Telón de fondo

¿Perón fue fascista?

04/02/2019

Los estudiosos del autoritarismo del general Juan Domingo Perón, hombre fuerte de Argentina en el siglo XX e inspirador de un movimiento de masas que todavía recibe su influencia, han encontrado fundamentos fascistas en su entendimiento de la sociedad y en su forma de gobernarla. Pero otros analistas los niegan, o hablan de exageraciones. Ahora se presentarán algunos elementos sobre el asunto, que pueden conducir a apreciaciones equilibradas.

La posibilidad de una relación de Perón con el fascismo encuentra origen en las funciones que ejerció en Italia entre 1939 y 1940, como espectador formal de los ejercicios alpinos del ejército y después como asistente del agregado militar de la embajada de Argentina en Roma. El liderazgo de Mussolini estaba en la cúspide y no pudo sustraerse a su peso. Se sabe que acudió a las concentraciones del Duce en Piazza Venecia, para quedar prendado de su oratoria y de su magnetismo ante las masas enfebrecidas de entusiasmo. Se trata de un nexo cálido, porque le provocó admiración, pero que no pasó de la superficialidad que puede atar el lazo entre un miembro foráneo de la multitud y el hombre que la conmueve.

La insistencia en el establecimiento de una relación que pudo marcar el rumbo de su comprensión de la política fue obra del propio Perón, quien llegó a afirmar que había hablado durante largo rato con don Benito y que, además, le había ofrecido consejos. Los investigadores más familiarizados con la peripecia del líder argentino saben que le gustaba exagerar su participación en los asuntos que topaba a su paso, habitualmente con tendencia a la hipérbole, para darse importancia. No dudan de que fue así en el caso de su distante contacto con el recreador de los oropeles de cuño romano clásico. Por si fuera poco, los servicios italianos de inteligencia, ocupados en la rutina de seguir la pista de un secretario militar del extranjero, solo dan cuenta de conductas anodinas que no llamaban a la preocupación, de una vicisitud sin importancia que en ningún momento se aproximó a las esferas del agitador convertido en encarnación de la patria.

De acuerdo con las investigaciones de Torcuato Luca de Tena, quedó prendado entonces de las maneras de convencer al populacho que llevaron al clímax Mussolini y Hitler; de las posibilidades de modificar situaciones a través de movimientos tumultuarios y de la trascendencia de las organizaciones sindicales, hasta el extremo de sembrarse en la cabeza la idea de una ¨democracia social¨ basada en tales elementos, que podía promover el gobierno militar al cual servía o que funcionaría después de escalera para controlar el poder. También piensa el investigador que se impresionó por los espectáculos de masas que entonces presenció, o de los que tuvo noticias palpitantes, hasta el extremo de pensar en la necesidad de reproducirlos como plataformas de su proyecto político. No parece una especulación infundada.

Joseph Page, autor de un documentado volumen sobre Perón, comparte la interpretación, pero agrega un elemento que debe retener quien esté rastreando pistas de fascismo en la carrera del personaje. Las cosas que vio o escuchó no le provocaron ningún tipo de alarma, mucho menos repugnancia, y otras capturaron su atención en sentido positivo: la disciplina que se imponía a la sociedad, la desaparición de las asperezas y las distancias provocadas antes por los excesos de la prensa, la posibilidad de que las masas gritaran bajo la dirección de una batuta diligente y omnipresente, y una tendencia a la unanimidad que jamás relacionó con las feroces imposiciones de la dirigencia. Perón afirma en sus memorias que al regresar a Buenos Aires comenzó a dar la buena nueva en una serie de conferencias, motivo que aprovecharon sus superiores para echarlo de la ciudad con la excusa de un traslado urgente a Mendoza. No hay pruebas de ese plan de difusión, ni de que los comandantes se alarmaran por lo que decía el recién llegado, porque nunca dijo nada significativo, pero la notoriedad que el impulsivo Juan Domingo quería labrar en sus notas autobiográficas le aconsejó que debutara en su comarca como heraldo de los movimientos que conmovían a Europa.

Sin embargo, en setiembre de 1943, ya con uniforme de coronel, cuando supo que Mussolini había sido liberado de su cautiverio por fuerzas de la SS, ofreció un brindis para festejar el episodio. Varios de sus compañeros de armas alzaron la copa, y más tarde verificaron el hecho para satisfacer a unos curiosos que escribieron al respecto. También existen testimonios de su admiración por la doctrina fabricada por su antiguo ¨amigo¨, en la medida en que se trataba de una vía alternativa entre las imposiciones del capitalismo y los riesgos del comunismo. Llegó a manifestar la necesidad de analizar con cuidado los papeles del fascismo, porque trazaban el camino para unas búsquedas alejadas de las supercherías del libre mercado y del abismo de la dictadura del proletariado. Buscando un recoveco que no le pareció atroz, sino tentador, igualmente leyó con interés los discursos de Hitler.

Sobre los enlaces entre Perón y los nazis ha corrido mucha tinta, que revisamos con cautela para ofrecer posibilidades verosímiles. La mayoría de las especulaciones sobre una connivencia con las fuerzas de Hitler tomó cuerpo en el invierno de 1945, cuando dos submarinos alemanes se rindieron en Mar del Plata ante fuerzas de la marina. El episodio, debido a su carácter excepcional, condujo a que se hablara de conexiones políticas que abrieron el sendero para salvar a los derrotados de una severa represión de los aliados; o, mucho peor, de que en una de las embarcaciones viajaban de incógnitos Hitler y Eva Braun invitados por el general y por la primera dama. En el paquete de los rumores también se incluyó una versión, según la cual transportaban los submarinos un tesoro capaz de ayudar a la resurrección del fascismo en el futuro inmediato, después de pagar una cuota a los anfitriones. No hay evidencias creíbles de semejante operación, pese a que fue difundida profusamente por los rivales de la pareja presidencial. La versión fue engordada por autores interesados en descubrir el volumen de la fortuna del general, quienes aseguraron, sin pruebas convincentes, que amasó parte de su dinero con la venta de pasaportes a los alemanes que partían despavoridos en busca de refugio. Del negocio salieron muchas de las joyas de Evita, propalaron sin presentar evidencias.

Ya sin acudir a las hablillas, se sabe que Perón sintió entonces la oportunidad de aprovechar el recurso humano que buscaba sobrevivencia después de la guerra. De allí que promoviera la recepción de científicos y técnicos alemanes, un hecho llevado a cabo sin ocultamiento. Que se filtraran algunos colaboradores de la maquinaria hitleriana es bien probable, pero no se trató de un designio provocado necesariamente por afinidades políticas. La dificultad mayor que podía tener una ayuda premeditada se relacionó con la distancia que quiso establecer ante los crímenes antisemitas, cuya celebración no faltó entre sus acólitos ultranacionalistas. Cuando se quisieron pasar de alevosos, les prohibió expresamente el ataque o la vejación de la comunidad judía de Buenos Aires. Pero el servicio secreto de los Estados Unidos tuvo otra opinión, después de copiar el contenido de una charla que dio en octubre de 1944 a los oficiales de Campo de Mayo. Habló entonces con desprecio de ¨la judería de Roosevelt y Stettinius¨, expresión capaz de delatar que no manejaba una opinión consistente sobre el crucial asunto.

Pero lo que más lo distanció del fascismo, de acuerdo con el análisis de Joseph Page, fue el respeto que profesaba por el ejército. Era tal su estima por la institución en la cual se formó, que se negó a la posibilidad de convertirlo en instrumento de sus planes, o a crear fuerzas populares que lo rivalizaran en la plaza pública. Si se agrega el hecho de que no era partidario de la violencia, aunque en ocasiones se hizo de la vista gorda ante irrupciones que le convenían, prefirió no apostar por un desequilibrio que pusiera en jaque a los oficiales o exagerara en la promoción de motines callejeros, por más organizados que fueran. No parece que ahora su conducta tuviera fundamentos éticos sino resortes pragmáticos, concluye Page, pero evitaron que se echara de bruces en el regazo de Mussolini y de Hitler, o que los imitara con entusiasmo estable.

¿Fue o no fue fascista el general Perón? Nuestra descripción de los hechos no permite llegar a conclusiones orientadas hacia una de las alternativas. Solo intentan una aproximación capaz de provocar la atención sobre un asunto que, debido a sus implicaciones en la historia latinoamericana, a la continuidad de la influencia del personaje en su país y en corrientes políticas del vecindario, no se puede considerar como una simple curiosidad académica. Se involucra con situaciones políticas de actualidad, según podrá colegir la competencia del lector.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo