Siglo XX venezolano

Paisaje del paisajismo venezolano del siglo XX

Parque El Calvario. Fotografía Lessmann. ©Archivo Fotografía Urbana

12/12/2021

En este ensayo, cuarto capítulo de La arquitectura en el siglo XX venezolano, el autor centra su atención en el tema del paisajismo en arquitectura. Muestra el interés por la vegetación en espacios públicos y privados desde las primeras décadas del siglo en Venezuela, y hace un recuento de los temas asociados al paisajismo en el siglo XX, incluyendo miradas desde la planificación ambiental y el diseño urbano.

Antecedentes

Cuando Antonio Guzmán Blanco (1829-1899) llegó a la presidencia de la República en el año 1870, tan solo quedaban algunos vestigios de las alamedas, fuentes, plazas y jardines geométricos construidos en el período colonial, como parte de las llamadas Reformas Borbónicas. Los terribles acontecimientos iniciados en 1812 limitaron cualquier iniciativa para la construcción de jardines públicos y privados, como aquella del Paseo de Caracas realizada por Albert Lutowski en 1858[1], sepultada meses después por el estallido de la Guerra Federal. Así que para 1870, esas referencias eran apenas recuerdos lejanos y borrosos, desvanecidos por las penurias vividas en el país hasta el último cuarto del siglo XIX.

La todavía frágil estabilidad recuperada permitió a Guzmán Blanco emprender un plan modernizador de la ciudad, con la mirada puesta en el eclecticismo urbano con el que el barón Haussmann había transformado a París durante el Segundo Imperio. Durante los 18 años que ostentó el poder, bien directamente o bien por vía interpuesta, la fisionomía de la ciudad dio un vuelco sin precedentes que cambió, y para siempre, la percepción y la manera de relacionarse con ella. Y en este cambio de paradigma, el espacio público ocupó un papel fundamental.

La transformación comenzó en el mismo centro de la capital, cuando el propio Guzmán Blanco asumió la culminación de las reformas de la Plaza Mayor que habían sido iniciadas años antes. Para su inauguración en 1877, el esquema formal inspirado en la Place des Vosges propuesto por Alfred Roudier se había convertido ya en un referente de la modernización, siendo replicado tanto en Caracas como en otras ciudades venezolanas. Ejemplo de ello son la Plaza Concordia en Maracaibo (1873), la Plaza Guzmán Blanco en Valencia (1877), el parque Carabobo en Caracas (1881), la plaza Washington en Caracas (1883), la plaza Bolívar en Valencia (1889), o la plaza Ayacucho en Cumaná (1890).

Al mismo tiempo se inició la construcción del Capitolio, proyecto en el que Luciano Urdaneta (1825-1899) incluyó jardines geométricos, articulados con la edificación y dispuestos de acuerdo a los cánones academicistas del conjunto. Las calles circundantes fueron convertidas en bulevares con árboles dispuestos en regla, y aparecieron jardines urbanos irrumpiendo la sencilla trama colonial. En uno de ellos, situado en el prominente espacio frente al Capitolio y la Universidad Central, fue colocada una estatua ecuestre del propio Guzmán Blanco conocida como «El Saludante», que recordaría al transeúnte los méritos del Ilustre Americano.

Con el Paseo de Guzmán Blanco, o parque El Calvario, se introdujo otra tipología de espacio público totalmente desconocida en el país, que tuvo grandes repercusiones tanto para la dinámica urbana como para la historia del paisajismo en Venezuela. Ubicado en una colina a poca distancia del centro de Caracas, el lugar contaba con excepcionales condiciones escenográficas que fueron aprovechadas en el recorrido de los sinuosos caminos en pendiente que conducían hasta la cumbre. Allí se había construido, para el momento de su inauguración en 1873, un estanque circular y sobre él otra estatua de Guzmán Blanco, esta vez pedestre, que recibió el mote popular de «El Manganzón». El proyecto inicial de Luciano Urdaneta fue posteriormente modificado y completado durante los años siguientes con elementos que enriquecieron el conjunto paisajístico como jardines, arcos, veredas, árboles, gazebos (1881) y la gran escalinata (1883). Los gobernantes que le sucedieron también hicieron lo propio a fin de dejar su impronta en el parque que había producido tal impacto en la sociedad, pero desafortunadamente no fue replicado en otras ciudades del país[2].

En 1875 se inauguró el Puente de Hierro sobre el río Guaire, abriendo así la posibilidad de comunicación franca con el sur de la ciudad y la expansión hacia ese sector, que se concretó casi de inmediato con la urbanización El Paraíso. Quedó así sembrada la semilla de lo que sería el modelo de expansión de las ciudades venezolanas a partir de 1925, que además de cambiar sustancialmente su morfología lo hizo también con la relación entre sus pobladores y el entorno, con el jardín y con el paisaje. La «Ciudad Nueva», como también era conocida esa urbanización, tenía una fisonomía distinta a la del resto de la ciudad y contaba desde sus inicios con calles y plazas arboladas, parques y espacios de recreación como partes fundamentales de ese nuevo urbanismo y de esa nueva forma de vivir en la ciudad.

El antiguo patio colonial también acusó los aires renovadores. La inclusión de la vegetación en los jardines urbanos motivó la transformación de muchos de ellos, tradicionalmente empedrados, en pequeños jardines donde ensayar el cultivo de plantas exóticas introducidas por horticultores aficionados[3]. Pero en las nuevas quintas o villas, el patio sencillamente no tenía cabida. En cambio, esos espacios abiertos se volcaron hacia el exterior para convertirse en jardines, en el marco escenográfico para las nuevas quintas, en terreno fértil para explorar nuevas posibilidades artísticas. Ese cambio de paradigma es quizá el legado más importante para el paisajismo en Venezuela que se consolidó, como se verá más adelante, durante la segunda mitad del siglo XX.

Los inicios: paisajismo sin paisajistas

El paisajismo venezolano inició el siglo XX con la poca inercia que aún arrastraba del proceso de modernización emprendido por Antonio Guzmán Blanco a finales del siglo anterior. Juan Vicente Gómez (1857-1935) arrebató el poder a Cipriano Castro (1854-1924) en 1908 para convertirse en el primero de los dictadores locales del siglo XX. Ese título lo mantuvo durante los 27 años de mandato hasta su muerte en 1935, circunstancia que confirió cierta homogeneidad al acontecer político y social, así como a las obras públicas construidas durante ese período.

El sistemático plan gubernamental emprendido entonces para dotar al país de vías de comunicación -vial, ferroviaria, marítima e incluso aérea- resultó en un efectivo mecanismo de difusión de los modelos y del lenguaje compositivo del paisajismo capitalino que había permanecido casi intacto desde los tiempos de Guzmán Blanco, hasta las más distantes y antes apartadas regiones del país. Pero las prioridades del Estado eran ahora distintas y el auge alcanzado por el paisajismo urbano a finales del siglo XIX se vio disminuido y relegado, reducido fundamentalmente a la transformación de algunas plazas de mercado en parques arbolados. Así fue como el sencillo esquema formal, derivado del esquema propuesto por Roudier para la plaza Bolívar de Caracas, comenzó a ser replicado, sin mayores contratiempos, en casi todas las ciudades del país.

A casi 50 años de la construcción del parque El Calvario, este aún permanecía como un valioso relicto guzmancista, siendo usado y valorado como lugar de esparcimiento y encuentro de los caraqueños. Gómez encontró la oportunidad de replicarlo, seguramente consciente del rédito político que obtendría al regalar una obra de esa magnitud a la capital, así que en 1924 expropió los terrenos de las haciendas La Yerbera y El Conde, donde la familia Mosquera planificaba construir la «Urbanización del Este», siguiendo el impulso de la expansión urbana en esa dirección. El parque Sucre, como se conoció inicialmente al parque Los Caobos, fue inaugurado por el propio presidente Juan Vicente Gómez en 1924, en conmemoración de la Batalla de Ayacucho. Pero en realidad en esa oportunidad el parque no contaba con diseño alguno. Con la expropiación sólo se había logrado detener la tala de una importante cantidad de caobos sembrados tiempo atrás para dar cobijo a las plantaciones de café. La ausencia de diseño o al menos de un acondicionamiento apropiado, favoreció la ocupación y mutilación de algunas de sus partes a lo largo del tiempo convirtiéndolo en una pieza aislada y ajena al discurso urbano que seguía otros caminos. Pero en todo caso, el parque Los Caobos fue la obra de paisajismo más importante que legó el gomecismo a Caracas.

El inicio de la explotación petrolera en el país abrió la compuerta a la expansión urbana hacia los suburbios, particularmente fértil entre 1925 y 1930. La fórmula expansionista había sido probada con éxito en tiempos de Guzmán Blanco cuando se formó la urbanización El Paraíso pero, al igual que en esa oportunidad, la ausencia de un marco legal capaz de regular el crecimiento de las ciudades dejó en manos de la empresa privada, al menos inicialmente, la potestad de determinar las características del ensanche.

En algunos casos el urbanismo contó con la participación de profesionales, pero en otros sólo bastó con el criterio de los urbanizadores para incorporar en mayor o menor medida el paisajismo en sus proyectos. Tal fue el caso de las urbanizaciones La Florida y Campo Alegre de Caracas, donde el arquitecto español Manuel Mujica Millán participó como empresario y proyectista, o la urbanización Altamira de Caracas, cuyo urbanismo estuvo a cargo de los promotores Luis Roche y Juan Bernardo Arismendi. Ese proceso se dio también en otras ciudades del país, como en Maracaibo, y Puerto Cabello, donde se construyeron las urbanizaciones Los Haticos y San Esteban respectivamente.

Distinto fue el caso de la urbanización Country Club de Caracas, propiedad del Sindicato Blandín[4], cuyo diseño fue contratado en 1928 a la firma norteamericana Olmsted Brothers con sede en Nueva York. Esta oficina era heredera de los postulados teóricos de Frederick Law Olmsted (1822-1903), quien había creado en 1900 el primer programa de entrenamiento formal en arquitectura paisajista en la Universidad de Harvard, y con ello la definición del campo disciplinar de la arquitectura paisajista según la cual, además de proyectar, estaría también en capacidad de planificar, gestionar, valorar, conservar y rehabilitar un espacio natural. Así, su propuesta para el Country Club de Caracas fue diferente al resto de las urbanizaciones que entonces se estaban desarrollando. La intervención surgió desde los postulados teóricos de la arquitectura paisajista, partiendo de la comprensión del paisaje como expresión fenotípica de la interacción de una serie de relaciones naturales, sociales y culturales. Este episodio mostró un nuevo referente, distinto y contrastante con el resto de los urbanismos del país, así como la tímida aparición de un nuevo campo disciplinar en el paisaje del paisajismo venezolano.

En 1923 fue publicado el artículo Arquitectura de jardines en la revista del Colegio de Ingenieros de Venezuela, una suerte de manifiesto de Alejandro Chataing sobre el jardín y su relación con la arquitectura que devela su particular y poco conocido interés en el tema. Comienza lamentando que el diseño de jardines haya sido entregado a jardineros «que pueden cuidar flores, y aún organizar detalles que resulten bellos (…) pero que desconocen en absoluto las ventajas de la composición, que únicamente puede crear obra de arte»[5]. Luego continúa con descripciones de estilos de jardín y criterios para la selección de vegetación, y finalmente describe un variado repertorio de elementos que pueden ser incorporados en el diseño del jardín. El artículo resulta muy significativo porque puso a disposición de profesionales vinculados al diseño y la construcción una especie de manual que pudo haber sido utilizado como referente en el diseño de jardines de las casas, quintas o villas que se estaban construyendo en las nuevas urbanizaciones.

Leszek Zawisza sostiene que Chataing pudo haber diseñado las varias hectáreas del jardín de la Villa Zoila cuando fueron requeridos sus servicios para las reformas de esa casa presidencial en 1904[6]. Esta suposición deriva de la cuidada integración de la edificación con el entorno a través de corredores perimetrales, así como por la notoria articulación de la casa con el jardín. Esos mismos principios compositivos, así como algunos de los elementos descritos en su artículo, son visibles en las viejas fotografías que se conservan de ese jardín morisco, articulado con la casa y organizado geométricamente alrededor de una pérgola con fuentes, espejos de agua, escalinatas y prados de césped.

Entretanto, con el establecimiento definitivo de Juan Vicente Gómez en Maracay se había desplazado también el centro de gravedad político del país hacia esa ciudad agrícola, que no contaba con una infraestructura adecuada capaz de asumir la nueva condición que le había sido otorgada. Se inició entonces un plan sistemático para su transformación a través de la construcción de obras públicas de la más variada índole hasta convertirla en una «ciudad jardín», epíteto con el que se le conoce desde entonces[7]. Una de esas obras fue la singular plaza Bolívar (1930) que, a diferencia de otras plazas del país construidas sobre estructuras preexistentes y generalmente en el mismo centro fundacional del poblado, fue proyectada en terrenos baldíos que habían sido donados para tal fin por el propio presidente de la República[8].

Alrededor de esta enorme plaza se construyeron, a modo de telón de fondo, algunas edificaciones que completaron la imagen que el dictador quería mostrar, entre las que se cuenta el Hotel Maracay, diseñado por Carlos Raúl Villanueva. El diseño inicial de la plaza, encomendado a André Potel y Carlos Roche, fue posteriormente modificado por Ricardo Razetti[9] y, como era de esperarse, resultó en un esquema geométrico de gran monumentalidad. Sobre una superficie de 3,4 hectáreas se dispusieron tres cuerpos cuadrados articulados longitudinalmente por un eje de simetría y, perpendicular a ese eje, otros cinco -dos principales y tres secundarios-. Los parterres fueron sembrados a modo de parterre de broderie de elaborada filigrana, reforzando aún más las referencias al lenguaje compositivo de la escuela francesa manejado por ingenieros y arquitectos tanto en la arquitectura como en el paisajismo.

De forma simultánea se construyó el Conjunto Monumental Campo de Carabobo, en el sitio de la Batalla de Carabobo. Diez años antes se había construido en ese lugar un Arco de Triunfo, según el proyecto de Alejandro Chataing y Ricardo Razetti, pero en esta oportunidad se hizo un conjunto paisajístico monumental incorporando a un eje de simetría bilateral la Avenida de los Héroes, la Tumba del Soldado Desconocido y seis espejos de agua (tres a cada lado), rematando con un estanque y el Altar de la Patria. El diseño de este conjunto, así como el de la plaza Bolívar de Maracay, puede vincularse fácilmente con los jardines del barroco francés, evidenciando que para entonces ese lenguaje compositivo aún tenía vigencia. Sin embargo, allí si hubo una innovación que reseñar: el Conjunto Monumental Campo de Carabobo contó desde sus inicios con la asesoría del científico Henri-François Pittier (1857-1950), quien se desempeñaba como jefe del Servicio Botánico del Ministerio de Agricultura y Cría, y dio respuesta a los retos técnicos que suponía una empresa de tales dimensiones relacionados con la hidrografía, geología, horticultura o botánica, poniendo en evidencia la necesaria incorporación de otras variables aparte de las puramente estéticas y formales, cuya interacción es parte intrínseca del producto final.

El mismo Pittier fue convocado en 1936 para evaluar los daños en el parque Los Caobos de Caracas, que había empezado a deteriorarse desde el mismo momento de su inauguración. La ausencia de un diseño, once años atrás, ocasionó que los terrenos del parque estuvieran considerados poco más que tierras baldías, blanco de intervenciones aisladas e incoherentes realizadas por el propio Estado, como la pavimentación de la vía central en 1933 y la construcción de los Museos de Bellas Artes y de Técnica e Historia Natural entre 1934 y 1935. Después de hacer las recomendaciones técnicas pertinentes, Pittier lamentaba que «no se haya consultado un arquitecto paisajista (Landscape Architect) competente, antes de emprender trabajos de consideración» y más adelante apunta que «tal como hoy se encuentra la referida propiedad, cruzada y recruzada por anchas vías, se parece más bien a un proyecto de urbanización que a un parque»[10].

A la muerte de Gómez, el 17 de diciembre de 1935, éste era el propietario de vastas extensiones de tierra por todo el país que le fueron expropiadas, mediante el decreto confiscatorio del 19 de agosto de 1936. Pittier propuso entonces la utilización de alguna parte de ellos para conformar un reservorio forestal, tal y como se estaba haciendo en otros países. Su iniciativa fue bien recibida por el gobierno Eleazar López Contreras que tan solo un mes después, el 13 de febrero de 1937, emitió el decreto correspondiente para la creación del Parque Nacional Rancho Grande. Así, con una extensión de 90.000 hectáreas y ubicado al norte de los estados Aragua y Carabobo, se convirtió en el primer parque nacional venezolano, incorporando al país en el mapa conservacionista mundial. Años más tarde, y en justo homenaje a su promotor, fue rebautizado como Parque Nacional Henry Pittier[11].

Con la muerte de Gómez la vara de mando retornó a Caracas, cuya infraestructura había permanecido casi intacta por los últimos 30 años pese al notable incremento de su población. Esto derivó en la realización de nuevos proyectos de modernización de la ciudad como el Plan Rotival de 1939, del que solo se concretó el eje vial propuesto para la avenida Bolívar, pero que años después sirvió de base para la transformación y saneamiento del barrio El Silencio realizada durante el gobierno de Isaías Medina Angarita. En ese proyecto Carlos Raúl Villanueva deja atrás la monumentalidad decimonónica propuesta por Rotival y apuesta por la recuperación de la sencillez de la arquitectura colonial venezolana, «superponiendo fórmulas decorativas y tipológicas neocoloniales a un esquema de diseño urbano totalmente contemporáneo»[12]. Ese nuevo discurso dio paso, por ejemplo, a la reinterpretación del patio como espacio alrededor del cual gira la vida cotidiana en el interior de los bloques, y el corredor como conector con la vida exterior.

La plaza O’Leary forma parte del sencillo remate del eje de la avenida Bolívar propuesto por Villanueva y sus características responde a esa condición, expresada a través de un espacio rectangular con dos fuentes, una a cada lado, en las que el escultor Francisco Narváez desarrolló su obra Las Toninas. Esa sencillez también fue usada por Villanueva en la plaza La Concordia, construida en el espacio resultante de la demolición de la tristemente célebre cárcel La Rotunda, símbolo de la represión política gomecista. Villanueva dispuso un templete neoclásico monóptero en el centro de la plaza, rodeado por un arbolado parque urbano que servían de telón de fondo al monumento[13].

Al breve interludio democrático le siguió una década militarista en la que, al amparo del «Nuevo Ideal Nacional», el país abrió sus puertas al Modernismo. Tarde, es verdad, pero con la ventaja de contar con los altos ingresos de la creciente industria petrolera y, sobre todo, con una maquinaria gubernamental dedicada a vender al mundo la imagen de país moderno, en lo cual la producción arquitectónica tuvo un papel protagónico[14].

Mientras se desempolvaba la propuesta de Rotival para la avenida Bolívar de Caracas, que dio paso al monumental proyecto de Cipriano Domínguez para el Centro Simón Bolívar y sus dos torres icónicas (1953), el Sistema Urbano de La Nacionalidad se abría paso hacia el sur uniendo dos importantes conjuntos arquitectónicos que estaban en proceso de construcción, la Ciudad Universitaria y el Conjunto La Nacionalidad.

El régimen militar había dado continuidad a la Ciudad Universitaria de Caracas según el proyecto de Carlos Raúl Villanueva iniciado en 1943. La obra se convirtió en un gran laboratorio donde ensayar, a escala real, toda la gama de posibilidades conceptuales surgidas de los postulados del Movimiento Moderno, que produjeron, entre 1948 y 1953, un decidido cambio de rumbo del proyecto academicista original. De allí surgió la Plaza Cubierta, pieza clave de la nueva configuración que actúa como elemento cohesionador de las edificaciones a su alrededor y muestra la exploración de nuevas posibilidades del espacio exterior y de la plaza. Así, las posibilidades del paisajismo se expandieron más allá de la actuación sobre jardines decorativos o accesorios, para vincularse a un objeto de mayor alcance y trascendencia[15].

Mientras Villanueva experimentaba en la Ciudad Universitaria, Luis Malaussena lo hacía con el Sistema Urbano La Nacionalidad (1953). Todo el conjunto está articulado de acuerdo con un único, monumental y estricto eje de simetría creando, como bien apunta Hernández, un «espacio procesional que servirá de marco a los rituales conmemorativos a través de los cuales se expresa el poder militar»[16].

De todo el conjunto destaca el Paseo Los Precursores como la sección más próxima, espacial y funcionalmente, al mundo civil, cuya configuración obedece al desarrollo de actividades recreativas a través del despliegue de elementos asociados a la retórica academicista como planos inclinados, espejos de agua, fuentes, escalinatas y espacios ajardinados con grandes macizos vegetales dispuestos como setos geométricos.

La rigurosidad del conjunto contrasta con dos piezas aisladas, separadas y no derivadas del eje compositivo, que son el Club de Suboficiales y el lago artificial, que están ubicados a un lado del paseo Los Precursores. La respuesta paisajística en ambos casos fue muy distinta a la del resto del conjunto, con la aparición de alguna organicidad formal en su composición, como un tímido gesto de acercamiento a las nuevas tendencias manejadas entonces.

El paisajismo experimental, orgánico y asimétrico de la Ciudad Universitaria representa una visión diametralmente opuesta a la monumentalidad geométrica y simétrica del conjunto La Nacionalidad que sirve para ilustrar la inmensa gama de posibilidades estilísticas y conceptuales con las que podía ser abordado.

Ese nicho intelectual fue explorado por varios arquitectos que, desde los más variados ángulos y escalas, comenzaron a enfilar sus derroteros hacia la relación de la arquitectura con el ambiente, con el paisaje y con el paisajismo. Cabe mencionar a Tomás Sanabria y sus amplias reflexiones sobre el paisaje y los aspectos climáticos del ambiente, a José Miguel Galia y sus inquietudes en relación a la creación de redes de parques capaces de satisfacer la demanda recreacional de la población urbana y a Carlos Guinand Sandoz, cuyo interés por la botánica y la vegetación lo condujeron hacia el paisajismo y el cultivo de plantas ornamentales junto al horticultor Luis Longchamps.

Desde la publicación del primer número de la revista de arquitectura Integral en 1955, se incorporó una sección fija para el paisajismo. El encargado de producir el contenido de esos artículos era Carlos Guinand Sandoz, aportando valiosa información literaria y fotográfica de obras escogidas de paisajismo y vegetación que fueron de gran utilidad para la difusión del paisajismo en el contexto profesional de la arquitectura, sensibilizando a los arquitectos que, en este punto, eran los profesionales responsables de realizar, o no, ese tipo de intervenciones.

La Plaza Altamira en su desarrollo posterior. ©Archivo Fotografía Urbana

El Quiebre

A finales de 1956 llegó al país Roberto Burle Marx, unos de los paisajistas más importantes del siglo XX, lo que marcó el inicio del camino hacia la instauración y posterior consolidación de la arquitectura paisajista en Venezuela. Casi de inmediato fue invitado a participar en el proyecto de la Exposición Internacional de Caracas que se realizaría cuatro años más tarde, en los terrenos que años antes habían sido destinados a la construcción del Parque Nacional del Este, además de otro colindante del Fundo La Carlota[17].

Carlos Guinand Sandoz era entonces el encargado de las áreas exteriores del proyecto, dada su experiencia en el área, que le daba las credenciales necesarias para ser el interlocutor idóneo con Burle Marx y su equipo de trabajo y el guía ideal en las excursiones a los parques Henry Pittier y Guatopo, y a las antiguas casonas coloniales de las familias Vollmer y Brandt. Según afirma el propio Tábora,[18] de esas visitas surgió la iniciativa de sustentar el plan maestro de la exposición internacional en jardines amurallados o patios, idea que se fue ajustando durante el proceso y se concretó con la construcción de los conocidos patios del Parque del Este.

Tras la caída de la dictadura en enero de 1958 los planes para la exposición internacional fueron descartados y el destino de los terrenos era incierto. En este punto fue crucial el interés personal de Carlos Guinand Sandoz en recuperar el trabajo adelantado por Burle Marx para el parque. El gobierno accedió a las peticiones y designó una junta ad honorem presidida por Carlos Guinand Sandoz, y compuesta por Gustavo Wallis, William Phelps Jr., Santiago Hernández Ron, Enrique Tejera, Eduardo Mendoza Goiticoa y Armando Planchart. Burle Marx y su equipo retomaron el diseño del Parque del Este para hacer los ajustes pertinentes, mientras avanzaban con otros proyectos como el Club Puerto Azul, la urbanización Los Canales de Río Chico, El Helicoide, Centro Residencial El Castaño, Club Playa Azul y Club Morón.

A esta lista se sumaban varios jardines privados en Caracas, para las residencias de Inocente Palacios, Diego Cisneros, Enrique Delfino, Eduardo Rahn, Carlos Alberto Punceles, Ernesto Vallenilla, Luis Carías, y la hacienda Monte Sacro, propiedad de Nelson Rockefeller, en el estado Carabobo. El inusitado campo laboral que repentinamente se le abrió en Venezuela fue tal que se hizo necesaria la reestructuración de su Atelier de Rio de Janeiro para asociarse con sus colaboradores Fernando Tábora, Mauricio Monte y César Pessolani, y más tarde John Stoddart. En 1957 abrieron una sucursal en Caracas, la Oficina Técnica Roberto Burle Marx, a la que viajarían alternadamente los socios para encargarse de los proyectos en curso.

El Parque del Este fue inaugurado finalmente en 1964, y desde entonces fue catalogado como una de las obras de paisajismo modernos más importantes del mundo, que marcó una referencia fundamental en la recreación, el paisajismo y la cultura urbana en Venezuela. Hay que reconocer allí la genial impronta de Roberto Burle Marx, pero también la de un equipo multidisciplinario que hizo posible la solución de retos hasta entonces inimaginables, como el botánico Leandro Aristeguieta, los zoólogos Luis Rivas Larrazábal, Augusto Ruschi y Pedro Trebbau, y los horticultores Luis Longchamps, Dante Bianchi y Carlos Wendlinger. Con la reproducción de los sistemas ecológicos más importantes del país se puso a disposición del público general su poco conocida diversidad, paso fundamental para su valoración y conservación.

Mientras tanto, la escasez y mal estado de plazas y parques en el país era evidente. En 1959 la Gobernación del Distrito Federal había constituido la junta ejecutiva del «Sistema de Parques y Jardines» y otra del «Sistema Recreacional del Litoral Central», con la finalidad de establecer las directrices generales para satisfacer la demanda recreacional de la población, cada vez más hacinada en la ciudad. Tomás Sanabria era el coordinador del «Sistema de Parques y Jardines» y designó a José Miguel Galia para el desarrollo del «Plan General de Sistema de Parques Metropolitanos y Urbanos del Área Metropolitana de Caracas».

La propuesta de Galia para Caracas fue concebida como una red jerarquizada de parques interconectados que cubrían toda la ciudad, que recuerdan el Emerald Necklace que Frederick Law Olmsted había proyectado en Boston. Estaba sustentada en la formación de ocho parques metropolitanos vinculados a las vías de acceso y zonas perimetrales y diez parques urbanos, dispuestos a razón de dos para cada uno de los cinco sectores en los que se había dividido a la ciudad. Aunque esas juntas desaparecieron en 1964, su trabajo determinó la configuración general de los parques y plazas de Caracas a partir de una visión sistémica, y se concretó en obras de paisajismo relevantes realizadas entre 1960 y 1964 como las reformas de los parques Los Caobos, Arístides Rojas, Naciones Unidas y el Miranda.

El paisajismo del parque Los Caobos estuvo a cargo de José Miguel Galia y Susana Orlas de Kovacs y el del parque Arístides Rojas de Luis Jiménez Damas, y ambas propuestas fueron desarrolladas «como un desplazamiento de la arquitectura o más bien un territorio a explorar dentro de la disciplina», según apunta Sato[19]. El predominio del uso deportivo de los parques Naciones Unidas y Miranda dejó poco espacio para la actuación del paisajismo, pero ambos proyectos contaron con la participación de arquitectos paisajistas como Burle Marx, en el primer caso y Eduardo Robles Piquer, en el segundo. Este último era un arquitecto de origen español emigrado a México, donde había ejercido el paisajismo entre 1950 y 1958, cuando se estableció en el país[20].

Por su parte, el «Plan General del Sistema Recreacional del Litoral Central» fue desarrollado por James Alcock a partir de las nuevas oportunidades surgidas con la construcción de la autopista Caracas-La Guaira (1952). En ese plan quedó esbozado el esquema de desarrollo general de las playas en el Litoral Central, abriendo el paso a la posterior instalación de clubes de playa dirigidos a satisfacer la demanda recreativa de una creciente clase media. El mismo James Alcock diseñó el balneario Macuto-Camurí Chico (1960), como parte de un proyecto de reforma urbana de Macuto que estaba dirigido a restituir su histórico valor recreacional[21].

La primera visita que realizó Burle Marx a Venezuela, de hecho, fue para atender la invitación que le había extendido el promotor Daniel Camejo Octavio para encargarle el paisajismo del Club Puerto Azul (1954). Esta modalidad se expandió en el Litoral Central con Playa Azul (1956), cuyo paisajismo alrededor de la piscina fue realizado por Burle Marx y Camurí Grande (1962), con paisajismo de Eduardo Robles Piquer[22]. Ese concepto fue replicado en otras regiones del país, particularmente en zonas costeras como en Barlovento, como la Ciudad Balneario Higuerote y en el Zulia, con el Club Náutico de Maracaibo (1974), cuyo paisajismo fue desarrollado por Stoddart y Tábora.

La Oficina Técnica Roberto Burle Marx C.A. permaneció activa hasta su disolución en 1964, cuando John Stoddart y Fernando Tábora decidieron establecerse definitivamente en Venezuela y constituir la compañía anónima Arquitectura Paisajista, primero, y Stoddart y Tábora Arquitectos después. Bajo esa figura legal dieron continuidad al lenguaje compositivo que habían desarrollado junto a Burle Marx, sembrando las bases para la consolidación de la arquitectura paisajista en el país[23].

A finales de los años sesenta comenzaron a incorporarse al mercado laboral algunos profesionales venezolanos que, interesados en el nuevo nicho profesional y sin posibilidades de formarse en el país, habían realizado cursos de paisajismo de cuarto nivel en el exterior. Su desempeño profesional, bien como trabajadores independientes o bien como parte de un equipo en oficinas de arquitectura locales, favoreció que la disciplina permeara en obras públicas y privadas que se estaban desarrollando en todo el país.

Estos nuevos profesionales contaban además con una formación teórica lo que se tradujo en la diversificación del campo de acción de la arquitectura paisajista y el enriquecimiento conceptual y formal de su contenido. Así, por ejemplo, Antonio Vegas Rodríguez egresó de Berkeley y desarrolló su carrera profesional en el paisajismo residencial y otros proyectos de mayor envergadura junto a Tomás Sanabria, mientras que Juan Rohl Ustáriz y Ricardo Soto Rivera centraron sus carreras profesionales en el paisajismo residencial, y Saskia Chapellín, egresada de la Universidad de Oregón, se incorporó como docente de la cátedra de paisajismo en la Facultad de Arquitectura de la UCV. Por su parte, Francisco Oliva Esteva egresó como arquitecto del Instituto Tecnológico de Massachussets, como arquitecto paisajista en la Escuela de Diseño de Rhode Island y como urbanista en la universidad de Yale. Aparte de su desempeño como arquitecto paisajista, Oliva Esteva desarrolló una destacada y fructífera labor como botánico, de la cual dan constancia sus ocho publicaciones de vegetación y botánica en Venezuela[24].

El crecimiento

El movimiento ambientalista que irrumpió en la palestra pública en la década de los años setenta resultó fundamental para la formación de la institucionalidad ambiental en Venezuela, que se concretó con la creación del Instituto Nacional de Parques (1973), del Ministerio del Ambiente y de los Recursos Naturales Renovales (1975) y la posterior promulgación de la Ley Orgánica del Ambiente (1976). Ese marco legal proveyó al Estado de las herramientas necesarias para implementar medidas de protección ambiental mucho más amplias y ambiciosas, pasando de la simple consideración inicial de criterios antropocéntricos a los enormes esfuerzos por proteger ecosistemas completos. Al menos doce declaratorias iniciales de Parques Nacionales fueron consecuencia directa de esa legislación.

Ese marco legal sirvió también de asidero a proyectos de arquitectura paisajista, sobre todo a escala regional y planificación ambiental, al incluir estudios de impacto ambiental y proyectos de arquitectura paisajista en las propuestas de desarrollo a gran escala. En este punto fue crucial el determinismo ecológico de Ian McHarg y su método para el análisis del paisaje, que proveyó a la arquitectura paisajista de las herramientas metodológicas necesarias para sistematizar ese tipo de estudios, que hasta entonces había sido abordado intuitivamente. Bajo esa modalidad se había realizado el Plan de Áreas Verdes de Ciudad Guayana (1966), por ejemplo, desarrollado por Stoddart y Tabora para la Corporación Venezolana de Guayana, que pretendía vincular a la ciudad al paisaje circundante a través de anillos de áreas verdes.

Pero las nuevas herramientas metodológicas permitieron la actuación en proyectos de planificación ambiental que, paradójicamente, fueron desarrollados por las grandes petroleras pese al enorme impacto ambiental generado por su actividad. El primer proyecto de ese tipo fue el plan de Desarrollo del Sur de Monagas y Anzoátegui DSMA (1979), desarrollado por el equipo de Anthony Penfold, Dietrich Kunckel, John Stoddart y Fernando Tábora, que derivó en la reestructuración urbana de poblaciones enteras y el diseño de nuevos campamentos como San Tomé, Anaco, Temblador, etc. Ese mismo equipo extendió su radio de acción hacia el Caribe, desarrollando proyectos similares de planificación ambiental en las Antillas Holandesas, St. Maarten, Bonaire y St. Eustatius, así como estudios locales para la renovación y diseño y paisajismo urbano de Oranjestad (Statia) y Schottegat (Curacao). La firma Stoddart, Tábora y Asociados desarrolló otros proyectos de planificación ambiental a nivel nacional, como en la Laguna El Medio y Los Francos en Ciudad Bolívar (1992), el Plan Especial del Embalse Macagua (1999) y el Plan Maestro de Desarrollo Turístico para la Isla La Tortuga.

A una escala menor, y también apoyados en las herramientas metodológicas de McHarg, se desarrollaron proyectos sobre complejos sistemas ambientales que permitió aportar soluciones a problemas concretos, como el establecimiento de controles efectivos al crecimiento de las ciudades. Tal fue el caso del Parque Recreacional Sur de Valencia (1971) donde, bajo la coordinación del arquitecto Pedro Mateo, Stoddart y Tábora desarrollaron un plan para establecer una barrera al crecimiento anárquico de la ciudad hacia ese sector. Aunque las dimensiones de esa propuesta disminuyeron considerablemente -a sólo 6 hectáreas de las 2.000 que originalmente ocuparía- al menos fue la base para establecer medidas de conservación de la cuenca del río Cabriales.

Otra intervención ambiental, esta vez propuesta desde los recién creados Instituto Nacional de Parques y Ministerio del Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables, fue el parque Paseo del Lago de Maracaibo (1978), proyectado por Ángela Parodi y Carlos Millett, que hizo posible que la ciudad recuperara una conexión de 365 hectáreas con el lago a través de la valoración del potencial escenográfico del lugar.

Algunas instituciones educativas públicas y privadas también partieron de la consideración de variables ambientales para la elaboración del plan maestro de su desarrollo, y posterior diseño de sus jardines. La primera referencia registrada fue la realizada en el campus de la Universidad del Zulia (1965), para el cual Stoddart y Tabora realizaron un Plan Maestro que incluía la creación del Parque Jesús Enrique Lossada, diseñado posteriormente por el mismo equipo.

En 1970 se repitió un caso similar en la Universidad Simón Bolívar, implantada en una antigua hacienda de Sartenejas, donde Robles Piquer, Diana Fernández y Pedro Vallone participaron en la conformación general del campus y el diseño de los jardines. Aunque de menor escala, hay que mencionar también los proyectos institucionales realizados por Stoddart y Tabora para el Instituto de Tecnología Venezolana para el Petróleo Intevep (1980) y el edificio sede de Corpoven (1984), donde el paisajismo articula e integra las excepcionales vistas sobre la Bahía de Pozuelos y Puerto La Cruz.

Desde la conformación de la red hotelera nacional emprendida por la Corporación Nacional de Hoteles y Turismo (1955), el desarrollo del turismo ha sido fuente de oportunidades para la arquitectura paisajista, que se fortaleció con el incremento de esa actividad a partir de los años ochenta. Algunas de las edificaciones turísticas que desarrollaron proyectos de paisajismo son, por ejemplo, el hotel del Lago en Maracaibo (Stoddart y Tábora, 1980), hotel Barquisimeto Hilton (Stoddart y Tábora, 1982), la ampliación del hotel Caracas Hilton (Stoddart y Tábora, 1984), hotel Eurobuilding de Caracas (Stoddart y Tábora, 1990), Doral Beach Villas en El Morro, estado Anzoátegui (Orlando Comas, 1980), hotel Maremares en El Morro de Puerto La Cruz, estado Anzoátegui (Stoddart y Tábora, 1991) y hotel Hilton Suites Margarita (Stoddart y Tábora, 1997).

Los parques son una de las caras más visibles de la arquitectura paisajista, pero también los más vulnerables debido a que su conservación y permanencia en el tiempo dependen de variables externas que no siempre le son favorables. Quizá el ejemplo más emblemático sea el Parque del Este, que sigue siendo una referencia muy importante, pese a que su mantenimiento no siempre ha contado con los recursos necesarios para garantizar su debido funcionamiento y conservación.

Algo similar ocurre con el parque La Isla de Mérida (1968), complejo recreacional de 4 hectáreas ubicado en la confluencia de los ríos Milla y Albarrega del estado Mérida, según el proyecto de Francisco Oliva Esteva. Pese al uso intensivo y al escaso mantenimiento, ese complejo se mantiene en buen estado de conservación y es aún un referente por su aporte al paisajismo nacional. Otro caso es el Parque del Oeste, iniciativa surgida en simultáneo con el Parque del Este, pero que la falta de recursos y de interés gubernamental la hicieron esperar por treinta años, hasta que presidente Luis Herrera Campíns decretara finalmente su construcción. El anteproyecto que había realizado Roberto Burle Marx fue desestimado y en su lugar se implementó el proyecto de los arquitectos paisajistas Alfred Gregory White y Elsa Salas de White, y la colaboración de Juan Rohl Utáriz, sobre 14 de las 46 hectáreas de la poligonal inicial. El parque de Oeste fue finalmente inaugurado en 1983.

También el parque Fernando Peñalver de Valencia (1993) ha transitado por los caminos tortuosos de la política local. Este parque se construyó al lado de otro ya existente, el Negra Hipólita (1983), sobre una porción de 71 hectáreas de terrenos inundables de la zona protectora del rio Cabriales. Su diseñador, el arquitecto paisajista Eduardo Santaella, creó un valioso conjunto recreacional de gran impacto en la comunidad, gracias al adecuado acondicionamiento paisajístico y la reforestación con especies autóctonas. Más recientemente se creó el Parque de la Exótica Flora Tropical, muy cerca de San Felipe, estado Yaracuy, integrando las ruinas de la Misión Nuestra Señora del Carmen a una colección botánica de excepcional riqueza.

Hay que mencionar también proyectos de paisajismo en parques especializados, como el parque Zoológico Caricuao (1977), que ocupa cerca de 36 hectáreas de la antigua hacienda cafetalera Santa Cruz. En ese proyecto Eduardo Robles Piquer y Pedro Vallone, con la participación del zoólogo Pedro Trebbau, reprodujeron siete ecosistemas naturales en donde los animales pudieran permanecer en libertad, mediante el uso de estrategias paisajistas. Otro ejemplo posterior es el Jardín Botánico de Maracaibo (1982), uno de los últimos proyectos realizados por Roberto Burle Marx y para el cual contó con la asesoría del botánico Leandro Aristeguieta. Este parque se desarrolló sobre una superficie de 123 hectáreas que habían sido donadas para tal fin, y se sustentó en la preservación, promoción y divulgación del poco valorado Bosque Seco Tropical como ecosistema característico de esa ciudad[25].

El espacio público ofreció nuevas posibilidades de actuación para el desarrollo del paisajismo urbano. Plazas, bulevares, paseos y jardines urbanos se convirtieron en un fértil campo donde ensayar las más variadas propuestas de diseño surgidas a partir de la consideración de variables ambientales. Con la plaza Diego Ibarra en Caracas (1968), por ejemplo, el proyecto de Stoddart y Tábora se centró en disminuir el albedo con una gran pérgola, que convierte el espacio en un remanso urbano de luz y sombra urbano, complementado con tres fuentes de agua diseñadas por Santos Michelena. Poco después, el mismo equipo diseñó la plaza Andrés Eloy Blanco (1970) en un espacio intersticial y notable desnivel respecto a la calle, frente a la iglesia de Santa Capilla de Caracas, condición que la convierte en un lugar de estancia, arbolado, con fuentes y espejos de agua.

En la década de los años ochenta se construyó el Foro Libertador, frente al Panteón Nacional de Caracas, donde Tomás Sanabria y Antonio Vegas proyectaron un espacio protocolar elíptico al que convergen cinco ejes peatonales, con fuentes, cascadas y escalinatas que le confieren la monumentalidad necesaria a un espacio de esas características. En ese mismo período se iniciaron las obras del Metro de Caracas, a cargo de Max Pedemonte, que alteraron profundamente la estructura urbana existente y generaron un fuerte impacto en el espacio público. Las obras requirieron cuidadosas operaciones de paisajismo a lo largo de todo su recorrido, dando cabida a la creación y/o modificación de plazas, bulevares y paseos, haciéndose más complejas en la medida que se acercaban al centro de la ciudad.

En la década de los años ochenta también se iniciaron las obras del Paseo Vargas, en un esfuerzo, aún inconcluso, por «recuperar lo fundamental del proyecto de la avenida Bolívar del Plan de 1939, reinsertándola sólidamente en el tejido urbano»[26]. Más recientemente fue inaugurada la plaza Juan Pedro López (1998) en la manzana norte del edificio del Banco Central cuyo diseño, al igual que el mencionado edificio, es de Tomás Sanabria. Su propuesta, surgida de consideraciones netamente urbanas, acusa una audaz diagonal para vincular dos hitos religiosos de la ciudad, como son la Iglesia de Altagracia y la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced.

En este punto es necesario mencionar dos programas oficiales, «Parques de Bolsillo» y «Un cariño para mi ciudad», promovidos directamente por Alicia Pietri de Caldera como primera dama de la República en los períodos de 1969-1974 y 1995-1999, que tuvieron gran impacto en todo el país. El primero tenía como objetivo la creación de pequeños espacios de recreación en zonas densamente pobladas, mientras que el segundo se centró en la recuperación de espacios urbanos y residuales incorporando, en ambos casos, a la empresa privada. Además de lograr su cometido en la mayoría de los casos, ambos programas contribuyeron notablemente a promover la valoración y conservación del espacio público en las comunidades donde fueron implantados.

En este amplio recorrido por la arquitectura paisajista del siglo XX hay que incluir una faceta híbrida de la disciplina con diversas expresiones del arte contemporáneo y concretamente del Land Art. Ejemplo de ese acercamiento es la Plaza del Sol y la Luna (1986), proyectada por Esther Fontana de Añez y Lissette Ávila de Delgado a un lado de la represa del Guri, y que busca restablecer simbólicamente el diálogo con la naturaleza, interrumpido por la brutal agresión ambiental que supuso la construcción de la represa. También ha sido utilizado como recurso expresivo de artistas como Carlos Cruz Diez y su obra Laberinto Cromovegetal, instalada en los jardines de la Universidad Simón Bolívar desde 1995. Allí, el artista experimenta sus trabajos sobre el color con la agrupación de especies botánicas de colores intensos en círculos concéntricos.

El Parque Fernando Peñalver. ©Archivo Fotografía Urbana

La consolidación

En 1964, y con solo seis miembros activos, se creó la Sociedad Venezolana de Arquitectos Paisajistas (SVAP), como un temprano esfuerzo por institucionalizar la profesión en Venezuela[27]. De acuerdo al artículo 1 de sus estatutos, los objetivos serían:

(…) dar impulso al estudio y desarrollo de la Arquitectura Paisajista, velar por la ética profesional, establecer vínculos de unión entre sus miembros y propender a la defensa y mejoramiento de la profesión; fomentar la profesión de la Arquitectura Paisajista y agrupar todas las fuerzas activas profesionales para crear en el país una conciencia ética, técnica, artística y social, (…) y representar a la Profesión ante los Organismos Internacionales[28].

El último punto era de suma importancia porque a través de la SVAP se buscaba, además, abrir una ventana hacia el exterior, para ver y ser vistos, valiéndose de la condición de ciudad-museo que aún tenía la Caracas de los años sesenta[29]. Ese mismo año la SVAP fue incorporada a la International Federation of Landscape Architects (IFLA), que poco después, en 1971, celebró en Caracas la reunión anual del Gran Consejo de esa organización[30]. Desde entonces, la SVAP ha representado al país en los congresos anuales convocados por la IFLA alrededor del mundo

Para el momento de la formación de la SVAP ya existía la cátedra de paisajismo en la Escuela de Arquitectura de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela (UCV), que dictaba José Miguel Galia desde su ingreso a la UCV en 1951[31]. Dos años más tarde el mismo Galia fue uno de los fundadores de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU), a la que poco después se incorporó la cátedra de Botánica, a cargo del profesor Leandro Aristeguieta entre 1961 y 1971. Por su parte, la Universidad Simón Bolívar también incluyó el paisajismo en el área de arquitectura y urbanismo, que estuvo a cargo de James Alcock y Oswaldo Lares.

A raíz de la renovación de la FAU en los años setenta se modificó la estructura académica de la Escuela de Arquitectura y se constituyó el Sector de Acondicionamiento Ambiental (SAA), bajo la coordinación de Ramón González Almeida[32], cuyas investigaciones sirvieron de soporte teórico al giro ambientalista que había tomado la arquitectura paisajista, sobre todo a partir del determinismo ecológico propuesto por Ian McHarg[33] en su libro Design with nature y las metodologías de Arnold Weddle[34]. Bajo ese enfoque comenzó el diseño de programas de formación en arquitectura paisajista para estudiantes de pregrado y postgrado, y como resultado de ese proceso inicial se incorporaron a la oferta docente de postgrado, a mediados de los años setenta, tres cursos de ampliación de conocimientos en arquitectura paisajista. Cada uno de ellos se centró en distintas escalas de actuación, regional, urbana y local, ensayando la incorporación de la metodología de McHarg en todas ellas[35].

Pero el SAA dio un giro inesperado, a favor del paisajismo. Las investigaciones ambientales se fueron profundizando «hasta alcanzar un nivel teórico que indudablemente sobrepasaba las necesidades del sentido y propósito de la enseñanza de la ecología en una escuela de Arquitectura»[36], lo que derivó en la creación del Centro de Estudios Integrales del Ambiente (Cenamb) en 1977, organismo separado física y operativamente de la FAU. La arquitectura paisajista ocupó entonces ese espacio y logró avanzar en la fundamentación teórica y la formulación académica de la Maestría en Arquitectura Paisajista, con José Balbino León como coordinador, sobre el mismo posicionamiento teórico del Cenam resumido en el ideograma ambiental. Eso explica que el perfil del egresado, magister scientiarum en Arquitectura Paisajista, haya sido definido en los siguientes términos:

El arquitecto paisajista es un profesional que, con sentido generalista, maneja una concepción teórica del ambiente, lo suficientemente amplia para interpretar los problemas de la proyectación y planificación de espacios abiertos equilibrados para el mejor desarrollo de las actividades humanas, bajo una óptica científica actualizada, utilizando una metodología y unos métodos apropiados para el acondicionamiento y ordenamiento del ambiente a escalas regional, urbana y local[37].

Esa definición deja en claro que el ambiente, y no el paisaje, sería el hilo conductor de los contenidos del curso, teniendo como meta la formación de investigadores en ese campo del conocimiento. Aun así, la maestría en arquitectura paisajista fue incluida en la oferta docente de la FAU en 1986, 1992 y 1995, y de esas experiencias egresaron 19 profesionales. Los trabajos de grado se incorporaron a las líneas de investigación ya existentes en el SAA, en otros sectores de conocimiento de la FAU, así como en distintos centros de investigación del país[38].

El enorme peso que había sido puesto en el área de investigación durante la formulación de la maestría hizo posible que algunos de los egresados se incorporaran al cuerpo docente del SAA. Su formación teórica, surgida del «Ideograma Ambiental» construido en el SAA en sus orígenes, les capacitaba para asumir la docencia tanto en cátedras de pregrado como en estudios de cuarto nivel en arquitectura paisajista, quedando así asegurada la sostenibilidad en la formación de arquitectos paisajistas y de la disciplina en Venezuela.

Cubiertos los aspectos académicos y gremiales, sólo quedaba pendiente el reconocimiento a la calidad de la extensa y variada producción de arquitectura paisajista para la consolidación de la disciplina en Venezuela. Ese aspecto fue cubierto con la inclusión de la categoría de Arquitectura Paisajista desde la VIII Bienal Nacional de Arquitectura (1987), que fue otorgado en esa oportunidad a las arquitectas Esther Fontana de Añez y Lissette Ávila de Delgado por su propuesta para la Plaza del Sol y la Luna en la Central Hidroeléctrica del Guri. En la siguiente edición, la IX Bienal Nacional de Arquitectura (1998), el premio de arquitectura paisajista fue otorgado a John Stoddart y Fernando Tabora por su trabajo en el edificio sede de Corpoven en Guaraguao, Puerto La Cruz[39].

En la década de los años noventa la extensa y variada producción de arquitectura paisajista en Venezuela había alcanzado una riqueza sin precedentes. En poco menos de un lustro la disciplina pasó de ser desconocida a reconocida a través de proyectos a escala regional, urbana y local, con presencia en varias universidades y una plataforma gremial que ayudó a potenciar su fortalecimiento y consolidación. Sin embargo, y a pesar de los enormes esfuerzos hechos para acercar el paisajismo a la cotidianeidad constructiva, aún pesa sobre esa disciplina cierta carga accesoria, elitesca y, por tanto, prescindible.

***

José Enrique Blondet Serfaty es Arquitecto, MSc en Arquitectura Paisajista, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad Central de Venezuela.

Notas:

[1] Ver: Leszek ZAWISZA, Breve historia de los jardines en Venezuela, Caracas, Oscar Todtmann Editores, 1990: 77-80. Todo parece indicar que el Paseo de Caracas fue proyectado sobre la estructura de una alameda anterior, construida en ese mismo lugar en 1782 por el gobernador Manuel González y Torres de Navarra. Sobre este tema ver José Enrique BLONDET, «A la sombra de la alameda», Revista de Indias 68, 2008, 69-84.

[2] Sobre este tema, consultar Leszek ZAWISZA, Breve historia de los jardines en Venezuela, op. cit., 79-84 y Leszek ZAWISZA, Arquitectura y Obras Públicas en Venezuela, Tomo 3, Ediciones de la Presidencia de la República, Caracas, 1989:215-235.

[3] Dice Adolf Ernst: «El cultivo de plantas decorativas se hizo de moda y tomó mayor incremento, cuando en la primera época del Gobierno del General Guzmán Blanco se procedió a formar los paseos públicos en varias plazas de la capital y en el Calvario, al Oeste de la ciudad». Ver: Adolf ERNST, «Flores y Jardines de Caracas». En: El Cojo Ilustrado 1, Caracas, 1892:6.

[4] El sindicato era la figura legal utilizada por un grupo de inversionistas asociados para gestionar la adquisición, desarrollo, promoción y venta de un urbanismo.

[5] Alejandro CHATAING, «Arquitectura de jardines», Revista del Colegio de Ingenieros de Venezuela, Caracas, 1923. En: Leszek ZAWISZA, Breve historia de los jardines en Venezuela, op. cit., 1990:145-146.

[6] Ibid., 99.

[7] Aunque resulte tentador asociar este proceso de transformación de Maracay con la idea de «ciudad jardín» propuesta por Ebenezer Howard, en realidad no guardan ninguna relación. En el caso de Maracay ese apelativo parece estar más bien asociado con el concepto clásico de jardín, derivado de las cualidades agrarias de los fértiles Valles de Aragua, y no de la creación de nuevas ciudades satélites organizadas en círculos concéntricos de acuerdo a los usos, según proponía Howard. Zawisza y Pérez aportan información adicional en Leszek ZAWISZA, Breve Historia de los jardines en Venezuela, op. cit., 119 y Zandra PÉREZ C., Maracay y modernización de la ciudad 1908-1958, Tesis de Doctorado en Historia, Caracas, Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela, 2011:91-98.

[8] Ver: Zandra PÉREZ C., «Maracay. De Gómez a López Contreras (viejos y nuevos actores en la ciudad)». En: Mañongo 27, Revista de Historia y Ciencias Sociales, Universidad de Carabobo, Valencia, 2006:141-164.

[9] Leszek ZAWISZA, Breve historia de los jardines en Venezuela, op. cit.: 119-121.

[10] Ibidem: 109.

[11] El memorándum que envió Pittier a la directiva del Ministerio decía lo siguiente: «La nacionalización de las propiedades del difunto General Gómez es una oportunidad que se le ofrece al gobierno para inaugurar en el país el establecimiento de reservas forestales o parques nacionales, tales como existen en muchos países de Europa y de América». En: https://www.actualidad-24.com/2009/02/el-parque-nacional-henri-pittier-arriba.html

[12] Graziano GASPARINI y Juan Pedro POSANI, Caracas a través de su arquitectura, Caracas, Fundación Fina Gómez, 1969: 302-303.

[13] Lamentablemente todo el conjunto de la Plaza La Concordia fue demolido en 1961 y en su lugar se construyó una plaza distinta, según diseño de Eduardo Robles Piquer.

[14] Sobre este tema, ver Gustavo GUERRERO, «Modernidad y aceleración: tiempo e imagen en la Caracas de los años 50», Trópico Absoluto. En https://tropicoabsoluto.com/2019/09/07/modernidad-y-aceleracion-tiempo-e-imagen-en-la-caracas-de-los-anos-cincuenta/

[15] Las detalladas especificaciones botánicas plasmadas por Villanueva en algunos planos de la Ciudad Universitaria evidencian la incorporación de ese recurso como elemento inherente al diseño del espacio, según lo demuestran las investigaciones desarrollas por Aguedita Coss. Más detalles sobre este tema en: Aguedita COSS, Villanueva, umbral de un descubrimiento paisajista, Caracas, Consejo de Preservación y Desarrollo COPRED, Universidad Central de Venezuela, 2011.

[16] Silvia HERNANDEZ, Malaussena Arquitectura académica en la Venezuela moderna, citado por Lorenzo GONZALEZ CASAS y Orlando MARIN, «Tiempos superpuestos: arquitectura moderna e indigenismo en obras emblemáticas de la Caracas de 1950», Apuntes 21, Bogotá, Facultad de Arquitectura y Diseño, Pontificia Universidad Javeriana, 2008: 276.

[17] El 19 de mayo de 1950, y atendiendo la propuesta de la Comisión de Urbanismo, Carlos Delgado Chalbaud, presidente de la Junta Militar, firmó el decreto No. 491 para la construcción del Parque Nacional del Este. Los detalles de este proceso fueron estudiados por Carola Barrios en: Carola BARRIOS, «Caracas, ciudad moderna y museo», En: http://docomomo.org.br/wp-content/uploads/2016/01/068-1.pdf, 2009:7

[18] Fernando Tábora ofrece pormenores del proyecto del Parque del Este, desde su primer viaje a Caracas con Roberto Burle Marx hasta la inauguración en 1961. Además, establece analogías con el parque Aterro do Flamengo, otro proyecto similar desarrollado por el mismo equipo y en forma simultánea con el Parque del Este. Ver: Fernando TABORA, Dos Parques un Equipo, Caracas, Embajada de Brasil en Venezuela y Norberto Odebrecht Constructora S.A., 2007.

[19] Alberto SATO, José Miguel Galia, arquitecto, Caracas, Ediciones Instituto de Urbanismo FAU/UCV, 2002: 154.

[20] Eduardo Robles Piquer (1910-1993) fue también un destacado caricaturista, conocido bajo el seudónimo RAS. Ver: Henry VICENTE GARRIDO, Arquitecturas Desplazadas. Arquitecturas del exilio español, Madrid, Ministerio de Vivienda, 2007: 254.

[21] Detalles adicionales de ese proceso en: Giovanna MÉROLA ROSCIANO, La relación hombre-vegetación en la ciudad de Caracas, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1987:184-185 y Azier CALVO ALBIZU, Venezuela y el problema de su identidad arquitectónica, Caracas, Ediciones FAU UCV/CDCH, 2007:429-436

[22] Idem, y Clubes e instalaciones de playa, Fundación Arquitectura y Ciudad. 2017, disponible en https://fundaayc.wordpress.com/2017/10/01/clubes-e-instalaciones-de-playa/

[23] El 5 de septiembre de 1990 fueron incorporados a la sociedad Stoddart y Tabora arquitectos Carmen Dvorak de Contreras y José Enrique Blanco de la Fuente. Documentos constitutivos de la compañía, cortesía de José Enrique Blanco de la Fuente.

[24] Las investigaciones botánicas de Francisco Oliva Esteva, relacionadas sobre todo con Bromeliaceas, lo llevaron a describir una especie de esa familia, una variedad y una forma. En su honor han sido dedicadas dos nuevas especies de bromelias endémicas de Venezuela: Lindmania oliva-estevae y Pitcairnia oliva-estevae.

[25] En el año 2014 el jardín fue bautizado como «Jardín Botánico de Maracaibo Dr. Leandro Aristeguieta», como justo reconocimiento a quien fuera su principal promotor. En el año 2009 las arquitectas Carla Urbina y María Villalobos desarrollaron el «Plan de Rehabilitación Integral del Jardín Botánico de Maracaibo», proyecto de restauración patrimonial del lugar que estaba casi en ruinas debido a la falta de recursos para su mantenimiento. Ver: Carla URBINA y María VILLALOBOS, «Rehabilitación integral del jardín botánico de Maracaibo. Recuperación del paisaje cultural como patrimonio, obra de Roberto Burle Marx». En: Trienal de Investigación FAU, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2014:671-681. El proyecto para la recuperación del «Jardín Botánico de Maracaibo Dr. Leandro Aristeguieta» recibió el Premio Nacional en la XII Bienal de Arquitectura de Venezuela celebrada en 2017.

[26] Marco NEGRÓN, «Urbanismo». En: Gran Enciclopedia de Venezuela, Vol. 8, Caracas, Editorial Globe, 1998:66.

[27] Los miembros fundadores fueron Ricardo Soto Rivera, Francisco Oliva Esteba, Juan Rohl Ustáriz, Antonio Vegas Rodríguez, John Stoddart y Fernando Tábora.

[28] Acta Constitutiva de la Sociedad Venezolana de Arquitectos Paisajistas, artículo 1.

[29] Ver Carola BARRIOS, Caracas, ciudad moderna y museo, Caracas, 2009, http://docomomo.org.br/wp-content/uploads/2016/01/033-1.pdf

[30] Según reseña Inés Casanova, ese mismo año apareció el artículo de Sir Geoffrey Jellicoe titulado «A garden in Caracas», publicado en el Journal of the Institute of Landscape Architects. Ver: Inés CASANOVA, «El jardín-damero de Burle Marx en Caracas, 1957», Trabajo de ascenso para optar a la categoría de profesor agregado, Universidad Central de Venezuela, 2020:11.

[31] Alberto, SATO, José Miguel Galia, arquitecto, op. cit.: 203.

[32] Ver José Balbino LEON, «La FAU frente al problema ambiental. Aportes a la enseñanza de pregrado y postgrado y la investigación», Facultad de Arquitectura y Urbanismo UCV. 1953-2003. Aportes para una memoria y cuenta, Caracas, Ediciones FAU, 2015: 352-361

[33] Ian McHarg publicó Design with Nature en 1969. En la década de los años ochenta estuvo de visita en Caracas, donde participó como profesor invitado en la Maestría de Arquitectura Paisajista.

[34] Arnold Weddle publicó Techniques of Landscape Architecture en 1967.

[35] Fernando TABORA, «Arquitectura Paisajista». En: Gran Enciclopedia de Venezuela, Vol. 8, Caracas, Editorial Globe, 1998:75.

[36] José Balbino LEON, «La FAU frente al problema ambiental. Aportes a la enseñanza de pregrado y postgrado y la investigación», op. cit., 354.

[37] Especialización en Arquitectura Paisajista, Plan de estudios, Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2010.

[38] La oferta docente en esta área fue ampliada en 2014, con la apertura de la Especialización en Arquitectura Paisajista. A diferencia de la Maestría, que estaría centrada en la investigación, con el programa de especialización se ofrecería una opción profesionalizante.

[39] En 2019 el Ministerio del Poder Popular para la Cultura otorgó el Premio Nacional de Arquitectura correspondiente a 2019-2020 a John Stoddart y Fernando Tábora, en reconocimiento «a sus trayectorias y obras arquitectónicas de alto valor urbano y ambiental, siendo pioneros del paisajismo en el espacio público venezolano con el rescate y valoración de las especies autóctonas, en armonía entre el uso humano y el respeto a la Madre Tierra», según reza en la nota de prensa emitida por esa institución.


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