Perspectivas

Nico, la tristeza

02/04/2022

The Velvet Underground. Fotografía de thatspep | Flickr

Decía Gustavo Cerati que escuchamos música triste para sentirnos mejor. No sé –tengo serias dudas al respecto– si Nico hacía música triste o si lo que pasa es que nos suena triste a quienes la escuchamos. A veces la distancia entre las intenciones del autor y las interpretaciones de sus receptores pueden ser contradictorias. Llevo tanto tiempo queriendo escribir algo sobre Nico –«la rubia guapísima con la voz lúgubre que hizo tres canciones con los Velvet Underground»– y no sabía cómo hacerlo, no me atrevía ni se me daba.

Nico se me hace tan fascinante como inasible. Como si estuviera hecha por una materia intangible que no se deja aprehender, algo que incluso resulta inverbalizable porque su esencia radica en que no se puede siquiera comprender. Y ahí por fin entendí lo que pasaba con Nico: que no la supimos entender, se asfixió de tanta incomprensión, se fue llenando de rencor y luego se desbarrancó por el camino de la autodestrucción.

Pienso que, precisamente, la esencia de Nico, la gran enseñanza que nos dejó y que tardamos tanto en aprender fue justo ese enigma inasible que siempre reveló: su profunda y eterna incomprensión. Como si se tratara de un accidente de tránsito en cámara lenta: no te enteras del impacto pero a la vuelta de unos años tendrás unos extraños hematomas y unas inexplicables fisuras que evidenciarán que has sufrido un traumatismo importante.

Se dicen tantas cosas de Nico que a veces no se sabe si se está hablando de una persona, de una quimera, de un espectro, de una entelequia o de alguien que sufre de eso que ahora llaman trastorno de identidad disociativo y que antes era conocido como trastorno de personalidad múltiple.

Nico. Fotografía de MGM Records/Verve | Wikipedia

Algunos aseguran que nació en la ciudad alemana de Colonia el 16 de octubre de 1938 bajo el nombre de Christa Päffgen; aunque otros aseveran que no, que aunque sí fue en Colonia y sí se llamó así, realmente nació un 15 de marzo de 1943. Se comenta que había sido una pequeña niña nazi e incluso ella bromeaba con eso (pues había nacido en la Alemania dominada por Hitler), aunque también se asegura que su padre, de profesión ferroviario, había muerto en un campo de concentración. Se dice que Christa se mudó a Berlín siendo muy pequeña y que cuando dividieron la ciudad después de la guerra su madre y ella se quedaron pocos centímetros al occidente del muro. Se salvaron por un pelo y gracias a esos pocos metros que la separaron del Berlín Oriental pudimos conocer a la Nico, que más tarde se haría modelo, actriz, cantante, parte del mítico colectivo de artistas llamado «The Factory» liderado por Andy Warhol, vocalista y panderetista en el primer disco de los Velvet Underground (titulado «The Velvet Underground & Nico», pero mejor conocido como el «álbum del plátano», porque tiene una banana hecha por Warhol en la portada). Nico, la de la particular belleza, la chica por la que todos suspiraban, la amiga cercana de Bob Dylan, de Jim Morrison, de David Bowie, de Lou Reed, entre tantos otros.

Se dice que no tenía talento. O que, por el contrario, era absolutamente genial. Que no cantaba sino que recitaba. Que ese estilo de voz pausado, melancólico y grave marcó generaciones. Que Andy Warhol la metió caprichosamente a la fuerza en The Velvet Undergound porque su verdadero don era ser un lince del mercadeo y sabía que necesitaba una mujer hermosa para potenciar la imagen de su banda. Que, la verdad, fue de los mayores aciertos que tuvo Warhol en su vida. Que ese hecho disgustó enormemente a sus pupilos del «Subterráneo de terciopelo», pues con esa imposición además de echarles en cara su insuficiencia como banda les etiquetaba como feos (que realmente lo eran, cómo negarlo). Que sus compañeros de banda, Lou Reed y John Cale, la hicieron llorar durante las grabaciones al burlarse con saña porque no era capaz de alcanzar los tonos agudos con aquel vozarrón ronquísimo que se gastaba. Que era injusto y falso lo de ser simplemente una rubia guapa, qué va, que es de las figuras más influyentes de la música del siglo XX, la que cambió todo y sentó las bases para que pudieran surgir las cantantes más genuinas, refrescantes y particulares de las décadas de los 70, 80 y 90. Que no, que todo lo que logró fue por su cara bonita, su altura estilizada y su cuerpo de modelo. Que eso lo dicen quienes no la conocieron de verdad porque realmente era tan talentosa, tan dulce, tan hermosa, tan auténtica que era imposible no enamorarse de ella. Que le rompió el corazón a un gentío. Y que se lo rompieron (o se lo rompió ella sola).

La obra de arte original de Andy Warhol diseñada para el álbum «The Velvet Underground and Nico». Fotografía de Stephen Lovekin | Getty Images | AFP

Ah, y que fue gracias a ella que se conocieron David Bowie y Lou Reed: por intermediación de Nico aquellos músicos arribaron al Berlín fascinante y en plena efervescencia de los años 60 que les cambiaría definitivamente la vida, la mirada y sus respectivas propuestas artísticas. Gracias a esa mujer llamada Christa construyeron esa estrecha relación de mutua fascinación y recíproco respeto que más tarde llevó a que un día se cayeran a puñetazo limpio, pública y notoriamente, en un distinguido restaurante de Manhattan cuando Reed no estuvo dispuesto a aceptar una crítica de Bowie sobre su aspecto y sus hábitos de consumo de drogas.

Ahora bien, hay algo que ya no es especulación ni deja espacio para las dudas: Nico vivió con la pesada carga de ser la rubia de la pandereta, la mujer bonita que habían puesto al frente de una banda de culto para cantar tres temas y tomarse las fotos bajo un bien provisto escenario diseñado por Andy Warhol. Y la verdad es que Nico no quería ser modelo, no quería ser actriz (a pesar de que incluso había aparecido en La dolce vita, la película de Fellini); ella quería ser músico. Hacer esa música que le nacía de los huesos y que no encontraba entre sus contemporáneos que parecían estar más preocupados por demostrar su virtuosismo que por hacer una música honesta. Con las uñas y las vísceras compuso sus propios temas. Y esperó en vano ser reconocida y respetada por eso. Cosa que no ocurrió. O que sí ocurrió, pero cuando ya era demasiado tarde. Pero eso lo veremos después, no nos adelantemos.

Nico siguió adelante con su música, pero con una amargura y una sombra que progresivamente la fueron desbordando. Hizo lo posible para dejar de ser la rubia hermosa y escultural deseada por todos; se tiñó el pelo de castaño oscuro, comió lo que nunca se permitió comer hasta engordar considerablemente («No saben el hambre que pasé en esta vida intentando gustar a otros», confesó en una entrevista ya en sus cuarentas); se enganchó a la heroína (vaya paradoja, una de las canciones más emblemáticas que grabó en aquel álbum junto con The Velvet Underground se llama exactamente así: «Heroin»). En los conciertos solía perder los estribos, insultaba a sus compañeros de banda o al público presente, se aseguraba de arremangarse la camisa para mostrar sus brazos llenos de marcas de pinchazos. Era una puesta en escena que explotaba con furia ante los abismados asistentes. Su antiguo protector, Andy Warhol, se refirió a la nueva Nico como la versión yonqui y decadente de la mujer que alguna vez fue.

Nico. Fotografía de Nico (The Velvet Underground) – Lampeter University – November 1985 | Flickr

Dicen que quien la metió de cabeza en el mundo de la droga fue su pareja, el director de cine francés Philippe Garrel, con quien hacía unas extensas películas experimentales sin argumento alguno. Pero lo que realmente se movía por debajo y la empujaba a la droga –en esa profunda tristeza autodestructiva– era que la habían alejado de su único hijo, Ari, nacido en 1963, producto de una relación con el actor Alain Delon.

Delon jamás quiso reconocer al hijo que había tenido con la cantante. La dejó sola y le exigió se mantuviera lo más lejos posible de él. Pero luego la familia del actor y productor francés decidió que Ari estaba en muy malas manos con aquella mujer. Por lo que hicieron todas las diligencias legales para arrebatarle el pequeño a su madre. Nico no peleó lo suficiente o se vio abrumada por la situación, lo cierto es que sin ofrecer mayor resistencia entregó el niño a las autoridades y bajo la custodia de los familiares de Alain Delon y solamente pudo retomar el contacto con él cuando el chico tenía dieciséis años.

Ari fue, probablemente, el único ser que entendió a Nico. A pesar de todo: la distancia, la ausencia y todo lo que vino después, nunca le guardó rencor. La quiso y la aceptó como era. Ni siquiera se enojó con ella cuando, una vez retomado el contacto entre ambos, Nico lo impulsó a probar la heroína y algún tiempo después, cuando Ari estaba postrado en una cama clínica luego de una sobredosis, su madre se presentara con una pequeña grabadora (Nico siempre estaba grabando algo con ese artefacto) para registrar los sonidos que emitían Ari y los aparatos a los que estaba conectado. Para Christa capturar sonidos e incorporarlos a su música era la forma de insuflar vida a sus días.

Años después –pasaron décadas: Nico estaba a punto de irse o simplemente no estaba– la gente comenzó a rendirle tributo y a agradecer su influencia. Poco tiempo antes de ser asesinado, John Lennon se reconoció deudor de la música y la sensibilidad de Nico. John Cale y Lou Reed acabaron asumiendo con enorme saudade que era de las artistas más talentosas y auténticas con las que habían trabajado, pero que en aquel momento no tenían las herramientas para darse cuenta. Siouxsie Sioux, líder de Siouxsie and the Banshees, asegura que sin Nico ella no hubiera existido. Abiertos receptores de su legado se consideran Nick Cave, PJ Harvey y Leonard Cohen (uno más que se enamoró perdidamente de ella y de su voz), entre tantos otros.

El 18 de julio de 1988, con tan solo cuarenta y nueve años, Christa se hallaba en Ibiza junto con su hijo. Salió a dar una vuelta en bicicleta para aprovechar la tarde fresca de verano. Algo le pasó en el camino (algunos dicen que sufrió una falla cardíaca); el hecho es que se cayó y se golpeó la cabeza. Un taxista la encontró tirada en el suelo, inconsciente bajo el sol; la subió al asiento trasero y la llevó al hospital. La diagnosticaron traumatismo leve de cráneo e insolación. Murió al día siguiente de un derrame cerebral del que nadie se había percatado.

Una vez más no hubo quien la entendiera. Nico había muerto como había vivido, signada por la incomprensión.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo