Rafa en una noche de mar

07/10/2023

De la serie “Canta Rafa Galindo”. Caracas, Venezuela, octubre de 2003: © Ramón Grandal

Al cumplirse veinte años del concierto «Música para una ciudad», organizado por la Fundación para la Cultura Urbana en octubre de 2003, el cual contó con la voz de Rafa Galindo, de Gabriela Montero al piano y la dirección de Rodolfo Saglimbeni, compartimos este texto de Federico Pacanins acompañado por las imágenes del fotógrafo cubano Ramón Grandal.

El canto del bolerista de una orquesta tropical va en favor de quienes bailan. Es en los oídos de la pareja abrazada por el apretado ritmo de amarradas maracas donde mejor se mezcla la voz cantante con los suspiros enamorados. Y tan poderosa resulta esa muy íntima función estética que, afortunadamente, bien puede dejar un imborrable rastro: la melodía que alguna vez inspiró el rico amuñuño, de pronto se instala como un sabroso recuerdo en la memoria de quienes realmente la gozaron cachete con cachete:

Ven, no te alejes de mi corazón
oye bien las palabras de amor
que hay en esta canción…

Volver a escuchar música entrelazada con espléndidos momentos de la vida es una buena clave para revivir. Y lo de revivir, en el mejor sentido, tiene mucho del encanto de avivar algo sabroso que alguna vez sucedió. Por ello, ir a la sala de concierto a disfrutar del bolerista iluminador de algún lejano sabor romántico no es cosa extraña. O al menos para nada lo fue en el caso de Rafa Galindo.

De la serie “Canta Rafa Galindo”. Caracas, Venezuela, octubre de 2003: © Ramón Grandal

Del capullo de una rosa sutil
al nacer un claro día de abril
ha brotado esta canción para ti
llena de inspiración…
Paraíso embriagador eres tú
paraíso encantador que soñé
todo lleno de ternuras y amor
para mi corazón…

La Billo’s Caracas Boys fue la orquesta de los mayores éxitos de Rafael Ernesto “Rafa” Galindo. Con Luis María “Billo” Frómeta como director, arreglista y en algunas oportunidades compositor, los boleros orquestados cobraron sus víctimas románticas a través de las ondas radiofónicas de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. La orquesta impuso su sonido caribeño al público melómano, y al hacerlo generó repertorio a sus cantantes que, cual cómplices musicales, se lo apropiaban como recompensa recibida de esa misma orquesta que los reclutaba y uniformaba.

Fue Galindo el primer bolerista famoso de Billo’s y, por supuesto, gracias a las canciones que popularizó a través de la radio, reforzadas por las versiones disqueras grabadas, pues terminó armando su particular repertorio. Se imponían temas románticos que los melómanos identificaban con Billo’s, pero también con su cantante estrella mediante una mimetización particular; muy distinta al acto de los boleristas solistas, que jamás identificaban su imagen con la banda que los acompañaba, porque su acto estaba ligado a la pura audición y no al sinuoso baile que sugiere el ritmo del bolero bailable. Y sin embargo…

Rafa siempre se presentó como estrella de la orquesta con la que trabajaba. El esmoquín impecable, corbatín de lazo armado con sus propias manos. Fino bigote de lápiz, sonrisa abierta. Dejar la conversación al director y la presentación al presentador. Esperar la marca del compás y tomar puesto al frente de la orquesta para, en su turno, hacer lo que realmente sabía hacer: cantar bien.

Rodolfo Sanglimbenia y Rafa Galindo. De la serie “Canta Rafa Galindo”. Caracas, Venezuela, octubre de 2003: © Ramón Grandal

Los comienzos de este siglo marcaron los espléndidos años finales del cantante. Con más de ochenta años aceptó la invitación ‒mejor decir, el reto‒ de presentarse con la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas, dirigida por el maestro Rodolfo Saglimbeni. Cantó entonces como nunca lo había hecho en su larga carrera: en el rol de solista de una decena de conciertos, frente a un numeroso público que sin bailar lo celebraba una y otra vez en los mejores teatros y salas musicales del país.

“El ruiseñor, Rafa… canta El ruiseñor…”. Y Galindo complacía al público, al maestro Saglimbeni, a los miembros de la orquesta y, por supuesto, a sí mismo. Sonaban por millardécima vez «Noche de mar», «Ven», «Un sueño», «Caracas vieja» o «Paraíso soñado» dentro de un selecto etcétera que, en voz del cantante, dejaba cierto sabor de un ayer muy arraigado en quienes lo escuchaban y lloraban con entusiasmo.

«Música para una ciudad» llevó por título el proyecto de la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas. Música llevada a plazas y salas de concierto, presta a revivir una identidad amable de esa Caracas representada por su Teatro Municipal, testigo del primer encuentro del cantante con la orquesta, una mañana de ensayo de 2003:

‒Buenos días, profesores. Con nosotros, en el ensayo de esta mañana, llega el maestro Rafa Galindo. Vamos con «En Caracas», de Billo Frómeta‒. Así dijo el maestro Saglimbeni y los profesores de la orquesta dieron un breve aplauso de bienvenida. De inmediato Rafa se ajustó a los compases instrumentales del comienzo de la pieza. Y no le fue mal con esa primera interpretación, pero…

‒Sabes, Pacanins: aquí entre nos, y mientras la orquesta busca el número que sigue, te digo que todavía no estoy con ellos; ese que oíste no soy yo… hasta una gordita que toca viola en la orquesta se andaba como riendo… (el maestro Saglimbeni anuncia la partitura de «Caracas vieja»)… ¿Le doy con todo Paca?, ¿con todo?

Caracas Vieja
que te vas con los años
en cada reja
que dejamos de ver…
Se va un idilio
se va un romance
se va un recuerdo
de nuestro ayer…

La orquesta aplaude de pie. Saglimbeni voltea y pica el ojo. Técnicos y personal del teatro silban, gritan vivas. Rafa comenta satisfecho:

‒Esto como que ahora se enderezó… ¡Si es que hasta la gordita reilona está llorosa y dejó de reírse!

De la serie “Canta Rafa Galindo”. Caracas, Venezuela, octubre de 2003: © Ramón Grandal

‒¿Cabe el repertorio bolerístico en salas de conciertos académicos? ¿Vale dar dignidad sinfónica a la música romántica popularizada por el maestro Billo Frómeta e interpretada por uno de sus cantantes estrellas?

‒«¿Tú crees que hay poesía en el bolero?»─, le pregunta la periodista cultural María Ramírez Ribes al poeta Rafael Cadenas en una entrevista publicada en 1980.

‒En algunos debe haber ‒contesta el maestro Cadenas‒, pero yo disfruto este tipo de música sin pensar en la poesía o sin pensar que tenga que ver con la poesía; es una experiencia distinta…

‒Pero bueno, el hecho de que la disfrutes no excluye que haya poesía en los boleros. Te pregunto ahora, que no los estás bailando.

‒La música va muy dirigida al sentimiento ‒responde el poeta‒, de manera que cuando se oye no se piensa, se siente, y creo que muchos poetas, la mayoría, le tienen miedo al bolero en poesía. Sería bueno perder un poco ese temor. Yo digo que Lawrence en sus poemas no le tiene miedo al bolero. De pronto hay frases que un joven poeta venezolano no usaría, le parecerían muy sentimentales o hasta cursis ¿no? Y cuando se está tan cauteloso se produce una poesía muy seca, muy intelectual, muy elaborada.

‒¿Dirías, de todos modos, que algunos boleros son poesía? ¿Los de Armando Manzanero o Agustín Lara, por ejemplo?

‒No, están en otro estrato, un estrato que tiene que ver más bien con el sentimiento. Es algo muy vinculado a la infancia también. Después de todo estamos oyendo esa música desde que nacimos. Entonces se asocia con momentos que vivimos cuando estábamos pequeños. El valor de esa música es otro, muy íntimo y bastante indefinido. Son sonidos que nos acompañaron cuando éramos niños. Tienen el mismo valor de ciertas frutas, de ciertas comidas, de ciertos árboles, de ciertos paisajes, de ciertos aires, colores, sabores. Todo eso cae más bien en el campo del sentimiento y la sensación. Eres insistente. Pues bien, sí hay poesía en muchos boleros, en muchas canciones.

Galindo escucha la entrevista que Pacanins le lee en el camerino, minutos antes del ensayo de un importante concierto. Rafa sonríe y comenta:

‒¿Qué diría el poeta Cadenas si supiera que le puedo cantar «Humo en los ojos» o «Noche de ronda», de Agustín Lara? ¿O esa «Contigo en la distancia», de César Portillo de la Luz, que grabé con Billo’s antes de que nadie lo hiciera? Hasta algo de Manzanero puedo cantar, si me lo piden como es… Te digo, Paca, uno siempre estuvo y está listo para lo romántico tropical; y más en estos días de buenos teatros y buen público escuchándolo a uno, con esa Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas y… ¡sus cornos franceses acompañándome bajo la dirección del maestro Saglimbeni!… Qué iba a pensar yo, te digo, que al final estaba la mejor parte de mi larga carrera. Eso sí que es pura poesía.

Rafa Galindo y Gabriela Montero. De la serie “Canta Rafa Galindo”. Caracas, Venezuela, octubre de 2003: © Ramón Grandal

El 3 de octubre de 2003 es la noche escogida para un concierto conmemorativo de Econoinvest y la Fundación para la Cultura Urbana. La Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas se presenta en el Centro Cultural BOD y anuncia como solistas a Gabriela Montero, joven y eximia pianista venezolana, y a Rafa Galindo. Nada nuevo para el cantante, ya acostumbrado a que el maestro Rodolfo Saglimbeni le heredara el puesto a Billo Frómeta en lo que a la dirección orquestal de sus boleros se refiere.

La pauta del concierto indica una primera parte con la famosa «Rhapsody in blue», de George Gershwin, presentando a la invitada Gabriela Montero. Rafa sabe de la fama internacional que acompaña a la solista y tranquilo, sentado al lado del piano de concierto, espera su llegada.

Gabriela llega apurada porque viene directo del aeropuerto, luego de un viaje que la trajo directamente de Nueva York a Caracas. Saluda a todos y conversa unos minutos con el maestro Saglimbeni, quien le presenta al veterano cantante pautado para la segunda parte del concierto. Gabriela lo mira y ambos sonríen. Saglimbeni llama a los músicos para repasar el arreglo de «Noche de mar», tal vez el más grande bolero venezolano, compuesto por José Reyna y popularizado por Galindo con aquella Billo’s de los años cuarenta. Rafa sonríe de nuevo a Gabriela y presta atención al llamado del director. Y en el serio desenfado del ensayo canta los poéticos versos de la canción de turno:

Noche de mar,
estrellada y azul
un murmullo un cantar
de las olas que van…

El titilar de una estrella al pasar
va dejando un adiós
y no puedo olvidar….

Lejanía, que se va con el mar
un recuerdo, va dejando al pasar…

Noche de mar, dale un beso por mí
dile que volveré, como va mi cantar…

Gabriela escucha con atención la prueba del clásico bolero y, de seguidas, responde con un gesto al llamado del maestro Saglimbeni dándole la bienvenida. Rafa y los profesores de la orquesta aplauden. Gabriela sube al escenario para probar el piano y algunos pasajes de «Rhapsody in blue», pero antes de hacerlo toma de la mano a Rafa, le dice un secreto y sus sonrisas vuelven a entrecruzarse.

En el receso, minutos antes de que el público entre a la sala, Gabriela y Rafa van al piano. Saglimbeni ‒atento‒ los observa. Gabriela le pide acompañarlo en «Noche de mar». Lo hacen y el aplauso de quienes estamos cerca no se hace esperar. El maestro Saglimbeni capta la seña y, tal vez inspirado en la sabiduría musical del propio Billo Frómeta, propone:

‒¿Qué tal si en la segunda parte del concierto invito a Gabriela para tocar el solo de piano en «Noche de mar», última canción pautada para Rafa en el concierto?

Gabriela Montero. De la serie “Canta Rafa Galindo”. Caracas, Venezuela, octubre de 2003: © Ramón Grandal

Gabriela Montero. De la serie “Canta Rafa Galindo”. Caracas, Venezuela, octubre de 2003: © Ramón Grandal

Ramón Grandal fotografiaba con maestría, pero también pulsando el ruidoso obturador de su vieja cámara. Se acercaba lo más posible a su objetivo y disparaba, con ese desenfado casi abusivo propio de los buenos fotógrafos. Y sucedió que Grandal, entrenado en la sabiduría del buen mirar, quedó prendado por el duende de los artistas que armaban la trama de «Noche de mar» antes del concierto. Seducido estaba por el duende que animaba el acto final de la orquesta, el director, la pianista y el cantante. Sus fotos serían las de un reportaje impregnado de arte y, por supuesto, no podía fallar. Se trataba de capturar el brillante tono blanco y negro que imponía el bolero más importante del veterano bolerista que esa noche, acompañado por una orquesta impecable y una pianista exquisita, interpretaría con el más refinado registro de su canto.

‒Óyeme, Pacanins ‒dijo Grandal cuando se le pidió discreción al momento de disparar su cámara‒: recuerda que yo vengo de Cuba, la cuna misma de los grandes boleristas acompañados de orquestas sofisticadas. Retratados por cámaras ruidosas están en el mismísimo Copacabana; por decir: un Tito Gómez acompañado por la Orquesta Riverside en La Habana de mi infancia, y hasta la grandísima Olga Guillot… Esto de hoy, te digo, me deja preservar el sabor de un pasado común a nuestros ancestros tropicales, elegantes y grandiosos.

Tan grandiosos son esos ancestros invocados por Grandal, pensamos, que nos hacen olvidar el click de su cámara y disfrutar con el bis de otro himno bolerístico de Rafa: el adiós de su reconocido y famoso «Ruiseñor»:

El ruiseñor se fue,
el ruiseñor se fue
su canto en la mañana…

Ya no se escucha más,
ya no se escucha más,
al pie de la ventana…

Y solo queda el rey,
y solo queda el rey,
muriendo de tristeza…

por no poder tener
los besos y el querer,
de la linda princesa…

Ruiseñor,
ruiseñor de mi amor,
dime cuándo tú vendrás
con tus trinos a cantar
hasta el pie de mi balcón…

Ruiseñor,
ruiseñor de mi amor.
Tú también me abandonaste
y mi vida la dejaste
sin amor y sin canción…

Y así, termina el cuento…
de un rey, y de un…
¡Ruiseñor!

Rafa Galindo, Gabriela Montero y Rodolfo Saglimbeni. De la serie “Canta Rafa Galindo”. Caracas, Venezuela, octubre de 2003: © Ramón Grandal

De la serie “Canta Rafa Galindo”. Caracas, Venezuela, octubre de 2003: © Ramón Grandal

Rafael Arráiz Lucca, Herman Sifontes, Federico Pacanins, Rafa Galindo, Rodolfo Saglimbeni, entre otros. De la serie “Canta Rafa Galindo”. Caracas, Venezuela, octubre de 2003: © Ramón Grandal

Así Rafa voló alto aquella y todas las noches. Un ruiseñor que vuela en el cielo de la memoria.


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