Preguntas carbonarias al bisabuelo calabrés

Familia Asprino Hernández, Cumarebo, estado Falcón, circa 1895. Archivo familiar Almandoz Marte.

01/01/2022

1. En uno de los álbumes guardados en su escaparate tripartito, mamá conservaba una fotografía, algo desvaída, de la familia de mi abuela, posando en las afueras de su casona en Puerto Cumarebo. Si bien nunca supe la fecha, asumí, por las vestimentas y edades de los parientes que llegué a conocer, que la imagen databa de finales del siglo XIX. Prolijos todos en sus atuendos, los seis niños Asprino Hernández rodean, de pie, a los padres Pascual e Isabel; sentados y circunspectos, él viste un terno retocado con leontina, mientras que ella, de traje largo y encorsetado, aderezado con una medalla, lleva un moño a la usanza de la Bella Época.

No hablaba mamá con frecuencia de aquella fotografía, pero las veces que lo hacía, sí mencionaba la proveniencia italiana de su abuelo. Era este un dato curioso, pero hasta cierto punto insignificante, para una familia como la nuestra, de prosapia criolla hasta el siglo XIX. No interesaba mucho aquella referencia en un país de inmigrantes como era Venezuela, donde poco se ocupaba la gente de reclamar ciudadanías extranjeras. Pero todo cambió, como sabemos, desde comienzos del siglo XXI. Además de las nuevas disposiciones constitucionales que permitieron la doble nacionalidad, la agitación e incertidumbre campantes en el país apuraron a nuestros primos más jóvenes a averiguar sobre el bisabuelo italiano, así como su posibilidad de transmitirnos la nacionalidad.

Tras años de pesquisas y trámites, incluyendo la contratación de una agencia especializada, la partida de nacimiento de Pasquale Asprino Candia fue localizada en Aieta, en la provincia calabresa de Cosenza. Posteriormente, un juicio de la familia ante la República Italiana, para reivindicar la nacionalidad por vía femenina – la cual era originalmente vedada por la constitución de 1948 – nos permitió no solo acceder a los codiciados pasaportes, sino incluso al atto de nascita para cada uno de los demandantes.

Más que salvoconductos para emigrar, como quizás habría hecho yo de más joven; o siquiera para viajar otra vez a Italia – lo cual acaso no ocurra, en este estadio de mi vida, de Venezuela y de la pandemia – esos documentos me han acercado de nuevo, al iniciar mi senectud, a un paisaje histórico y cultural tan rico y vasto, como abrumador y desafiante. La Italia que barrunté, como muchos niños de Occidente, desde los primeros textos de historia y de arte; que vivifiqué después con cursos de  italiano, lecturas y viajes, siempre insuficientes para dimensionar el país descomunal. Al tiempo que sigue siendo una tarea inconmensurable, recorrer, desde la lejanía caribeña, aquella bota mediterránea que siento ahora menos remota, gracias a la legalidad documental, es un legado sobrecogedor. Y para honrarlo se me ocurre comenzar por interrogarme sobre el equipaje del robusto bisabuelo posante en la fotografía antañona, a quien nunca conocí, pero al que deseo vocear algunas preguntas, entre carbonarias, históricas y familiares.

2. El atto di nascita de Pasquale reza que fue presentado ante el síndico de la comuna de Aieta en 1860, por su padre estucador, de nombre ilegible, junto a la “esposa legítima”, María Teresa Candia, ambos entrados en su cuarentena. Es significativo ese año, en vísperas de la proclamación del primer Reino de Italia, en Turín, el 17 de marzo de 1861. Resultó de las rebeliones en Italia central y la Romaña, de la cesión de Lombardía por el armisticio con Austria, así como de la incorporación del Piamonte, tras los plebiscitos organizados por Camillo Benso, conde de Cavour. Mientras este entretejía, desde el gabinete piamontés, los hilos diplomáticos para dar al nuevo estado una forma monárquica, la épica expedición de Giuseppe Garibaldi y sus Mil Camisas Rojas permitió incorporar la Italia meridional. Faltaba empero la unión de Venecia en el 66, después de la guerra con Austria, así como la de Roma en 1870, tras la derrota de Napoleón III. De manera que, curiosamente, Pascual creció en paralelo con el nuevo estado, uno de los más tardíos de la Europa moderna, como sabemos, a pesar de su antigüedad milenaria.

Me intriga cómo habrán visto los Asprino Candia aquella unificación. ¿Habrá el padre estucador alentado, si no integrado, alguna de las sociedades carbonarias, que al calor de los nacionalismos independentistas y las revoluciones obreras, proliferaron en Europa durante la primera mitad del siglo XIX? Seguramente escuchó el padre de Pasquale sobre la Joven Italia, constituida por Giuseppe Mazzini en Marsella en 1831, porque la logia, de orientación republicana, inspiró mucho del Risorgimento. El “alma de Italia”, como Mazzini fue apodado, se encontró con Garibaldi en 1834, antes de que este participara en la expedición a Saboya, para soliviantar la insurrección. Y los Asprino Candia hubieron de vivir los días históricos en que Garibaldi y sus Camisas Rojas liberaron la Basilicata y la Calabria, antes de reunirse con Víctor Manuel II en Palermo. Pero quizás no escuchó el tatarabuelo sobre la influencia de la Italia Giovanile de Mazzini en la Generación de 1837, que desde Argentina y Uruguay combatió la autocracia de Juan Manuel de Rosas, atrayendo al mismo Garibaldi, durante su exilio sudamericano, entre el 36 y el 48.

Supongo que Pasquale creció en Aieta, pero seguramente recorrió mucho de la provincia de Cosenza, y la Calabria toda, tal como lo hicieran griegos y romanos, godos y bizantinos, lombardos y normandos, e incluso sarracenos. Sin contar con las grandes ciudades marineras del medioevo y el Renacimiento, esa punta de la bota integró el Reino de Nápoles, perteneciente a los austriacos hasta 1734, para pasar después a manos borbónicas. Relevada del dominio monárquico por Napoleón, como casi toda Italia, Calabria integró, junto a Campania, Apulia y los Abruzos, la República Partenopea, formada tras la invasión de 1796. Pasó nuevamente a formar parte del Reino de las Dos Sicilias, después de los acuerdos firmados en Viena en 1815. Y era este, curiosamente, el mapa donde nació el padre de Pasquale, a juzgar por la edad declarada en la partida de nacimiento.

3. Habiendo crecido durante las postrimerías de la dominación extranjera en Calabria, ¿qué papel habrá jugado ese padre artesano en la partida del hijo? Presumo que esta ha debido ocurrir en la década de 1880, a juzgar por su propia mayoridad para poder viajar, así como por las edades de sus descendientes en Venezuela. ¿Y por qué habrá elegido Pasquale este país rezagado, aunque algo mejorado por Guzmán Blanco, en vez de Argentina, Uruguay o el sur de Brasil, que atraían a la sazón a cientos de miles de sus compatriotas? Supongo que habrá el bisabuelo arribado a Venezuela a través de Puerto Cabello o Maracaibo, en algunos de los vapores de cabotaje, tras el viaje trasatlántico ¿Pero por qué establecerse en Puerto Cumarebo, donde el progreso apenas asomó con el contrato del ferrocarril La Vela-Coro, firmado en 1892, durante el segundo gobierno del general Joaquín Crespo?

Quizás no supo Pasquale que por los años de su llegada, en 1883, arribó un compatriota suyo, Giuseppe Orsi de Mombello, militar, ingeniero, geógrafo y explorador, quien hizo varias expediciones y publicó en 1890 Venezuela y sus riquezas (páginas de un libro de viaje). Pero acaso escuchó el bisabuelo, de haber visitado Caracas, que el ingeniero florentino estuvo a cargo de varias obras del segundo gobierno de Crespo, incluyendo el suntuoso palacio de Miraflores, el cual habría deleitado al tatarabuelo estucador. Tampoco creo que haya oído Pasquale sobre otro compatriota suyo, el abogado Tommaso Caivano, autor de libros de historia y de viaje, entre los que se contó Il Venezuela, publicado en Milán en 1897 y traducido el mismo año al español en Barcelona. Se codeó con la burguesía capitalina que le deslumbró en el paseo de El Paraíso y el teatro Municipal, donde asistió a una representación de I Pagliacci, de Leoncavallo. Habiendo visitando a Orsi de Mombello, quien lo presento al mismísimo general Crespo y su familia, Caivano permaneció en el país entre 1895 y 1896, cuando estuvo además en La Guaira, Valencia y Maracaibo. Pero no se adentró el viajero hasta el remoto estado de Coro o Falcón, entre otras de las denominaciones cambiantes, donde ya se había establecido el bisabuelo Pascual con su esposa Isabel.

Todas esas dudas y figuraciones, interrogantes entre fantasiosas y bizantinas, nimias para el lector, devienen significativas para mí, en vista de esta nacionalidad italiana que Pascual me ha legado. Quedarán empero sin respuesta las más de ellas, dada la desaparición de mi abuela y mamá, con quienes me arrepiento hoy de no haberlas conversado. Carmucha, como la llamaba mi abuelo, posante en la fotografía familiar al lado del padre fornido y bigotudo, me habría dado pistas sobre algunas de las cuestiones más íntimas y entrañables. Pero solo el bisabuelo calabrés, ante el mapa en fragua de la Italia decimonónica, hubiese podido responder las preguntas más carbonarias e históricas.

Caracas, agosto 2021.


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