Telón de fondo

Un vecino del siglo XIX que tiraba la basura en la calle

04/04/2020

La citación de un marchante de maíz llamado Gervasio Torres, conducido a la policía en 1840 para que deje la costumbre de arrojar desperdicios en la vía pública, nos introduce en un tema que se trata de modo peculiar en nuestro siglo XIX. Veamos sus peripecias, que mucho hablan sobre las ideas de entonces sobre la limpieza de las ciudades.

Gervasio Torres vive en Caracas, esquina de las Pelayas, y ha sido convocado en tres ocasiones por la autoridad porque el frente de su casa es habitualmente como un basurero. En 1832 se le ordena que barra el enlozado próximo a la puerta de su domicilio, debido a que ¨ha juntado muchas porquerías que impiden el paso¨. La insistencia en dejar escombros de un cuarto que está construyendo, junto con el excremento que saca de una caballeriza para molestia del olfato, obliga en 1837 a otra reconvención que no conduce a salidas satisfactorias, si consideramos que en 1840 se le acusa de ¨seguir en el mal hábito que ha obligado a otras llamadas sobre la obligación de asear la calle en la parte de su casa, desobedeciendo las ordenanzas y visitas del comisario para pedir el arreglo de su inconducta¨.

El jefe de policía redacta un informe para el Concejo Municipal, en el cual refiere unas disculpas del marchante que pueden ilustrar sobre lo que sucede entonces con el asunto de la limpieza de las ciudades.

Está concorde Gervasio Torres que debe ocuparse de evitar infecciones, y que pagará un sirviente para una limpia a la semana, mediante el riego con cal de las necesidades de las mulas, de su propiedad, y el bote de los malojos del maíz. Como va a pagar de mala gana cinco pesos por multa, diciendo que es el primer castigado por unas cosas que hacen todos en Caracas, Pto. Cabello, Valencia y Coro, se le ha ofrecido un castigo que puede ser de cárcel. Tuvo malas voces para varios de sus clientes, porque botan aguas pestilentes; y pidió multas para los comerciantes de harina, sor. Santos Álvarez, sor. Felipe Pérez y sor. Juan J. Gomes y para el almacén ¨la Garza Blanca¨ por la misma razón de la suciedad, que no son casos delicados, o que hayan reclamado a la autoridad. En el negocio del mencionado sor. Juan J. Gomes, se probó que mantiene defecaciones de bestias en la esquina de la casa, que traen moscas y lechecillas; y que ha dejado huesos de gallinas, con gran concurso de perros sobre ellas; obligándolo, como fue, a limpiar en el acto, y a comprometerse en el aseo, a pesar de que dijérede (sic) no haber hecho nada de malo.

El jefe de policía sabe que la basura puede provocar enfermedades, pero es distinto el parecer del hombre llevado a su oficina. En tres ocasiones ha cometido la falta de tirar desperdicios sin preocuparse por el aspecto de la ciudad, ni por las infecciones que pudieran provocar. Ahora tampoco muestra arrepentimiento, porque siente que su conducta no se sale de lo común.

Más bien parece sorprendido de que se le llame al orden, cuando en localidades importantes del país la gente echa cagajones y restos de productos agrícolas en la vía pública sin que nadie se mortifique: y cuando existe un establecimiento conocido y personas como los mercaderes Álvarez, Pérez y Gomes que no destacan por su apego a las normas de salubridad y frente a quienes no se han tomado medidas punitivas, ni se han hecho siquiera simples advertencias.

La autoridad no se sorprende con la afirmación, ni con la actitud de otro sujeto que demuestra poco interés por la responsabilidad que tiene frente a la higiene de la capital. El hecho de que en tres ocasiones hiciera lo que ahora se le reprocha, acaso provocado por las quejas del vecindario y no por la diligencia de los celadores, hace pensar sobre la poca atención que pone la policía en el problema.

Como sugiere el documento, el jefe de los gendarmes se limita a hacer su trabajo por órdenes del municipio, o por alguna denuncia, sin escandalizarse ante las afirmaciones de un enemigo comprobado de la asepsia, ni ante los culpables y los indiferentes que han aparecido en la rabieta de un hombre acostumbrado a la impunidad. Pareciera que apenas le preocupa la reprensión de los denunciantes, pero no el hecho cotidiano de llenar a Caracas de mugre.  En los archivos municipales de esos años no aparecen otros casos de multas o castigos contra los agresores de la limpieza de los espacios públicos, tal vez porque no provoquen alarma. ¿Tiempos, problemas, indiferencias y personajes desaparecidos? El lector dirá.


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