Copa MundialQatar 2022

Tensión y euforia en Buenos Aires: Argentina ganó

Messi celebra después de anotar el primer gol del partido. Fotografía de Kirill KUDRYAVTSEV | AFP

27/11/2022

Buenos Aires.- Salgo de la casa y empiezo a contar a las personas que están usando la camiseta de Argentina. Son las diez de la mañana. Luego de diez minutos ya he visto a ocho. Sobre los quince, doce. A la media hora, ya eran más de veinte. A la hora de estar en la calle, dejé de contar. Adultos y niños uniformados están en las esquinas, en las veredas, cerca del Estadio Monumental de River, o en el colectivo con dirección a Palermo. En esa zona queda el café Nieva en Cameros, en el que a las doce del día solo hay tres personas. Dos de ellas son una mujer y su mamá. Cuando regreso de lavarme las manos y voy hacia mi mesa, la señora me pregunta, sin saludo, a quemarropa: “¿Vas a ver el partido?”. No es necesario que diga cuál. Le respondo que sí, que aún no sé dónde, pero que lo voy a ver. Faltan cuatro horas para el Argentina–México, en Qatar 2022. Pero en la mente de muchos argentinos ya se está jugando.

Las conversaciones no parecen profundas. Hay pocas sonrisas. Quienes están en la calle no pasean ni piensan en disfrutar de la llegada del verano en Buenos Aires. Están en las veredas porque se dirigen a otra parte; puede ser una plaza o un bar, aunque lo más probable es que vayan a la casa de alguna amistad o de otros familiares. Nadie parece muy interesado en hablar sobre el elefante en la sala, sobre el partido que define el futuro inmediato de Argentina. Si Argentina no gana, luego de la victoria de Polonia contra Arabia Saudita, Argentina pierde todo el chance de clasificar a octavos y Lionel Messi se queda sin opciones de levantar el único trofeo con el que sueña en la actualidad, la Copa del Mundo.

Cuando falta una hora para el partido, en Palermo, una zona turística, se ve a poca gente. La escena es impropia de un sábado por la tarde. En algunos edificios hay banderas. En las vidrieras aparece la imagen de Messi con frecuencia. Hay carteles en los locales en los que se indica que estarán cerrados durante el partido. En una columna de la calle Malabia hay una réplica de una camiseta de la selección con la imagen de Ángel Di María estampada. Esa desolación se va transformando en una procesión a medida que uno se acerca a la Avenida Santa Fe, en la que abunda el transporte público y hay varias pizzerías. Hay prisa y nervio. Siento que estoy en un cuento de Roberto Fontanarrosa, rodeado de la tensión y la ilusión. Argentina está por jugar y cuando eso ocurre, el tiempo se detiene en todos lados, menos en uno: allá donde está rodando el balón, a más de 13 mil kilómetros de distancia de Buenos Aires. 

México, contra la ilusión de Argentina

El balón empezó a rodar. Argentina salió con el impulso de los equipos necesitados y atormentados por su pasado. El inmediato, con Arabia Saudita como adversario; y el más antiguo, ese que se produjo hace veinte años, cuando con Pablo Aimar y Walter Samuel, parte del cuerpo técnico de Argentina en la actualidad, estaban en el Mundial del 2002 y no en el banquillo. Si el equipo perdía contra México, sería visto como una desgracia deportiva superior a aquella (un futuro aún posible, conviene acotar, si el equipo no gana contra Polonia). La tensión en la calle también estaba en el gesto de los jugadores, pero multiplicada, porque ese antecedente sigue fresco en la memoria colectiva y estos jugadores crecieron escuchando sobre aquel horror.

Lionel Scaloni, técnico de Argentina, movió fichas y pizarra. El sistema tuvo entre las novedades a Guido Rodríguez, mediocampista, metiéndose entre la pareja de centrales, Nicolás Otamendi y Lisandro Martínez, otra de las variantes en el XI. El entrenador quería que sus laterales pudieran subir con mayor libertad, luego de que en el primer partido se extrañara sus incorporaciones en ataque. Argentina tenía el balón y la intención, pero en el fútbol eso no basta. El remate más peligroso se produjo sobre el minuto 34, cuando Messi cobró un tiro libre que Guillermo Ochoa rechazó. Ese podría ser el resumen de un primer tiempo mejor al del primer partido, pero aún tosco, espeso, tenso. Once jugadores representando el estado emocional de un país. 

El segundo tiempo empezó de forma similar, con el equipo incapaz de generar volumen de juego ni ocasiones por capacidad individual. Más allá de las intenciones, el resultado era el mismo al del primer tiempo: Argentina no lograba imponerse. Hasta que Scaloni volvió a mover ficha y dio campo a Enzo Fernández y a Julián Álvarez. El equipo ganó movilidad y capacidad asociativa en zonas de peligro. Se trata, en palabras de Luis Enrique, entrenador de España, de que cada jugador esté en áreas donde su potencial pueda exponerse. Messi pasó buena parte del partido lejos del arco rival, sin demasiadas opciones asociativas ni espacio para correr y regatear rivales. Eso cambió cuando Fernández y Álvarez tomaron protagonismo.

Fotografía de Glyn KIRK | AFP

El equipo ganó altura y, con ella, esos futbolistas se acercaron a esas zonas en las que influyen y sus virtudes, individuales y colectivas, se potencian entre sí. Eso explica parte del gol de Messi, quien recibió en la frontal del área, perfiló su cuerpo y remato como tantas veces se le ha visto. Una anotación que parece sencilla porque el 10 la normalizó a través de su carrera. Pero suelen ser remates que terminan en la grada sin son pateados por otros. El gol liberó al capitán y al país, si se imagina que los gritos que se escucharon en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires también se oyeron en el sur, en el norte, en toda una geografía que siente el fútbol como algo personal. 

Muy personal. 

Argentina comienza a reconocerse

El gol evitó una crisis nerviosa como la del segundo tiempo contra Arabia Saudita. Aunque Argentina se desordenó, México no podía sacar mayor provecho de los espacios. Los aztecas no cuentan con la calidad individual suficiente para que un jugador tome la bandera y lidere una remontada. Sus dificultades competitivas coincidían con el ascenso emocional de Argentina, que estaba encontrando aquello que deseaba desde el martes: la victoria. 

Enzo Fernández anota el segundo gol para Argentina contra México. Fotografía de Odd ANDERSEN | AFP

El gol de Enzo Fernández, desde la esquina derecha del área de México, cerró el partido y volvió a destapar gritos en los edificios y casas de Argentina. Premio individual para un futbolista de buena actualidad en Benfica (Portugal) y para una selección que, a esa altura del partido, luego de los 80 minutos, se parecía un poco más a la invicta por 36 partidos seguidos. Ese equipo quizá no se vea en este Mundial, porque la competencia exige mucho más que la Eliminatoria Sudamericana en todo sentido. Pero acercarse a esa versión es, para los jugadores y cuerpo técnico, sumar confianza y, para el país, conservar viva la ilusión. 

Una ilusión que le permite a la sociedad olvidarse, por algún rato, de su pobreza, de su crisis económica y política. Una responsabilidad que Scaloni desea quitarle a su equipo y al deporte, cuando dice, a propósito de la conmoción de Pablo Aimar tras el primer gol de Messi, que “habría que tener un poco más de sentido común y pensar que solo es un partido de fútbol. (…) La sensación es que te estás jugando algo más que un partido de fútbol y la verdad es que no, no lo comparto. Eso mismo sienten los jugadores cuando salen a la cancha. Me parece que tenemos que corregirlo; intentaremos seguir por el camino de que ellos sientan que es un partido de fútbol”. Aunque para el hincha y el seguidor tradicional, ese que podía verse sentado con tranquilidad en el Parque Las Heras o yendo hacia algún restaurante a cerrar la noche, usando la camiseta de Messi, quizá nunca pueda serlo.


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