90 AÑOS DE JACOBO BORGES

Nota de Carlos Fuentes para The Fantastic Art In Latin America

Raflexiones de pintor. 1986. Jacobo Borges

28/11/2021

El maestro Jacobo Borges arriba a los noventa años. Para celebrar su vida y su obra, Prodavinci estará realizando una serie de entregas que testimonian los pasos del gran artista y su aporte a nuestra historia ciudadana. Acá el escrito del escritor mexicano Carlos Fuentes para la exposición The Fantastic Art in Latin America, realizada en Indianapolis, 1987.

Hay un momento revolucionario de la pintura europea en el cual Piero della Francesca destruye el icono. La figura del mundo deja de mirarnos de frente desde un lugar y un tiempo que no son y, de repente, mira de lado, nerviosamente, a la derecha, a la izquierda, inteligentemente, más allá de las fronteras formales del cuadro o el muro. ¿Hacia dónde miran las figuras de Arezzo? ¿Qué cosa sueñan las figuras dormidas de Sansepolcro? Piero della Francesca murió en 1492, el año del descubrimiento de América. Murió viendo, soñando al Mundo Nuevo? En Venezuela, Colón creyó que había llegado al Paraíso. Cinco siglos después de Piero y Cristoforo, Jacobo Borges recibe el sueño de ambos y abre una ventana más en el Nuevo Mundo. Acaso los ojos de los hombres y las mujeres de Piero miraban y soñaban América, pero Colón no descubrió el paraíso. Las ventanas abiertas en 1492 siguen abiertas gracias a Borges en 1992; él ya está allí; él ya es ahora. ¿Qué son estas ventanas abiertas de (por) Borges? ¿Están afuera o adentro? ¿Son ayer o mañana? ¿Qué son esas nubes dentro de casa, y quiénes, esos hombres, mujeres y niños mirando fijamente a través de los cristales? ¿Están adentro, están afuera? El problema de lo fantástico es el problema de la identidad y de la alteridad. También es el problema de los orígenes: ¿Hubo alguna vez un jardín, una caída, una pérdida de la inocencia? ¿O, más bien, la creación estaba fallida de arranque: un mal día en el año sabático de Dios? ¿Cayeron Adán y Eva de la gracia, o ascendieron al placer? y Lucifer, ¿es esta joven hermosa y tentadora que avanza hacia mí desde el interior del espejo? En Simón del Desierto, Buñuel primero nos muestra a la tentadora de frente, tetona, preciosa, rubia, manzana en mano; pero al huir por el desierto, las nalgas y los pechos se le vencen, el cabello se le vuelve gris, los dientes se desmoronan, la nariz se le cuelga. Así se aproximó el Bosco al jardín de las delicias: desde lejos invitándonos a descifrar el detalle del placer pero también el del horror; así nos invitó Goya a penetrar en su «espacio vacío»: desde lejos, como si solo una lenta tranquilidad pudiese amortiguar nuestro terror ante los rostros de los ciegos, las miradas idiotas, la indiferencia cruel de sus reyes y reinas. Distancias y proximidad, lenta progresión hacia el gran espacio del subterráneo externo donde las nubes del mediodía curan las noches eterna del sueño. La fotografía borrosa de nuestros antepasados, de nuestro contemporáneos, de nuestro descendientes invaden un espacio reversible y lo llenan con todas las tensiones del tiempo: Observo a Jacobo Borges y entro en sus pinturas a tientas, cada vez más convencido, al mirarlo abrir una ventana y permitir que entren las nubes, al verlo entrar en un espejo y reaparecer en el sueño de una niña que se prepara para la primera comunión, cuando trato de tocar los disfraces de una imagen que es otra imagen recordada y soñada otro día, de que el otro Borges sueña a esta Borges. ¿Es el argentino un sueño del venezolano? Imágenes recordadas como en un sueño: La Novia de Borges es la memoria de la imagen de la luminosa novia Arnolifi en Van Eick; de la infanta de Velázquez, silenciosamente disolviéndose, tan recortada a la distancia, tan esfumada en la proximidad; de la novia disfrazada de Courbet, sentenciada a la vida por el pentimento aterrado del pintor, devuelta a la vida, arrancada de la postura muerta de su apariencia original. La novia de Borges es la novia de Frankenstein: es la perversa fantasía del arte, de donde el homo saber trata de asumir la tarea de dios y en cambio toma la de la mujer: dar a luz a otra criatura: el monstruo. Pero, ¿acaso esta historia de la Novia me está siendo narrada una tormentosa noche de 1815 junto al Lago de Ginebra por una mujer, Mary Shelley, que es la autora del cuento de Frankenstein que vemos dentro de una cueva oscura donde la mujer-monstruo es la narradora misma, Mary Shelley, y tanto autora como novia son la misma actriz, Elsa Lanchester? Yo recorrería una exhibición de Borges con la película de James Whale proyectándose dentro de mi cabeza; cargándole la cola a la infanta de Velázquez; ofreciéndole el brazo de la esposa de Van Eyck; empujando dentro de un cochecito tres niños a la novia exánime de Coubert; y avanzaría a lo largo de la profunda galería hacia el nuevo luminoso y transparente donde la Eva de Babilonia, la pálida tentadora de Bosch, desnuda, los pezones color de rosa, me espera: Adentro, Afuera, Noche, Día, Ayer, Mañana… Un momento: Esta mujer está en el único paraíso posible, no Venezuela, no América, no la España de los Austrias ni el Flandes de los adamita, no la Utopía de un incansable futuro feliz, pero tampoco la Utopía de la armonía natural del origen. Me pregunto: ¿Ha logrado Borges, al fin, cortar amarras con nuestra fijación romántica en los orígenes, cuando éramos completos y felices, y en el futuro, cuando volveremos a ser felices? Veo sus cuadros con más intensidad que nunca. Veo a Borges, un hombre maduro, sentado junto a su madre adolescente. Lo veo ofreciéndome un pasado transparente pero nublado, presente aunque evanescente. No miréis hacia atrás, nos dice con las letras de Goya. Lo veo diagramando el pasado hasta convertirlo en aire en tanto que el paisaje permanece: Nunca volveremos a ser uno con la naturaleza, los crímenes han sido demasiado grandes. Lo veo dándonos el paisaje en tres tiempos: comprendemos entonces que montañas, salones, firmamentos, memorias, miedos, deseos, imaginaciones, ocurren, en Borges, ahora: este es su tiempo; con inmensos poderes, nos está indicando que no hay otro tiempo, que el pasado somos nosotros recordando ahora, y el futuro somos nosotros deseando ahora. Cuando en una de sus pinturas, Borges emerge del subsuelo y se pinta así mismo con una afirmación irónica («Se Parece») y mira las ventanas, los signos, las montañas, las parejas amorosas y los palacios del mundo, me doy cuenta de la revolución fraguada por este gran artista, una revolución tan profunda como misteriosas. Nacido, como todos nosotros en la América Latina, con el febril deber de buscar una identidad, Borges nos dice lo que todos sabemos pero nos negamos a reconocer: Poseemos una identidad y la hemos encontrado porque la hemos buscado. Nuestra identidad es nuestra libertad; tenerla es buscarla; creer que la tenemos, es perderla. Continuemos irónicamente la búsqueda de nuestra identidad, pero como Piero y Cristoforo y Diego y Gerónimo y Francisco y Jorge Luis y Jacobo, celebremos la alteridad que verdaderamente llena y rellena los conductos de este mundo. Del anhelo romántico de la identidad a la afirmación conflictiva de la alteridad: por el conducto de lo fantástico, Borges anuncia poderosamente este paso en la cultura latinoamericana que no nos atrevemos a proclamar, porque nos ubica en otro mundo, en el mundo común de los signos y los lenguajes en conflictos, donde ya no podemos seguir viviendo del capital del subdesarrollo nostálgico, sino que debemos enfrentar a los desafíos de nuestro desarrollo cultural pleno. No me queda más que unirme a Borges en su devastadora búsqueda de las otras cosas que somos, dándoles unas palabras a sus imágenes.

Universidad de Cambridge, Inglaterra, 1987


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