Arturo Frondizi Ércoli. Presidente de Argentina entre 1958 y 1962. Fotografía de AFP
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Hace 60 años –el 18 de agosto de 1961– a instancias del presidente Kennedy, se produjo la reunión secreta entre el presidente Arturo Frondizi de Argentina y el polémico personaje, Ernesto “Che” Guevara, para entonces ministro de Industria de Cuba. En este texto, el Encargado de Negocios de la República Argentina analiza las condiciones políticas en que se produjo la entrevista.
Es 18 de agosto de 1961. El frío invernal ha generado una escarcha considerable sobre el césped de la quinta presidencial de Olivos. El presidente Arturo Frondizi ha desayunado temprano y ordena sus papeles cuando Albino Gómez, su secretario privado, le pregunta por la agenda del día. Son las 8:30 cuando Frondizi le informa sobre un visitante secreto.
El Vicealmirante Fernando García y el teniente Emilio Felipich –junto a varios infantes de marina– se subieron a un Cadillac y a un Ford y 40 minutos después arribaron al aeropuerto de Don Torcuato. El frío arreciaba en la pista cuando apareció en el cielo el taxi aéreo de nombre Bonanza matrícula 439. Tras atravesar el Río de la Plata bajo las nubes, había salido el sol cuando el piloto Tomás Cantori enderezó el Piper CK-AKP sobre la breve pista.
El primero en descender es el factótum del viaje, Jorge Carretoni, quien había urdido la trama del viaje bajo la anodina fachada de técnico en la reunión del Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA y llegado al invitado a través de su amigo Ricardo Rojo. Luego baja Ramón Aja Castro –director del departamento de América Latina de la cancillería cubana–. Finalmente, el comandante Ernesto Guevara.
Frondizi recibe a Guevara en el despacho principal de Olivos, toma con él dos cafés y mantiene una conversación por el transcurso de una hora y media. Termina la reunión y Frondizi llama a Gómez, quien transcribe literalmente la reciente conversación.
Un Guevara mesurado y sincero muestra el interés de La Habana de permanecer en el sistema americano a través de un entendimiento digno con Washington. Confiesa recibir ayuda de Moscú, pero aclara su objetivo de construir un socialismo económica y políticamente autónomo de la URSS.
Frondizi muestra sus conocimientos de marxismo y refuta las posibilidades de una propagación exitosa del foco revolucionario para el resto de la región. Se muestra conmovido por el heroísmo revolucionario, pero condena la violencia facciosa. Guevara admite que las primeras medidas (justicia revolucionaria, reforma agraria) encuentran resistencia y han generado nuevos problemas. Ronda entre ambos un espíritu afable y, sin hacerlo explícito, se vislumbra el rol de la diplomacia argentina como mediadora ante un conflicto que generará una debacle hemisférica.
El juego imposible.
La revelación pública de la presencia secreta del comandante Guevara en Olivos genera una tremenda ola expansiva en la política argentina. Argentina no vive una democracia plena sino un sistema político con características democráticas, pero al que las Fuerzas Armadas le imponen un tutelaje político que hoy sería considerado inadmisible.
Para acceder al poder, Frondizi había armado una alianza programática con el peronismo: a cambio del voto popular (el 25% de voto en blanco en la elección para constituyentes en 1957), prometió sacar al peronismo de la ilegalidad y levantar la intervención a los sindicatos. Una vez en el poder y a pesar de su debilidad política original, el gobierno batalló simultáneamente en varios frentes, tomando posiciones impensadas en temáticas consideradas sagradas por la tradición política argentina (inversiones extranjeras, educación universitaria libre, la “batalla del petróleo”).
A pesar de la enorme presión militar en su contra, Frondizi cumplió con su promesa de devolver los sindicatos al movimiento peronista y limitó la proscripción del partido justicialista, aunque sin eliminarla.
Sin embargo, las huelgas obreras, las protestas estudiantiles, el auge de la resistencia peronista y una serie de atentados terroristas llevaron a la facción más antiperonista de las FFAA (encabezadas por Carlos Severo Toranzo Montero) a exigir la aplicación de la ley marcial y la pena de muerte.
El gobierno, presionado, aplicó el Plan Conintes, que reprimió la protesta popular pero evitó ejecutar las medidas más extremas que exigían las fuerzas armadas. Frondizi, que ya era un traidor para la izquierda, un comunista agazapado para la derecha, un cómplice del peronismo para las FFAA, se convierte así para la resistencia peronista en un represor.
Aunque en su campaña electoral, en su agenda política cotidiana y desde el mismo discurso de asunción (Mensaje para 20 millones de argentinos) intenta una salida política que logre superar el clivaje peronismo/antiperonismo, Frondizi no logra prevalecer en el (Guillermo O´Donnell dixit) juego imposible de la política post peronista.
Entonces, el objetivo de los militares de controlar la política nacional desplaza su foco hacia un área de interés relativamente inusual: la diplomacia argentina, no sólo porque en ese escenario se ponen en juego intereses concretos, sino porque allí tiene lugar una disputa sobre la identidad política nacional.
El gobierno busca desplegar una agenda de política exterior con rasgos independientes, en un contexto en el que cualquier intento de autonomía en el hemisferio está muy limitado por la doctrina de las fronteras ideológicas.
Los escenarios internacionales claves para el futuro del sistema interamericano son la Conferencia del CIES (Punta del Este, agosto de 1961) y la Reunión de Consulta de Cancilleres Americanos (Punta del Este, enero de 1962). Fue en estas reuniones de alto nivel donde se discutieron los alcances de la Alianza para el Progreso (que Frondizi criticaba pública y privadamente por asistencialista) y la exclusión de Cuba de la OEA (a la que la Argentina se opuso por principios éticos, jurídicos y políticos).
La posición autónoma de la delegación argentina –intentando coordinar posiciones con otros países de la región– enfrenta una doble, desembozada y sostenida presión: la de la diplomacia estadounidense y la de los sectores radicalizados de las FFAA argentinas. La obsesión macartista de las FFAA sobre el accionar de la delegación argentina llega al punto de espiar los movimientos de la delegación con el servicio de inteligencia de la Marina.
La tensión en el hemisferio llega a su punto más crítico en 1961. El 17 de abril tiene lugar la invasión anti castrista a Cuba de Playa Girón (Bahía de Cochinos) con apoyo logístico y financiero de Washington, fracasado intento que Kennedy hereda de la Administración Eisenhower y que sólo sirve para fortalecer el liderazgo de Fidel Castro.
El 22 de abril, Frondizi se reúne con el presidente de Brasil, Janio Quadros, con quien firma la Declaración de Uruguayana. Aunque la declaración conjunta hace manifestaciones generales sobre política internacional, la reacción militar arrincona al gobierno de Frondizi acusándolo de comunista, por ser Janio Quadros favorable a la posición cubana.
Frondizi, bajo fuego cruzado de las presiones de los militares argentinos y de la Casa Blanca para que adopte una posición más crítica de la situación en La Habana, resiste en un posicionamiento principista y va generando –con sus intentos de autonomía y su acercamiento estratégico con Brasil– las condiciones para su derrocamiento en 1962.
Con total impunidad, los jerarcas militares atropellan al gobierno institucional. Su cosmovisión de la Argentina y el mundo está originada en una combinación de ignorancia de los asuntos internacionales, un anti-peronismo visceral y un anticomunismo caricaturesco. Los diplomáticos –en un ejemplo de manual de double-edge diplomacy (Peter Evans, 1999)– negocian simultáneamente en el frente interno y externo.
El escenario se vuelve (Manning, 1979) interméstico y el curso de la política exterior es debatido visceralmente en la política interna, en medio de una feroz crisis económico-social. Irresponsablemente, los medios de comunicación opositores al gobierno (particularmente La Prensa. Correo de la Tarde, La Razón y La Nación) promueven una imagen escandalosa de la Casa Rosada y del Palacio San Martín. Frondizi y sus funcionarios sufren presiones de poderosos actores habituados a un régimen pretoriano, buscando un tutelaje castrense aún más estrecho.
A esa lista de presiones domésticas, tanto historiadores (como Leandro Morgenfeld) como protagonistas (como Oscar Camilión) otorgan a algunas agencias del gobierno estadounidense –incluyendo, en distinta medida, a la propia embajada estadounidense en Buenos Aires (y al embajador Robert Mc Clintock, en particular)– un rol central en el aumento de la inestabilidad política del gobierno desarrollista.
Así, los diplomáticos argentinos son obligados a jugar un (Putnam, 1988) two-level game, un asimétrico escenario en el que deben movilizar sus escasos recursos políticos para enfrentar a poderosos actores domésticos con gran radio de acción y capacidad para formar coaliciones que influyen abiertamente sobre el proceso de toma de decisiones.
Los usos de Guevara en la política doméstica.
En ese marco de enorme tensión política, Frondizi invita a Guevara, a espaldas de los servicios de inteligencia militar. Al publicarse la noticia en el diario La Prensa en la mañana del 19 de agosto, los jefes de las FFAA estallan.
La mirada de los cruzados no lograba percibir que la visita había sido una arriesgada pero inteligente jugada de Frondizi ante un pedido confidencial de JFK. Años después, Frondizi explicaría lo evidente: la diplomacia argentina no era una nueva plataforma para la expansión de la revolución cubana sino un mecanismo de contención que buscaba combinar respeto por el Estado de derecho junto a inversiones estadounidenses para desarrollar la economía regional.
Frondizi negocia la supervivencia de su gobierno con cambios en el gabinete: renuncia el canciller, el Subsecretario de Relaciones Exteriores y el Embajador en Uruguay. Los militares quieren imponer su propio canciller, pero Frondizi impone a Miguel Ángel Cárcano, de cercana relación con la familia Kennedy y (Oscar Camilión dixit) competencia profesional superior a Mugica y vasta experiencia internacional, parece brindar una señal de alineamiento occidental a los cruzados militares.
Los jefes militares no cejan en su presión y se reúnen a la medianoche con Frondizi en Olivos. Los intelectuales cercanos al gobierno aguardan en la casa del ex Canciller Carlos Florit, a la espera de que el presidente fuera apresado. Los militares dudan. Frondizi y su equipo milagrosamente logran continuar con su gobierno, sin mover su línea de política exterior, bajo una presión indescriptible.
El gobierno sobrevive temporalmente, pero la visita de Guevara hiere de muerte a la Administración desarrollista. Es sólo una cuestión de tiempo para que el próximo de los planteos militares (los historiadores no logran acordar si hubo 28 o 32) tome forma definitiva de golpe de Estado.
Albino Gómez le a pregunta a Frondizi, 20 años después, sobre la visita de Guevara: “teníamos mucho interés en explorar las posibilidades de una disminución de la peligrosa tensión que existía entre Washington y La Habana, y era muy profunda nuestra convicción de que esa tensión podía terminar en una confrontación de nivel mundial. Un año más tarde la crisis provocada por la instalación de los cohetes soviéticos llevó a la humanidad al borde de la guerra nuclear, por primera y única vez hasta ahora. Quedó claro entonces que nuestra apreciación era correcta, tanto en lo que atañe a los peligros que existían como a la necesidad de comprender que el gobierno de Castro era un dato permanente. Desde luego, los sectores extremistas que pensaban lo contrario aprovecharon el pretexto para dar un golpe contra la democracia argentina, golpe del que todavía no ha podido reponerse.”
Cuatro meses después de esa crisis, en su regreso de un viaje oficial a Japón, Frondizi hace una escala en EEUU, ocasión en la que el presidente Kennedy dispone el uso del Air Force One para que puedan encontrarse en Palm Beach, Florida, con foco en la Conferencia de Cancilleres de la OEA en Uruguay.
Durante el encuentro y con la sola compañía de Carlos Ortiz de Rosas como intérprete, Kennedy aumenta sus esfuerzos para que la Argentina acompañe la expulsión de Cuba. Los diplomáticos argentinos Miguel Ángel Cárcano, Oscar Camilión, Emilio Donato del Carril y Gustavo Figueroa, junto a Robert Woodward, secretario de Estado adjunto para Asuntos Interamericanos, esperan, ansiosos, en una sala de la casa.
La reunión termina. El Subsecretario Woodward aprovecha el viaje en avión para presionar al Canciller argentino, pero Miguel Ángel Cárcano afirma que la resolución sólo servirá para que Cuba refuerce su alianza con Moscú y se aísle del sistema americano. El 24 de diciembre de 1961, el Departamento de Estado envía a la Embajada de EEUU en Buenos Aires un cablegrama informando que los esfuerzos del Presidente Kennedy –quien le entregara una copia del borrador de resolución preparado por la delegación colombiana– fueron infructuosos, que Frondizi rechaza las sanciones y que prefiere preservar la unión regional.
Así, el presidente instruirá a la delegación argentina en la Reunión de Consulta de Cancilleres en enero de 1962 en Punta del Este que mantenga su línea independiente frente al problema cubano. La presión estadounidense en Uruguay ha sido inútil: Cárcano pronuncia un discurso (preparado por José María Ruda y Oscar Camilión) que sostiene el principio de no intervención y se abstiene de votar afirmativamente la resolución VI (“Exclusión del actual gobierno de Cuba de su participación en el Sistema Interamericano”), aprobada con 14 votos a favor, uno en contra (Cuba) y 6 abstenciones (Argentina, México, Brasil, Chile, Bolivia y Ecuador).
Los historiadores que analizan esa votación sostienen que –lejos de cualquier cálculo de costos/beneficios– la decisión de Frondizi respondió a su formación académica y política. Eso explica hasta qué punto (Goldstein y Kehoane, 1993) las ideas son factores claves en la formulación de la política exterior, no en un estado de primacía sobre los intereses concretos (militares, comerciales) sino en un balance y una mutua influencia entre ambas dimensiones.
La negativa a apoyar la política de Washington contra Cuba generaría un nuevo planteo militar contra Frondizi. Los jefes de las tres fuerzas armadas exigen la ruptura de las relaciones diplomáticas con la Isla. Cercado por los militares, Frondizi da un célebre discurso el 3 de febrero en Paraná, al inaugurar las obras del túnel subfluvial, defendiendo su política exterior y atacando a los conspiradores reaccionarios, explicando que, más que política, la diferencia era cultural, en una confrontación entre la modernidad y el conservadurismo.
Luego Frondizi cederá, romperá con Cuba, permitirá a un partido neoperonista presentarse en elecciones, pero luego intervendrá las provincias en las que el neoperonismo resultara victorioso. Pero todo será en vano: el 29 de marzo de 1962, 6 meses después de la visita secreta de Ernesto Guevara a Olivos, Arturo Frondizi será apresado y trasladado a la isla de Martín García, donde permanecerá un año en prisión. El gobierno de José María Guido, presidente civil tutelado por militares que reemplazará al gobierno de Frondizi, mostrará un alineamiento total con las posturas de Washington.
Una modernidad ilustrada.
Algunos analistas sostienen que las principales decisiones de política exterior del desarrollismo estuvieron destinadas no sólo a una estrategia de inserción internacional (para aumentar su capacidad de recepción de créditos o para captar inversiones, la dimensión más evidente), sino también como forma de redefinir la identidad política del gobierno, al a mostrar las diferencias que la UCRI tenía, al mismo tiempo, con el nacionalismo vernáculo y con los sectores conservadores alineados con Washington.
De ese modo, esas decisiones se basaron en, interactuaron con y buscaron redefinir la identidad política partidaria e, incluso, nacional. Si, como sostiene Merke (Merke, 2014) la identidad en política exterior hace referencia a la identidad colectiva, responde a una construcción social y se construye mediante mecanismos discursivos, veremos que esas identidades son susceptibles de ser reconstruidas por la propia agenda de política exterior.
Si bien la independencia de criterio adoptada por Frondizi era funcional a los presupuestos desarrollistas, una interpretación (Esquerro, 2006) sostiene que además se satisfacían a veces otros requerimientos: quitarle a la oposición motivos de hostigamiento, proveer consensos que compensaran algunas impopulares medidas económico-sociales que la coyuntura imponía y otorgarle un alto perfil al presidente con viajes y gestiones que fortalecían su imagen y jugaban a favor de la estabilidad. Lo esencial, de todos modos, fue la ecléctica visión de Frondizi.
La estrategia de autonomía relativa respecto de Washington no sólo buscaba generar policy space para aumentar la capacidad de maniobra y generar bargaining tools para la diplomacia argentina, sino que esa diplomacia era originada en la formación intelectual de Frondizi y sus colaboradores, pensando toda la dinámica hemisférica desde la perspectiva integral y heterodoxa que sólo permite una sólida formación intelectual.
El ser nacional, en disputa.
El gobierno desarrollista tuvo lugar en el ambiente cultural y político posterior a la Revolución Libertadora, en medio de una trama cultural en la que la reacción de los militares y políticos conservadores no se explica solamente por el antiperonismo, anti estatismo y anticomunismo reinante en esos círculos, sino por otras disputas intelectuales que circulaban por la sociedad.
El eje de la disputa cultural del momento era la modernidad contra el conservadurismo, en el marco de una reacción anti liberal y anti progresista, un momento histórico de fuerte (Weber dixit) desencantamiento del mundo, en las que ciertos sectores veían en las políticas desarrollistas una amenaza concreta a las convicciones y la hegemonía cultural del tradicionalismo.
En ese proceso, Oscar Terán identifica la presencia de un proceso de “modernización” coartado por los sectores “tradicionalistas”. Es decir, por núcleos portadores de una “sensibilidad integrista” y un discurso “reaccionario” con antecedentes en el “veneno antimodernista del catolicismo” que podrían haber permanecido como “piezas extemporáneas”.
Se trataba, sostiene Terán, tanto de una puja tanto sobre el modelo económico como de una disputa sobre el lugar de Argentina en el mundo. Las FFAA, un actor de enorme importancia para la época, estaban atravesadas por el temor ante el espíritu de los tiempos, de claro corte progresista, que liberalizaba la sociedad y hacía peligrar valores tradicionales y jerarquías socialmente establecidas, socavando así las bases del ser nacional.
El político y el científico.
En El hombre de ideas como político, Carlos Altamirano afirma que al ganar las elecciones presidenciales del 23 de febrero de 1958, Arturo Frondizi parecía el único capaz de responder a las dos grandes preguntas que dejaba el derrocamiento de Perón, en 1955: qué hacer con las masas y qué hacer con el capitalismo argentino.
Altamirano sostiene que no hubo un político argentino tan formado intelectualmente desde Juan Bautista Alberdi: Frondizi fue un raro caso de intelectual hábil para construir poder, tenía una formación sobresaliente para un partido como el radical, que nunca tuvo un sesgo ideológico y donde las cuestiones doctrinarias nunca ocuparon un lugar importante en la lucha.
Por su parte, Ernesto Guevara no era –para esa época– un hombre de ideas, sino un aguerrido hombre de acción. Pero –ávido lector y de notable inteligencia– su formación inicial se fue completando con disciplinadas lecturas sobre Karl Marx y Ernest Mandel y una enorme diversidad de textos de ficción y filosóficos.
En sus varias metamorfosis, asegura Ricardo Piglia en El último lector, Guevara buscará superar la tensión entre el acto de leer y la acción política. Piglia recuerda que tras el fragor del combate en la Sierra Maestra Guevara se tendía a leer: Guevara lee en el interior de la experiencia, hace una pausa.
Alcanzado el poder, la inercia revolucionaria sería acompañada de un uso creciente y heterodoxo de herramientas marxistas para diagnosticar los males de la Isla, en la que el debate de los manuales (1966) será un epitome de esa tensión, gracias a la heterodoxia de algunos intelectuales como Aurelio Alonso.
Y en funciones, Guevara no dejará de revisar su formación intelectual y de desafiar el marxismo ortodoxo, con sus propias lecturas heréticas. Ese marxismo cismático hará que se vea envuelto en una polémica con el economista francés Charles Bettelheim, cuando éste criticara la estrategia revolucionaria por voluntarista y se opusiera al industrialismo forzado y la estatización de unidades productivas en esa fase de desarrollo. Guevara responderá criticando el economicismo y la ortodoxia que ve en Bettelheim, amparado en sus lecturas de ciertos textos marxianos como los Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844.
Coda.
Conducida por dos líderes políticos muy distintos pero inclasificables, incómodos e irrepetibles, la visita de Guevara a Frondizi en Olivos sigue generando preguntas, 60 años después. Las lecturas de este objeto poliédrico se suceden. Los protagonistas, los testigos y los historiadores ensayan miradas definitivas, pero ha logrado resolver el acertijo.
En enero de 1922, la revista literaria japonesa Shincho publica Yabu no Naka (En el bosque), un relato breve escrito por Ryūnosuke Akutagawa, cuyo nombre artístico era Chōkōdō Shujin, un notable escritor japonés que logró escribir 150 cuentos antes de suicidarse a los 35 años. La moderna obra de Shujin representa como nada los logros de la democracia Taisho, régimen político liberal que intentó superar el caos del período Meiji sólo para ser suplantado por el militarismo del período Showa.
En un bosque cerca de Rashomon (羅城門 ,»la puerta del castillo», la más grande de las dos puertas de la ciudad japonesa de Kioto), un samurai es asesinado y su esposa violada. Pero nadie sabe qué sucedió exactamente, ya que existen cuatro versiones diferentes de la historia: la de un leñador, la de un bandido, la de la mujer y la del fantasma de su esposo.
En 1950, el mítico Akira Kurosawa convierte a este relato en una célebre película, una pieza de orfebrería cinematográfica. Esta obra maestra reflexiona una y otra vez sobre la relevancia del punto de vista para juzgar un hecho, ahondando en el relativismo de la verdad y la incapacidad de comprender la mirada del otro.
60 años después, nos seguimos preguntando qué cosa fue el encuentro entre el presidente Arturo Frondizi y el comandante Ernesto Guevara en la quinta presidencial de Olivos. ¿Fue la visita de Guevara a Olivos el Rashomon de la política argentina del siglo XX? ¿Fue, para los militares conservadores, un puñal ateo y marxista clavado en la espalda de la Patria católica? ¿Fue, para la izquierda argentina, una muestra de maquiavelismo político de un presidente de discurso progresista, que ya la había traicionado? ¿Fue una muestra de la relevancia internacional de la que gozaba la diplomacia argentina?
¿Fue, para Arturo Frondizi, una jugada riesgosa ante el desbocado frente militar en su intento de mediar entre Washington y La Habana? ¿Fue, para John Fitzgerald Kennedy, un último intento solapado de convivencia con La habana, antes de escalar en la presión total hacia la Isla? ¿Fue, para la dirigencia revolucionaria cubana, un modo de medir fuerzas y evaluar el prestigio de Guevara entre los mandatarios de la región?
¿Fue, para los asesores de Frondizi –que no fueron consultados– un movimiento suicida que brindó la excusa a los militares para derrocarlo? ¿Fue, para Ernesto Guevara, un regreso inesperado a su país natal? ¿Por qué JFK buscó a Frondizi para hacer ese intento suicida? ¿Por el prestigio de Frondizi fuera de Argentina? ¿Fue la demostración de que la política interna y la externa jamás están desvinculadas? No lo sabemos.
En todo caso, sabemos que Frondizi, un presidente de formas delicadas e intelecto sofisticado recibió a Guevara, un símbolo de rebeldía de la periferia del planeta, un ícono del antiimperialismo, la leyenda viva de que una conciencia subjetiva puede superar las limitaciones objetivas para un cambio radical.
Como la democracia Taisho, el fracasado intento desarrollista de una democracia tutelada por bárbaros –traspapelado bajo una historia fascinada por los liderazgos autocráticos y el entusiasmo por el caos– envía algunas señales, ya lejanas, de sutil inteligencia, recomendando la tolerancia política y la superación de antinomias.
Son unas luces titilantes emitidas con cuidada vacilación, perdidas en el bosque de la historia nacional, sólo perceptible para el que es capaz de mirar sin juzgar de inmediato, para el que tiene más dudas que convicciones y para el que prefiere –como en la penúltima línea de Los justos– que el otro tenga razón.
Eduardo Porretti
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