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El miércoles 31 de octubre, murió a los 86 años Teodoro Petkoff, economista, político, ministro, exguerrillero y fundador del diario Tal Cual. En 2015, fue galardonado con el premio Ortega y Gasset por su carrera profesional. Petkoff no pudo asistir al evento por tener prohibición de salida del país. Compartimos un texto de Milagros Socorro que fue publicado originalmente en Prodavinci el 10 de mayo de 2015.
Las dos fotografías que acompañan esta nota fueron tomadas por el maestro de la imagen Tito Caula. No tenemos certeza completa de las fechas en que fueron tomadas, pero es bastante probable que la del primer plano sea de 1970 o 71; y la otra, la que muestra a Petkoff de cuerpo entero, posando en un sinfín, sea de 1976.
En 1970 se funda el Movimiento al Socialismo (MAS) y el 14 de enero de 1971 se celebró el primer congreso del partido. Esa foto que lo capta en gesto de argumentar probablemente haya sido hecha para la contraportada de uno de sus libros o para ilustrar una entrevista hecha para revista (no para periódico). Fue una época extraordinaria para Petkoff, quien décadas después declararía que el primer gran mitin del MAS (Movimiento al Socialismo), el 25 de mayo de 1971 en el Nuevo Circo de Caracas, fue uno de los momentos más emocionantes de su vida.
La foto donde se le ve en actitud de activo caminante y con una leve sonrisa de inteligencia puede haber formado parte del material informativo preparado para sustentar su aspiración a la candidatura presidencial por el MAS para las elecciones de 1978, (que recaería nuevamente en José Vicente Rangel, abanderado de la organización en 1973). En cualquier caso, de seguro es una estampa relacionada con la lucha que por aquellos años libraba Petkoff para afianzar el partido en el panorama político venezolano.
Las dos gráficas muestran al “Catire Petkoff” en la plenitud de su edad. En 1970 tenía 38 años y en 1976, cuando Caula lo fotografió con el traje a rayas sobre el sinfín blanco, tenía 44. Había nacido en Maracaibo el 3 de enero de 1932.
Han sido, pues, ocho décadas de una actividad muy intensa. Ya en los años 50 se opuso a la dictadura de Pérez Jiménez; en los 60 se enroló en la lucha armada, pero antes de que finalice la década publica su libro Checoslovaquia: El Socialismo como problema (Editorial Domingo Fuentes, Caracas, 1969), una mirada crítica a la invasión soviética a ese país; en los 70 recorre el país varias veces como vocero del MAS; en los 80 fue candidato a la Presidencia y figura política de gran presencia en el debate nacional; en los 90 fue superministro de Economía y, hacia el final de la década, director de El Mundo, un vespertino que se convirtió en la sensación del periodismo venezolano; y desde la llegada del chavismo al poder, en 1999, la voz crítica por excelencia de la oposición de este país. Y el 6 de mayo de 2015, a los 83 años, recibió el Premio Ortega y Gasset de Periodismo a la Trayectoria Profesional. Es un decir. En realidad, Petkoff no pudo asistir a la entrega de la 32ª edición de los galardones que otorga el diario El País, de Madrid, porque pesa una orden judicial que le impide salir del país. La distinción fue recogida en su lugar por el expresidente del Gobierno español, Felipe González.
Encargado del discurso de clausura del evento, Mario Vargas Llosa elogió el coraje de Petkoff. “Es un premio muy justo para alguien que es símbolo de la resistencia democrática a un régimen que va cerrando cada vez más los espacios pequeños donde todavía podía funcionar un periodismo independiente y crítico. Nadie ha utilizado con más valentía y lucidez las convicciones democráticas”, dijo el premio Nobel suramericano. Y añadió que considera al venezolano “un ejemplo de serenidad, acción democrática y espíritu de resistencia en un país donde la oposición está siendo acosada, perseguida, encarcelada, multada y enjuiciada. A él no le han quebrado”.
Olor a caña de azúcar. Hace poco más de una década le pregunté a Petkoff en una entrevista qué olor lo devuelve a la infancia.
–El de la caña de azúcar –me contestó–. Yo nací en medio de unos tablones de caña en el Central Venezuela, al sur del Lago de Maracaibo, donde mi padre trabajaba como ingeniero químico y mi madre, como médica.
Se trata de la pareja integrada Petko Petkoff e Ida Maleç (o Malek) de Petkoff, quienes llegaron a Venezuela a mediados de los años 20. Petko era un comunista búlgaro, exiliado en Checoslovaquia; e Ida, era judía polaca. Se conocieron en Checoslovaquia, donde ella estudió Medicina y él, Ingeniería Química.
Al llegar a Caracas, Petko encontró empleo en la Cervecería Caracas, donde el ingeniero cargaba cajas. Hasta que un día vieron en el periódico una oferta de trabajo del Central Venezuela, que era el central azucarero más importante de Venezuela para la época. Y allí se fueron. Ida Maleç se había convertido, en 1928, en la primera mujer que obtuvo el título de médico por reválida en Venezuela.
Al llegar, les asignaron la mejor casa del Central Venezuela, adosado al pueblito de El batey, que está muy cerca de Bobures. Una residencia grande construida en madera, sostenida por pilotes, bien ventilada, con una amplia terraza cercada por una veranda donde venían a recostarse los miembros del personal staff, todos extranjeros, que se dejaban caer por las tardes, después del trabajo, en casa de los Petkoff Maleç. Allí iban a residir durante 12 años. Por eso la infancia de Teodoro transcurrió en Bobures, una de las poblaciones con mayor concentración de afrodescendientes del país.
“Yo nací en Maracaibo por el mero hecho de que mamá no podía partearse a sí misma”, ha dicho Petkoff.
Efectivamente, cuando le llegó el momento de tener su primer hijo, la doctora Ida, como era conocida, tomó una piragua y se fue a la capital zuliana. Daría a luz en el Hospital Central, que está frente al malecón. Y, en cuanto estuvo en condiciones de viajar otra vez, la doctora Malec hizo el viaje de vuelta con su bebé. No sin antes inscribirlo debidamente en el registro como natural de Maracaibo.
Un año y 5 meses después nacerían sus únicos hermanos, los gemelos, Luben y Mirko. Cuando Teodoro tenía ocho años la familia se mudó a Caracas y en esta ciudad transcurriría toda su vida y tendrían lugar muchas de sus peripecias.
Pasarían muchos años antes de que regresara a Bobures, pero en la época en que era candidato en las primarias del MAS o ya convertido en abanderado del partido, en cada campaña pasaba por allí. En de esas giras, cuando participaba en un mitin en Maracaibo, alguien lo convocó a la tarima presentándolo como “el compañero Petkoff, hermano zuliano, de Bobures”. Y, cuando la multitud esperaba un instante mientras Teodoro acomodaba los micrófonos, se escuchó el comentario: “¿De Bobures? Y se parecería a Tarzán…”. Pero la verdad es que Bobures es su patria chica.
Un día, hace unos ocho años, le pregunté cuántas nacionalidades tiene.
–Una sola –dijo–. Podría sacar el pasaporte de la Unión Europea, pero ni lo he hecho ni lo voy a hacer nunca. Si mis hijos quieren otro pasaporte, que lo busquen ellos. Yo no me voy a ir de Venezuela ni aunque esto se vuelva la Unión Soviética. Yo no me voy ni quiero otro pasaporte. Con el venezolano me basta y me sobra.
Ya antes le había solicitado un epitafio para su tumba. Y, sin titubear, contestó:
–Si no logró grandes cosas, murió por intentarlas.
Milagros Socorro
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