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“Yo vi cuando el siglo le bajó los pantalones a los hombres y le subió la falda a las mujeres”.
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De Coco a Freud
Hace poco veía una serie de TV. En la escena una mujer está con un hombre en la cama. Acaban de hacer el amor. Él le pregunta: “¿Cuál fue tu fantasía mientras lo hacíamos? Ella lo responde: “Pensaba en un vestido que me quiero comprar”. Él le dice: “¿Mientras teníamos sexo tú pensabas en ir de compras? Ella responde: “¿Acaso mientras tú comes hamburguesas, piensas que estás en McDonald’s?”
Le comento a una amiga la escena y ella me responde: “La chica tiene razón. Yo cada vez que tengo una fuerte sesión de análisis, apenas salgo del consultorio, me voy de compras”. Ante mi cara de incredulidad ella concluye: “Entiende, para una mujer, ir de compras es una necesidad”.
Coco Chanel está de nuevo en la palestra. Dos películas al mismo tiempo sobre su vida. Una de sus inicios, otra, sobre sus últimos días. Pero es interesante, se refieren a Coco, no a Chanel. Coco es la mujer. Chanel es marca. Objeto de consumo. Lo mismo Christian, y Dior. Disociación que apunta a la imagen y al sujeto. Coco es una mujer. Chanel hoy es Karl Lagerfeld dirigiendo la imagen de la corporación, expandiéndola al futuro, como diría él, y ampliando el mercado de productos, no sólo a mujeres sino a hombres. Lagerfeld lo desarrolla y lo lleva a futuro, pero Chanel esta al inicio, rompiendo esquemas, quitándole el corsé a las mujeres para llevarlas al placer de una imagen diferente que implica otro modo de gozar sus cuerpos. Ella en París en el espacio entre los Estudios sobre la histeria y la Introducción al Narcisismo de Freud. En la Viena donde Freud se preguntó: “¿Qué quiere una mujer?”. Marilyn Monroe tenía una respuesta para el padre del psicoanálisis: “Dormir desnuda con mi Chanel Nº 5”.
Si vamos más atrás en el mundo de los descubrimientos, encontramos que, en 1873, mientras el hijo de Jakob Freud se alegraba de haber sido el único en sacar la calificación de “bueno” en la traducción de 33 versos del Edipo Rey del alemán al latín, otro Jakob, en este caso, Jacob Davis se aliaba a Levi Strauss para descubrir lo que hoy conocemos como el blue jean.
Levi y Jakob crean el blue jean, con tela de carpa, tejido de Nimes, que se llamara denim, teñido con azul de la India, que utilizarán los trabajadores por su gran resistencia a las malas condiciones atmosféricas y la fricción. Ropa resistente para el minero. Nunca imaginaron sus creadores que hoy día un jean pudiera llegar a costar cinco mil dólares.
Pero volvamos al siglo XX, mientras Freud escribe y publica Sobre la sexualidad femenina nacen James Dean y Steve McQueen. Estos dos actores rivales, quienes, aparte de talento, tuvieron algo en común. Marcaron un hito con el uso del T-Shirt blanco. Ellos demostraron que las ideas básicas siguen siendo las mismas. La camisa blanca como base de todo guardarropa. Ideas básicas sobre las que se construye un descubrimiento sólido. Ideas que constituyen su espina dorsal. Los puristas no supieron ver esto, y no pudieron adaptar la T-Shirt blanca al paso del tiempo y sus urgencias en el cuerpo. ¿Qué se le puede hacer? Es el caso de los diseñadores de Fruit of the Loom quienes se quedaron atados a los estándares y no crecieron. Fue el sosteniendo los principios y apartando la rigidez de los estándares que la invención supo hacer desde el t-Shirt blanco una línea actual de la moda. Para confirmarlo basta ver los trabajos de Carolina Herrera o los nuevos fabricantes de telas, quienes nutriéndose de las necesidades actuales y los adelantos de su práctica pudieron descubrir microfibras con las cuales hilar, actualizando materiales, para dar una nueva respuesta ante un cuerpo que goza, permitiéndole a su partenaire-vestuario regular su temperatura o absorber el sudor y los olores. Un punto más para el autor de El malestar en la cultura y La pizarra mágica en su profecía sobre una civilización que ampliaría, a través de sus desarrollos, las posibilidades funcionales del cuerpo.[1]
“La mayor parte de estos productos serán atractivos, muchos serán muy prácticos y funcionales, pero un gran número de ellos no pasarán de ser productos efímeros y pasajeros con la única finalidad de producir asombro, admiración, y diversión al usuario y a su entorno”[2]
¿Pragmatismo vs. Estabilidad? La fórmula que sigue funcionando es sin estándares, pero con principios. Los principios como columna vertebral. Qué mejor ejemplo que la cartera Kelly de Hermes. 60 años en el mercado. Citarla da status, autoriza a quien la nombra, pero su sólida estructura la hace permanecer por encima de las modas que sólo pretenden ser una respuesta efectiva al mercadeo del momento, olvidando que hay algo que va más allá y que a veces no puede ser nombrado.
Si esto pudiera ser identificado, Lacroix no se hubiera estancado o GAP no hubiera tenido tantas pérdidas al creer que podía dar respuesta a un deseo, masificando un producto que aparentaba ser lo que no era. Y GAP tuvo que apañarse con sus pérdidas, hacerse cargo de un retorno. Sí, un retorno a los principios para reflexionar, ver qué se perdió en el camino de la moda. Por lo que tuvo que retornar al tradicional pantalón negro para la mujer trabajadora y partir desde el principio. Aprendieron la lección: moda sin historia no van de la mano. Moda sin historia es semblante, por lo general falso semblante.
¿Tom Ford o el cuerpo como gadget?
Esclavo mío, las condiciones en que os acepto como esclavo y os soporto a mi lado son las siguientes:
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- Renuncia absoluta a vuestro yo.
- No tenéis otra voluntad que no sea la mía.
- Me serán permitidas las mayores crueldades, y si llego a mutilaros será necesario soportarlo sin queja.
- Fuera de mí no tenéis nada. Soy todo para vos, vuestra vida felicidad futuro desgracia tormento y alegría
- Si se produjera el hecho de que no pudieras soportar mi dominio y que vuestras cadenas sean demasiado pesadas, deberéis mataros: nunca os devolveré la libertad.
- Me comprometo bajo mi palabra de honor, a ser esclavo de Madame Wanda de Dunaiev, como ella lo exige y someterme sin resistencia a todo lo que se me imponga.
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Si no supiéramos que estas palabras pertenecen al pacto entre Wanda y Leopold de Sacher-Masoch, y si pudiéramos cambiar en la última línea el sujeto “ser esclavo de Madame Wanda de Dunaie” por “ser esclavo de la Moda”, fácil podríamos creer que se trata de un contrato para entrar a un concurso de belleza, de esos que captan la atención de miles de televidentes a nivel mundial; de esos que inspiran el futuro germinador de trastornos de la alimentación en programas donde son niñas, que apenas comienzan a hablar, las que desfilan en pasarelas el deseo materno.
El Amo de la moda dicta la tendencia. El siervo de la moda obedece. “Este invierno usarás tal color, tal corte, es tu única manera de ser mirado, reconocido… la única manera de existir” (“Betty La Fea” y todo(a)s sus seguidore(a)s lo saben)
Tom Ford lo confiesa[3]:
Sí, y si hubiera podido controlar todo un poquito más, el resultado final habría sido aún mejor, créame. No se ría, esas cosas son importantes. Usted tiene ahí ese espacio perfecto completamente en blanco. Paredes blancas, platos blancos, decoración de mesa en blanco, flores blancas… ¿Y entonces va el cocinero y sirve un puré de patatas amarillento? Imposible, no puedo permitir algo así. ¿Y sabe por qué? Porque eso es exactamente lo que todo el mundo espera que hagamos los diseñadores. Nosotros nos dedicamos a vender un mundo perfecto. Un mundo en el que nuestros clientes no tienen que pararse a pensar en nada porque nosotros ya hemos pensado en todo. Nos encargamos de la organización, probamos la comida con antelación, analizamos todo punto por punto, y cuando llegan los fotógrafos, que harán fotos que darán la vuelta al mundo, todo encaja a la perfección.
En la misma entrevista le preguntaron a Ford:
Hay ocasiones en las que el poder de la moda cobra dimensiones perversas. El día en que se desplomaron las torres gemelas en Nueva York, usted estaba allí para inaugurar una boutique de Yves Saint Laurent. Por supuesto, la cita se pospuso, pero al día siguiente en el contestador de la tienda había 42 mensajes de enojadas clientas preguntando por la ropa que habían encargado.
A lo que él responde:
Es cierto, y créame si le digo que me sentí profundamente avergonzado.[4]
Terrible y fascinante al mismo tiempo. Heimlich – unheimlich. Eros – Thanatos. El problema económico del masoquismo, diría Freud. Marcuse acusaría la “satisfacción represiva”, y Lefebvre la “cotidianidad programada”.
Plantearse la historia, requiere conocer la dialéctica de sus discursos y las mutaciones que emergen del malestar particular de la cultura. La trasgresión toma la bandera desde finales del siglo XX reorganizando los modos de vida “Excitando los deseos de consumir, desculpabilizando el gusto por gastar, la publicidad… creó una nueva cultura cotidiana basada en una visión mercantilizada de la vida”[5]
Una frase viene a colación. Es el eslogan publicitario de la agencia Corbis, fundada en 1989 por Bill Gates: “Estamos doquiera que ustedes miran. Todo el tiempo y en todo el mundo”. De la revolución industrial a la hipermodernidad: vertiginoso caleidoscopio de imágenes que van desde el nacimiento de la fotografía a la imagen digital, de las vanguardias artísticas a la muerte del arte, del demarcador de clases traje pret-a-porter a la costura de producción seriada.
Moda es semblante, dirán algunos. Y no sabemos si han planteado la dimensión ética, política y clínica de esta observación. Moda es velo. Y decir “es correcto también” pero si tenemos presente que velo “ya hay en lo imaginario el ritmo simbólico de sujeto, objeto y el más allá”[6]
No sabemos si Tom Ford leyó a Lacan. Pero éste sostiene: “Cómo la erótica y la muerte se ligan, y que el sujeto puede dar a su objeto amoroso o de goce la figura de la mujer fatal”[7]. Pero si alguien supo sintetizar imagen y pulsión en la moda hipermoderna fue él.
Cuando hoy se habla de la era de la “sociedad pospublicitaria” o la era del turbo-consumismo –al decir de Lipovetsky– donde un ser humano recibe más de 2.500 elementos publicitarios al día, Tom Ford supo qué hacer con el goce y el deseo. Surfeo sobre el mar de la publicidad que ofrece mensaje tales como “Be yourself” (Calvin Klein), “Just do it” (Nike) o “Imposible is nothing” (Adidas) (incitante mensaje con su contraparte en el deseo: Nothing is posible”). Mensajes que incitan a actuar, a consumir, intentando dar nombre a ese más allá del principio del placer freudiano que Lacan llamó goce.
Tom Ford no usa la palabra sino la imagen. Su imagen publicitaria deja al sujeto suspendido en el corte entre significante y significante. En ese precipicio donde cada quién tiene que habérselas con su fantasma particular y desde allí, su relación con el objeto de deseo. Basta leer el lema de Ford: “cegar a Thanatos, para servirse de Eros, colocándolo en la palestra”.
Tal como declara Eric Laurent, sabemos que “La publicidad permite ver el uso en la comunicación, de los significantes que pueden funcionar como anzuelo”[8]. A través de su uso, Ford logro resucitar la casa Gucci colocando el logo de la empresa en la palestra del mercadeo. Y el consumidor mordió el anzuelo: unió lo bello a la única buena forma que conoce: su cuerpo visto desde el Ideal.
Así, Tom Ford, junto al fotógrafo Mario Testino, lograron una mezcla atrapa-miradas de moda, sexo y belleza, llevando a la especialista Claire Watson a declarar: «En los primeros años de este siglo todo giraba sobre el sexo en abstracto, y Tom Ford supo convertirlo en el ´sobre tener sexo´ con la mirada puesta en Gucci, y el confuso, borroso post-sexo miró entonces hacia Saint Laurent»[9]
Reflexionando sobre lo anteriormente expuesto, cabría preguntarnos si hoy en día la moda se coloca del lado del gadget. Cabría preguntarse si el cuerpo, ése, el expuesto, el sometido a operaciones, prótesis, lipoesculturas… ése, el que se hace caer sobre una imagen publicitaria, el que se ofrece a la mirada y al deseo en su belle indifférence. Ese cuerpo-objeto de la publicidad, ¿podría llegar al extremo de mutar en gadget?
Gaultier o las nuevas referencias identificatorias
Si Chanel le arrebata el corsé a la mujer, Jean Paul Gaultier arrebata los pantalones al hombre. Así cargó con las fórmulas de la sexuación y propuso rescatar la falda masculina como forma de romper la imagen tradicional del hombre.
De esta manera declara: «Ponerle una falda a un hombre no es travestirlo; ponerle un sujetador, sí”. Algunos cronistas de la moda se preguntan: ¿Por qué la falda en un hombre, al menos en occidente, provoca una reacción tan desproporcionada? Y finalizan: “Este sigue siendo un misterio moral sin resolver”[10]. Misterio siempre y cuando no se apacigüe la angustia que genera, tras el significante icono cultural.
Lo cierto es que el tema “Hombres en falda” ha sido últimamente, motivo de exposición y desfile en espacios tan importantes como el Victoria and Albert Museum; Metropolitan Museum de Nueva York, entre otras ciudades como Madrid, Oporto, Capri y Sao Paulo. Y no sólo tras ello esta Gaultier; junto a él, destacados diseñadores como Marc Jacobs, John Galliano y Vivienne Westwood, entre otros.
Sin embargo, ni el prestigio de los museos, ni la presencia de la falda masculina en tiempos etruscos, griegos o romanos, lograron calmar el escándalo que generó la presentación del cantante Miguel Bosé en faldas, “a quien nunca se le perdonó su atrevimiento; sin embargo, en los 90 Beckham se enfundó una de Gaultier y desde ese momento, la veda quedó abierta. Quien no la luce, a estas alturas, es porque no se atreve a enseñar lo que los pantalones esconden siempre: las piernas”[11]
¿Solamente las piernas es lo que esconden los pantalones o acaso velan otra cosa? Desde el punto de vista de la identidad de género, si existe malestar en la esfera de lo sexual y de la vida amorosa, eso ocurre no sólo porque esos semblantes que el Otro social dispone como adecuados a lo masculino se volvieron anacrónicos y frágiles, sino también porque faltan a los géneros nuevas representaciones, nuevas referencias identificatorias.
Moda en la era post humana
“Es en el mundo de la ficción, de la literatura, en el teatro. Donde tenemos que buscar el sustituto de lo que falta a la vida”[12]
Freud, 1915
Muchos de los que vieron Crash (2004), Oscar a la mejor película 2005, dirigida por Paul Haggis, se sintieron impactados. No sólo porque se llamara igual que otra que en 1996 impresionara a una importante audiencia, sino porque este Crash de D. Cronenberg estaba erigida como un icono particular del cine del siglo XX. Era como si un espacio especial hubiera sido invadido por otro, con el reconocimiento además de un amo tan importante, desde lo mass media, como lo es la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Los Angeles, California, sin importar que el segundo film hubiese ganado en su momento Premio Especial del Jurado del Festival de Cine de Cannes por su audacia y originalidad. La del 2004 trata sobre la articulación entre diversas subjetividades, alrededor del drama racial en USA; la segunda, al mejor estilo descarnado de Cronenberg trata del goce, de lo insaciable del deseo y de la imposibilidad del rapport sexual.
El Crash de Cronenberg está regido por el metal. Desde la música, pasando por los azules de la iluminación hasta el vínculo erótico de la piel con éste. Así lo marca Cronenberg desde el inicio: su personaje Catherine camina por un hangar pleno de avionetas. Descubre su seno, lo coloca suavemente sobre una de las superficies metálicas. La excitación sexual se refleja en su rostro. Entonces un hombre llega, la besa, la posee. La relación de mujer-erogeneidad-metal se repite a lo largo del film. Sea Catherine acariciando la metálica maleta de una cámara, sea apoyándose –mientras le hacen el amor– contra una baranda de aluminio, mientras la cámara abre a lo que ven sus ojos: una autopista de innumerables carriles. La no satisfacción del deseo aparece en una lánguida oración: «Maybe the next one…» Pero siempre es una “próxima vez”, para el encuentro con el goce, un goce cada vez más mortífero. Un goce, donde la muerte traza el puente entre el amor y el sexo; donde la descarga pulsional está ligada a los accidentes con automóviles que reimpulsan el deseo de los protagonistas. Un goce puesto en el cuerpo, cuando el metal se vuelve un complemento del mismo sea como piernas ortopédicas, implantes, anillos.
Pocos años después de la película de Cronenberg, uno de los más importantes diseñadores de moda, cuyos diseños son considerados por muchos legítimas obras de arte, impacta al mundo: se trata de Alexander McQueen, cuando en uno de sus desfiles, presentó a una modelo discapacitada caminando sobre una pasarela usando prótesis como piernas.
Aimee Mullins padecía de hemimelia fabular. Esta se le manifestó con ausencia del peroné, afectándole las pantorrillas y los pies. Al cumplir un año de edad le amputaron ambas piernas. Nadie pensó que esa niña, estando en la universidad establecería varios récords en los X Juegos Paralímpicos de Atlanta.
Años después sería la misma modelo quien desfilara para el diseñador Alexander McQueen, sin que nadie se percatara de que sus piernas eran prótesis de madera de fresno.
Aimee Mullins, catalogada como una de las cinco mujeres más hermosas por la revista People, puede cambiar de estatura en función de las prótesis que use. A partir de allí, ella redefine el concepto estético de las prótesis, y en consecuencia, el de belleza, en un acto que podría ser paralelo al de la artista del Body Art, Orlan, cuando retó a Dios y al ADN, para decir que a partir de la cirugía estética ella era quien decidía su concepto de belleza y la forma de su rostro.
Obviamente, el caso de Mullins puede ser visto desde una perspectiva diferente de la de Olan, desde la mujer que decidió saber hacer con su malestar y encontrar una salida “exitosa” ante lo que en otro se impondría un callejón sin salida de incapacidad. Pero no es eso lo que toca abordar. De lo que se trata es de preguntarse si nuestra sociedad avanza hacia una cultura de substitución de órganos, hacia el tiempo del Cyborg en lo que parece ser una era posthumana.
***
[1] Freud también advierte en “La conquista del fuego” acerca de la pérdida del contacto humano en contraposición a la interacción hombre-máquina. Desarrollo técnico vs pérdida de opciones de trabajo. Cuerpos vacantes. Sustitución del hombre por la máquina. Este desborde técnico ha llevado a lo que tan magistralmente describe Marie Helene Brousse en su trabajo “El objeto de arte en la época del fin de lo Bello”. Entre otras cosas, señala cómo la barrera de lo bello ha sido flanqueada hoy en día, junto a “otros límites, cambiando así radicalmente la función y las modalidades del arte en nuestras sociedades contemporáneas” (p. 28. El caldero de la escuela, numero 10, 2009). 4
[2] Gacén Guillén, J (1992): Textos de la conferencia Tenitex-92, en Textiles técnicos. Barcelona. Consejo Intertextil Español.
[3] http://www.elpais.com/articulo/portada/Tom/Ford/vuelve/nacer/elpeputec/20041212elpepspor_7
[4] El Pais. Op cit
[5] Lipovetsky citando a Stuart Ewen “Consciences sous influernce. Publicité et genese de la société de consommation. Aubier. París, 1983
[6] Miller, J-A: Conferencias Porteñas 2. Edit Paidós. Pág. 238. Argentina, 2009
[7] Laurent, E: Psicoanálisis y felicidad (2008) El Caldero de la Escuela. Nº10. Pág. 6 Bs Aires 2009
[8] Op cit
[9] Traducción libre del autor
[10] http://www.nsm.telecinco.es/dn_212.htm
[11] Op cit
[12] Freud, S Nuestra actitud hacia la muerte en De guerra y muerte: temas de actualidad” pág 292. AE XIV. Bs Aires, 1976
Johnny Gavlovski E.
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