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Un fragmento del libro Contra toda esperanza, de Nadiezhda Mandelstam
Al conocer alguna nueva detención, jamás preguntábamos: “¿Por qué le han detenido?”, pero como nosotros había pocos. La gente, loca de miedo, se hacía esa pregunta con el único fin de autoconsolarse: a mí no me llevarán, no hay ningún motivo. Se las ingeniaban para inventar causas y justificaciones de cada detención: “Es cierto, se dedicaba al contrabando”, “¡Se permitía cada cosa!”, “Yo mismo lo he oído decir…”. Y también: “Era de esperar, tiene un carácter terrible”, “Siempre tuve la impresión de que no era trigo limpio”, “Es una persona totalmente ajena a nosotros”… Y todo eso parecía suficiente motivo para la detención y el exterminio: ajeno, parlanchín, desagradable… Eran variaciones sobre un mismo tema que ya había sonado en 1917: “No es de los nuestros”. Tanto la opinión pública como los organismos represivos inventaban nuevas e imaginativas variantes y echaban leña al fuego sin el cual no hay humo. Debido a eso, nosotras proscribimos la pregunta: “¿Por qué lo han detenido?”. “¿Por qué? —gritaba furiosa Ajmátova cuando alguien de nuestro entorno, contagiado por el estilo general, hacía esa pregunta— ¿Cómo que por qué? Ya es hora de saber que a la gente se la detiene por nada”.
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¿Qué forma legal tomarían esas potenciales acusaciones? Pero ¡qué más daba! Es ridículo abordar nuestra época desde el punto de vista del Derecho Romano, del Código de Napoleón y demás disposiciones similares del pensamiento jurídico. Los organismos represivos actuaban con precisión y cautela. Tenían muchos objetivos: liquidar a los testigos capaces de recordar algo, establecer unanimidad de criterios, preparar el advenimiento de un reino milenario, etc. Segaban a la gente por capas, según las categorías (la edad también se tomaba en cuenta): eclesiásticos, místicos, científicos, idealistas, gente dotada de gran ingenio, rebeldes, pensadores, charlatanes, introvertidos, discutidores, personas con ideas propias en la esfera de la jurisprudencia, del Estado o la economía y, además, ingenieros, técnicos y agrónomos, porque había nacido el término “saboteador”, que servía para explicar todos los fallos y fracasos.
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Contra toda esperanza – Memorias
Nadiezhda Mandelstam
Acantilado (2013)
Nadiezhda Mandelstam
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