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En la situación de fragilidad en la que nos encontramos, simultáneamente a la pandemia del COVID-19 debemos enfrentar a otro enemigo igual o peor: los parásitos. Y aunque podemos hacer diversas disertaciones sobre la amplia gama de subclasificación de dicha especie, sin duda los grupos de crimen organizado y tráfico de drogas son de los parásitos más peligrosos en este momento por su ADN y capacidad de adaptación.
Desde hace algunas semanas he reflexionado sobre esto a raíz de un valioso documento escrito por el Juez Piergiorgo Morosini en Sicilia, Italia, matriz donde se gestó la mafia y el modelo moderno de ‘delincuencia organizada’ hoy difundido en todo el mundo. El Día Internacional de la Lucha contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas me parece la mejor coyuntura para hablar del tema.
De acuerdo con las definiciones científicas, un parásito es un agente externo, un depredador, que vive dentro o encima de otro organismo y a expensas de éste. Consume poco a poco la vitalidad de su presa, pero sin matarla, o al menos, no inmediatamente. El parásito es habitualmente más pequeño y menos evolucionado que su víctima a la cual se le denomina «huésped”.
Estos grupos criminales cumplen con el perfil de la definición científica, y la forma en que se ha estructurado la economía y la sociedad en las últimas décadas ha generado un ambiente propicio para su multiplicación y expensión, con la misma eficiencia que el coronavirus, solo que durante un periodo más largo.
Los anticuerpos de la mafia
Esto les ha permitido neutralizar los antídotos y generar características para evolucionar ante las nuevas circunstancias. Las empresas, la sociedad, las familias, los individuos somos el «huésped” donde se alojan estos parásitos que se nutren de consumir nuestra existencia.
El dolor, soledad, desesperación, crisis económica, pobreza y mayor desigualdad generada por el lockdown mundial, así como la avidez de gobiernos y grupos de interés transnacionales de tener una recuperación económica veloz, aumentan las posibilidades de estos parásitos de insertarse y expandirse.
Ahí estamos justamente. En ese punto de inflexión donde estos grupos criminales tienen una ventana de oportunidad para controlar más territorio, más ámbitos, y tener a su merced a más víctimas. Y no me refiero solo a países con la situación más evidentemente critica por el tema del coronavirus, como Estados Unidos, Brasil, México, Italia, Francia, Reino Unido, o España, sino que el mundo entero es más vulnerable a su penetración por la situación de fragilidad general en la que se encuentra.
En plena pandemia del coronavirus, el juez Morosini, del tribunal de Palermo, quien tiene décadas de experiencia en la lucha contra la delincuencia organizada, emitió en mayo pasado la orden de arresto contra 91 miembros del grupo criminal «Clan Fontana dell’Acquasanta” uno de los grupos integrantes de Cosa Nostra más fuertes de Italia.
Explotan incluso a los más pobres
Durante años, el grupo criminal ha contaminado la economía de las regiones de Lombardía – la más golpeada por el COVID-19-, Piemonte, Liguria, Veneto, Emilia Romagna, Toscana, Campania, Marche y Sicilia. Y han exprimido a sus víctimas sin misericordia, incluso si estas tenían muy poco de dónde ser exprimidas.
El Clan Fontana tenía las manos en todo tipo de negocios, por eso la operación para investigarlo y desmantelarlo, al menos una parte, fue denominado «Mani in pasta” (manos en la masa). Lavaban el dinero proveniente de extorsiones y venta de droga a través de la venta de relojes de lujo como Rolex y Cartier, y diamantes, los cuales eran comercializados en Alemania y Japón. Muchos de estos productos son robados. También tenían injerencia en carreras de caballos; no solo usaban dinero sucio para la compra de caballos finos, sino manipulaban las carreras en hipódromos de diversas partes de Italia, corrompiendo y amenazando.
Igual operaban dentro de empresas constructoras y navieras, en donde obligaban a las cooperativas o propietarios a contratar a su gente y pagarles jugosos salarios sin realizar ningún tipo de trabajo. Y si estas empresas ganaban algún contrato del gobierno, el Clan Fontana les obligaba a subcontratar a las empresas que ellos decían las cuales realizaban de manera deficiente los trabajos causando un perjuicio directo al erario público.
Los parásitos del clan llegaban al grado de incluso controlar a los pequeños locatarios en mercados de hortalizas, pescaderías, panaderías y cafeterías. Les imponían comprar productos proveídos por el clan, los cuales siempre eran de baja calidad y de mayor precio que otros proveedores. Les imponían verduras, harina, peces y café de mala calidad. Los negocios a su vez daban a los consumidores malos productos y más caros.
También se dedicaban al trafico de droga, desde hachis, cocaína y popper, la llamada droga del sexo.
¿»Contagio» a los carteles mexicanos?
Todas estas actividades, ya de por sí infames, pueden empeorar durante y después de la pandemia del COVID-19, según explica el Juez Morosini. En su diagnóstico, las circunstancias actuales aumentan la peligrosidad del Clan Fontana”. Pienso que esto mismo aplica a cualquier otra organización criminal del mundo, como por ejemplo los poderosos carteles de la droga mexicanos, porque las circunstancias que se viven en Italia son globales.
En Palermo en lo particular, y en toda Italia en lo general, señala Morosini, los problemas socio económicos son un «contexto favorable” para los grupos criminales. Por una parte, en los barrios más populares donde la gente ha perdido su trabajo o se dedica a la economía informal, hay problemas de subsistencia básica como la falta de comida. Esto genera que los grupos, a bajo costo, consigan nuevos reclutas ya sea regalando comida o pequeñas dádivas de dinero que compromete a quienes reciben.
Por otra parte, las empresas medianas y pequeñas tras la larga suspensión de actividad comercial provocada por la pandemia tienen una crisis de liquidez «difícilmente reversible” para la mayoría. Los grupos de delincuencia organizada «cazarán” a empresas en estado de necesidad para ofrecerles fondos que les darán liquidez momentánea, pero que a corto y mediano plazo terminarán siendo víctimas de usura y robo de bienes a través de la extorsión, el traspaso forzado de sus negocios a prestanombres alterando la libre competencia comercial en el territorio y afectando directamente los derechos de los trabajadores.
Capitales mafiosos
La actual crisis económica y social amplía a los grupos de delincuencia organizada la oportunidad de «apropiarse” de la actividad económica del territorio donde tienen presencia para «domesticarla” según sus deseos en base a la «intimidación, imposición de productos o intervención directa”.
Ante este conjunto de factores, los grupos criminales tendrán la «oportunidad única” para reconquistar el margen de maniobra en el territorio que gracias al esfuerzo de muchos años había podido ser contrarrestado y limitado -al menos en Italia- por el trabajo de las fuerzas del orden y de la magistratura.
De acuerdo al diagnóstico de Morosini, las medidas para contener la pandemia han tenido consecuencias severas en la realidad económica del centro y norte de Italia, la zona más golpeada por la pandemia. Y ahora corren el mayor peligro de ser agredidas por los «capitales mafiosos”.
Los parásitos como el Clan Fontana y otros, no solo estarán interesados en invadir los sectores que habitualmente han contaminado, sino también incursionar en nuevos sectores que con la crisis sanitaria pueden ser «muy redituables”, como el sector sanitario, en donde se están destinando muchos recursos económicos del gobierno. Entiéndase que igual que han impuesto malos productos y más costosos a los mercados de hortalizas, cafeterías y panaderías lo mismo podrían hacer en el sector salud con todo lo que ello implica.
El reto para América Latina
El escenario es crudo y desalentador. Si estos son los riesgos para un país como Italia, que al menos tiene instituciones serias para contrastar las actividades criminales, imaginemos lo que se puede esperar en Latinoamérica: México, Brasil, Colombia, Venezuela, por citar algunos, o en África y tantas otras regiones con estados menos sólidos y más corruptos.
Como sociedad e individuos debemos estar preparados para afrontar los retos, y ser vigilantes de que las autoridades se concienticen de los nuevos riesgos y contrarresten a estos parásitos. Pero más allá de las acciones de gobierno o autoridades judiciales, cada uno puede contribuir a disminuir la influencia de estos grupos criminales y su poder de someter nuestras vidas cotidianas a sus intereses: No seamos «huéspedes” de estos parásitos, no les permitamos nutrirse de la vida y esperanzas que nos quedan.
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Anabel Hernández
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