Perspectivas

Un nobel para James

02/11/2024

James Robinson. Fotografía de Harris School of Public Policy

En 2019, cuando fui seleccionado para un Tinker Visiting Professorship en la Universidad de Chicago, era imposible imaginar todo lo que vendría. Lo más audaz parecía ser la fecha escogida para el viaje: enero del año 20, y eso por los famosos inviernos chicaguenses. La ciudad, en la que no son inusuales temperaturas de menos diez grados, en 2019 había padecido un vórtice polar que llevó a registros extremos, de hasta cerca de los menos treinta grados. Pero por una combinación de circunstancias burocráticas y personales, postergar el viaje a primavera, como recomendaba todo el mundo, era arriesgar la posibilidad de ir… Como en efecto se comprobó, pero por razones que nadie sospechaba: en marzo, cuando ya estaba terminando mi trimestre, estalló la pandemia, se suspendieron los viajes, yo quedé varado en Chicago y, lo que había sido una estadía plácida, de dar clases y un par de charlas, de visitar museos y oír conferencias, de ir a la ópera y participar en la vida social universitaria, se volvió una aventura. Especialmente cuando estallaron los disturbios por la muerte de George Floyd, algunos de los cuales se escenificaron a un par de cuadras de donde vivía. En agosto salí de EEUU para Europa, donde básicamente pasé el resto de la pandemia.

Hasta el pasado 14 de octubre esto era lo fundamental de la aventura. Pero ese día, un mensaje en WhatsApp puso el centro en otro lugar. Me informaba un amigo, emocionado, que James Robinson acababa de ganar el Nobel. Aunque era algo de lo que ya hablaba bastante, tuve que buscar en otros portales, reconfirmar varias veces la notica y frotarme los ojos para terminar de creerlo. Pero sí, ¡James era Premio Nobel! Lo comparte con Daron Acemoglu, su compañero de ruta en las últimas investigaciones, y con Simon Johnson. Resulta que el profesor que me había invitado a Chicago había sido James, con el que dicté el curso en la Harris School of Public Policy, todos los miércoles, de 2 a 5 de la tarde, por lo general dividiéndonos una mitad de la clase cada uno. Eso en sí mismo había sido una experiencia y un aprendizaje muy grandes, porque James ya era el autor de un bestseller muy, pero muy famoso, de más de un millón de ejemplares vendidos sólo en su versión en inglés, Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty, que escribió con Acemoglu y publicó en 2012. Además, en el curso había alumnos de unos siete países distintos, buena parte de ellos latinoamericanos becados por sus gobiernos; muchos de esos estudiantes eran funcionarios públicos, muy interesados en saber de Venezuela, pero a la vez llenos de cuentos de sus países, lo que me enseñó mucho sobre cómo son los Estados latinoamericanos; en la Universidad de Chicago siempre pasaba algo interesante: un día fue a la Harris School la famosa alcaldesa Lori Lighfoot, entonces una estrella en ascenso; otro día hubo una reunión de empresarios de cannabis, todos señores de negocios con traje y corbata; en el Instituto de Estudios Orientales (hoy rebautizado, con menos etnocentrismo, de Culturas Antiguas) se presentó un avance de un diccionario de sumerio; los estudiantes de China, que son una legión, organizaron una fiesta de año nuevo chino; siempre había charlas de literatura, de historia, de ciencias, con profesores de todas partes del mundo. Incluso organizamos un evento sobre Venezuela. Pero todo ello, que es bastante, se redimensiona por el hecho de haber dado clases con un Premio Nobel.

Robinson tiene un gran interés por América Latina. Aunque esto forma parte de un esfuerzo más amplio para identificar tendencias globales, está muy vinculado a Colombia debido a razones académicas y familiares (por ejemplo, habla español perfectamente). En algún punto el interés por el caso colombiano lo llevó a reflexionar sobre Venezuela, que en algunas cosas se parece tanto, pero que en otras es muy contrastante. No me corresponde exponer las ideas que está elaborando al respecto, pero su interés por la Guerra Federal y Antonio Guzmán Blanco, que fue lo que, a través de un amigo en común, lo puso en contacto conmigo, se alinea con al menos una de las tesis de su Why Nations Fail: la importancia de que haya instituciones políticas centralizadas que garanticen paz y orden, cosa que, de un modo u otro, Venezuela logró construir a partir de lo que algunos historiadores han llamado la centralización de la federación que arranca en 1870. El hecho es que el siglo XIX fue más exitoso de lo que imaginábamos, sobre todo si tomamos en cuenta los recursos materiales, pero sobre todo humanos, con los que contábamos. Es algo que ya Germán Carrera Damas había señalado en los ochentas, sin que el resto de la historiografía venezolana le hiciera demasiado caso, pero que aún necesita ser más desarrollado. En una clase, Robinson comenzó a hablar de las esquinas del centro de Caracas, donde existe el sistema, único en el mundo (y si no es único, no debe tenerlo ni una decena de ciudades más), de que cada una tenga un nombre distinto. Aquello dejó a los alumnos muy impresionados, incluyéndome, pero Robinson lo vio como el ejemplo de una sociedad que, a su modo, resuelve sus problemas.

Why Nations Fail tiene por objetivo explicar por qué algunos países son prósperos y otros no. Eso es más o menos encierra a todos los grandes problemas de la economía y a todo lo que se ha intentado para resolverlos. Una amplitud que Robinson reconoce y que, supuso, podía desanimar a un historiador, ya que siempre tratamos de acotar las cosas y buscar, a veces hasta la obsesión, muchas evidencias para aventurar cualquier hipótesis. Pero el hecho es que la explicación de Robinson es acotada: está en las instituciones. Lo que comenzó con un esfuerzo, centrado en fórmulas, para entender las bases económicas de las dictaduras y las democracias, Economic Origins of Dictatorship and Democracy (2005), escrito con Acemoglu, fue decantándose cada vez más por el análisis institucional e histórico-historiográfico. En 2010 coordinó nada menos que con Jared Diamon Natural Experiments of History, un conjunto de estudios sobre cómo las formar de organización social y política impactan en la agricultura, sino que generan bienestar. Es un trabajo que anuncia Why Nations Fail

La respuesta de Robinson y Acemoglu a la cuestión de por qué las naciones son prósperas, está en las instituciones. Si el sistema político no genera instituciones inclusivas, capaces de generar incentivos que lleven a las personas a crear riqueza, esas sociedades prosperan. Si, por el contrario, son instituciones excluyentes, es decir, en las que sólo un grupo de personas se enriquecen, explotando al resto, entonces se la pobreza se expande. Una de las características del segundo tipo de sociedad, es que las élites que se benefician del sistema, no encuentran razones para la innovación, esa “destrucción creativa” que, con algún costo (al cabo es “destrucción”), permite ir sustituyendo lo que queda obsoleto. Esto explica por qué en tanto más libertad y respeto a la iniciativa, respeto a las leyes y, por decirlo de una forma amplia, democracia en un sentido social, en el que no hay oligarquías que impiden la transformación ni el ascenso de los que tienen nuevas ideas, las sociedades tienden a ser más prósperas. Por supuesto, hay excepciones y, sobre la base de esta idea muy general, existen muchas matizaciones. No se trata de una fórmula para aplicar indiscriminadamente, esperando que siempre dé el mismo resultado. Pero en lo fundamental, con la enorme cantidad de evidencias que consignan, la tesis sale muy bien librada.

El libro, así como las reuniones que teníamos para preparar las clases, me hicieron pensar mucho en Venezuela. Si algún lugar del mundo demuestra que es la forma en la que se organiza la sociedad, y no los recursos, lo que definen su prosperidad, es nuestro país. ¿Es posible aplicarle la tesis? En gran medida, sí lo es. Por ejemplo, la Venezuela de la década de 1990, tan reacia a los cambios, dibuja bastante bien lo de la “destrucción creativa”: corrimos hacia la bancarrota antes de cambiar circunstancias que ya no eran sostenibles, pero que nos gustaban mucho. Ahora bien, y acá entra en lo de las matizaciones, eso no ocurría en la China o la Persia del siglo XVIII, que entraban en declive después de haber sido grandes centros culturales y políticos, sino en una democracia de espíritu socialdemócrata, socialmente muy permeable, en realidad con mucha libertad…. ¿Qué pasó? Una explicación posible es que, si bien había ascenso social, no existía una oligarquía y, básicamente, todo el mundo podía decir lo que quisiera, en aquella democracia cada uno de los sectores comenzó a actuar de forma más o menos excluyente, sobre todo beneficiándose de la captación de renta sin importarle demasiado lo demás. Por eso su reacción a cambiar las cosas, insistiendo en muchas de ellas hasta que simplemente se vinieron abajo. Es una hipótesis en la que es necesario reflexionar más.

Para el momento en el que trabajé con Robinson, acabada de publicar una continuación del libro, The narrow corridor. States, societies, and the fate of Liberty (2019), centrándose aún más el tema de lo institucional. No hay razones para pensar que el Nobel signifique una disminución en su ritmo de trabajo. Su agenda está repleta de reuniones, muchas de ellas perfectamente identificables para cualquier profesor: comités, office hours con alumnos, clases, corregir exámenes, buscar fondos; y también conferencias, en todas partes, coordinación de equipos internacionales de investigación y la redacción de sus trabajos, generalmente a cuatro manos, lo que no deja de tener su complejidad. Todo ello, además, no le impide darle gran importancia a su vida familiar y a ayudar, con espíritu de maestro, a los alumnos que se lo piden. Un grupo de estudiantes organiza un evento, se esfuerza por buscar un buen ponente y le piden que, por favor, sea moderador, y he ahí a Robinson moderando el foro. Uno de sus colaboradores inventa otro evento, los ponentes invitados quisieran conocerlo, y allí está Robinson con tiempo para tomarse un café y algunas selfies con ellos.

En la lista de lo aprendido en Chicago, destaca la disciplina y la humildad de un Premio Nobel. En términos humanos, son cosas por las que me alegra tanto por el galardón, como lo hace el reconocimiento a un trabajo con sentido histórico, vocación global y probada solvencia académica, que demuestra hasta qué punto la inclusión y la libertad son las bases del bienestar. ¡Enhorabuena por tu Nobel, James!


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