Perspectivas

Modo rebeldía y modo transformación. Notas introductorias

27/02/2023

Esta obra es una compilación de artículos y otros escritos políticos que, en su mayoría, publiqué en el lapso de una década (2012-2022). ¿Para qué molestarse en leer este conjunto de textos, quizás se pregunte el lector, algunos de los cuales probablemente perdieron vigencia? Estas notas, extraídas del prefacio del libro, son mi intento de respuesta. [ i ]

Destaco, ante todo, que esta obra no es un “cajón de sastre.” No es un montón variado y desordenado de textos, pues los artículos y ensayos aquí compilados poseen cierto carácter común – en cuanto a temática e intencionalidad, a perspectiva y argumentación, a emocionalidad y moralidad – que me permite ofrecerlos como un libro orgánico. O casi. Su hilo conductor más general, filosófico si se quiere, es un humanismo liberal y cívico.

1. Yo soy yo y Venezuela, y si no la salvo a ella no me salvo yo

La vida de cada uno es encontrarse en medio de una circunstancia y tener que estar haciendo siempre algo para sostenerse en la existencia, escribió Ortega y Gasset. Resumió sus ideas en potentes frases, como: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.”[ii]

Pues bien, mi circunstancia es Venezuela. “Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí, de esta tierra y de estos vientos. Me engendraron padres que nacieron aquí, de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí, de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también”[iii], como cantó Whitman sobre su vida, es decir, sobre él y su circunstancia. Venezuela es parte de mi vida. Su gente y sus maneras de ser, su naturaleza y sus paisajes, sus colores, olores y sabores, sus ideas, valores y creencias, su historia y sus tradiciones, sus avances y sus extravíos, todo ello, en mezcla confusa y única, son componentes esenciales del hombre que voy siendo.

Pero, simultáneamente, Venezuela es yo. Expresión inusual, pero gramaticalmente correcta, creo. Yo, como cada hijo de esta tierra, le doy forma, cotidianamente, al país. En interacción con los otros, en ámbitos diferentes y cambiantes, soy partícipe de la creación de realidades diversas, aunque casi nunca de manera deliberada. Esto implica, por cierto, que Venezuela, en tanto totalidad, no existe directamente en la experiencia de nadie. La circunstancia de cada uno es solo un subconjunto de esa totalidad inasible que llamamos Venezuela. Es un ejemplo de la necesidad humana de unificar, dentro de conjuntos simbólicos, la experiencia de una circunstancia formada por incontables y mutables elementos. El caso es que mi circunstancia, Venezuela, cambia debido a mis acciones y también a mis omisiones, pues no hacer es también un hacer: hacer nada.

Esta idea, según la cual inevitablemente somos condicionados constantemente por el contexto que nosotros mismos vamos creando, es una idea fecunda, bien asentada en la teoría social. Tener consciencia de ella implicaría poseer “imaginación sociológica”, es decir, tener:

consciencia de la intrincada conexión que existe entre la vida propia y el devenir de la historia del mundo, y de lo que esa conexión significa para el ser humano en el que cada uno se va convirtiendo y en la clase de actividad histórica de la que puede formar parte [iv].

Pues bien, yo puedo afirmar, que yo soy yo y Venezuela, y si no la salvo a ella no me salvo yo. ¿Acaso no podrían decir lo mismo muchos de quienes leen esto?

2. Comprender y proponer

Como tantos otros venezolanos, yo también necesito alcanzar alguna claridad sobre mi circunstancia y sobre qué puedo y debo hacer en ella. En este libro recojo parte de mi búsqueda con respecto a varios asuntos de naturaleza pública. No ha sido ni es tarea sencilla, dada la complejidad de algunos temas, una insalvable falta de información relevante y mis limitaciones personales. Mas no tengo otra opción y debo hacer mi mejor esfuerzo para interpretar los hechos que han ocurrido, los que se hallan en curso y los que podrían acontecer. Asumo, en tal sentido, que todo hecho social solo adquiere significado si se le considera en su devenir histórico.

Me he basado con frecuencia, de manera tácita, pero a veces explícitamente, en esquemas y modelos conceptuales. No he pretendido, aclaro, empotrar los hechos en tal o cual teoría. Me he dedicado, más bien, a buscar, en la “caja de herramientas” que he logrado acumular hasta ahora, los instrumentos que podrían serme de utilidad para identificar el mecanismo causal que estaría operando en la realidad que aspiro a entender. Pienso que esa es la manera adecuada de articular teoría e historia: encontrar entre modelos teóricos que proponen diferentes mecanismos causales el que mejor sirva para construir una explicación razonable sobre determinados hechos sociales, siempre históricos y particulares. Mi oficio no ha sido ni es demostrar la validez de tal o cual teoría, sino tratar de explicar la situación histórica en la que me ha tocado vivir.

Así, a lo largo del texto se podrán encontrar, no siempre de forma manifiesta, insisto, modelos o conceptos como la lógica de la acción colectiva, el problema de coordinación social, el capital social, el teorema del polizonte, la tragedia de los bienes comunes, las instituciones inclusivas y extractivas, la captura de renta, la función empresarial, los significantes vacíos, la lógica del populismo, el centramiento y el descentramiento político, los sistemas autorganizados o las profecías autocumplidas, entre otros.

Por otra parte, las implicaciones prácticas de mis interpretaciones me han estimulado a proponer fórmulas, esquemas, estrategias. Puede haber algo de osadía o de ingenuidad en este empeño, aunque siempre he tratado de que mis ideas sean vistas solo como contribuciones al debate público. No quedarse en la pura contemplación o en la estéril crítica y aplicarse, más bien, con base en nuestra capacidad analítica e imaginativa, a idear soluciones, así sean parciales y tentativas, a nuestros graves problemas es, me parece, una forma más plena de estar en nuestra circunstancia y de intentar salvarla. Lo hago, además, porque percibo, desde hace algún tiempo, con honda preocupación, una crisis de creatividad política en nuestro liderazgo. Por aquí y por allá se hallarán pues, sugerencias que, como velas navieras, podrían desplegarse sobre nuestro presente para ayudar a llevar este barco, en el que viajamos juntos, hacia un mejor destino.

He propuesto fórmulas e iniciativas políticas diversas. Estas se refieren, por ejemplo, a la transformación de lo que fue una Mesa de la Unidad Democrática en Movimiento de la Unidad Democrática, a algunos principios para la reinvención de las organizaciones políticas, a la creación de un Gabinete Alterno, a una estrategia de rebeldía democrática para diputados, a la doble vuelta instantánea para elegir nuestro liderazgo, a un Fondo Ciudadano para la Democracia, a la articulación de líderes intermedios o a la organización de protestas diarias y descentralizadas. También he recomendado algunas reglas para la reconstrucción, los modos “rebeldía” y “transformación” para desenvolvernos apropiadamente en nuestra compleja situación histórica, la creación de una Comisión Ciudadana para la Reconstrucción o la adopción del ordoliberalismo – y su expresión práctica, la economía social de mercado – como doctrina política y económica con gran potencial para reconstruir el centro político, imprescindible en la tarea de transformar nuestra sociedad.

Debo señalar que algunas de estas propuestas se basan en ideas presentadas o esbozadas por otros autores o en experiencias de nuestro pasado o del de otros países. No he pretendido ser completamente original. Solo he querido contribuir, reitero, con nuestra lucha por la dignidad y el desarrollo.

3. Modo rebeldía y modo transformación

He insistido, desde hace algún tiempo, en la importancia de saber colocarnos vitalmente, en forma alternada, en dos “modos” intelectuales, emocionales y prácticos. Los he llamado modo rebeldía y modo transformación.

El modo rebeldía, fundado en la dignidad que cada uno reconoce en sí mismo y en los otros, y que exige sea respetada por todos, nos conduce a enfrentarnos a la dictadura que, desde hace años, intenta someternos a su sistema de dominio. Si bien el término rebeldía se forma a partir de la raíz de bellum (guerra), con un prefijo re-, que indica movimiento reiterado, no estoy hablando de una estrategia basada en el uso de la violencia. Ser rebelde, en el marco de una sociedad liberal democrática, significa fundamentalmente negar, resistir y desafiar a quien, desde el poder, pretende doblegarnos material y espiritualmente.

El modo transformación, orientado a dar forma a un orden social de justicia, libertad y solidaridad, es decir, a una república de verdad, sin numeración, nos impulsa a buscar nuestras mejores ideas y a ponerlas en práctica en cualquier contexto y momento. Sobre todo, cuando hayamos desalojado a la dictadura usurpadora del poder.  Transformación, debo precisar, no significa ruptura total con el pasado. Eso es lo que siempre han pretendido las revoluciones, con su propensión congénita a descalificar el pretérito o a manipularlo a su conveniencia. Transformar supone dar una nueva forma a lo que hemos sido y somos. Ello exige comprensión y aprendizaje histórico, pues solo el que sabe lo que ha sido y es puede intentar transformarse en algo distinto y mejor. En tal sentido, hay que aprender incluso de estos tiempos de revolución socialista, pues ellos son una parte, aunque ciertamente trágica, de nuestro devenir histórico.

4. Coordinación y centramiento

Dos temas destacan en los escritos reunidos. El primero, asociado al modo rebeldía, es el llamado problema de coordinación, problema que los sectores democráticos solo hemos podido resolver, ocasionalmente, en forma frágil y efímera. El segundo, relativo al modo transformación, es la creación de un centro político, imprescindible, como he dicho, para alcanzar y adelantar los acuerdos que nos permitan enfrentar el desafío de dar forma a un nuevo orden político y económico.

La rebeldía democrática exige, entre otras cosas, que la acción colectiva frente a la dictadura alcance una masa crítica, ante la cual la resiliencia que ella ha demostrado – y que los demócratas hemos repetidamente subestimado – finalmente colapse. El logro de dicha masa crítica exige una compleja labor de coordinación. Al respecto, alcanzo a identificar cinco dificultades a resolver, estrechamente vinculadas entre sí. Primero, los actores políticos democráticos mantienen su disputa por el futuro poder, algo comprensible, dada la naturaleza del liderazgo y las organizaciones políticas, pero, sin duda, limitante en la lucha antidictatorial. Segundo, en conexión con lo anterior, distintos grupos privados, nacionales y foráneos, en defensa de sus intereses, pueden estar influyendo en los actores políticos y restándole margen de maniobra. Tercero, los actores políticos no han compartido un diagnóstico similar sobre la situación histórica que vivimos y, por tanto, no han podido diseñar una estrategia común. Cuarto, los líderes políticos no confían entre sí, lo cual dificulta sus posibilidades para negociar y alcanzar acuerdos creíbles. Quinto, el liderazgo ha sido incapaz de dar forma y encarnar una narrativa política popular, idónea para alinear las demandas y expectativas de vastos y distintos grupos sociales en torno a un mismo proyecto de cambio.

Por otra parte, la transformación democrática de nuestra realidad requerirá la existencia de un sólido acuerdo social, con clara expresión en un centro político. Por centro político entiendo la “zona” simbólica basada y delimitada por un conjunto de valores y de principios, conocido y respetado por los actores políticos. Lo concibo como un proceso permanente, validado a través de nuestras acciones, y por eso hablo de centramiento. Dicho proceso supone que los inevitables conflictos asociados al poder sean abordados y resueltos dentro de límites considerados legítimos. El centramiento implica también hacer frente a las acciones que lo amenacen, en particular, las que realicen grupos y sectores extremistas que, por su propia condición, se autoexcluyen del centro político.

Una dimensión del centramiento, de primera importancia, pero hoy relegada, de manera preocupante, a un plano secundario, se refiere al debate de las ideas políticas y económicas. En efecto, la estabilidad política no puede alcanzarse, en una sociedad democrática, únicamente a partir de un modus vivendi, es decir, de un arreglo que se base solo en cálculos utilitarios y que, por tanto, puede deshacerse si las posiciones relativas de poder se modifican. El centramiento requiere también una visión compartida de la vida en común que vale la pena crear y cuidar. No se trata de una visión única, aclaro, sino de la identificación de un mínimo común doctrinal. Este acuerdo me parece hoy perfectamente alcanzable y sería el fundamento moral de nuestra estrategia de desarrollo. Al respecto, una opción que vengo estudiando y promoviendo es la ofrecida por el llamado ordoliberalismo, concretada en una economía social de mercado. Percibo, por cierto, que dicho término, ordoliberalismo, resulta un tanto equívoco y ciertamente poco atractivo, por lo que prefiero referirme a la doctrina que defiendo como un humanismo liberal y cívico.

Debe ser evidente que una adecuada respuesta al problema de coordinación podría constituir, de hecho, un primer logro en materia de centramiento político. Lo contrario también sería cierto: un acuerdo mínimo doctrinal, dimensión esencial de un centro político, sería un fundamento firme para enfrentar, en mejores condiciones, el problema de coordinación.

Coordinación y centramiento son, en definitiva, dos problemas que nos han reclamado y nos reclamarán el uso de nuestro talento social y político, de nuestra inteligencia colectiva.

***

El libro, en PDF y para distribución gratuita, puede conseguirse aquí.

[ii] Ortega y Gasset, José (1914 [1966]). Meditación del Quijote. En Obras Completas (6ta. Edición, Tomo I). Madrid, España: Revista de Occidente.

[iii] Whitman, Walt (1855 [1981]). Canto a mí mismo. Traducción y prólogo de León Felipe. Buenos Aires: Argentina: Editorial Losada.

[iv] Wright Mills, C. (1961 [2000]). La imaginación sociológica. México: Fondo de Cultura Económica.


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