Perspectivas

Un instante de silencio para recuperar la cordura (o lo que una poeta puede enseñarle al psicoanálisis)

11/07/2024

La relación entre el poeta y el lector depende en gran parte de la casualidad, y también, de la correspondencia entre sus más recónditas carencias.

Christiane Dimitriades [2]

 

I.- EL SACRIFICIO Y LO TRAUMATICO

Ahí estaba sentada ella: con su cabello amarrillo tostado por el sol del Egeo, su imagen de sacerdotisa plácida.

Fue una hora antes de la cita para un encuentro de lectura de poesía. Una hora, quizás dos. Christiane Dimitriades llegó antes. Compartimos evidentemente esa necesidad de ahorrarle tiempo al tiempo.

Apenas la conozco personalmente. Es de esas grandes poetas que habitan el silencio de nuestra ciudad, que conmueve nuestras fibras más íntimas con la fuerza de ese rayo que son sus versos.

Me tomo el atrevimiento de saludarla. Me invita a sentarme. Qué mejor espacio que el patio del Banco del Libro, en la Primera Feria de Editores Independientes para favorecer esta oportunidad.

Hablamos de los detalles que nos unen, la gente conocida, los estudios. Agradezco su calidez, su voz calma, su trato amable. La conversación se hace amena, incluso familiar; y de pronto, comienzo a descubrir una profundidad tan particular en su mirada que, ligada al nombre con que se identifica, me atrevo a jugar con las asociaciones, y pienso: “Oh Pitia, no vengo a consultarte, sino a descifrarte”

Llegan los amigos, los conocidos. Nos llaman al cónclave de poetas. Ahí están, ante la mesa con sus libros, sus ofrendas, y yo entre las sillas de un fantasmal público que no termina de llegar. Pero a eso estamos acostumbrados, y el tiempo es también para algo igual de importante: escucharse.

Néstor Mendoza suelta una pregunta, y ellos responden. Cada uno desde su saber, sus logros y sus ausencias. La conversación se inicia, grata, intensa, sagaz; tanto así que el tiempo se nos pasa, más allá del deseo de los organizadores. No deseamos que termine. De la lírica al malestar en la cultura; de ésta, a la erótica del verbo. La despedida es con una breve lectura de un poema de cada uno de ellos. Me siento afortunado de estar ahí, en ese preciso momento.

Vamos al interior de la exposición. Nos dispersamos entre tinta y papel. En la complicidad con Ana María Hurtado, exploramos las nuevas publicaciones. Solo interrumpimos para ir al encuentro con la poeta/editora Carmen Verde para escuchar su exposición en torno a su penetrante investigación sobre las «Empresas editoriales venezolanas» (Eclepsidra, 2024); y, para mi fortuna, me topo en la escalera con Christiane. Afectuosa, me regala su libro El cuarto jugador.

Será horas más tarde. Exactamente las 11 pm, cuando los coquis del jardín aumentan el volumen de su concierto entre las plantas, y no puedo dejar de disfrutarlo. Sumemos a eso la lluvia y la dama de noche perfumándolo todo. ¡Que mejor invitación para leer! Entonces tomo el poemario. Me sorprende: el libro abre con la justificación del título. Sorpresivo nos lleva al póker, advirtiendo en dicho juego la intervención de un Otro que no participa del carteo durante esa mano, está en silencio, sólo extiende sus barajas sobre la mesa para que su pareja, es decir, el declarante, las interprete y juegue también las que están dispuestas en el lugar del «muerto».

En la medida en que vamos leyendo, descubrimos una historia: acaso la de una novela, un poemario, o un diario íntimo. Quedamos atrapados en un relato donde, de pronto, el misterio es lo que conduce de página en página, de línea en línea, de letra en letra. Envuelve, compromete, intimida. Llega un momento en que como lector uno se pregunta si realmente Dimitriades intenta hacernos parte de esa mano de bridge que se juega de verso en verso; sin embargo, es demasiado tarde para huir, al descubrir que no era solo una sospecha, sino una realidad.

En el bridge, esa hipotética figura del «muerto» lleva tu nombre, y aunque su silencio invada la habitación, siempre seguirá jugando nuestra partida hasta el final[3].

Entonces, podemos cerrar el libro, entregarnos al silencio de la medianoche, y antes de seguir leyendo, tratar de responder un acertijo: ¿frente a qué estamos?

De entrada, la poeta, advierte por medio de una excusa que “no acatará el manual de las buenas costumbres propia de toda misiva”. Anuncia así la posibilidad de una ruptura, cuando confiesa escribir con letras, inermes, frases que el oleaje dispersa cuando alcanza la desolada orilla[4]

Así, el libro nos atrapa desde la dignidad de un verbo que invita a abordar la nave de la fragilidad hasta el borde de la soledad.

Continuando con la lectura comprendo que la alusión a la Pitia realizada al inicio de este encuentro no fue en vano. Efectivamente, la autora es la pitonisa que penetra en el retiro del santuario para recibir el oráculo y entregarlo. ¿No es eso acaso una poeta? ¿La portadora de un verbo que apunta al misterio?

Dimitriades lo confiesa en el camino de las nómadas del desierto cuyos pasos no buscan perpetuar una línea, un trayecto (…) Su paso, efímero, ligero, se despliega sobre vastos horizontes siempre cambiantes (…) entre la existencia y la muerte[5].

¿A qué particular limbo nos conduce la rapsoda? ¿Acaso el bardo? O es la filósofa con conocimientos de psicoanálisis, la lectora de Lacan, quién guiña el ojo a los habitantes de la hipermodernidad para recordarnos sublimemente que los nómadas somos nosotros, incautos, decepcionados ante lo imposible del encuentro amoroso, ciegos en el tropiezo del encuentro con el Otro.

Sin darnos cuenta, nos toma de la mano, nos sienta frente a la mesa de póker y declara: Frente a mí está el «muerto», es decir, el lector. Me basta saber que existe y me concede absoluta libertad de elección en el momento de cartear[6]

Si antes estábamos comprometidos, ahora no queda más alternativa que la entrega. Cual saetas, las líneas del verso, llegan profundo. Estremecen. Queda la posibilidad de continuar o abandonar. Al fin y al cabo, estamos frente a un juego a póker, y está en nosotros decidir qué hacer con nuestro reto. Pero ¿cuál es? Dimitriades lo ubica: entre la existencia y la muerte.

Justamente, ese es el drama del jugador, y su sino es ser …condenado por los dioses a repetir infinitamente la misma ruta. 

Repetición infinita, tal como el tormento de Sísifo, o de Prometeo, o de tantos que quebrantan de una u otra manera la ley establecida, la del padre.

Dimitriades desde su herencia griega, nos coloca frente al imaginario de la mitología y lo enmarca así en el espacio de lo colectivo al hablar de la condena de los dioses. La cuestión es ¿cuál de ellos? Indagando encontramos que en primera instancia se puede identificar con una deidad femenina: Ananké,​ (en griego antiguo Aνάγκη) la diosa de la necesidad.

Desde Lacan sabemos que la necesidad está vinculada a la carencia. También que es lo opuesto a lo posible. A partir de allí, la enmarca en la categoría de lo que “no cesa de no escribirse” ¿Cómo entender esto? Ubiquémonos en una situación traumática. Tras esta ocurrir, ¿qué es lo que insiste en nosotros? Lo que se pudo haber hecho y no se hizo, lo que se pudo evitar, lo que pudo haber pasado y no ocurrió… Lo que no deja de no ocurrir.

Podemos esclarecer esto leyendo a Miquel Bassols: eso que «está profundamente borrado, pero que retorna para intentar realizarse en cada uno de nuestros pensamientos, en cada uno de nuestros sueños, en cada uno de nuestros síntomas» (Bassols, 2012)[7], es lo que Lacan llamó lo real; es decir, la categoría de real en el psicoanálisis no es lo que se percibe, no es la realidad, sino que «es aquello que no cesa de no representarse, es aquello que no cesa de no escribirse en lo que recordamos, percibimos, etc» [8]

Freud lo resume en una sola palabra: el trauma. Y en este caso, lo traumático como lo define la poeta es la condena para repetir infinitamente la misma ruta.

Y frente a ello, ¿qué hacemos? Nuestros ancestros calmaban la ira de los dioses con un sacrificio. Nosotros hacemos una versión de esto menos sangrienta: pagamos promesas. Pero ¿qué hay tras ello? Una demanda de amor. Así, el sacrificio es “indisociable de un Otro al cual, sepámoslo o no, debemos seducir para que nos ame (..) Me sacrifico, pero a condición de ser amado por ese sacrificio (…) Cabe decir que aquí las cartas están sobre la mesa: se promete recompensa[9]

El verbo sublime de la poeta lo expone de otra manera al del psicoanalista en su esfuerzo de poesía. Ella nos dice: Tengo un montón de picas y corazones, sin embargo, paso la mano. Te cedo el turno sólo por escuchar tu voz en medio de la inmensa sala. No importa si pongo en evidencia mi torpeza al descartar los naipes sobre la mesa[10].

El sacrificio como demanda de amor implica abrir el alma, y con ello el riesgo de ponernos en evidencia…

II.- EL AMOR

Cuando leemos El cuarto jugador comprendemos que Dimitriades comparte con Lacan la idea en torno al amor. “Amar es dar lo que no se tiene” declaró el psicoanalista francés. En este aforismo, Lacan incluyó, entre otras muchas cosas, la renuncia al paraíso perdido de la infancia. Cuando aceptamos lo imposible de revivir esa situación idílica es cuándo podremos consentir lo que implica amar con todos sus bemoles, saber hacer con las faltas; en caso contrario, todo intento de amar estará destinado a caer en la vorágine de la repetición.

Por ello Dimitriades advierte: Cuando el sol se retira nos deja una herida en el corazón, y también en las palabras.

Entonces, la identidad de la diosa a quien la sacerdotisa/poeta sirve, se nos rebela. Es Vesta, la diosa del hogar. Lo sabemos porque Christiane, herida en las palabras, “se inclina, cose, intenta unir los retazos de un maltrecho tejido. Persevera en el intento[11] a través del hilo de los versos, con la sutura de Eros.

Pero no perdamos de vista que quien teje no es una damisela ingenua; tampoco una mujer no advertida de los riesgos del desengaño. Ella, teje su hilado de versos desde la plenitud de su madurez, arropada por el salitre del Mediterráneo, enfrentando un sublime atardecer bañado en matices de rojos, naranjas y violetas. Así no teme escribir como quien lanza arena al viento, con el riesgo que esto implica de quedarse ciega por el propio impulso, y animosa sentencia: Hay que saber deshacerse también del peso de las palabras[12] Podríamos agregar: deshacerse de las expectativas, las ilusiones, de colocar en el Otro la esperanza de que será quien llene nuestras carencias.

La poeta nos enseña que no hay posibilidad sensata de reparación sin renuncia, sin hacer duelo por lo que ya no es. Pudiera pensarse que es fácil escribirlo, pero lograrlo, a pesar de sí, no es sin angustia. Ella lo confiesa “yo vivo esta eternidad rota, fragmentada, en constante huida”[13]

Verso escrito desde una encrucijada: o la melancolía o seguir por la vía de la resolución del duelo.

III.- LA ANGUSTIA

La angustia es aquello que no tiene nombre, declaró la psicoanalista Piera Aulagnier. De ahí la necesidad de nombrar, simbolizar, representar aquello que nos ahoga, para poder aprehenderlo y convertirlo en ansiedad.

Así, para poder “des-angustiarse”, nuestra escritora aborda los objetos oscuros que habitan en el espacio de lo inconsciente y su más allá, intentando recubrirlos de significación:

Volver a la prosa como a la luz del día cuando perfila los contornos de los objetos y caracteres. Ella me trae a la superficie desde sombrías profundidades pobladas de fauna y flora voraces. Nombra esas extrañas criaturas desconcertándome cada vez que asoman convertidas en letras y sonido.

Incluso se enfrenta a lo que la constriñe desde el “deber ser”:

Entre cuatro paredes, dentro de este cuerpo también confinado, me descubro como esas toscas muñecas rusas que encajan una dentro de la otra, atrapadas en su interior.

Así, el resurgir del dolor exige un encuentro consigo misma, un saber hacer con la caída de los ideales: Ahora que la divinidad (…) no concede tregua al sufrimiento de los mortales. De ella sólo quedan las cenizas de la fe.

La poeta nos exhorta a buscar centro, comprender nuestro ser-en-el-mundo y para ello invita a ensayar otra existencia, desembarazarme de mí misma, de los semblantes con que nos envolvemos, al menos por un breve lapso, para buscar hacer con una historia que constriñe: Dos letras para decir «yo», pronombre estrecho, mezquino, incorpóreo que prescinde de tantas otras mujeres que he sido, que sueño y que a veces soy.[14]

De esta manera, Dimitriades nos interpreta al enfrentarnos con el equívoco. Lo enuncia sin tapujos: el pensamiento la auténtica lesión entre las palabras y el mundo[15] 

Ahora entendemos aquel golpe que nos asestó cuando nos identificara con el “muerto” del bridge. ¿Somos los lectores o somos los leídos? Somos el “muerto”, la presencia ausente. Nos cala con la sombra del sentido, abriendo el espacio desde donde éste se fuga, para recordarnos que nadie está ahí para completar a nadie.

El espacio en blanco se abre entonces tras la letra impresa, entre verso y verso. Antes de pasar la página actúa como el silencio en una sesión de psicoanálisis. Para leerse. Para leernos: Necesito una pausa, un instante de silencio para recuperar la cordura.

IV.- SANAR: ARS GRATIA ARTIS

Será al dar vuelta a la hoja donde ella, Christiane Dimitriades, como artista, y en toda su condición femenina de contenernos, nos invita a sanar a través del arte: Ars gratia artis.

El proceso fue expuesto con una honestidad sin par. Retomemos de nuevo: al inicio del poemario, la poeta nos confiesa su estancia en el Tártaro, su intento de huida, su dejarse atrapar por la trampa de la repetición: 

El más cruel de todos los titanes se empeña en grabar su imborrable tatuaje. No hay ruta de escape para esta mujer que sólo pretende ser fiel a su sombra[16]

Dicha fidelidad a la sombra puede leerse de múltiples maneras. C.G. Jung nos enseña a escudriñarlo, pues una cosa es atrapamiento, posesión de la sombra; pero por otro lado, al tenerlo consciente, lo elabora por la vía del arte.

La poeta enfrenta lo traumático del caos, el terrible nigredo alquímico, hasta alcanzar el estadio del albedo, el blanqueamiento que disipa las tinieblas. Sin embargo, cuidado: en este estadio de la alquimia psíquica, ella deberá enfrentarse al susurro lunar que puede enloquecer o hundir en la tristeza; o – en caso contrario -, disipar las sombras para seguir adelante.

Asimismo, disuelve los obstáculos que le impiden alcanzar la trasmutación y para ello debe …silenciar esta voz que impertinente regresa, quebrarla[17] 

¿Con qué finalidad? Para poder decir(se), encontrarse a sí misma de otra manera, más allá de la angustia, de la constricción, de los semblantes que la aprisionan, de la desilusión, aceptando lo que es, y dejando ir aquello que solo promete arenas movedizas en los espacios del amor.

Son estos silencios tendidos sobre la nada los que incitan a nuestra voz a volverse habla, a escribirse en el limitado trecho que nos confiere la incertidumbre.[18]

Entendiendo lo transitorio en la experiencia del vivir: La existencia del poeta será engullida por el olvido [19]  Ese mismo que nos confronta con lo efímero y nos enfrenta a la rutina cotidiana de la vida en una …letanía de palabras, naipes que el tiempo borra tras cada jugada.[20]

Así, enfrentando(se) con vehemencia, sin mayor expectativa, será como podrá hacer frente al presente que, en última instancia, es lo único seguro que tenemos y podrá decir: Dime, por qué hay tanta seriedad en tu rostro. Lanza de una buena vez cualquier baraja, da igual, es solamente un juego. La vida nunca es conforme a nuestras voluntades.[21]

Entonces las barajas caerán nuevamente sobre la mesa, y cada quien deberá hacerse responsable por las apuestas que decida hacer, en ese juego que llamamos vivir.

***

Notas:

[TITULO] Dimitriades, Christiane: El cuarto jugador (2020). Dcir Ediciones. 1 Edicion. Caracas Pág 14

[2] Op cit p. 33

[3] Op cit pág 20

[4] Ibid p 5

[5] Ibid p 6

[6] Ibid p 45

[7] Bassols, M: Psicoanálisis, sujeto y neuro-ciencias. Tomado de https://bernaltieneunblog.wordpress.com/2012/06/28/345-lo-que-no-cesa-de-no-escribirse/

[8] Op cit

[9] Miller, Jacques Alain: Un esfuerzo de poesía (2016) Edit Paidós. Bs Aires. Pág. 193

[10] Dimitriades, Ch. Op cit. Pág. 23

[11] Ibid.  p 8

[12] Ibid.  p 9

[13] Ibid.  p 10

[14] Ibid.  p 38

[15] Ibid.  p 21

[16] Ibid.  p 16

[17] Ibid.  p 13

[18] Ibid.  p 32

[19] Ibid.  p 26

[20] Ibid.  p 44

[21] Ibid.  p 47


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