Homenaje a Szymborska

Un romance para una Premio Nobel

28/10/2021

Prosiguiendo el homenaje que, en ocasión de cumplirse los 25 años de haber recibido el premio Nobel, se rinde a la poeta Wisława Szymborska, publicamos el romance que el poeta español Francisco José Cruz compuso para ella, precedido de un breve texto en el que lo contextualiza.

Fotografía de JANEK SKARZYNSKI | AFP

De jovencito, cada segundo jueves de octubre, aguardaba expectante el fallo del Premio Nobel de Literatura, en la esperanza de que se lo dieran a un poeta, cosa infrecuente. Con los años, he perdido casi por completo este interés, aunque me alegro cuando se lo otorgan a un escritor apreciado por mí. A mi juicio, este magno galardón adquiere pleno sentido si me descubre autores desconocidos de valía, como, por ejemplo, Elias Canetti, Joseph Brodsky o Wisława Szymborska. De esta última, no tuve noticia alguna hasta no ser reconocida en 1996 con tan prestigiosa distinción. En realidad, al menos en el ámbito hispánico, su nombre y su obra eran ignorados del todo por no existir, en aquel momento, traducciones en nuestra lengua. Recuerdo aún con emoción la primera lectura que, junto a Chari, mi mujer, hice de su poesía, gracias a las versiones castellanas de Ana María Moix, publicadas meses más tarde de la concesión del premio en la editorial Lumen. Fue tal el entusiasmo provocado por aquellos poemas –tan claros como penetrantes en su factura, donde la sutil ironía gradúa hábilmente la meditación metafísica– que, movidos ya por el fervor a este mundo poético, encargamos al mexicano Gerardo Beltrán, avezado en la lengua polaca, que nos tradujera algo de esta admirable autora para el número 16 de Palimpsesto, aparecido en 2001. Él, de manera altruista, aprovechando que andaba traduciendo su poesía completa para el Fondo de Cultura Económica, nos cedió veintidós poemas –inéditos por entonces en español–, bastantes de ellos pertenecientes a sus primeros libros, los cuales, pese a no representar aún su visión y tono más propios, nos permitieron remontarnos a sus inicios creadores y, ante todo, supusieron un gran honor para una revista tan modesta como la nuestra.

La lucidez de Wisława Szymborska aborda con peculiar talento los problemas contemporáneos, conectándolos con el hombre de siempre, a través de la historia. Muchos de sus poemas parecen filmados con una cámara de cine al presentar, antes que un discurso, una situación determinada, un clima. Su capacidad de sugerir más allá del hecho concreto que el plano semántico expresa, con tal de que el pensamiento vaya por debajo, como una voz en sordina, guio mi apremiante necesidad de callarme a tiempo en mi libro A morir no se aprende (2003), aunque pronto intuí que perseverar demasiado en este camino me llevaría a un callejón sin salida, donde los silencios significativos correrían el riesgo de ir en detrimento de la intensidad efusiva. No obstante, siento que, de un modo u otro, siempre asomará en mis versos algo de su inquietante perplejidad, pues, según ella misma declaró en su discurso de recepción del Premio Nobel, «el poeta, si es un verdadero poeta, tiene que repetirse perpetuamente “no sé”», ese «ser y no saber nada y ser sin rumbo cierto» de nuestro Rubén Darío.

Así pues, cuando me enteré de la muerte de Szymborska el 1 de febrero de 2012, me propuse escribir un ensayo sobre su obra, del que de inmediato me disuadió mi impotencia para acceder a las formas y expresiones originales en polaco, de modo que me limité a reconocer las deudas de mi poesía con la suya en esta carta póstuma, escrita en romance, una de nuestras estructuras poéticas más viejas y, sin embargo, perdurables, tan afín a la tradición popular como a la culta. Además, también el hecho de que Szymborska, en sus Lecturas no obligatorias, dedicara un breve artículo al Cantar de Mío Cid, me inclinó decididamente por el romance para manifestarle, aunque ella ya nunca se entere, mi profunda gratitud por su poesía.

Carta póstuma a Wisława Szymborska

Ahora que ya te has ido
para siempre en pleno sueño,
aunque no me conociste,
me animo a hacerte unos versos.

Qué bien te entiendo yo siempre
a través de tus silencios,
silencios que en tus poemas
dicen aún más que los verbos.

Como no sé cómo suenan
en polaco tus desvelos,
tu sentido del humor
–tan inquietante y perplejo–,

los imagino en mi lengua
a través de esos silencios
que en español o polaco
muestran los mismos misterios.

Estupor e incertidumbre,
esos hermanos eternos,
parecen entre tus líneas
encontrarse en su elemento.

Tus palabras se conforman
con dar el tono concreto
para que hablen por sí solos
las situaciones, los hechos.

Ahora que ya te has ido,
con gratitud te confieso
que he tratado de callarme
a tu manera en mis versos,

callarme con otros ritmos,
otra métrica, otros ecos,
no los tuyos, y nombrar,
sin nombrar, mi desconcierto.

Qué bien me entiendo a mí mismo
cada vez que te releo.


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