Fotografías de Roberto Mata
Los 600 metros de acera que separan la estación de Metro Zona Rental del Estadio Universitario de Caracas están casi vacíos. Son las 7:00 de la mañana. Sábado 17 de junio de 2018. Me apuro. Es peligroso caminar por calles solitarias en Caracas. Tres mujeres vestidas con ropa deportiva caminan delante de mí. Tres hombres vienen hacia nosotros, uno de ellos con la mano hundida entre el pantalón y la cadera. Escanean con la mirada a las tres mujeres. Hacen lo mismo conmigo. Respiro profundo. Siguen. Parecen fiesteros trasnochados.
Intento pasar a las mujeres, pero una de ellas me frena:
–Papi, danos la cola. Acompáñanos, que vamos chorreadas. Esto está muy solo.
–Seguro.
–¿A dónde vas tú?
–Al estadio.
–Allí hay algo, ¿verdad? Algo de una santa.
–La beatificación de la Madre Carmen.
–Ah, sí, eso. Es que uno no anda pendiente de eso ahora, sino de buscar comida. Tú sabes.
Cruzamos el puente sobre la autopista Francisco Fajardo. Ellas siguen hacia el supermercado Bicentenario, yo hacia el estadio, donde se celebrará la beatificación de la Madre Carmen Rendiles, la primera caraqueña y la tercera venezolana en alcanzar el penúltimo escalón antes de la santidad. La Iglesia Católica venezolana esperó 24 años desde que la Santa Sede aprobó el inicio del Proceso de Canonización ante la Congregación para la Causa de los Santos en el Vaticano. El año pasado decidieron beatificarla.
El estadio tiene 25.690 puestos, pero solo las primeras 15.000 personas en llegar se sentarán en sillas bajo la sombra. A las 8:00 de la mañana, los feligreses llegan por oleadas: atraviesan los pasillos que conectan con la Universidad Central de Venezuela y desde los elevados de Plaza Venezuela que conducen al estadio de fútbol. Decenas de autobuses se estacionan unos detrás de otros. Los asistentes cantan, rezan, bailan. Llevan pancartas, pitos y tambores. Es una fiesta. Unos caminan con bastones, otros en procesión. La mayoría viste franelas blancas para diferenciar a los laicos de los religiosos que visten indumentarias de varios colores: negras, marrones, blancas, con bordados azules en las esquinas. La Policía Nacional Bolivariana vigila el paso. Pregunto a uno de ellos cuántos funcionarios custodiarán el evento.
–Coño, mi rey, si te digo un número, te miento. No sé cuántos somos. Acuérdate que tenemos prohibido declarar. Es una orden. Tampoco sé por qué, pero no nos dejan.
La Madre Carmen nació el 11 de agosto de 1903, sin el brazo izquierdo. Sufrió de artritis y sobrevivió a una tuberculosis pulmonar. Fundó el capítulo venezolano de la Congregación Siervas de Jesús en el Santísimo Sacramento, originaria de Francia. En 1955 fundó los Colegios Belén, en Caracas, y Nuestra Señora del Rosario, en Mérida. Estuvo en una silla de ruedas los últimos tres años de su vida por un accidente de tránsito.
El calor empieza a levantar pero nadie vende agua. En la entrada del estadio solo hay dos puestos de vendedores de Malta, por 300 mil bolívares la botella. De los dos tarantines, solo uno está lleno: tiene punto de venta. El otro, para amortiguar su mal día patrocinado por la escasez de dinero en efectivo, vende racimos de mamón a 100 mil bolívares. A los vendedores informales se suma uno que ofrece gorras.
–Estas te valen 200 mil bolívares, pero estas de acá 3 millones.
–¿Tienes punto de venta?
–No, chamo, sé que estoy jodido. Pero si tienes un celular bueno me puedes hacer una transferencia a este número.
–¿Hasta qué hora estarás aquí?
–Quiero quedarme hasta el final, cuando el sol caliente, pero ya los PNB me están sacando. No lo dejan trabajar a uno.
La Madre Carmen murió el 9 de mayo de 1977 en olor de santidad, el título que se da a quienes fallecen con fama de santos. Es el primer paso para considerar una beatificación. Sus hermanas religiosas cuentan que un gentío fue al sepelio: sacerdotes, monjas, familia y personas a quienes ayudaba. El resumen de esos días fue documentado y estudiado minuciosamente por la Santa Sede para iniciar el proceso de beatificación.
De una decena de monjas ancianas que pertenecen a la Congregación María Auxiliadora, la hermana Esperanza María es la única que accede a conversar. Tiene los ojos llorosos. No precisa la edad, pero dice que casi llega a los 80. Pide que hablemos rápido, que sus compañeras de congregación la dejan y quiere agarrar un puesto cómodo. También pide que no la retraten tan cerca, porque salen las arrugas y las manchas de sol.
“El señor ha sido tan bondadoso con Venezuela, que en medio de lo que estamos pasando, nos hace este regalo. Mire cómo estoy conmovida, y yo no soy llorona”.
Todas las novicias van en grupos y uniformadas. Unas Carmelitas recuerdan la emoción de 2008, cuando beatificaron a la Madre Candelaria en el mismo estadio. Las Misioneras de la Caridad, vestidas con atuendos similares a los de la Madre Teresa de Calcuta, no se detienen a conversar. Caminan rápido: “Tienen que hablar de lo importante y lo importante es lo que está por pasar”.
El camino a la santidad está lleno de burocracia. En el caso de la Madre Carmen, peritos en historia recogieron documentos relativos a su vida; hicieron 54 sesiones de entrevista en 20 meses; el primer Postulador de la Causa renunció al proceso, por lo que estuvo sin director durante dos años. A partir de 2009 el Vaticano pisó el acelerador: estudiaron los posibles milagros atribuidos a la monja; una comisión de teólogos se reunió para discutir el Positio de la Madre Carmen –un documento de 355 páginas que recoge datos obtenidos por una investigación diocesana sobre las virtudes heroicas de un candidato–. En 2013, el Papa Francisco reconoció las virtudes heroicas de la Madre Carmen y le otorgó el título de venerable. Fue el paso previo a la beatificación, que se oficializó el 19 de diciembre de 2017, cuando el Papa Francisco aprobó la promulgación de los decretos que reconocen el milagro atribuido a la Madre Carmen.
Ya son las 9:00 de la mañana y el sol enfurece. Los carriles metálicos que conducen el ingreso de personas siguen abarrotados. El personal de protocolo viste franelas azules: llevan detectores de metales pero no los utilizan. No requisan a nadie. Los accesos a las sillas están atascados de gente, los porteros gritan a los creyentes que se dirijan a otras entradas. Los alaridos de la encargada que controla el paso levantan quejas: “Uy, mija, que Dios te bendiga y te quite el malhumor”, dice una señora. Caos, despotismo y fe: todo junto.
En Venezuela nadie ha llegado al culmen de la santidad. El país tiene otras dos beatas, el escalón previo a la canonización. La Madre María de San José, de Maracay, estado Aragua, esperó 17 años desde que se inició la causa de su beatificación hasta obtenerla (9 de octubre de 1978 – 7 de mayo de 1995). El caso de la Madre Candelaria de San José, de Altagracia de Orituco, estado Guárico, fue diferente: la espera se prolongó por 39 años (22 de marzo de 1969 – 27 de abril de 2008). Las tres necesitan la comprobación de un nuevo milagro para obtener el título de santas.
Una señora se queja de que tenía pases para puestos preferenciales pero al llegar encontró todo copado. “Tengo a mis viejas en el carro, pero no las voy a poner a pasar trabajo aquí adentro. Ni un Caracas – Magallanes tiene este desorden”. La mejor ubicación es la del palco preferencial: sombra, lejos del tumulto y con vista privilegiada a la alfombra roja que conduce a la tarima donde será la ceremonia. Allí está sentado, junto a su familia, el segundo hombre más rico de Venezuela según la revista Forbes: Gustavo Cisneros Rendiles, quien además, es sobrino de la nueva beata.
Los devotos apuestan a la diligencia del Papa Francisco para que inscriba los nombres de las beatas venezolanas en el libro de los santos. Jorge Mario Bergoglio tiene el récord en canonizaciones: 885 hasta octubre de 2017. Le sigue Juan Pablo II con 482. Benedicto XVI, el intermedio entre los dos papados, apenas inscribió 44 nombres.
Como teloneros de un concierto, antes de iniciar la ceremonia oficial, se pasean por el escenario religiosas y conocidos de la Madre Carmen. Por los altoparlantes se escuchan sus narraciones. Habló Marianny Reyes, una joven que fue atropellada por una camioneta doble cabina y cuyo pronóstico, tras 33 días en coma, era desalentador: los médicos dijeron que moriría o quedaría en estado vegetal. En medio de los días de angustia, su padre recibió una tarjeta con el rostro de Madre Carmen. Le pidió fervientemente y después vino el milagro: curación total.
La hermana Consuelo, integrante de la Congregación Sierva de Jesús y maestra del colegio merideño fundado por Madre Carmen, habla de este caso:
“Ese era el que nosotros creíamos que iba a ser el milagro por el que beatificarían a la Madre Carmen, pero los informes médicos y algunos exámenes sobre procedimientos médicos se perdieron. El Vaticano exige que cada detalle médico esté documentado, para posteriormente evaluar con un equipo médico especializado que el milagro cumpla con las cuatro condiciones que piden: que sea instantáneo, perfecto, estable y duradero”.
La intervención de la doctora Trinette Durán de Branger recibió una ovación del estadio. Gracias a su curación, hoy Venezuela tiene su tercera beata. En 2003, en medio de una operación, recibió una descarga eléctrica mientras manipulaba el electrobisturí. El incidente lastimó nervios clave en el brazo derecho de la mujer: los siguientes dos meses lo tuvo inmovilizado, visitó más de veinte especialistas y el dolor no cedía. Los calmantes no hacían efecto. La única solución que dieron sus colegas fue operarla: harían una incisión desde la palma de la mano hasta la axila para tratar de reparar los nervios. Pautaron la intervención para el viernes 18 de julio de 2003. Pero esa mañana, antes de ir a la clínica, la doctora Trinette se acercó hasta la capilla del Colegio Belén, en Los Palos Grandes, para pedirle al Santísimo que intercediera por ella y le curara el brazo. Una monja la recibió y le pidió que la acompañara hasta el cuarto que solía ser de la Madre Carmen y le advirtió que ella se encargaría de curarla. Al entrar –narra Trinette en diferentes entrevistas– la monja señaló un cuadro con el rostro de la religiosa: inmediatamente se desprendió de la pintura una luz y el cuerpo de la doctora comenzó a recibir un calor intenso. Ella cayó inconsciente en el piso y al despertar, estaba en los brazos de la monja. Inmediatamente, la doctora dejó de sentir dolor.
Cinco minutos antes de las 10:00 de la mañana, la cola para entrar al baño de mujeres es infinita. En el de los varones se arma una fila: un hombre en la puerta indica que debemos esperar, porque dentro de los urinarios hay una cuadrilla de mujeres que decidieron saltarse su fila y meterse en nuestro baño. “Disculpen, ya la misa va a empezar y no podíamos aguantar”, se excusa una de ellas mientra sale del lavabo.
Dentro del estadio, las máximas autoridades eclesiásticas de Venezuela se enfilan hacia el altar improvisado. Los obispos visten sotanas blancas con estolas decoradas con el rostro de la Madre Carmen. Sus cabezas están coronadas por imponentes mitras con dos puntas a cada extremo. Todos escoltan al Cardenal Jorge Urosa Sabino, arzobispo de Caracas. También van Aldo Giordano, Nuncio apostólico de Venezuela y Angelo Amato, prefecto de la Congregación de la Causa de los Santos, enviado por el Vaticano en su representación. Giordano y Amato, se reunieron tres días antes con Nicolás Maduro: dicen los medios oficiales que el acontecimiento formaba parte de la promoción del diálogo. Urosa Sabino había dado su postura cuatro días antes: para hablar con el gobierno, primero deben resolver la crisis alimentaria y liberar a los presos políticos.
Urosa Sabino celebra que Venezuela esté más cerca de tener una santa. También pide al representante del Vaticano que interceda por la beatificación del doctor José Gregorio Hernández. El estadio estalla en aplausos y gritos que secundan su petición. “¡Beatificación, beatificación, beatificación!”.
Entregan el documento que decreta la beatificación. La llamarán Madre Carmen Rendiles y se le rendirá homenaje cada 9 de mayo, la fecha de su muerte. También se devela un cuadro con su rostro. A partir de ahora, las capillas venezolanas podrán tener imágenes de la beata.
El timelime de Twitter es una mezcla entre balance de heridos y fallecidos por la detonación de una bomba lacrimógena en una fiesta de graduación en El Paraíso, fotos y videos del Estadio Universitario por la beatificación de la Madre Carmen, y los comentarios sobre el partido mundial entre Argentina e Islandia.
En las gradas el calor es sofocante. A lo lejos se ven cientos de paraguas abiertos para apaciguar los rayos del sol. Una niña, con los cachetes colorados por el vaporón, le pregunta a su mamá cuándo es el momento de abrazarse. Ya se quiere ir.
Cerca del mediodía, los encargados de la logística abren paso para que los obispos, acompañados de seminaristas, caminen por cada rincón del estadio a repartir las hostias. Un monaguillo que viajó desde Mérida dice que hicieron más de 20 mil galletitas de harina de trigo para garantizar que los comulgantes no se quedaran sin tomar el cuerpo de Cristo.
Llega el momento de darse la paz: los sudores se juntan en fraternidad. Cuando Angelo Amato dice que podemos ir en paz, los creyentes aplauden. Desde el centro del estadio corean:
“Dígale al Papa que venga a Venezuela. Dígale al Papa que venga a Venezuela”.
Pero de repente el llamado muta, con más fuerza, al son de los aplausos. Son miles de voces. La gente saca sus teléfonos celulares para grabar. Todos quieren capturar el grito:
“¡Libertad, libertad, libertad!”.
Yorman Guerrero
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