Perspectivas

¿Reconvertido en qué?

Fotografía de Federico Parra / AFP

03/06/2018

Como era de esperar, el gobierno se vio obligado a retrasar la reconversión monetaria, algo que ya habían anticipado la mayoría de los venezolanos desde que lo anunciaron por primera vez, quizás recordando la triste historia del inmortal billete de 100.

El proceso ha sido abortado, usando la estrategia clásica de derivar responsabilidades en un tercero -en este caso la banca- que aparece en cadena pidiendo más tiempo para cumplir adecuadamente este objetivo, algo absolutamente lógico y razonable ante los múltiples problemas antes mencionados. Sin embargo, ver la escena del gobierno, ahora sí, “complaciendo” una solicitud de la banca no deja de tener un componente tragicómico.

Es como un político en campaña que se lanza un discurso grandielocuente planteando que el “pueblo” le pidió a gritos que se lanzara, mientras sabemos que era la esposa, los hijos y el compadre quienes pedian desesperados el lanzamiento. La parte trágica es que la banca tenía que pedirlo, sabiendo que era una locura seguir adelante en los tiempos previstos originalmente y podrían terminar de chivos expiatorios para limpiarle la cara al verdadero culpable del desaguisado.

Pero bueno, tratemos de rescatar algunos elementos positivos. Lo primero es que el gobierno entró en razón y restrasó el disparate. Lo segundo es que haya entendido que el país requiere reconvertir su moneda después de la pulverización casi total del valor del bolívar fuerte. Ésta es una acción necesaria. Pero el problema es que no es suficiente. Quitar ceros a la moneda no baja la candela que origina la hiperinflación. Es relevante para el manejo operativo del país a corto plazo, pero inutil para resolver los desequilibrios monetarios y fiscales que impactan los precios. No recupera la confianza, ni estabiliza la macrodevaluación, ni estimula las inversiones, ni aumenta la producción.  Es cierto que reconvertir la moneda permite tener billetes de más valor a muy corto plazo, pero es una obra de arte efímero.

Asumiendo que tendremos ese cono funcionando a plenitud en 90 días y que la inflación se mantuviera estable a una tasa equivalente del 100% mensual (que es un supuesto optimista en una economía en hiperinflación desbordada, donde la devaluación del mes pasado superó el 700%), un billete de 100 bolívares “soberanos” de hoy  tendría un valor real equivalente a 12,50 BsS dentro de tres meses. Un producto que hoy cueste 100, en un mes costaría 200, en el segundo 400 y en el tercero 800. Es decir, se requerirían 8 billetes de 100 para comprar un bien que hoy se compraría con uno. Es una pérdida del 87,5% de su valor o, lo que es igual, quedaría sólo el 12,5% del valor de cada billete.

¿Cuánto tiempo le das para estar igual que hoy? ¿En qué momento el gobierno tendrá que decir que se prepara para lanzar nuevos billetes con más ceros o quitarles ceros a los billetes? Es el perro mordiéndose la cola. Y el tema sigue sin resolverse. No se trata de cambiar monedas, ni quitar ceros, ni inventar nombres rimbombantes para esconder el fracaso. Se trata de cambiar el modelo y reconocer que el problema no son los empresarios sino el intervencionismo y el control de cambio que genera corrupción y el de precios que ocasiona inflación y que se necesita abrir la economía, buscar recursos frescos, rescatar la inversión privada y estabilizar las relaciones internacionales. Sin eso no hay reconversión, ni discursito, populista o amenazante, que valga. Porque no puedes apresar la inflación, ni expropiar el conocimiento, ni decretar la producción, ni amenazar a la confianza, ni prohibir la rabia. La historia indica que, tarde o temprano, la hiperinflación o te hace cambiar… o te cambia.


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