Poesía

Una carta de Lázaro Álvarez sobre ‘Orfeado insilio’, de Hernán Zamora

Fotografía de Flickr

20/01/2020

Con Orfeado insilio, del poeta y arquitecto venezolano Hernán Zamora, el sello Oscar Todtmann Editores inauguró su colección OT Poesía en Amazon: libros que pueden adquirirse exclusivamente para su lectura en Kindle o en impresión contra demanda.

En este poemario el autor continúa la exploración poética que recorre toda su obra, pero ya lejos de la nostalgia por los afectos y la infancia: la inquietud por el enigma del ser, la angustia de existir y la insaciable sed de buscar al escribir. En Orfeado insilio uno de los monstruos que otrora tomara posesión del «yo» se presiente como una voz que transcurre en el fondo de una vida que se despliega y repliega entre palabras que quieren convertirse en un canto cierto, libre y vivo. Orfeo, el personaje mitológico griego que conmovía hasta a las piedras con su canto y descendió al infierno para rescatar a su amada Eurídice, es clave de lectura de estas páginas.

En el texto de presentación de Orfeado insilio Hernán Zamora explica las razones de su título:

Eugenio Montejo imaginó a Orfeo como un errabundo ser condenado a pervivir en nuestro mundo moderno, llevando su canto de puerta en puerta, sin poder saber quién lo recibiría. He ahí su tragedia, el desconocimiento de lo que le depara el futuro, el miedo a no lograr lo anhelado y, fatalmente, no poder alcanzarlo ni sostenerlo, ni siquiera con la elevación de su canto. Al perderse por causa de su temor, el creador persiste en el arte como acto pero su pasión ya no conmueve con la misma fuerza. Por ello, un mundo que le reclama entrega y deseo le destroza. A través de sus pedazos esparcidos por urbanos confines, revisita Eugenio a Orfeo. Ahora lo reconoce como el hombre que canta «para sí mismo en la hora atea». En la hora de la pérdida absoluta, del predominio del mal, de la angustia existencial descarnada, orfear es sostener el canto como «truco de ventrílocuo», con la fe de que «un ángel musicante / va recogiendo los últimos sonidos». Es así que Montejo reconoce que ese cantar desasido y sin destino, destrozado pero movido por la fe de que nacerá a contrasiglo, se vuelve un verbo que puede suceder en lo humano: orfear es ese cantar «sin para quién», «en milagro del espíritu».

Orfeado insilio se escribió desde el silencio de un canto que sucede a pesar de sí, creyendo en sí (sin creer) y en un lugar que se deshace hacia dentro y en el cual se ha extraviado un ser que ya no es. Es el testimonio poético de quien, además de enfrentar las angustias de su propia existencia, debe hacerlo en la maltrecha Venezuela de principios del siglo XXI: «un país en el que (quizás no sea un atrevimiento decirlo) cada poeta se siente como un deshojado arbusto en medio de un feroz desierto».

Hernán Zamora (Caracas, 1964) es profesor de diseño arquitectónico en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo en la Universidad Central de Venezuela. Fue ganador del XIII Premio de Poesía Fernando Paz Castillo (Celarg, 2000). Sus poemarios anteriores editados en papel son Desde el espejo del baño (La liebre libre, 2000); No somos nuestros (La nave va, 2003); La casa de las hormigas (El pez soluble, 2004) y Cantos cardinales (ONG, 2007). En 2015 OTeditores publicó 39 grados de cielo en la tierra. En la plataforma Smashwords ha publicado para su descarga gratuita los libros A contrasombra, padre (e-book, 2012), Fuego inútil (poesía reunida, e-book, 2014) y ¿Respira, quién en el umbral? (e-book, 2017). Ofelia en la retina es también un libro digital de acceso libre a través de Issu (Stand Up Poetry / Inspirulina, 2015).

Una carta de Lázaro Álvarez

A fines de 2019, el poeta y ensayista venezolano Lázaro Álvarez envió a Hernán Zamora estas impresiones de lectura sobre Orfeado insilio. Como apoyo al texto de la misiva incorporamos los poemas mencionados en el comentario.

Querido amigo, qué gran experiencia me has deparado con ese inesperado envío. Acabo de apartarme de la pantalla de la computadora y creo que la palabra para describirlo sería: conmovido. Desajustado de todas mis rutinas. Ha sido tan fuerte que dejé los últimos doce poemas para leer después con mayor calma, con una calma que, rebosada y desbordada, ya había perdido. Los leí también, claro, pero ya sin capacidad de reaccionar a ellos con la misma lucidez del principio. Es una hermosa poesía del no saber hablar, una poesía hecha desde el reconocimiento del sordo silencio desde donde nombramos las cosas, que da la vuelta a las palabras conocidas para burlarlas, a favor de la profundidad de la experiencia. O de una poesía que, priorizando la experiencia, rompe las palabras al uso o descompone la experiencia vital misma para recomponerla de un modo más fresco o más original, más necesario, como hacían un poco los cubistas –todo lo cual dio pie, por cierto, al orfismo de Delaunay–.

Palabras renacidas de una mudez tan potente (un poco como la de Alfredo Chacón) que primero las desarticula para recrearlas mejor. Poesía de intensas y ardientes negaciones y de un «no saber» bien acechado desde donde, como tiene que ser, «arde la voz del padre».

Negaciones del lenguaje, «silencios vividos» al modo de abluciones dolidas y difíciles, para empezar otra vez a intentar decirlo todo con otra nitidez. Y decirlo desde el principio, como aprendiz que tartamudea pero cuyos repetitivos intentos por hablar construyen el ritmo de lo nuevo por decir o de lo dicho nuevamente donde pueda sostenerse o salvarse un sentido del mundo. Una palabra que «No pronuncia/ que No puede pronunciar/ recorre un laberinto de oscuridades». Un «orfear» para un precario sujeto de la intemperie de hoy que «rebaña cascajos de jornadas», que «recoge pavesas de recuerdos» y que no sabe aún de qué profundidad regresa, irremediablemente impulsado a mirar atrás constantemente. Con esos frecuentes chispazos de belleza ocurre lo que decía Bretón de la belleza de las Iluminaciones de Rimbaud: que «se gozan a menudo antes de comprenderlos».

Me gustaron muchísimos poemas. Pero quedé prendado de «El pan nuestro de cada día», de «Tempestad», de «Pronombres ¿personales?», «Don de nadie» o «Transmutación». Sobresalen y nos retardan y retienen en un tiempo distinto. No por un juego mezquino de arrebatar significados sino por el placer lúdico de ver brillar sentidos cono bengalas que se apagan para volver a su naturaleza profunda. Difícilmente puedo no sentir ganas de releerlos. Es un laborioso trabajo de minero solitario y honesto que luego de la jornada parece disfrutar el placer de dejar toda su joyería otra vez en la mina. Es una Opus magnum muy inquietante y contemporánea, quizás a propósito incompleta. Una poesía auténticamente hermética. Su necesaria oscuridad proviene del extraviado lugar desde donde se habla: lugar desde donde, exiliados en lo más profundo de nosotros mismos, buscamos señales poderosas para dar a ver, y al mismo tiempo, iluminarlo por instantes.

Gracias por la magnífica experiencia. Un gran abrazo.

Lázaro Álvarez.

***

Pan nuestro de cada día

Ladran
ladran
ladran ladran
en un profundo corredor
ladran

Comienza otra noche
en el oprimido valle de los Caracas

 

Aúlla una ambulancia
espantando
obligadas quietudes

Alguien silba tres pisos más abajo
¿por qué se alegra?

En un jardín de eclipses
llora una mujer
llora
sin que nadie pueda escucharla
llora

Quizás por eso las cigarras
quizás por eso algunas palabras
llueven tan lejos
del sosiego de un beso

 

Adentro
las hormigas recortan sueños
mudan huevos y reinas
a otra tierra
tal vez menos amarga
tal vez menos herida
¿quién sabe?

 

Tres ángeles pasan y sonríen
llevan en sus manos
–en las imaginadas manos de los ángeles–
trozos de mañanas
semillas de un canto abierto
de una niña recién nacida el nombre
suspiros de madre dormida
nostalgias
de aquel padre a contrasombra

 

También llevan
la mirada húmeda de otro padre en un taxi
anhelos de viajero
mordiendo calles
arrimando un poco de fe a su café
pensando en paisajes migrados
cuerpos que recuerda entre cuentos
un sorbo de chocolate aún tibio
y el pan que bien respira
cuando acompaña su deseo de vivir
con una cucharadita de papelón
en cada sacrificio

***

Tempestad

Para escuchar
la cerrera lluvia de madrugada
hay que estar
abrazados
escucharla
abrazados
escuchando
abrazados
sin llorar

 

Aferrados a un candil
precario
solitario
en medio de una sala
sin espejos descubiertos
donde todas las cosas
han sido veladas
por la ceniza de días
y donde las únicas palabras
audibles
las pronuncia la lluvia
en su furia desatada

 

Abrazados
escuchamos
el deslave del mundo
en el que nos conocimos

 

Sin llorar

***

Don de nadie

No es héroe

 

Cree ser padre
porque deposita pedrúsculos en alcancías rotas
esposo
convertido en ancla roñosa
hijo extraviado al cultivar rastrojos de ausencia
hermano que juega a las escondidas en WhatsApp

 

No es mártir

 

Se sabe seco de voluntad y manos pequeñísimas
permanece mudo ante padecimientos y piras
dibuja marchitas obligaciones incumplidas
ninguna respuesta le consuela

 

No es sabio

 

Atraviesa descalzo espinosos eriales al leer
en cualquier oquedad abandona lo aprendido
deja menguar las calderas de su hogar
reprueba de la vida sus operaciones básicas

 

Es
un efímero ciudadano
en la villa del nadir

 

Trashumante de un cantizal
donde una selva fue devastada
por incendiarios gargajos de un loco

 

Solo
desde el mundo donde duerme
rasga una corona de pan
abre sus ojos al alba
y escucha

 

Solo
escucha.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo