Ensayo

Todorov sobre el uso de la ideología en el comunismo

06/01/2018

“Analizar la ideología totalitaria no basta para describir la realidad de los países en los que prospera. Aunque la ideología desempeña un importante papel en la lucha por la conquista del poder, en el seno del Estado comunista asume una función cada vez más decorativa y ritual, porque en esos momentos forma parte de los medios, no de los fines. En este sentido ese Estado no es verdaderamente una teocracia secular, o ideocracia, como se ha podido pensar. El poder ya no tiene más finalidad que sí mismo, aunque sigue siendo necesario mantener el mito comunista.

Encontramos una confirmación de este cambio en un documento publicado recientemente, el diario del dirigente comunista búlgaro Georgi Dimitrov, que mantenía contacto frecuente con Stalin y sus colaboradores más próximos entre 1934 y 1948, y que tomó nota de las palabras que intercambiaban. Las estudio en el capítulo titulado «Stalin de cerca». Tienen que ver sobre todo con la política exterior de la URSS. Ahora bien, Stalin no sólo no hace nunca exposiciones doctrinales, lo que podría explicarse por las circunstancias, sino que además advierte expresamente a sus interlocutores contra la tentación de tomar al pie de la letra los eslóganes ideológicos. Reconocer la supremacía de los principios ideológicos habría creado una forma de legitimidad, a saber, la fidelidad a la doctrina, que sería independiente a la voluntad del jefe. Es tanto como decir que habría abierto una brecha en el monismo totalitario. Stalin no tiene el menor escrúpulo en contradecir los dogmas abstractos e incluso sus propias afirmaciones, y por eso el jefe tiene que reescribir constantemente la historia del partido y rodearse de colaboradores jóvenes en detrimento de los viejos bolcheviques. Los viejos podrían recordar el pasado y reivindicar los principios que se defendieron en otros tiempos, mientras que los jóvenes deben su ascenso exclusivamente a la voluntad de Stalin, por lo que su sumisión es incondicional. Ya Orwell había observado estas características del totalitarismo.

La finalidad es conquistar y conservar el poder, y el medio (eventual), las bonitas construcciones ideológicas. Encontramos ejemplos de cómo se aplica esta máxima a lo largo de todo el período en que Dimitrov toma notas. Durante el pacto germano-soviético (y por lo tanto nazi-comunista), Stalin no siente la menor repugnancia ideológica en colaborar con Hitler. Para él lo único que cuenta es que los países europeos se debiliten mutuamente debido a esa larga guerra. Un año después incluso propone a Hitler unirse al pacto tripartito (Alemania, Italia y Japón) y convertirlo en cuatripartito. En cuanto empieza la invasión alemana, se olvida de toda referencia ideológica y sólo reivindica la guerra patriótica contra Alemania. La ideología hace las funciones de una máscara de la que sólo puede decirse que es útil o dañina. La de Hitler traiciona a su autor. Afirma que los demás pueblos son inferiores, así que ¿cómo pretende que lo apoyen? La de Stalin proclamará las ideas de igualdad y paz, y poco importa que en realidad exija la sumisión y practique la violencia. Después de la guerra reprocha a los dirigentes de la Europa del Este que empleen palabras como «sóviets», «comunismo» y «dictadura», ya que hablar de estas cosas es contraproducente, puede asustar a los indecisos y alertar a los aliados, que se han convertido en hostiles. Basta con actuar. La ideología se ve reducida a una pura forma más o menos cómoda. El fondo es apropiarse del poder.

(…)

El comunista medio no es un fanático, sino un arribista cínico que hace lo que hay que hacer para acceder a una posición privilegiada y asegurarse una vida de mejor calidad. El motor de la vida social no es la fe en un ideal, sino la voluntad de poder. Además la Seguridad del Estado nada tiene de hueca. Su actividad es absolutamente indispensable para que funcione el régimen, que sin un aparato de represión se derrumbaría de la noche a la mañana. Su papel, pese a sus supuestas intenciones, no es luchar contra los enemigos ni castigar a los culpables. Si los hubiera (cosa que la cruel represión de los primeros años del régimen ha hecho imposible), la justicia y la policía corrientes bastarían y sobrarían para reprimirlos. El objetivo de la Seguridad no son los culpables, sino los inocentes, a los que es preciso mantener todo el tiempo atemorizados, para que colaboren con ella y la ayuden a alcanzar este otro ideal: una sociedad totalmente transparente, bajo continua vigilancia, en la que el aparato de control pueda disponer de un conocimiento total sobre la población.”

***

De La experiencia totalitaria (Círculo de Lectores, 2009)


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