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La escritora Jacqueline Goldberg viene dictando talleres de poesía documental desde el año 2010, partiendo de una certeza de Czeslaw Milosz: «La poesía debe apoderarse de toda la realidad que le sea posible».
Los talleres proponen a los participantes investigar las múltiples formas discursivas que documentan la realidad para luego romperla, reescribirla, desescribirla, interpretarla, editarla y citarla hasta hacer de ella una construcción estética aparte. O lo que ha llamado Cristina Rivera Garza desapropiación, que pone en duda lo propio y «desentraña la pluralidad que antecede a lo individual en el proceso creativo».
De cada uno de sus talleres han surgido textos que merecen considerarse más allá de la definición de poesía documental o cualquier tipo de etiqueta. Los textos que siguen a continuación son fruto del taller dictado el pasado mes de junio en la Fundación La Poeteca en Caracas y todos sobre realidades inmediatas nuestras.
EL LIBRO DE LOS MUERTOS SIN VOZ
Francisco Sánchez
[Psicólogo clínico de profesión, Francisco Sánchez ha venido trabajando desde hace tres años con víctimas de la violencia policial, concretamente con las madres de jóvenes ajusticiados. Su aproximación al tema es etnográfica con el propósito no sólo intervenir, sino también de registrar los relatos de quienes sufren todo el peso del poder armado del estado venezolano].
Vengo a decirles que ya estoy muerto.
No me morí,
me mataron,
me asesinaron.
Vengo a decirles que estoy muerto,
que me dejaron sin voz, sin ojos,
sin lengua, sin aire.
No habrá memoria suficiente que sustituya la vida,
ni justicia divina para revertir mi muerte.
Vengo a decirles que ustedes también serán
arrebatados,
despojados,
dilenciados,
masacrados.
No hablen por mí,
ya me mataron.
Hablen por los míos,
por los que quedan,
por cada uno de los que vendrán después de mí.
***
No fueron dos perros.
No,
no eran unos perros
pero
ni que hayan sido perros.
Eran mis hijos.
***
Nueva regla de tres. Un muerto = una página. Nuestros muertos = ¿Cuántos Quijotes?
La voz de los que ya no hablan por estar muertos
Y.
Recuerdo el ratoncito
en la esquina de la habitación,
lo corría y no se iba,
y lo maté,
hasta que
lo maté.
Me llamaron al rato,
me lo habían matado.
Z.
Entraron en la casa,
él corrió y dispararon,
lo vi caer,
ellos me vieron
ver.
“Hazte el muerto,
hijo,
hazte el muerto”,
dije con esperanza.
Él me miró llorando.
“Dale un coquero”,
lo último que oí.
Luego la morgue.
Luego el dolor.
Luego la ausencia.
C.
La vida me quitó cinco hijos
no la vida, las balas.
A cada uno me lo mató
una bala.
En la espalda,
en el corazón,
en el costado.
Que Dios me cuide
de este lado (soba su espalda y torso)
***
La verdad
Son malandros
Son mis hijos
Paramilitares
Por favor No los maten
Delincuentes, hampa
Tienen familias
Madres
Esposas, hijos
Choros, azotes, secuestran
Son jóvenes
Son negros
Son pobres
¿Y ustedes?
Crían maldad,
alcahuetas, mentirosas,
chismosas,
“mírame el rostro, yo te lo maté”.
No nos callaremos
***
Temblores
Se llevaron a una de las mujeres con quienes trabajé.
La desaparecieron.
Al llevársela, dijeron a sus vecinos:
“búsquenla en la morgue”.
Me llamaron buscando apoyo,
no tuve nada por hacer.
nadie se atrevía a ir,
nadie sabía qué hacer.
¿Esto es real?
Así como las balas,
esas máscaras traspasan mis sueños,
levantan los temblores de mi cuerpo.
Tiemblo
al ver una patrulla,
al saber de otro muerto,
al ver otro llanto.
Desde mi casa oigo disparos,
llegan a mi sala
las imágenes de los muertos
todos tan jóvenes, todos tan bellos.
Este dolor,
más que pérdida,
es silencio.
***
EL SEGUNDO POEMA ROBOT
Eduardo Burger
[Eduardo Burger acudió al taller de poesía huyendo del desamparo que es el país, conmovido por la idea de que en tiempos de autoritarismo la poesía documental podía preservaba el principio de «asamblea». Parte de que la palabra «Robot» nace del eslavo «robota» –significando algo así como «trabajador forzado»– pero su acepción actual fue acuñada por un dramaturgo checo a principios del siglo XX. Burger se preguntó: «¿Cómo es posible la belleza en medio de la inhumanidad? ¿Cómo sostener el deseo que la hace menos inconcebible cuando se nos reduce al abandono? ¿Cómo es posible, eso, escribir y, tanto más, dar cuenta, desde la poesía, del horror? ¿Hay alguna clase de reparación, de justicia, a través del poema, si somos, a fin de cuentas, «fingidores»? ¿Somos tan solo esto, máquinas de una memoria? ¿O hay un ejercicio de la duración, de la belleza, de la memoria, de la piedad, que trasciende a la muerte sin querer superarla? ¿Y qué tiene que ver todo esto con la libertad del lenguaje?» Concluye que los poemas robots son vagos intentos por seguir dando uno que otro paso a través de la palabra.]
Creo que por aquí aún existe
un poema capaz de sostener cuatro nombres
suficiente tiempo como para no dañarlos.
Estoy en una playa de mentira, no sé si he venido a buscarlo.
¿Qué edad tendrá
ese poema?
El domingo 26 de mayo de 2019, a las diez y treinta,
este mensaje alcanzó mi teléfono:
“Amigos, hoy murió el cuarto niño. Hablé
con la organización y ellos no pueden protestar
porque están en los velorios y aún hay dos niños en la morgue.
Yo estoy dispuesta a protestar. Podríamos protestar
frente a la defensoría”.
El domingo 26 de mayo de 2019, a las diez y cuarenta,
alguien respondió en mi teléfono:
“No es tan sencillo, a eso me refiero. Para nosotros
son cuatro niños muertos. Para las víctimas tiene otros matices.
Implica escucharlas para entender que esas cifras también son personas.
No me mal entiendas, no es que a mí no me duela”.
Al día siguiente, el lunes 27 de mayo de 2019, abrí un correo.
Era del taller, de poesía. Copio un fragmento:
“Pero quiero sugerirles que hagan un ejercicio a partir
del no menos duro tema del Hospital J.M. de los Ríos.
Sobre ello hay mucho material, muchas voces. Se trata de un ejercicio
que les permita observarse a sí mismos dentro del tema conversado”.
La semana anterior, la profesora del taller
evocaba el trabajo de un hermoso poeta venezolano.
Era sobre una sala de partos, o un pabellón de prematuros.
Ella se detuvo en la palabra “retén”.
En el correo subsiste un hipervínculo que conduce a un sitio. (1)
En el sitio aún hay fragmentos de una lámpara Tiffany, la tomografía
de un cerebro congelada en un teléfono Samsung,
una escultura de plastilina y muchas oraciones.
Según una de ellas, hay un doctor que no tiene corazón
para decirle a sus pacientes que regresen a casa
porque el ascensor no funciona.
En el sitio, a su vez hay “material para la craneoplastia”
y “craneotomos neumáticos”, pero el hospital no los tiene.
También sobreviven unos zapatos de niña, morados, con trenzas
rosadas, “cirugías muy delicadas”, un imán de Jesús, una torta
de chocolate de dos pisos, noventa y tres escalones
y la voz de una madre que dice:
“déjame echarte este último champú, un poquito más de agua y ya”.
Todo me lleva a pensar en una frase escrita que grabé
un 5 de noviembre de 2017. (2)
“En 2016, 11 mil niños murieron antes de cumplir su primer año de vida”.
Entonces, apenas tanteaba el horror. Había encendido
unas cuarenta velas en la cocina de alguien
a quien supe amar durante un tiempo. Ella manejaba la cámara.
Se supone que las velas de cumpleaños representaban
todas esas muertes prematuras, ahora no estoy seguro.
Ahora no sé nada. Me perdí en los “trucos de perspectiva de la memoria”,
estoy justo en esa frase de una escritora francesa,
estoy en una playa de mentira,
pero el mar no engaña.
“Sus olas son gatos que lamen las cajas de cartón”,
eso dice el documental del poema, el poema
que nunca hallaré. Mis hijas están cerca.
Otros niños traen más cajas de cartón, las acomodan
sobre la arena. Casi ninguno llega a la edad en que por fin se entiende
la diferencia entre vivos y muertos. De hecho, algunos
ya parecen artistas plásticos.
Hay días en que es más fácil
decir arena.
“Las cajas de cartón contienen
huesos de recuerdos, no de personas
sino de recuerdos”, insiste
el documental.
–Pero no te creas, tampoco son cosas, papá –dice mi hija menor.
“Es más fácil
para el mar buscar
lo que perdió si cree
que examina escupitajos de lechuza,
egagrópilas, le llaman,
por eso las cajas de cartón”.
Clap. Empresas Polar. Amazon. Axión lavaplatos. La canción de Ariel.
Continúa el documental.
Hundo mi mano en la arena, mecánicamente
quiero el efecto de sentir, sé que no daré
con el poema.
Antes regresaré con mis hijas a una casa
que las palabras todavía sostienen. Las palabras
también son de cartón. Al igual que estas, nuestras
“vacaciones de ahora”.
–Bajo el agua, hay espejos que asustan,
pero cuando el mar encuentre lo que busca,
entraremos en él como si fuese un cuento.
Dicen ellas.
El documental del poema guarda silencio.
–En el cuento del mar hallaremos nadando los huesos,
incluyendo los huesos de tus recuerdos, papá.
Dicen.
(Cuatro, ahora cinco nombres
es todo lo que ese poema
debe sostener)
–¿Y sabes qué? Ya no tendrás que seguir siendo un robot.
Dicen ellas.
Mientras me alejo de la playa de mentira
comprendo mejor la metáfora que trabaja.
Imagino que veo a mis hijas dormir en la casa,
que no encuentro el poema, pero logro corregirlo.
En mis sueños, corregir significa lo mismo que reparar.
Abro comillas. Cambio sostener
por retener.
Once, ocho, siete, seis, tres.
Eran esas las edades de los niños.
También agrego el verbo hacer, porque
todavía no estoy tranquilo. Ajusto
la cifra, no sé cómo. Asumo
el deíctico, es decir,
me refiero a algo
aunque sea nadie,
sin contexto.
Cierro comillas.
“Creo que por aquí aún existe
un poema capaz de retener cinco nombres
suficiente tiempo como para que nadie pueda hacerles daño”.
***
BOTIQUÍN
Alid Salazar
[En el mes de mayo de 2019 fallecieron varios niños internados en el Hospital José Manuel de los Ríos, principal pediátrico del país. Salazar se asomó al dolor del hospital y de sus niños, y al dolor de quien lee noticias sin poder hacer más. Sus textos parten de testimonios tomados de varias publicaciones, entre ellas la serie «La voces del JM», Mención especial en la IX edición del Concurso Nacional de Periodismo de Investigación del Instituto Prensa y Sociedad (IPYS), capítulo Venezuela y Nominados al premio Gabriel García Márquez de Periodismo 2019 en categoría Texto.]
***
Leydi Ramírez
Madre de: Andy Pérez Ramírez
(Leucemia/4 años)
Nuestros hijos sufren
Queremos que nos presten atención
que nuestros hijos no se mueran
Basta ya de granos:
sean blancos sean rojos sean verdes sean negros
Basta ya de arroz con caraotas
¿Quién puede subsistir con tan poco?
Y lo agradecemos
Ausencia de terapias…
Y las que se aplican son muy fuertes
La alimentación no es la adecuada
¿Quién puede subsistir con tan poco?
El tiempo vuela y no hay llave que gire en el cerrojo
Ayer murieron Giovanny /Jeiderberth / Robert y Eric
Hoy mueren otros
Nuestros hijos son unos inocentes que merecen futuro
Queremos que nos presten atención
Nuestros hijos sufren
Es un grito una urgencia una orfandad
Queremos que nos presten atención
***
En el cafetín del hospital
La máquina reverbera
El café
Su olor
El grano negro triturado aromatiza
Oscuras gorjean las emociones
Llanto que se cobija en el sorbo
Momento salobre sucumbe en espuma
Por un instante
La densidad del dolor
Naufraga en el líquido
Así
Así
Volátil
Eutanásico
Se esfuma del dolor roca en la nada
***
El coro de los inocentes
Sinfonía de difuntos
Sinfonía para los ausentes
Sinfonía desde el esmalte
Desde allí
Desde ese lugar desconocido
Desde allí los inocentes fallecidos
Fallecidos en el J.M. de Los Ríos
Desde lo desconocido
Desde allí los inocentes
Orquestan su sinfonía de difuntos
Que se muevan las alas del silencio
Y bailen en la tierra al son de la protesta
—alcen sus voces azul plegaria—
Sus progenitores ahogados en el desconsuelo
Que suene en la tierra la orquesta
Que resuenen las voces de las cuatro criaturas
Y se unan muchas más
Que se oiga el eco de los veintiséis inocentes en espera de trasplante
Y resuene con ángeles la esplendorosa sinfonía
La sinfonía del misterio alumbrando la gloria.
***
Los autores
Francisco J. Sánchez (San Cristóbal, 1989). Cursó estudios de Ciencias Políticas en la Universidad Católica del Táchira y de Psicología en la Universidad Católica Andrés Bello, junto con una especialización en Psicología Clínica Comunitaria de la misma casa de estudios. Ha trabajado en iniciativas junto a víctimas de la violencia armada en Venezuela.
Eduardo Burger (Caracas, 1975). Profesor de las cátedras de Estructura Dramática, Comunicación Escénica y Adaptación Literaria para la Universidad Católica Andrés Bello. Guionista, redactor y consultor creativo para diversos medios y organizaciones, especialmente en el campo de activismo, derechos humanos y desarrollo social. Trabajó durante casi dos décadas para la Fundación Medatia generando experiencias de educación a través del teatro en comunidades en situación de riesgo. Con similar vocación fue miembro fundador y co-director de la Fundación Plano Creativo, dedicada a la educación a través de la creación cinematográfica. Ha publicado Por las endechas tejidas (Edit. Casa Tomada, 2006), Trompájaro, cuento ganador del I Concurso de Literatura Infantil Fundavag (2014) y Tu Cassandra es Amuay (Edit. Awen, plaquette digital, 2019).
Alid Salazar (Caripe, 1959). Actriz y escritora. Cursando Administración mención Mercadeo en la universidad Simón Rodríguez, se inscribió en el Laboratorio Teatral Anna Julia Rojas bajo la dirección de Horacio Peterson, donde tuvo sus inicios como productora, directora de escena y dramaturgo, oficios que fueron potenciados con especializaciones en el Cnac y otras instituciones, así como en el Festival Internacional de Caracas. Ha participado en talleres de poesía, narrativa, crónica, periodismo literario, novela y dramaturgia así como diplomados de Literatura infantil, Participación ciudadana, Corrección profesional de textos. Ha publicado cuatro obras de teatro, dos de ellas premiadas. Es ecologista y activista por los derechos humanos, pertenece a la organización Piloneras.
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