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Un retrato permite conocer algunos rasgos de la persona situada frente al lente. Sus gestos y posturas dialogan con las intenciones del fotógrafo que encuadra, sugiere, propone, destaca unos elementos y obvia otros. Según el diccionario etimológico, la palabra retrato viene del latín retractus, participio del verbo retrahere. Este verbo significa propiamente «hacer volver atrás», pero también adquiere el significado de reducir, abreviar, de convertir algo, de sacar de nuevo a la luz y hacer revivir cualquier cosa. En este sentido, intentamos construir un retrato de Tito Caula a partir de las anécdotas y experiencias de otros fotógrafos, investigadores, amigos e incluso una de sus hijas. Todo suma a esta aproximación en forma de relato múltiple y diálogo ameno entre Alexis Pérez Luna, Angela Bonadies, Nelson Garrido, Ricardo Armas y Ana María Caula, quienes con distintos grados de cercanía nos perfilan al fotógrafo argentino que llegó a Venezuela, en 1960, y demostró con su obra “… que las personas pertenecen al lugar en el que miran y no del que provienen” (Karina Sainz Borgo, 2017).
Versiones, puntos de vista, coincidencias y contradicciones componen estas entrevistas. Temas puntuales tejen una conversación mediante fragmentos y comentarios que tratan de reflejar o, al menos, acercarnos a Caula así como él lo hizo con los personajes que fotografió.
El archivo y la investigación
La artista visual, Angela Bonadies, dialoga con el archivo de Caula a través de dos muestras: La Recámara (Caracas, 2013) y Bonadies+Caula: Cartografías de un territorio compartido (Zaragoza, 2015). Comenta el encuentro inicial:
“… había conocido a Sandra Caula, filósofa, editora y ahora gran amiga. Un día me comentó que el archivo de su padre, que era fotógrafo, estaba en su casa, en un armario bien guardado y ordenado por su mamá, Amparo Quinteiro, que había sido su compañera de trabajo y vida. Así que fui a verlo. Me quedé muy impresionada, estaba muy cuidado, ordenado y los negativos eran maravillosos. Además, al conversar con Amparo me di cuenta que había mucho que escuchar, sobre todo. Si la mirada que arma el archivo es de Tito, la oralidad del mismo le pertenece a Amparo. Ella sabía narrarlo, contarlo, no de una manera esquemática o rígida, sino desde la vivencia, la experiencia, la pasión. Escuchar lo vivido es otra manera de recorrerlo”.
¿Hubo algo en particular que te atrajera?
“Al ver el archivo de Tito Caula, todo me atrajo, el sentido del humor, los guiños a películas, el valor técnico y también su asombro frente a una ciudad y un país que lo había recibido, donde sembró, como dijo David Perlov en sus films-diarios, cuatro árboles.
Mi interés principal en los archivos no es un aspecto de “recuerdo”, sino de vivencia. Está vivo en la medida en que lo vemos, lo manipulamos, lo usamos, creamos diálogos, lo sacamos. Es un espacio para “seguir viendo”, en presente. Hay una imagen que usa Serge Daney para hablar del cine y lo aplicaría aquí también, “nos limitamos a mirar hacia atrás, a través del espejo retrovisor, para ver a qué se parecía ese presente”. Y así, ponerlo en conversación con los “presentes” que guardaba mi archivo. Es como un viaje que emprendemos para ´verificar´.”
Ahondando en estas ideas puntualiza:
“… El aspecto mestizo del archivo es una maravilla. Fotos de personajes de la política, de la farándula, mezclados con paisajes y fotos familiares. La pequeña industria, el mercado, los bancos, los trajes, las hijas. Se pueden leer allí muchos rasgos de lo que luego se ha desarrollado en discursos de arte contemporáneo, pero sin el amaneramiento de la fórmula. Es un “ver por primera vez” en muchos sentidos”.
Un acercamiento distinto al archivo Caula ha sido el de su hija Ana María, quien desde la dualidad investigativa y personal descubre al fotógrafo-padre que murió cuando ella tenía 7 años. Su proyecto (en desarrollo) Las mujeres de papá se plantea como búsqueda y encuentro.
“El propósito inicial de mi proyecto era el poder aprender más de un padre que conocí por pocos años. Aunque mi madre, mi abuela y mis hermanas me ofrecieron desde niña distintos recuerdos y versiones de papá, un día visitando una exhibición de su obra, me di cuenta que sus imágenes, su trabajo me ofrecía otra forma más directa de acercarme a él, de conocerlo y lo mejor de todo, sin todas esas “otras” intermediarias que siempre se habían estado interponiendo entre nosotros.
Cuando empecé a acercarme a sus imágenes inevitablemente unas me atrajeron más que otras. Había personajes, lugares, temas, detalles en sus fotos que se conectaban conmigo de una forma particular. Las fotos de modelos, cantantes, actrices, misses como otras de las mujeres de la familia, estaban dentro de ese grupo a las que yo volvía y seguía mirando. A pesar de que yo pensaba que solo eran “intermediarias” entre papá y yo, en realidad ellas han sido figuras relevantes en mi vida a través de afectos, afinidades o inclusive diferencias. En sus retratos no sólo ellas me miraban, sino que yo también me veía en ellas. Era todo un complejo juego de miradas entre el fotógrafo, ellas y yo. Empecé a entender entonces que todo proyecto de selección de imágenes no es sólo sobre el autor, sino también sobre la “identidad” del que mira, escoje y ordena. Como dice Barthes en la Cámara lúcida no solo somos nosotros los que miramos imágenes, sino que estas también tienen el poder de mirarnos a nosotros.
Este archivo, amplio y diverso, recorre importantes momentos de la historia venezolana. El fotógrafo Ricardo Armas ofrece otras perspectivas:
“Tito Caula es un testigo de excepción de tiempos de profundos cambios y a él le toca fotografiarlos. Llega a Venezuela a retratar como reportero gráfico la invención de la democracia y lo que ello implica desde sus eventos y protagonistas. Trabaja para las mejores publicaciones semanales de la época, Elite, Momento, Venezuela Gráfica, y de agencias de noticias internacionales. En su estudio le toca retratar a figuras de la política y la farándula. Hace fotografías por 33 años de su vida y su archivo incluye tanto a la Argentina natal como el país que adopta, Venezuela.
Su archivo está lleno de aciertos fotográficos elaborados por una persona que conoce su oficio y tiene una gran cultura que lo lleva a apreciar lo que ve, e interpretarlo para otros. Sus ojos construyen una memoria, y él lo sabe. Lo contratan para hacer una imagen y él tiene la imaginación y la técnica para crearla.
El archivo fotográfico de Tito Caula es tan importante como el archivo de Alfredo Cortina y de otros privilegiados a los que le tocó retratar conscientemente la realidad del país en su momento: Alfredo Boulton, Miguel Acosta Signes, Ricardo Razetti, Graziano Gasparini, Alfredo Armas Alfonzo, Sebastian Garrido, José Sigala, entre muchos otros.
Estos archivos nos sirven como referencia, para hacernos preguntas sobre nuestro trayecto como cultura y como nación”.
Eso es, justamente, lo que resalta el artista visual Nelson Garrido: “Lo que me encanta del trabajo de Tito Caula es que es el ojo del momento. Tú ves una época a través de un ojo agudo que tiene una manera de ver que trasciende.
El archivo es un documento del momento. La clase media no se toma fotografía. Siempre hay fotos de la clase media tomando la foto de las clases populares. Lo que me parece interesante de la obra de Tito Caula es que toma una Venezuela poco tomada porque en los años 60 estaba el sesgo izquierdoso, la fotografía de compromiso, la fotografía de denuncia social y él toma esa otra Venezuela que estaba pasando también. La puesta en escena que monta en estudio recrea una vez más eso. Aunque, tal vez en el momento, él no lo está viendo. Eso lo estamos viendo nosotros ahorita pero, en el momento, él no”.
Los objetos y el encuadre
En las fotos de Caula suelen aparecer ciertos objetos propios del oficio fotográfico (trípodes, luces, equipos, piezas de utilerías que sugieren una atmósfera casi teatral). ¿Qué nos dicen estos objetos?
El fotógrafo Alexis Pérez Luna ofrece su interpretación:
“En un fotógrafo como Tito no había errores. Podía haber, aparentemente algunos errores, quizás de tomar objetos recortados, ubicados en ángulos difíciles, salirse de las técnicas de composición, pero esto no era casual. Estos objetos que aparecen en la fotografía de Tito, y que aparentemente se salen un poco de la composición tradicional, eran buscados. Buscados, sin la intención de buscarlos. Era natural en él porque era una forma de ver el mundo de una manera más surrealista. Había una relación con los objetos.
Quienes provenimos de familias europeas —o en el caso de él, suramericana con bastante influencia europea— tenemos una relación con los objetos muy interesante que viene a través de la pérdida, un poco citando Baudelaire, con la relación de los objetos inanimados que uno no perdona nunca haberlos dejado y uno no puede desprenderse de ellos incluso físicamente, hay muchos objetos que vienen de viajes, de migraciones, de exilios, de abandono y desarraigo. Creo que Tito tenía esa relación con los objetos, muy interesante como planteamiento. Esa manera de integrarlos dentro del encuadre de la fotografía, de complicar esa selección de un determinado momento donde deja pequeños cortes desprendidos de un encuadre con cierta perfección. Me parecen que son como flashes de recuerdos, de cosas parciales que te vienen a la mente de esa manera y lo integras de manera incompleta porque así están los recuerdos: incompletos”.
Bajo otra óptica Ricardo Armas afirma:
“Cuando Tito fotografiaba, corregía el encuadre en el laboratorio al ampliar la imagen. Esto no lo hacía el solo, lo hacíamos todos los fotógrafos entonces, se podría decir que era una manera de trabajar.
Si pudiéramos preguntarle a él hoy, estoy seguro que las re-encuadraría. Ni guiño ni descuido, mucho menos su firma. Esta es una decisión ´contemporánea post-Caula´”.
Desde otro enfoque, Nelson Garrido lo ve como un acierto:
“El introducir las luces, las poncheras, los negativos completos hacen otras relecturas de su trabajo. Cuando él toma el estudio y muestra todo lo que está pasando alrededor, está replanteando esa fotografía en la totalidad del espacio y eso le da un aspecto súper interesante. Es lo que yo me planteé con mi fotografía de los santos, para mi es importante que aparezcan los bordes, que se vea que es de mentira, que está el estudio, que se vea el sinfín, porque es justamente esa doble realidad la que me interesa, un poco como en el cuadro de Las Meninas de Velásquez donde hay varios planos de realidad. Cuando en la fotografía de Tito Caula ves que aparecen las luces, los trípodes, está creando planos de realidad y esa relectura le da un gran valor a su obra al integrar los diferentes elementos de la realidad de lo que está en el fondo blanco, la realidad del estudio, la realidad de lo que no se ve. Me parece de las cosas más acertadas”.
La nostalgia y el momento histórico
Al revisar la obra de Caula se corre el riesgo de reducirla a la nostalgia y la añoranza, un suspiro hondo acompaña las miradas que contemplan un país próspero que ahora luce distante.
Para Ana María Caula “la lectura nostálgica de la Venezuela retratada por Caula es una mirada un tanto limitada de su trabajo ya que responde mayormente a la crisis que está atravesando el país hoy en día. Es importante recordar que cuando papá fotografió esa Venezuela de los años 60 él no sabía todo lo que iba a pasar. Por lo tanto es arriesgado ideológicamente, sin tenerlo a él presente, atribuirle a sus imágenes el objetivo de hablar de la Venezuela de hoy. Prefiero concentrarme en que sus fotos tienen valor por su calidad estética, por el gran conocimiento de la técnica fotográfica que tenía papá, por el humor o la crítica social que encierran muchas de ellas, y no sólo porque retratan una Venezuela que ya no existe”.
Desde su experiencia, Angela Bonadies reflexiona sobre las relecturas de las fotografías de Caula y su vinculación al momento histórico que capturaron:
“Creo que están ancladas a su tiempo pero no para dejarlas allí, sino para utilizarlas, para que sigan vivas. En el sentido que apuntaba arriba, “para ver a qué se parecía ese presente”. Toda representación tiene líneas escondidas, tiene aspectos que han de ser “leídos” o desentrañados y que con el tiempo toman más sentido, elaboran una perspectiva. Es lo que llama Luis Miguel Isava, si no me equivoco, el grosor de las imágenes. Esa profundidad de la imagen y la profundidad de la lectura. Si vamos a leer la imagen como un compendio nostálgico, la enterramos. Si vemos aspectos que aún existen o que, como dicen en España, “apuntaban formas”, esa imagen tiene vigor y guarda metáforas, realidades, descripciones, observaciones. Siguen. Hay un bello trabajo de Akram Zaatari sobre un archivo fotográfico relacionado con la homosexualidad, con un tabú histórico. En el caso del archivo de Caula, hay una crudeza hermosa en algunas imágenes que también despeja dudas: ese paraíso tan citado tenía sus grandes brechas, sus grandes deudas, sus grandes infiernos. ¿Por qué no decirlo? También tenía una belleza que sigue allí, bailando, luchando. Una belleza con deuda que se acumula”.
Ricardo Armas, por su parte, añade que: “Tito Caula siempre fue un fotógrafo que trabajó por contrato y la variedad de sus temas viene dada por la dinámica del periodismo gráfico de la época. Tenía un ojo extraordinario para los detalles y para el «tiempo fotográfico» (inter-relaciones que el ojo casual no ve).
Esas imágenes sin duda, están ancladas en su momento histórico, pero como toda imagen están sujetas a la interpretación más reciente, desde nuevos códigos por nuevos lectores”.
En la próxima entrega seguiremos intentando retratar a Tito Caula con los comentarios y las guías de expertos entrevistados quienes nos perfilan otros temas relacionados con su trabajo —fotografía de estudio, publicidad, puesta en escena, la obra inacabada— y con la persona —su cultura, el humor, la muerte— de manera tal que podamos tener una visión que, aunque fragmentada y construida a retazos, busca ser más abarcadora e integral.
Johanna Pérez Daza
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