices. Trends in Cognitive Sciences, 20(11), 791-793.


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