Conversación sobre lo inútil
Simón Petit: “Cuando niño solían matarme pájaros en la cabeza para ver si hablaba”
por Alexis Romero
Nacido en Punta Cardón, estado Falcón, en 1961, Simón Petit es poeta, ensayista y guionista de cine. Ha publicado los poemarios Bajo la grúa (1991), «Episodios intrínsecos» [en coautoría con Frank García y Douglas Salazar en el libro Otros a la intemperie (1992)], Bajo la grúa sobre el andamio (1999), Sol sostenido (2003), La mirada impía (2004), Desmemoria infiel (2008), Vieja Luna (2011) y El eco formidable (2012). Sus textos han sido recogidos en varias antologías. En 1986 ganó el premio de poesía “Andrés Eloy Blanco”, del Ateneo de Churuguara, y el segundo premio de poesía en el concurso del Día Nacional del Técnico Superior. En 1991 compartió el premio municipal de literatura de Carirubana con Víctor Hugo Bolívar y Alexander Sierralta. Ha publicado trabajos en revistas y periódicos nacionales y extranjeros.
¿La culpa atraviesa todos tus libros? ¿Por qué?
Debo admitir que, en algunas oportunidades, después de que escribo, noto el tono oscuro y sombrío de algunos textos; pero a su vez son reflexivos. Quizá la culpa de la que me hablas sea por el hecho de que, siendo niño, cuando tenía dos años, solían matarme pájaros en la cabeza para ver si hablaba. Eso lo digo en uno de mis primeros poemas. No solo agarraban el pájaro para golpear su cráneo contra el mío, sino que después me lo daban de comer. Costumbre de los viejos abuelos de los campos agrestes y hostiles de Falcón. Entonces, tal vez, escribo para liberar esa culpa de que un inocente moría para que yo escapara del silencio. Se me ocurre que en el fondo es eso. La verdad, nadie me había preguntado eso.
¿Es posible hallar en lo que hemos vulgarizado, banalizado y arruinado algún vestigio de la conmoción delicada que nos permita edificar centros y alrededores amables?
Sí, es posible. En lo vulgarizado y banalizado aún residen fragmentos de lo sublime esperando ser rescatados por una mirada renovada. Nuestra labor, como seres sensibles, es redescubrir esos vestigios y convertirlos en fundamentos para construir espacios y llenarlos de belleza y humanidad, donde la delicadeza y la amabilidad se conviertan en el centro de nuestras vidas. Como dijo Dalí: «la única manera de espiritualizar la materia es aurificándola, transmutarla en una cosa preciosa», sean palabras, objetos o acciones.
Danos un verso tuyo que describa el país.
El país se desangra en su aceite
Describe las huellas dadas a tu poesía por los poetas Rafael José Álvarez, Ana Enriqueta Terán y Luis Alberto Crespo.
Son huellas que me marcaron, sin duda. De Rafael José Álvarez, los recuerdos, los ancestros y los fantasmas del hogar. De Ana Enriqueta, los espacios de la casa. La casa como origen, refugio, memoria e identidad. En mi caso es algo contradictorio porque siempre fui callejero, un realengo, a decir de los viejos; pero siempre con la nostalgia de la casa en los años de infancia. Y de Luis Alberto Crespo, la tierra, la resolana, la atmósfera de Carora; tan similar a la de Paraguaná. Huellas que han sido la guía primaria para emprender la marcha de un camino poético que hasta la fecha continúo.
Todo poeta cumple con la obligación espiritual de conversar con sus muertos. ¿Cómo asumes este mandato del misterio?
Como un diálogo íntimo con la tradición y la memoria, un ejercicio de introspección y comunión con las voces del pasado. Los poetas no solo conversan con sus muertos, sino que se sumergen en sus legados, rescatando esos susurros para darles nueva vida a través del verso. En este acto, tenemos la fortuna de construir puentes temporales que enriquecen la comprensión del presente y nutren la creatividad con la sabiduría de los ancestros.
En tu poesía abundan los dioses y las diosas griegas cuando intentas presentarnos los días y las noches, las calles y las casas, el río y su ausencia. ¿Qué opinas de esta sentencia de Roberto Calasso: «Los dioses griegos, hoy, sólo existen en la literatura»?
En la literatura existen, como representación divina y como metáfora de aspectos universales de la experiencia humana; pero los dioses son arquetipos que definen pensamiento y acción de lo que siempre hemos sido. Nos permiten comprender mejor nuestras propias acciones, motivaciones y desafíos, al tiempo que conectamos con una rica tradición de símbolos y signos que han guiado a la humanidad durante milenios. Sus figuras arquetípicas, sencillamente, ofrecen un lente a través del cual podemos interpretar nuestras experiencias y aspiraciones para el desarrollo personal y comunitario. Con vicios, virtudes, obsesiones, miedos y temores; como cualquier humano normal de este mundo.
¿Sirve el olvido para nombrar un nuevo paisaje?
El olvido actúa como una hoja en blanco, permite que emerjan nuevas perspectivas y posibilidades. Y en este sentido, el olvido no es una negación del pasado, sino una herramienta para trascenderlo y crear un entorno renovado, donde lo nuevo puede florecer y lo viejo no constriñe el crecimiento y la creatividad. Sin embargo, el olvido nunca es olvido. De repente aparece algo que abre la puerta a la memoria involuntaria, como ese fragmento que describe Proust cuando probó una magdalena que lo llenó de recuerdos y personajes de Combray. En ocasiones, me ocurre así, circunstancias que daba por olvidadas, regresan. Y eso puede ser desde un olor, un sonido, una canción, una frase, hasta un episodio cualquiera que active algún recuerdo. Así de simple.
La mujer y el hombre de tus poemas vienen de afuera a levantar el sol debajo de las grúas. Esto nos duele e interpela. Háblanos de estos levantadores del sol.
No solo debajo de la grúa. Son quienes desde muy temprano están activos en la calle para iniciar su faena. Y esto contradice a quien siempre afirma que somos un pueblo de flojos. Pero en este caso particular, esos hombres y mujeres de refinería, levantan el sol con sus manos y lo mantienen bien arriba, mientras aprietan tuercas, limpian tanques de almacenamiento, pintan tuberías y aportan con su sudor el que una planta de refinación petrolera se mantenga operativa para producir, generar ganancia y rentabilidad al país.
«Dame la 9/16 / para apretar esta gente // a ver si se vuelve dura / ante tanto maltrato». Un poema terrible sobre lo real en el país. ¿Te propusiste visibilizar el dolor de los demás? ¿Es necesario? ¿Sirve la poesía para eso?
La poesía da para todo, por decirlo en un término coloquial. Y de alguna manera, la expresión brota. Cuando ves que hay personas que aguantan ofensas, burlas, injurias y maltratos, sientes impotencia por tanta impunidad, porque sin proponérselo se vuelven insensibles, y eso molesta. Molesta, porque el respeto y la consideración no existen para ellos, por parte de otros, que a fin de cuentas somos todos. Entonces, tiene que haber algo que empuje, que estimule, y volviendo a lo coloquial, que los apriete moralmente para que no aflojen en su condición de “ser humano”. La poesía, el canto, la literatura en general, es un canal «para avivar las llamas del descontento», como decía Woody Guthrie.
¿Agarrar la pala y cavar nos ausenta?
Bueno, es una forma de ausentarse. Digo que cada trabajo que ejecutas amerita concentración; pero también eso es relativo, porque, quizás, en algo que sea de mayor atención, como estar pendiente del flujo de caja y la administración de un negocio, es distinto a este trabajo de obrero. En todo caso, para quienes en algún momento echamos pico, pala y cavamos –y a mí me tocó hacerlo en una fosa de azufre en refinería– pensaba en mil cosas, para no sentir en ese momento el trabajo fuerte. Y eso es una forma de estar ausente. Tu entorno no existe, no escuchas voces, ni ves otra cosa que no sea el momento de salir de allí.
Tu poesía es de las pocas que aborda sin prejuicios la vida de la mujer y el hombre en los paisajes de la industria minera. ¿Cómo es escribir desde allí?
Tengo un poema que dice:
Bajo la grúa
las cartas me dicen
no vale la pena
hablar de Borges
o Cortázar
o Neruda
menos de Valera Mora
o Roque Dalton.
Aquí
si boto una
quedan cuatro;
cuatro corazones rojos
sufren más que uno
y juegan al mismo tiempo
memoria
y silencio,
última carta
ajiley de este momento.
Allí quiero reflejar que uno debe adecuarse a la circunstancia. Hay momentos y escenarios para hablar sobre literatura, por ejemplo; pero la industria es otro mundo, donde lo cotidiano es misa y ofrenda. También puertas afuera, tanto el hombre como la mujer, siguen con su vida normal; pero siempre con el vínculo de la experiencia y la amistad que se comparten en ese espacio, y eso es importante.
¿Somos de la tribu que siempre ha inhalado el negro humo? ¿Siempre hemos terminado muriendo en el asfalto? ¿Hasta cuándo nuestra piel de hollín?
Pareciera que no, pero es así. El petróleo sigue siendo nuestro sustento y de eso hemos vivido en los últimos cien años. Entonces, la tribu que somos ha sido tocada por la industria, directa o indirectamente, así algunos lo nieguen. Como país y pobladores, hemos cometido el error de ser prepotentes y déspotas porque fuimos bendecidos en algún tiempo con esa facilidad de recursos y avances en lo tecnológico. Quedan en reserva trescientos años de petróleo. Han pasado muchas cosas y hemos sufrido otras tantas más, que algo debimos haber aprendido en estos últimos veinte años. Es hora de reformularnos como personas y país.
¿Por qué siempre hemos necesitado que el “oro negro” nos muestre su lengua? ¿Acaso siempre ha sido nuestro diccionario material y espiritual?
No sé si será diccionario, pero de lo que estoy seguro es de que el petróleo nos da un respiro ante otros pueblos. Creo que nos saca la lengua en dos visiones: la primera con el sarcasmo de que por mucho tiempo vamos a seguir dependiendo de él, y una segunda visión, que me parece más cercana a la realidad, al ver con asombro cómo no lo hemos aprovechado para ser más grande como nación. Todavía sigue muy vigente Uslar Pietri, quien recomendó que había que «sembrar el petróleo».
¿Por qué nos ha costado tanto un discurso del silencio?
Nos ha costado porque vivimos en una era saturada de ruido y constante estímulo. El silencio, en su pureza, nos confronta con nuestras propias vulnerabilidades y pensamientos más profundos, algo que a menudo evitamos. Además, el silencio exige una escucha activa y un respeto por lo no dicho, habilidades que hemos dejado de cultivar en una sociedad que valora más la velocidad y la superficialidad de la comunicación. En el silencio reside una verdad incómoda, pero necesaria, que nos desafía a reconciliarnos con nuestra interioridad y el mundo que nos rodea. En una oportunidad le dije a alguien: “Hablas, solo para mejorar mi silencio”.
¿Cómo es la poética del cují?
El cují debería ser nuestro emblema de resistencia. Si te fijas bien, el cují puede pasar los veranos más inclementes, aguantar las resolanas más implacables y soportar incluso que lo talen y lo quemen; pero no muere. Al igual que el semeruco, reverdece con las primeras gotas de lluvia y regresa para darnos cobijo con su sombra. Así también es la poesía de los pueblos con sed, a la que Luis Beltrán Prieto dedicaría una antología sobre esa condición. Mi tierra es una tierra amarilla, seca, xerófita, donde «el azul es profundo y pleno». Pero somos fuego sostenido y no damos tregua al verano. En definitiva, la poética del cují es una poética de resistencia.
En ti ¿siguen persistiendo los pájaros?
Sí. Para mí son un símbolo de absoluta libertad y todo lo que implica esa libertad, es decir, puedes estar trinando tranquilo y en un instante puedes correr riesgo, por el acecho de esas amenazas que perturban tu libertad. Lo digo en un poema:
Quien no ha logrado ser pájaro nunca ha visto un bosque
No ha sentido el sol en su rostro,
ni el viento frío y húmedo,
ni el calor ni el sopor de este mundo.
Quien no ha logrado ser pájaro no sabe
lo que es tejer un nido con el pico
y alimentar sus crías con esfuerzo.
No ha podido sentir el miedo de ser cazado
o morir con una piedra lanzada al aire
ni tampoco tener la libertad de posarse en cualquier sitio
ni ver qué sucede con los amantes;
no ha podido picotear el fruto dulce de los campos,
y menos cumplir el sueño de los hombres:
volar.
La topografía de tu poesía ¿está allí o es imaginada?
Las dos cosas. Es combinada. Tengo una mayor proporción de elementos reales que me ofrecen una rica variedad de posibilidades para la expresión poética; pero también celebro imaginar la belleza del mundo natural que me apasiona y la experiencia humana que me enseña, fusionando a través de una mirada surrealista, la realidad con elementos oníricos y simbología cultural. La riqueza de la poesía reside precisamente en la diversidad de voces y perspectivas.
¿Ya sabes en cuál lugar de esa ciudad debe de estar el amor?
Es difícil saberlo. Son tantos lugares que merecen amor, pero está ausente. Y hay otros donde crees que no está y lo ves reflejado en lo menos pensado. Difícil saberlo, insisto, porque:
En las cosas más sencillas está el amor y en las complejas también;
pero no necesariamente para siempre.
Cuando muere el amor nadie existe,
vano será revivirnos en el intento.
Nos vemos, nos hablamos, nos tocamos,
nos sentimos; pero no existimos.
Siempre pienso que el amor está en el corazón de cada quien; a su modo y forma.
¿Qué busca la ironía en tus poemas?
No me propongo nada extraordinario, a decir verdad. Sin embargo, la vida es una ironía, tal vez por eso inconscientemente reflejo crear un contraste entre la apariencia y la realidad, entre lo que se dice y lo que se quiere decir. La complejidad de la verdad y la ambigüedad de la experiencia humana, se va desnudando en contradicciones inherentes. Entonces, la ironía enriquece el significado y profundiza la comprensión crítica. Si eso invita a una reflexión, mejor que mejor, porque el poema cumplió su objetivo.
¿Es nuestro país un lugar sin amor?
Por momentos así pareciera, porque cuando alguien denigra de su país por alguna circunstancia que no le favorece, no lo quiere realmente. Sin embargo, cuando ves la solidaridad con aquel que no tiene el recurso para mitigar su momento difícil, o cuando un conglomerado sueña y visualiza un futuro mejor, entonces tiene mucho amor. Porque no se hace lo que no se ama y no se ama lo que no se conoce. Como país nos conocemos y reconocemos. Y ahora es cuando hay mucho por hacer y mostrar, y eso se hace con amor, no existe otra manera.
¿Catar un licor es similar a catar un poema?
Es una analogía válida. Hay quien se emborracha con malos poemas y hay otros que mientras más los toman más quieren seguir hasta saciarse y perder el conocimiento; pero eso no es catar. Catar es evaluarlo y disfrutarlo. No hacer la disección del poema, es saborearlo, mantenerlo dentro de ti y sentir su temperatura, su burbujeo o picor, que en esencia sería el tema, el mensaje, sus emociones, la profundidad. Es olfatear su más recóndito secreto y reconocer la intensidad y complejidad de su ritmo y musicalidad. El poema, como un buen licor, es una experiencia sensorial compleja y placentera.
¿Qué hace un poeta con los verbos ajenos? ¿Con ellos ocurren poemas?
Los transforma. Hay frases que surgen en una conversación que son profundamente poéticas. Entonces, uno utiliza esas palabras, cargadas de acción y movimiento, para crear imágenes, emociones y significados profundos. Con ellos, efectivamente, llegan los poemas, ya que los verbos son la esencia de la acción y el cambio, elementos fundamentales en la creación poética. Las referencias también son importantes y siempre habrá alguna influencia en lo que hacemos. Una inspiración, dirán otros.
¿Somos ciudadanos de una bárbara memoria?
Definitivamente. Nuestro pasado está marcado por conflictos, injusticias y olvidos selectivos que continúan moldeando nuestras identidades y acciones. Esta bárbara memoria, cargada de heridas no cicatrizadas, nos define tanto como nos condiciona. Sin embargo, reconocerla y confrontarla nos brinda la oportunidad de aprender, crecer y trascender nuestras limitaciones, construyendo una sociedad más consciente y justa.
¿Es la poesía un eco calmado y callado de fósiles?
No, en absoluto, no. La poesía es una resonancia viva que trasciende el tiempo. Aunque puede brotar de las profundidades de la memoria y de lo antiguo, no se queda petrificada en el pasado. La poesía se renueva y reinterpreta, dando voz a lo eterno y lo efímero, manteniendo su relevancia y su capacidad de conmover y transformar. La poesía es un perpetuo latido que pulsa el presente.
¿Siempre sabes por dónde empezar un poema?
He dicho que «En poesía como en el cortejo amoroso / no se sabe por dónde empezar». En mi caso cuando menos lo pienso, surge un poema. Puede motivarme una estampa, una escena, un paisaje, una frase, un recuerdo, incluso un momento en el que contemplo como cae la hoja de un árbol. Y allí está el otro detalle, lo que creo que puede ser el comienzo, termina siendo el intermedio y en muchas ocasiones el final.
¿Cuándo un poema da la hora por el firmamento?
Cuando captura un momento específico y el lector se conecta con él. Es como si el poema lograra reflejar el paso y la vastedad del universo que nos toca recíprocamente, creando una sensación de inmensidad y trascendencia. Es un instante en que el poema se convierte en una especie de reloj que da la hora a nuestras emociones y pensamientos. Allí se hace plural y suena la campana.
¿Y si después de tantos poemas no queda nada?
Me he preguntado eso tantas veces; pero a su vez me respondo que cuando escribo, lo hago porque quiero expresarme. Sería una pedantería extrema decir que aspiro que dentro de cien años alguien pueda seguir leyendo mis poemas, porque a este mundo poco le interesan los poetas. Es una cruel verdad. Sin embargo, queda la alegría de ver plasmados los textos. De lo que sí estoy seguro es de que la poesía nunca morirá y siempre estará presente.
¿La calma es al escombro lo que la solidaridad al desamparo?
Hay una relación de contraste y complementación entre estos conceptos. La calma y la solidaridad son antagónicos a los escombros y al desamparo. A pesar de ese contraste, la calma y la solidaridad pueden ser herramientas para superar estas situaciones. La calma permite reflexionar y actuar con claridad, mientras que la solidaridad brinda el apoyo necesario para reconstruir y salir adelante. En todo caso, la calma es el control del caos y las ruina; mientras que la solidaridad es el arma contra el desamparo y el abandono.
Siete verbos, siete sustantivos y siete adjetivos que nos permitan acercarnos a tu poesía.
Verbos: desaparecer, imaginar, llamar, morir, romper, buscar, hablar.
Sustantivos: noche, soledad, memoria, silencio, fuego, viento, piel.
Adjetivos: oscuro, eterno, silencioso, infinito, desolado, transparente, inquieto.
Un poema como arte poética.
El poema es un árbol.
Al brotar se alimenta de lo hermoso.
Sabe que puede ser útil y entonces
da al hambriento la metáfora precisa.
No intenta ser otro que no sea él.
Es el poema.
Un hermoso árbol que emerge
frondoso, lleno de imágenes, de vivencias,
de alegrías, de tristezas.
Es quien cobija al indefenso
y el amigo que acompaña al solitario.
Es quien transforma lo tóxico
y llena de vida el planeta.
El poema es solo un árbol, un árbol de versos,
y de sus ramas nacen otros tantos
que se multiplican en el corazón de todos.
Es uno entre muchos
de un bosque grande y generoso
que ha nacido absolutamente para salvar al mundo.
Sí:
el poema es un árbol.
Como varón rampante subo alegre a su copa
y desde allí disfruto el horizonte.
¿Celebras lo que ves de ti en tus poemas?
Absolutamente. Celebro mi vida, con sus errores y aciertos, con alegrías y tristezas, con logros y fracasos, con el espejo que soy del otro y con el otro que es reflejo de mí.
Un epitafio para un poeta que le cantó al dolor de los demás.
Le dolió tanto irse, pero así estaba escrito.
¿Algunos motivos para borrar o eliminar un poema que hayas escrito?
A medida que creces como escritor, tu estilo y voz evolucionan. Un poema escrito hace años puede que ya no refleje quién soy hoy. También por calidad, el poema simplemente no alcanza el nivel de calidad que quiero. En lugar de reescribirlo por completo, a veces es más productivo empezar algo nuevo. Otro motivo sería, si el poema aborda temas extremadamente personales o delicados que ya no te sientes cómodo compartiendo, pues, entonces es más prudente eliminarlo para proteger tu privacidad o la de otros. También cuando genera controversias o malinterpretaciones que preferirías evitar.
Algunos poemas pueden estar personalmente vinculados a eventos difíciles o dolorosos. Eliminarlos es parte de tu proceso de dejar atrás esos eventos, una terapia. A veces, eliminar trabajos anteriores puede ser liberador y abrir espacio mental y creativo para nuevas ideas y proyectos.
Es simplemente un paso necesario en la evolución como escritor.
¿La poesía es irse, a pesar de quedarse?
Sí. La poesía puede, en muchos sentidos, ser una forma de “irse” a pesar de que uno permanezca físicamente en el mismo lugar. Porque tiene la capacidad de conectar a las personas con experiencias y sentimientos universales. Aunque suceda en un espacio físico concreto, el viaje que propone es vasto y profundo. De manera que, tanto el poeta como el lector, son llevados a distancias emocionales, espirituales y mentales que trascienden la realidad inmediata.
Mañana, cuando amanezca, ¿qué nos dirá el poema?
Muy buena pregunta. Quizás nos diga: “Levántate y anda”.
Simón, poeta, gracias por la humildad del cují en esta conversación.
Alexis Romero
ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR
Suscríbete al boletín
No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo