Olivia de Havilland: de Tara a Washington Square

02/08/2020

Originalmente publicada  en 2016, esta crónica ha sido revisada a propósito del fallecimiento en París, el pasado domingo 26, de Olivia de Havilland (1916-2020), una de las divas sobrevivientes del Hollywood blanquinegro

1. Mi abuela Carmen tenía todas sus novelas de Corín Tellado apiladas sobre un chifonier de caoba. Colocado frente a un escaparate tripartito, el tocador servía de antesala a su habitación, en la casa de San Bernardino. Cuando de niño me refugiaba allí, mientras las sobremesas dominicales se demoraban en actualidades políticas o minucias cotidianas, notaba yo que entre los delgados lomos de aquellas novelas del corazón, sobresalía el más grueso y alto de un libro empastado. Resaltaban sus caracteres dorados: “Lo que el viento se llevó por Margaret Mitchell”. 

Más que por dejadez inexcusable, por miedo pueril a ser regañado al curucutear las pertenencias de la abuela – como en más de una ocasión me ocurriera con estuches de joyería y cajas de sombreros – no me atreví a abrirlo y leerlo en aquellos años infantiles. Llevado por el título, asumí entonces que se trataba de un libro sobre el paso de un huracán o algún desastre natural. Ya en la adolescencia, reconocí el título de la película, proyectada en alguna Semana Santa por Radio Caracas Televisión, cuando solo vi pasajes de la cinta de 1939. Pero no fue hasta cerrar la década de 1960, en el teatro Canaima, si no me equivoco, cuando disfruté del filme de casi cuatro horas, incluyendo el intervalo musical contemplado en la versión original. 

Con el bastidor de las mansiones georgianas realzadas por los escenarios en tecnicolor, me sedujo la recia caracterización del veterano Clark Gable como Rhett Butler, el mundano capitán originario de Charleston, cauto ante el afán sureño por derrotar al norte industrial. También me prendé de Vivien Leigh como Scarlett O’Hara, la más atractiva y vivaz de las señoritas de Tara y de los condados de Georgia. Recorrida por caballeros enlevitados cortejando a damas trajeadas a la moda de Nueva Orleans; poblada por esclavos que todavía cultivaban manualmente el algodón; trajinada por criadas negras presididas por Mammy, “dedicada hasta su última gota de sangre a los O’Hara”, la plantación familiar es un microcosmos de los estados confederados en vísperas de la guerra de Secesión. Pivote histórico de la novela publicada en 1936, los cuatro años del conflicto iniciado en 1861 fueron como el huracán que trastocara todo a su paso. Entonces surgiría un nuevo establecimiento donde el sur esclavista, tan rezagado como latifundista, sería víctima y beneficiario a la vez. De manera que, sin querer excusar mi ignorancia infantil, no estaba yo tan equivocado con las suposiciones derivadas del título de aquel ejemplar atesorado por mi abuela, en el chifonier de su habitación. 

2. Debido a mi interés por actores de reparto, pero también por haber escuchado antes el nombre resonante, casi tanto como la protagonización de Leigh, me cautivó la interpretación hecha por Olivia de Havilland (1916-2020) del personaje de Melanie Hamilton. En casa me habían contado que De Havilland había sido nominada al Oscar como actriz principal por Si no amaneciera (1941), pero que el premio se lo llevó su hermana, Joan Fontaine, por Sospecha, de Hitchcock. Mamá lo recordaba bien porque había visto este filme de novia con papá, cuando Cary Grant era ideal de apostura y estilo para mujeres y hombres. Tal como lo comentó la prensa, la competencia dejó ver la rivalidad entre las hermanas, prefigurada por haber Olivia mantenido el apellido británico del padre, mientras que Joan adoptara el de la madre estadounidense.

Mi interés por De Havilland se avivó al leer Gone with the Wind, donde se despliega la legendaria tensión entre Scarlett y Melanie por el amor de Ashley Wilkes, trama folletinesca de la novela de mil páginas. Miss O’Hara era una beldad sureña, con pretendientes desde Atlanta hasta Savannah, para ufanía de su padre irlandés. Sin embargo, el temperamento introspectivo de Ashley, retratado en el filme por Leslie Howard, se decanta por la “sosegada dignidad” de Melanie. Ello a pesar de ser esta, en palabras de la novelista, “tan simple como la tierra, tan buena como el pan, tan transparente como el agua de manantial”. Más allá de las semejanzas físicas que acercan a De Havilland al “rostro acorazonado” y la “simpleza de rasgos” del personaje de Mitchell, la actriz sin duda logró captar sus atributos de prudencia, compasión y señorío. Junto a la picardía y el arrojo, el temple y la entereza de Scarlett, resaltan todos entre las cualidades sureñas encarnadas por la autora en las mujeres de Tara.     

Por su caracterización de Melanie, De Havilland fue asimismo nominada al Oscar como actriz de reparto en 1939, cuando la producción de David O. Selznick obtuvo diez estatuillas, logrando un récord mantenido hasta finales de los años cincuenta. Sin embargo, no fue esa tampoco ocasión propicia para De Havilland, ya que el premio recayó en Hatti McDaniel, la intérprete de Mami y primera actriz de color en conseguir la presea angelina. Si bien la nana sermoneadora era personaje destacado en la novela, pasó a ser “el centro moral de la película”, como afirmara un crítico del New York Times. Toda una proeza cinematográfica y actoral en un país que, tras la esclavitud llevada por el viento secesionista, mantuvo la segregación racial hasta un siglo después.

3. Después de su primer Óscar con A cada quien su destino (1946), Olivia de Havilland conseguiría su segunda estatuilla protagónica con La heredera (1949), de William Wyler. Creo haber visto este último filme en un ciclo mientras vivía en Barcelona, a finales de la década de 1980. Entonces reconocí de inmediato el redondeado rostro y los ojos pronunciados de la actriz que personificara a Melanie Hamilton. La función había comenzado ya y me tomó algún tiempo darme cuenta, por las referencias a Washington Square, que se trataba de la versión cinematográfica de la novela homónima de Henry James, publicada en 1880. Con su ingenuidad y falta de atractivo físico, el personaje de Catherine Sloper, la hija casadera de un adinerado doctor neoyorquino, es reminiscente de la simpleza y bondad de la Melanie de Mitchell. Sin embargo, a pesar de la falta de estilo y luces que prolongaran la soltería de Catherine, más romántica y vivaz aparece De Havilland aquí ante las pretensiones de Morris Townsend, un apuesto cazafortunas interpretado por Montgomery Clift.

El histrionismo y la versatilidad de Olivia de Havilland se manifiestan sobre todo en la metamorfosis experimentada por Catherine, después de su decepción con Morris. Habiendo sido el amor de este puesto a prueba por el suspicaz doctor Sloper – haciendo incluso pasar a la hija una temporada en Europa, al igual que muchos personajes de James – la desaparición del pretendiente envenena el corazón de la señorita trocada en solterona. Entonces afloran en Catherine la conciencia amarga y los resentimientos añejados por los maltratos masculinos, incluyendo los del padre dominante que siempre la subestimara. Acentuada por su falta de belleza hollywoodense, esa transformación de Olivia de Havilland me recordó la fuerza y el carácter de Bette Davis en Jezabel (1938) o La solterona (1939), entre otros roles. No sabía yo para entonces que, según leí más tarde, con esta tuvo también De Havilland rivalidades, llegando incluso a demandar a los estudios Warner por papeles más artísticos, supuestamente otorgados a la Davis. 

4. La caracterización que de Catherine Sloper hiciera Olivia de Havilland cobra relieve al ser puesta en el contexto de la obra de James. Tal como señalaran tempranamente historiadores de la literatura estadounidense, como Ludwig Lewihson, los personajes jamesianos están “dibujados sin énfasis” en medio de la stream of consciousness que encauza las tramas. Ello no implica, empero, que sean “menos memorables” o tengan menos vida interior. De esa tensión emana mucha de la fuerza de la spinster y el retrato que de ella lograra De Havilland, los cuales logran reflejar la profundidad de esa psique a partir de un personaje en apariencia anodino.

A veces catalogada como obra de transición entre los dos primeros períodos de la producción de James, Washington Square es a la vez una de sus novelas más femeninas. En este sentido la acompaña The Portrait of a Lady (1881), llevada a la pantalla por Jane Campion a finales de la década de 1990, con protagonización de Nicole Kidman. Pero tanto o más que Retrato de una dama, quizás sea Washington Square, como señalara Graham Greene, “la única novela en la que un hombre ha invadido con éxito el campo femenino, produciendo una obra comparable a las de Jane Austen”. 

5. A comienzos del 2014, una noche volví a ver The Heiress, esta vez por un canal satelital de televisión y desde el comienzo de la película. Además del cinismo del doctor Sloper para con su hija y su pretendiente, pude en esta ocasión apreciar mejor la insondable caracterización de Clift como Townsend. Hace dudar el galán al espectador hasta el final sobre sus intenciones engañosas. Contemplé asimismo la conversión de la otrora candorosa Catherine en rica heredera de su padre, desengañada ya de las codiciosas pretensiones de Morris. Y como un personaje de Austen, pero con más amargura, desgrana desde entonces Miss Sloper su vida holgada y sedentaria en la mansión de la plaza neoyorquina.

De nuevo me atrapó la escena final donde De Havilland, empuñando su lámpara de gas a la medianoche, y desoyendo los llamados del cazadotes desde la calle, sube las escaleras hacia las alcobas de la casa oscura. Tanto como la asunción de la soltería que hace allí la actriz de mirada penetrante y estampa austera, ese cierre, me pareció, dignifica sobremanera la profesión de la soledad. Quizás me dejé llevar en mis impresiones por haber sido una tía solterona, quien al morir, me dejó su ejemplar de Washington Square. En una como alteridad de Catherine, algo de la soledad legada por tía Maruja asoma en el lomo de la edición que reposa en mi estudio. Se encuentra en el anaquel de literatura norteamericana, muy cerca, por cierto, de Gone with the Wind.


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