Salimos de Ucrania, pero la historia continúa

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02/05/2022

—El 24 de febrero salí muy temprano a trabajar con mi esposo y a escasos kilómetros cayeron dos aviones rusos. Así me enteré que había empezado la guerra señaló Tania a través del traductor del teléfono, mientras intentábamos encontrar calor esa helada mañana en la estación de Lviv, Ucrania.

Tania mira su teléfono junto a su esposo Vitalik y sus hijos en la estación de Lviv, Ucrania. Fotografía de Claudia Paparelli

Como un testigo silente, la estación de tren de Lviv-Holovnyi (en ucraniano: Льві́в-Головни́й) es el principal punto de salida de cientos de miles de ucranianos que buscan huir de la guerra. 

Tiritando del frío, con los ojos pequeños y llenos de melancolía, Tania vuelve a poner el traductor del teléfono.

—Mi esposo Vitalik no puede acompañarnos. Debe regresar a nuestra ciudad, Poltava, y yo debo llegar con mis hijos y mi amiga Ludmyla a Alemania. Pero tengo miedo.

Carteles por toda la estación sentencian y recuerdan la inquebrantable Ley Marcial en Ucrania, la cual establece que los hombres entre 18 y 60 años tienen prohibido salir del país.

A tan solo 70 kilómetros se encuentra la ciudad de Przemysl en Polonia. El trayecto en tren dura unas cinco horas, aproximadamente. Los trenes van abarrotados con personas sentadas en los suelos de los pasillos, llenos de maletas y equipajes improvisados.

Claudia, ¿tú crees en los sueños? me pregunta Tania. 

Yo creo que nada es imposible contesté. 

Tania me comenta que siempre había querido vivir en Alemania, por supuesto imaginó otras circunstancias. Ahora el destino la enviaba sin certezas. Tania y sus hijos, Elder y Andrew, tan solo llevan lo esencial: ropa y documentos. Esperan continuar con los estudios del colegio vía online.

Un pitido ensordecedor, acompañado del sonido de las ruedas galopando los rieles, anuncia la entrada de nuestro tren e interrumpen la conversación. Luego de una demora de cuatro horas finalmente ha llegado el único tren del día, avisan los voluntarios, quienes trabajaban sin descanso en el andén número 5, destinado a las salidas hacia el país fronterizo de Polonia.

Vitalik, Tania, Ludmyla y sus hijos recogen sus pertenencias para abordar el tren. Fotografía de Claudia Paparelli

En cuestión de segundos se forman filas con cientos de personas, animales y equipaje esperando para abordar. Entre el humo de la locomotora recién llegada y el bullicio nervioso de la gente, Tania y su familia recogen sus pertenencias para adentrarse en la marea que anhela encontrar puestos.

La familia se dirige a abordar entre militares ucranianos armados. Fotografía de Claudia Paparelli

—No puedes subir en este vagón, eres extranjera y debes estar en el número uno. Me dice una oficial de la Fuerza Armada Ucraniana. Armados, revisan y sellan los pasaportes de quienes queremos subir.

Tania me mira perdida y le indico con la cabeza que nos veremos dentro. No hizo falta traductor.

Tania y su familia enseñan los pasaportes para abordar. Fotografía de Claudia Paparelli

No pude ocupar una silla. Cedo mi puesto y me siento en el suelo junto a un chico de gafas con rasgos asiáticos, que insistió en compartir conmigo su mat de yoga para soportar un poco más el frío suelo del pasillo.

—No hay sitio para todos y por eso debemos dar prioridad a los ucranianos Me dijeron en inglés unos vietnamitas de mi vagón, nacidos y criados en Járkov, una ciudad al este de Ucrania que ha estado bajo el asedio ruso. 

Roman, mi acompañante del mat de yoga, respira aliviado al contarme que un misil cayó justo al lado de su casa, pero no la destruyó.

Roman y su familia sentados en el pasillo del tren porque no había asientos disponibles. Fotografía de Claudia Paparelli

Mientras escucho a Roman hablar, observo mi reloj y decido caminar entre vagones para encontrar a Tania y a su familia. Fue una hazaña inconmensurable evitar tropezar entre tantos obstáculos.

La sonrisa de Tania a lo lejos me indica que los he encontrado, los niños están entretenidos con UNO, un juego de cartas que podría ser considerado por muchos como una opción segura de horas de diversión.

Mi esposo Vitalik aún no ha llegado a casa, pero le dieron en la estación algunos chalecos antibalas por protección.

Tania, Ludmyla y los niños juegan cartas en el tren. Fotografía de Claudia Paparelli

Preocupada por su esposo, pero contenta de verlos, le comento a Tania que intentemos despedirnos al llegar a Polonia. Sé que tomarán el tren a Alemania a primera hora del día siguiente. La abrazo y regreso a mi vagón.

Tren con trayecto de Lviv, Ucrania hasta Przemysl, Polonia. Fotografía de Claudia Paparelli

El camino estuvo invadido por el silencio, con miradas que divagaban y se mezclaban con paisajes de ruinas y soldados atrincherados con armamento y banderas. 

Suspiros de cansancio y felicidad de los pasajeros se hicieron notar a nuestra llegada nocturna a Przemysl. Pero llegamos con la mala noticia de que Tania no tenía cobertura. 

Abrí los ojos en cuanto salieron los primeros rayos de luz de la alborada. Me vestí y salí a la estación polaca con la esperanza de encontrarlos. 

—Estamos en el vagón, ven. Por fin suena mi teléfono. Alzo la mirada y ahí los veo. Tania y su amiga Ludmyla corren a abrazarme.

Nuestra despedida debía ser breve, el tren estaba a tan solo minutos de partir a Alemania. Cojo la cámara y disparo los últimos instantes de nuestro encuentro.

Tania con su amiga Ludmyla en el tren a punto de salir a Berlín. Fotografía de Claudia Paparelli

—Esta historia no termina aquí, me gustaría invitarte a mi casa en Poltava cuando la guerra acabe y mostrarte las flores de mi jardín dice el traductor del teléfono de Tania.

Tania y los niños se despiden desde el tren antes de partir a Alemania. Fotografía de Claudia Paparelli

Ella y su amiga Ludmyla habían aguantado derrumbarse frente a sus hijos. La resiliencia enaltecida por los ucranianos, sobre todo de las madres que deben salir solas con los niños, es verdaderamente admirable. Es lo que pensaba mientras veía marcharse el tren que dejaba un etéreo silencio.

 

La guerra trae una desgracia inexcusable, pero también puede sacar lo mejor de las personas. Tania tiene problemas para dormir, tiene pesadillas. Sueña que ella y su familia son atacados por misiles rusos. No saben qué pasará de ahora en adelante. Están aprendiendo alemán y tramitando los papeles de residencia, pero siguen soñando despiertos, luchando por continuar y esperando unirse de nuevo con Vitalik.


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