Perspectivas

Ramiro Nava: Venecia en Caracas

Mapa de "Venecia de Caracas" o "Nueva Venecia" por Ramiro Nava, 1936.

25/07/2019

De suerte que podríamos ir a bañarnos en el Mar en cinco minutos y volver al Centro al cuarto de hora, sin ninguna molestia: ¡un paseo en tranvía!

Ramiro Nava, Obras completas (1971)

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Acaso evitando que la discusión alcanzara ribetes políticos, el régimen de Juan Vicente Gómez había pospuesto formular un plan urbano para Caracas, ya necesario y adoptado en otras capitales latinoamericanas desde mediados de la década de 1920. Pero tan pronto falleció el Benemérito en 1935, el debate floreció en la prensa nacional, mientras artículos relativos al tema aparecían en publicaciones especializadas. Toda esa gama de contribuciones de diferente naturaleza y disciplinas –desde el derecho hasta la ingeniería, pasando por la arquitectura y el diseño ilustran el tránsito hacia la emergencia del urbanismo en Venezuela, tal como ya había ocurrido en otros países latinoamericanos, de México y Brasil a Chile y Argentina.

Los ensueños y las fantasías postergados por décadas comenzaron a despertar en las utópicas propuestas de Ramiro Nava, visionario abogado, teósofo y arquitecto de vocación, quien llegó a ser conocido como el Julio Verne venezolano. Como parte de su ambicioso plan «Bloque de Oro» –publicado en El Universal desde enero de 1936– el otrora representante de Maracaibo ante el Congreso de Municipalidades de 1911, ya había propuesto la creación tanto de un Banco Nacional Hipotecario Urbano como de un Banco Social. Estas agencias especializadas en materia de vivienda no solo buscaban ser instrumentos económicos para resolver los problemas habitacionales de Caracas, sino también «uno de los mejores métodos de culturización basado en el hogar, tan reverenciado por los ingleses». Asomaba el abogado en esas propuestas económicas algo del Manifiesto razonado (1939) con el que participara en la contienda presidencial para el período 1941-46.

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Muchas de las extravagantes y fantasiosas ideas de Nava afloraron en propuestas para la restaurada capital de López Contreras, siendo incluidas en su «Plan Ramironava», el cual buscaba ser un paso adelante en relación al tímido y abstracto programa gubernamental, según el visionario. A fin de unir la ciudad con el litoral caribeño, el miembro de las sociedades de ingenieros de Londres y Chicago preveía la construcción de la «Bahía de Caracas», mediante la excavación de un canal de diez kilómetros de largo y doce metros de profundidad, «parecido al Canal de Panamá», y atravesado por un «subwai» (sic) que comunicaría la plaza Bolívar con el océano en un santiamén. «De suerte que podríamos ir a bañarnos en el Mar en cinco minutos y volver al Centro al cuarto de hora, sin ninguna molestia: ¡un paseo en tranvía!», entusiasmaba Nava a los caraqueños, pensando probablemente en los agobiados hombres de negocio que tal vez quisieran relajarse en la playa durante la hora de almuerzo. Provista de casinos, cabarets, «dancings», «Coney-islands» y «ferriboats» (sic), entre otros atractivos turísticos, la bahía caraqueña recrearía fácilmente «el encanto de un ancho Canal Veneciano». Las nuevas vías de comunicación con La Guaira estarían bordeadas por clubes campestres dedicados a diferentes nacionalidades presididos por el club estadounidense, por supuesto así como por campamentos para remolques, de modo que los caraqueños pudieran acampar durante el «weck end» (sic) en casas rodantes como las que estaban de moda en Norteamérica.

Todas estas obras serían supervisadas por profesionales venezolanos con la asistencia de ingenieros americanos, su ejecución igualmente dependiendo de trabajadores venezolanos y gringos blancos, «de buenos principios» y «ajenos a las doctrinas socialistas», advertía Nava reflejando prejuicios de entreguerras. La construcción de canales, «subwais» (sic), rascacielos y puentes había hecho posible el progreso en países como Estados Unidos, al igual que sucediera con los parques y las avenidas en ciudades como Buenos Aires. Por consiguiente, si la bahía de Caracas se llevaba a cabo, Venezuela «se colocaría más alto que Argentina», pudiendo incluso albergar una exposición internacional, según explicara Nava posteriormente a la absorta audiencia radial de «La voz de la Philco».

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Al mismo tiempo, las transformaciones de la «Venecia de Caracas» incluían cambios fluviales internos, los cuales buscaban convertir a la capital venezolana en una de las más bellas ciudades del mundo, incluso más que Río de Janeiro, Buenos Aires o Nápoles. La expansión y conexión del río Guaire con otras vías acuáticas y lagunas harían a Caracas comparable con la Venecia del Adriático; la recreación del encanto del Viejo Mundo, «sin los inconvenientes de aquellos lugares de Europa», sería completada con la importación de góndolas y cantores de barcarolas. Con su nueva bahía y sus canales, Caracas entonces pasaría a ser el primer puerto de Suramérica (Nava, 1971: 696); por lo demás, rescatar el Guaire era importante porque todas las grandes capitales hacen gala de ríos señeros, como el Hudson en Nueva York, el Sena en París, el Támesis en Londres y el Plata en Buenos Aires.

Además de esa fantasía veneciana, se requerían otros cambios para convertir a Caracas en la ciudad más bella del mundo. Desde Catia en el oeste, hasta Petare en el este, una Gran Avenida Bolívar recorrería todo el axis del valle; con veinte metros de ancho y veinte kilómetros de largo, bordeada por viviendas de dos pisos y edificios comerciales de seis, la nueva «Quinta Avenida» sería al mismo tiempo «como un Central Parque, con monumentos, jardines, plazoletas, cines, etc.». La renovación del centro propuesta por el visionario también incluía alojamientos para un millón de personas en edificios de seis niveles, redes subterráneas de servicios, monumentos consagrados a los héroes de la Independencia, un capitolio comparable al de Washington, islas en medio del tránsito decoradas con jardines, edificios especiales para aparcar automóviles mientras sus usuarios estaban en la «City»… Igualmente se contemplaban premios para las quintas más hermosas, porque Caracas sería «la CIUDAD JARDÍN por excelencia», el jardín más bello de las Américas, superior a Buenos Aires o a Río de Janeiro, según sostenía el también proyectista del «Barriojardín Ramironava» en La Pastora. 

La concreción de ese desarrollo residencial al noroeste caraqueño; haber anticipado Nava la construcción del puente sobre el lago de Maracaibo, de donde era oriundo; así como haber fundado las compañías Electricidad de Los Teques y Venezuela Potable Water Company, prueban que el visionario –como advirtiera Manuel Rodríguez Campos– no obstante sus ideas fantasiosas, “tenía los pies puestos sobre la tierra”. 


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