Telón de fondo

Roscio contra Soublette, o viceversa

11/06/2018

Juan Germán Roscio

Tenemos una versión angelical de los próceres. Juramos que fueron individuos comedidos y justos, a quienes jamás movieron la emulación personal ni las disputas por el control político. Les quitamos la condición humana, por lo tanto, los consideramos como modelos inobjetables de paso cristalino por la vida, empeñados en presentarnos como descendientes de unos padres impolutos. Con el objeto de poner un poco las cosas en su lugar, aunque tal vez se trate de un propósito imposible, describiremos ahora un episodio protagonizado por dos de ellos, el pensador y funcionario Juan Germán Roscio y el destacado soldado y jefe de estado Carlos Soublette, a través del cual los observamos cómo fueron de veras, defendiendo cada uno sin remilgos el territorio de su influencia: hermanos y compañeros de viaje, pero no del todo, o solo cuando no está en juego la disminución de su autoridad.

En 1820 Roscio ejerce el cargo de Vicepresidente de Colombia y Soublette es el jefe de la guarnición de Angostura. Trabajan sin mayores contactos, cada quien a la cabeza de sus obligaciones, hasta cuando un hecho concreto los convierte en rivales. Llega a Angostura un emisario del Mariscal Pablo Morillo, con pliegos secretos que deben responderse en breve ante la posibilidad de que se planteen acuerdos para la terminación de la guerra. Soublette recibe al emisario en su residencia y envía los pliegos al Vicepresidente, para que ordene el trámite ante el “Serenísimo Congreso establecido en Guayana”. Al destinatario le parece inadmisible la sugerencia de que se envíe el documento a los diputados, pero acepta a regañadientes. Antes afirma, ante un grupo de curiosos y en correspondencia dirigida de inmediato al presidente Simón Bolívar: “Por el Reglamento de Correos, por una Ley de Indias y por el uso común de todas las naciones, a mí me tocaba abrirlo en el momento, y proveer al despacho del parlamentario”. El comentario inicia una pugna de facciones que no pasa inadvertida en Angostura.

El congreso se reúne, pero no permite la entrada de Roscio a la sesión convocada ante la urgencia. Los miembros del Serenísimo consultan con Soublette y consideran, con su apoyo, que el Vicepresidente no debe abrir el pliego, ni presentar argumentos ante la representación popular reunida en cónclave secreto. ¿Si no lo lee el Vicepresidente, quien lo puede hacer?, pregunta el aludido antes de proceder a romper el sobre para enterarse del contenido y responder en breve. La reacción provoca una trifulca que Roscio describe así ante Bolívar:

Decretan contra mí una excomunión: llaman a Soublette y lo meten también en el desorden, haciendo poner a disposición de quince diputados la fuerza armada: usurpan las funciones del Poder Ejecutivo (…) Yo nada supe de los mandatos intimados a Soublette, sino después de ejecutados, pues entonces él mismo me los comunicó en carta privada; y a continuación de ella le dije que todos eran atentados contra la Constitución y contra el Gobierno: que el titulado Congreso era una Junta Revolucionaria y anticonstitucional.

Veamos ahora un fragmento de lo que Soublette escribe a Bolívar sobre la pugna:

Roscio desprecia todo esto (…) es caprichudo cuando le da la gana. ¿Qué le parece a U. la chambrana? Roscio se ha cerrado a la banda y ahora mismo están en Congreso. No sé si sabré los resultados finales antes de despachar el correo (…) Roscio, que ha podido evitar este escándalo, se ha conducido a su modo; todo el mundo de opinión contraria, pero él por lo mismo; ve reunido el Congreso y toda la población importante, y él por lo mismo.

Tal vez el argumento no sea tan consistente como el anterior, debido a que el enfrentamiento sucede ante las narices del emisario de Morillo, quien puede informar a su superior de las desavenencias del enemigo, de fricciones que se pueden aprovechar en la continuación de la guerra, pero ahora no se trata de criticar las razones de las fuentes sino de ver cómo dos próceres se enfrentan por el cuidado de su parcela hasta el extremo de provocar reacciones capaces de alterar el orden público en una localidad importante para la incipiente república. No solo tenemos ahora nosotros las pruebas de una querella personal que no debió ser infrecuente. También en su momento llegan hasta el despacho del Presidente de la República, quien debe lidiar con los contrincantes y conducirlos a las paces en un trabajo esencialmente político que debe apuntar hacia la conciliación.

Como se sabe, Roscio es un letrado fundamental de la república, redactor de la Constitución fundacional, diputado de los más brillantes en el primer congreso, preso cargado de cadenas, autor de El triunfo de la libertad contra el despotismo, texto primordial de la época, y funcionario diligente de Colombia. Soublette es un talentoso conductor de tropas, un ministro de confianza durante la guerra y un presidente ejemplar cuando Venezuela declara su autonomía, paradigma de tolerancia y honradez en la jefatura del estado. Pero no son los protagonistas inmaculados que venera la posteridad: sacan los colmillos y se enfrentan cuando las circunstancias los conminan, se baten en la defensa de sus prerrogativas y son capaces de fomentar desórdenes en su celosa custodia. Los prefiero así, más humanos y próximos, distanciados del papel de ángeles.


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