Fotografía de TAUSEEF MUSTAFA | AFP
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LONDRES – A medida que varios países reabren con cautela sus salas de clases, las escuelas seguirán siendo barómetros cruciales de nuestro avance hacia el fin de la crisis de la COVID-19. Tenemos que mantener saludables a nuestros niños, al tiempo que protegemos su derecho a la educación, pero la pandemia ha afectado con mayor dureza a los más vulnerables y puesto al desnudo la creciente desigualdad de las oportunidades educativas. Debemos prestar atención a estas duras lecciones y transformar los sistemas educativos para hacerlos más equitativos, eficaces y resilientes.
El cierre de escuelas ha sido una de las muchas medidas que han adoptado los gobiernos para contener un virus que hasta ahora se ha cobrado 3,4 millones de vidas. En su punto máximo, se privó del acceso a la educación a más de 1,6 mil millones de menores, la mitad de ellos en países de ingresos bajos y medio bajos.
Si bien todavía no podemos comprender en su totalidad las implicancias de largo plazo de este aprendizaje perdido para los cientos de millones que siguen sin asistir a la escuela, el impacto será claro y de por vida para los menores más vulnerables, especialmente las niñas. Es probable que 20 millones de niñas nunca pisen un aula porque han sido enviadas por sus familias a trabajar para ayudar a aumentar los ingresos. Hasta unas 13 millones de niñas podrían ser obligadas al matrimonio infantil, renunciando del todo a la educación. Para millones de otras, los cierres de escuelas han aumentado su riesgo de embarazo adolescente o de ser víctimas de violencia intrafamiliar.
Dada esta sombría realidad, cada reapertura de escuela es una victoria que potencialmente puede cambiar vidas infantiles para mejor y de forma permanente. Pero en vez de simplemente volver a los enfoques del aprendizaje de antes de la crisis, debemos transformar por completo los sistemas educativos. No podemos volver a un statu quo de oportunidades desiguales y malos resultados de aprendizaje, en que doscientos cincuenta mil millones de niños ya estaban fuera del sistema escolar y más de la mitad de los niños de diez años en los países de menores ingresos carecían de habilidades de lectura básicas.
Juntos, debemos generar una recuperación global sustentada en sistemas educativos que ofrezcan un aprendizaje de calidad a todos los niños, independientemente de dónde vivan, lo prósperas o pobres que puedan ser sus familias, o quiénes sean. Y para eso tenemos que partir asegurando que puedan volver a las escuelas con seguridad, en ambientes limpios y bien ventilados, con suficientes baños y otros servicios básicos.
Los países también pueden utilizar herramientas de aprendizaje a distancia para llegar a alumnos fuera de las aulas, abriendo nuevas posibilidades para educar a quienes previamente estaban sin acceso a la educación formal. Los cierres de escuelas debidos al COVID-19 no han hecho más que acelerar la necesidad de métodos educativos alternativos para que cada niño pueda seguir aprendiendo.
Incluso antes de la pandemia, organizaciones como la Alianza Mundial por la Educación (AME) estaban ayudando a habilitar clases más allá del aula tradicional. Por ejemplo, en Afganistán los centros de aprendizaje avanzado y una educación comunitaria más accesible y equitativa han demostrado su eficacia, ya que son opciones que ofrecen oportunidades de aprendizaje en áreas remotas, especialmente para las niñas, que solían estar completamente excluidas de la educación.
En las provincias paquistaníes de Beluchistán y Sind hemos visto cómo la tecnología, especialmente aplicaciones móviles como WhatsApp, pueden ayudar a que los profesores lleguen a niños en las áreas menos accesibles. Y en Sierra Leona, que aprovechó su experiencia durante el brote de Ébola de 2014-16, se ha puesto énfasis en el aprendizaje por radio en la crisis actual, y la AME ha apoyado a que los niños se beneficien de programas educativos transmitidos mientras las escuelas estaban cerradas.
Iniciativas como estas pueden integrarse a los sistemas educativos para volverlos más inclusivos, de modo que impartan enseñanza a la escala necesaria para compensar las inequidades del pasado. Eso, a su vez, puede ayudar a cerrar las brechas educativas dejadas no solo por la pandemia de COVID-19, sino también por los conflictos, la pobreza, los desastres naturales o los efectos del cambio climático.
Al canalizar el apoyo a los sistemas educacionales nacionales a través de los gobiernos de los países asociados, la AME ha ayudado hasta ahora a que se escolaricen 160 millones más de menores, y más de la mitad de ellos son niñas. Más aún, los fondos de la AME atraen contribuciones de otros donantes para multiplicar el soporte financiero de la organización, en línea con las prioridades educativas nacionales.
Este enfoque es fundamental para catalizar el cambio necesario y ofrecerlo a la escala que exige la emergencia educativa actual. Hasta la fecha, un 97% de los planes del sector educativo respaldados por la AME incluyen estrategias para llegar a los niños más marginados en los países de menores ingresos, en particular las niñas y menores con discapacidades.
Una vez pasada la pandemia, los gobiernos también deberán buscar fondos para blindar sus sistemas educativos para las crisis del futuro, lo que implica no solo desarrollar e integrar opciones de aprendizaje a distancia, sino también asegurar que las escuelas cuenten con instalaciones sanitarias adecuadas y enseñen prácticas básicas de higiene. Es necesario formar a los profesores en nuevos métodos, además de asegurarnos de que los niños que dependen de su escuela por al menos una comida al día no pasen hambre durante una crisis.
Para lograr todo esto, debemos ayudar inmediatamente a los gobiernos de los países de menores ingresos a asegurarse de que sus presupuestos destinados a educación estén protegidos de los posibles recortes originados por la recesión económica causada por la pandemia. Los recursos nacionales representan la gran mayoría del financiamiento educativo, pero el apoyo internacional puede desempeñar un mayor papel para ayudar a proteger y ampliar los recursos actuales. Eso permitirá que los gobiernos comiencen a reformular sus planes educativos incluso antes de que sus economías comiencen a recuperarse.
Este año la AME está pidiendo a los gobiernos a que se comprometan con al menos $5 mil millones para transformar la educación primaria y secundaria en 90 países y territorios donde las escuelas no solo son esenciales para el aprendizaje, sino además son cruciales para el bienestar y la seguridad de los niños. Una educación segura, inclusiva y de calidad puede ser una plataforma para recuperarse de la pandemia y amortiguar a las sociedades frente a los efectos de la próxima crisis.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Julia Gillard, ex primer ministro de Australia, es Presidenta de la Junta de Directores de la Alianza Mundial por la Educación.
Copyright: Project Syndicate, 2021.
www.project-syndciate.org
Julia Gillard
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