Entrevista

Mercedes López de Blanco: “Si algo no hizo López Contreras fue cometer disparates”

19/02/2021

López Contreras a punto de encenderse un cigarro. Foto, cortesía de Mercedes López de Blanco

Mercedes López de Blanco es miembro correspondiente de la Academia Nacional de Medicina y médico cirujano egresado de la Universidad Central de Venezuela con la calificación de Cum Laude. Ostenta, además, un posgrado de la Universidad de Londres y ha dedicado más de media vida a su mayor desvelo científico: el tema de la nutrición, el crecimiento y el desarrollo en nuestro país. Pero también es conocida como “Checheta” y, asimismo, como hija del presidente Eleazar López Contreras (1936-1941).

Por circunstancias familiares he tenido un trato muy cercano con ella desde hace treinta años. Pero jamás, hasta ahora, se me había ocurrido preguntarle por aspectos íntimos de su padre. Siendo para mí una figura histórica, me parecía que lo que comiera López Contreras o las horas que le dedicara al sueño ni ponían ni le quitaban nada. Pero, pensándolo mejor, concluí que podía resultar curioso y hasta simpático rastrear, a través de su hija, pistas sobre los hábitos y prejuicios de López, o acerca de las rutinas cotidianas de quien fuera elogiado por sus seguidores como figura clave de la transición o desmerecido por sus adversarios por haber presidido el llamado «quinquenio socarrón». Pero no solo de rutinas y hábitos personales está hecha esta conversación; al final tuvo otras derivas, como en lo que se refiere a la actuación política de Eleazar López Contreras vista por su propia hija.

Ahora bien, no es la primera vez que a Checheta la abordan desde esa esquina; de hecho, he podido leer o escuchar tres entrevistas que le hicieran respecto a las intimidades de la familia López. Además (cosa curiosa), las tres han corrido a cargo de tres mujeres y las tres, a la vez, son periodistas: Gladys Rodríguez y Carolina Jaimes Branger, ambas en sus respectivos espacios radiales, y Ana Mercedes Alexandre, desde las páginas de la revista El Estímulo.

Hice, por tanto, el esfuerzo de no redundar, en el transcurso de esta grata conversación, en lo que las tres periodistas llegaron a preguntarle en su oportunidad.

Checheta: naciste en Maracay, en 1935. Ambos datos resultan interesantes. Primero, Maracay, asiento y cuartel general del gomecismo. Segundo, que ello ocurriera justo en el año en el cual Juan Vicente Gómez se despide, para siempre, de la comarca de los vivos. ¿Hay algo que puedas contar sobre ello a partir de lo que les escucharas decir a tus propios padres?

Papá y mamá fueron muy reservados con relación a ese período. Hay que considerar que mamá era íntima amiga de las Gómez Núñez y me imagino su resentimiento al sentirse marginadas o perseguidas [al llegar López a la presidencia en 1936], aunque algunas de ellas y sus hijos siguieron siendo grandes amigos nuestros, de los cuales tengo magníficos recuerdos. También papá era el “hombre de confianza”; sin embargo, para nadie era un secreto las ambiciones de algunos de los Gómez, quienes consideraban que existía una sucesión casi monárquica. Por otro lado, nunca le oí a papá hablar mal de Gómez y su gobierno, pero todos conocen su trayectoria completamente opuesta en muchos sentidos y me imagino que los gomecistas lo vivieron como una traición.

Mercedes López de niña entre el presidente de Colombia Alfredo López Pumarejo y Eleazar López Contreras. Foto, cortesía MLB

Existe una foto preciosa en la cual debes haber tenido alrededor de cinco o seis años. Debe ser de alrededor de 1940 o 1941, pronto a concluir la presidencia de tu padre. Está tomada en la antigua residencia de La Quebradita. Digo que debe ser del año 40-41 puesto que estás sentada al lado de tu padre y, al otro lado, está sentado el presidente de Colombia, Alfonso López Pumarejo, quien visitó Caracas justo por esos años. Pero además de los dos López (López Contreras y López Pumarejo), tú estás rodeada por algunos de los principales ministros de tu padre: Luis Gerónimo Pietri (Interiores), Esteban Gil Borges (Exteriores), Manuel Egaña (Ministro de Fomento) y por dos ministros-escritores, José Rafael Pocaterra (Trabajo) y Arturo Uslar Pietri (Educación). ¿Tienes algún recuerdo, por muy vago que sea, acerca de aquellos ministros?

¡Es una foto muy especial! En primer lugar, estoy sentada al lado de mi padre, entre él y el Presidente de Colombia, Alfonso López Pumarejo, con una cara como de “cucaracha en baile de gallinas”. Me imagino que estaba jugando y mi mamá me llamó y me dijo: “Ven a saludar a los invitados”. No estaba ni siquiera vestida para la ocasión.

Por otro lado, conocí muy bien a algunos de los ministros como a Luis Gerónimo Pietri, a quien me unieron nexos familiares que perduraron por décadas, y a Arturo Uslar Pietri e Isabel Braun de Uslar Pietri, a quienes llamaba “Arturo” e “Isabel” y los tuteaba, muy a la manera oriental de mi madre (nada qué ver con la formalidad de mi padre). Tanto a los Pietri como al matrimonio Uslar-Braun tuve ocasión de tratarlos, conocerlos y apreciarlos a fondo durante los años del exilio, en especial en Nueva York. También con los Egaña, Manuel y Corina, y con su familia, a quienes apreciaba muchísimo.

Rufino Blanco Fombona, novelista e inveterado opositor a Gómez, se pone a la orden de tu padre el año 36 y le dice: “General, cuídese de sus enemigos”. Más allá de las enemistades que le surgieran naturalmente a raíz de sus decisiones, ¿recuerdas si López era hombre de cultivar listas de enemigos? Y parejo a ello: ¿cómo era el temperamento de López?

No era un hombre de cultivar enemigos, aunque sí cultivaba amigos a quienes llamaba “personas muy consecuentes”. Papá era un hombre que permitía opiniones e ideas contrarias a su manera de pensar. Para mí siempre fue una sorpresa encontrar a un hombre salido de las filas del Ejército (donde hay una cultura de mando sin cuestionamientos) que fuera capaz de oír diferentes opiniones y trabajar en equipo. Esto le permitió alcanzar logros y llegar a consensos muy importantes durante su gobierno.

Un ejemplo de su carácter ecuánime fue un incidente en Miami. Al comienzo del exilio –comiendo unas hallacas que mi madre preparaba contra viento y marea–, ante el cuestionamiento de una compatriota sorprendida por la presencia de la hija de un reconocido miembro de Acción Democrática que preguntó: “¿Qué hace esa niña en esta casa?”, mi padre levantó los ojos y contestó sencillamente: “Es amiga de Mercedes Enriqueta”. He oído afirmar a personas como Arturo Uslar Pietri: “Yo nunca le vi pasiones al General López”. Yo digo que lo que pasa es que tenía lo que en estos momentos definiríamos como inteligencia emocional, pues  tenía control de sus emociones y no dejaba que éstas lo controlaran a él.

Existen varias fotos de la época de la Presidencia en que López aparece vestido de civil, por supuesto, pero fumando. Así como el historiador Fernando Falcón me aseguró alguna vez que los cigarrillos favoritos de Carlos Delgado Chalbaud eran los Lucky Strikes, el doctor Alberto Guinand me dio a entender que los preferidos de López eran, en cambio, los cigarrillos Chesterfield. ¿Mantuvo López el hábito a lo largo de los años?

Más bien creo que fumaba tabaco negro (tipo Bandera Roja), pero nunca lo vi fumando. Un médico parece que le aseguró que fumar era peligroso para el hígado (y en ese momento la gente le tenía pánico a todo lo que fuera hepatotóxico), así que dejó de fumar. Y eso que vivía al lado de una gran fumadora, mi madre.

Tengo entendido que López tuvo dos matrimonios, el último de los cuales fue con tu madre, María Teresa Núñez Tovar. ¿Pero hubo relaciones maritales anteriores a los dos conocidos? Entiendo, excepto que me equivoque, que existe descendencia más allá de estos dos matrimonios a los cuales hago referencia.

Papá –siendo muy joven– tuvo una hija llamada Laura, a la cual yo no conocí, pero que frecuentaba la casa de mis hermanas mayores.

Por otro lado, se casó también muy joven con Luz María Wohlmar Fernández, hija del cónsul estadounidense en Puerto Cabello, de ascendencia alemana. De ese matrimonio nacieron mis hermanos: Blanca Rosa, Cristina, Cecilia, Eleazar, Fernando y Margarita. Ese matrimonio se terminó y se casó en segundas nupcias con Luisa Elena Mijares, con quien no tuvo descendencia.

Del tercer matrimonio con María Teresa Núñez Tovar (hija de un médico entomólogo, Manuel Núñez Tovar y de Teresa Núñez Rossi, ambos monaguenses) nacimos, yo en 1935, y mi hermana María Teresa, en 1938.

¿López dormía poco o mucho?

Dormía poco, pues se levantaba muy temprano y se acostaba relativamente tarde. En los últimos años, en su casa de La Castellana, dormía una corta siesta en el chinchorro que estaba en su cuarto.

¿Qué le gustaba comer? ¿Tenía sus antojos o predilecciones en esa materia?

Era parco y moderado en la comida y en todos sus hábitos. Como miembro de la cultura del maíz prefería la arepa al pan. Comía todo tipo de proteínas, aunque prefería las carnes blancas a las rojas y los acompañantes: plátano, verduras de todo tipo, algunos vegetales debían cocinarse y no freírse (muy al gusto andino). Le encantaban los dulces criollos, en especial, dulces de almíbar, como el de toronja.

¿Recuerdas algo acerca de sus rutinas cotidianas?

Era muy rutinario. Se levantaba temprano, desayunaba con calma y luego se ponía a escribir. Era poco salidor, en especial, en sus últimos años. Sin embargo, todos los domingos, él y mamá, iban a misa, donde quiera que estuvieran.

Rafael Caldera, Rómulo Betancourt y Eleazar López Contreras. Foto, cortesía de Mercedes López de Blanco

López escribió muchísimo. Lo atestiguan sus libros e, incluso, sus contribuciones a la prensa. Creo que luego de Rómulo Betancourt –y sin descartar para nada los afanes escriturales de Rafael Caldera, Luis Herrera Campins o Ramón J. Velásquez–, López califica entre los más plumíferos de nuestros presidentes del siglo XX. ¿Recuerdas su rutina o hábitos en ese sentido? ¿Escribía de manera constante, tenía disciplina en el oficio, o era irregular en su práctica escritural?

Se sentaba a escribir en su máquina (lo hacía con los dos dedos índices) todas las mañanas después del desayuno, y pasaba toda la mañana en eso. A veces, en particular, si era un artículo para la prensa, lo leía en voz alta para oír la opinión de los que estuviéramos cerca en ese momento.

¿Existe algo que quedara entre los recuerdos particularmente más emotivos de tu padre de lo que fuera su presidencia entre 1936-1941? ¿De cuál o de cuáles logros se preciaba más luego de concluido su ejercicio?

El momento más satisfactorio, en sus propias palabras, fue cuando entregó la presidencia. Se sentía muy orgulloso del hecho de haber recortado el período presidencial a cinco años. Él sentía un especial temor a la tentación del poder en manos de una sola persona.

Tu padre se lanza como aspirante a la presidencia en las elecciones que jamás tuvieron lugar en 1946 puesto que se atravesó el 18 de octubre del 45. Yo, que le he metido el ojo de cerca a los avatares de lo que fuera esa cortísima campaña, pienso que la candidatura de López constituye un capítulo extremadamente interesante que se vio interrumpido en seco por los sucesos octubristas. ¿Tienes algún recuerdo familiar de lo que fue esa pre-campaña? Ya tendrías por entonces diez años de edad. ¿Se percibía entusiasmo en casa o, más bien, dudas acerca de ese rumbo?

Recuerdo solo un momento muy especial, el 15 de octubre, día del santoral de las Teresas, el cual mi madre festejaba en grande y la casa se llenó de entusiasmo con familiares y amigos celebrando la precandidatura. Eso, a solo tres días del 18 de octubre, una muestra de  lo desprevenidos y desorientados que estaban todos con relación a la crisis política que existía y de lo que se estaba gestando.

López Contreras escoltado, entre otros, por Arturo Uslar Pietri y José Rafael Pocaterra. Foto, cortesía de Mercedes López de Blanco

Al advenir el 18 de octubre a López lo cogen preso al acercarse a Miraflores para inquirir sobre lo que estaba ocurriendo. Solo cargaba encima un antiguo revólver de reglamento y se rindió, sin oponer resistencia, ante tres perplejos subtenientes –Raúl Briceño Ecker, José Gregorio Sánchez y José Antonio Olivero– quienes nunca habrían soñado siquiera con arrestar al General en Jefe y entonces candidato presidencial, López Contreras. Luego, a tu padre lo trasladan a La Planicie y, poco tiempo, después, la Junta Revolucionaria de Gobierno resuelve aventarlo al exilio. Comienza allí la vida que López jamás había conocido hasta entonces, la del exiliado. ¿Cómo llevó López ese exilio que se prolongó por siete años? ¿Cómo estructuró su rutina?

A diferencia de lo que la familia había vivido en Caracas, papá tenía mucho más tiempo libre y se ocupaba más de mi hermana Maruja y de mí, de acompañarnos en autobús a alguna clase o cita médica (no teníamos carro ni muchísimo menos quien manejara). Mamá se dedicó a establecer un negocio de ropa que resultó muy exitoso porque ella tenía un gusto exquisito y consiguió una socia competente que la vendía en Caracas. Además, lo hizo con alegría y sin resentimiento alguno, después de haber vivido sin trabajar muchos años. ¡Fue una enseñanza para toda la familia!

Alguna vez me contaste que, entre mudanzas de exiliado y al recalar en Nueva York, tu padre se puso personalmente a buscar apartamento. Fue acompañado por alguien a visitar un piso que estaba en alquiler. El General López vestía en esa ocasión de traje y sombrero de fieltro. Al llegar y escrutarlo de arriba abajo, la dueña del apartamento en alquiler le soltó a López lo siguiente: “Lo siento. No admito perros ni latinos”. Tamaña sorpresa debió llevarse el General en Jefe. ¿Recuerdas algún comentario de él al respecto?

Papá vivió ese y otros momentos desagradables en los Estados Unidos; sin embargo repetía: “A pesar de sus defectos, este es un gran país”. Argumentaba que, gracias a sus instituciones sólidas, cualquier error de los gobernantes sería minimizado y solucionado tarde o temprano. “Eso es lo que lo distingue de nuestros países”, decía, refiriéndose a países como el nuestro, donde el personalismo y las ambiciones pesan más que lo institucional.

Desde el exilio, López fue una de las mayores figuras aglutinadoras de la oposición a la Junta. Mucho mayor que Medina, quien prácticamente no lo fue. López sí era, en cambio, y a diferencia del presidente depuesto, la figura temida por la Junta Revolucionaria de Gobierno. Tanto López como el “fantasma” de López. Basta revisar la prensa del trienio 45-48 para verificarlo. López figuraba hasta en la mesa de desayuno de Betancourt. Y no sin razón: López fue el más conspicuo conspirador por la vía armada. Hablo de un capítulo fascinante, como el que más, en la vida de López. Además, demuestra que López no murió “políticamente” al entregar la presidencia en el año 41. Yo mismo me dediqué a seguirle los pasos al López “conspirador” en mi libro General de armas tomar (Academia Nacional de la Historia, 2009) y vuelvo sobre el tema en un libro que recién terminé de escribir y que se titula La encrucijada peligrosa: López Contreras, Medina Angarita y la Venezuela de los años cuarenta. ¿Algún recuerdo cercano acerca de ese padre convertido en activísimo conspirador?

En los primeros años del exilio vivimos en Miami, donde compramos una casa en una calle al frente de la Bahía de Biscayne, cerca de la avenida Brickell, donde se encontraba nuestro colegio, La Academia de la Asunción. Yo siempre fui muy entusiasta con relación a las actividades escolares, incluyendo las extracurriculares como teatro y deporte. Con eso quiero decirte que participaba poco de la vida familiar aun siendo ya una adolescente. Sin embargo, sí percibía que había reuniones privadas de personas que no conocía y que no visitaban habitualmente la casa, aunque en mi familia no se hablaba abiertamente de eso.

Aun cuando tu padre regresa a Venezuela un año antes de las fraudulentas elecciones para la conformación de la Asamblea Nacional Constituyente de 1952, su relación, hasta donde tengo entendido, jamás fue cordial con los integrantes de la Junta Provisoria y, menos, con Marcos Pérez Jiménez, luego de iniciarse su quinquenio. ¿Algún recuerdo sobre esa relación tirante con la “juventud militar” que ya actuaba a solas en el poder luego de su mal avenido matrimonio con Acción Democrática?

Papá no tuvo buenas relaciones con la Junta Provisoria y absolutamente ninguna relación con Marcos Pérez Jiménez. Es más, recuerdo que en varias ocasiones sociales –como matrimonios– dejó de asistir para no verse en la situación desagradable de hacerle un desplante a Marcos Pérez Jiménez, ya que él, de ninguna manera, lo iba a saludar.

Eleazar López Contreras y Raúl Leoni. Foto, cortesía de Mercedes López de Blanco

Adviene el 23 de enero del 58 y la reconciliación abarca también a lopecistas y medinistas. Para quien no entienda que la historia de este país está hecha de reconciliaciones, he allí un ejemplo. Tan buen ejemplo que uno de los más tempranos gestos que tuvo Betancourt (ya como presidente constitucional) fue visitar a tu padre en su casa de La Castellana. No solo eso. En el archivo personal de tu padre existe una carta del año 59 en la cual Betancourt califica, bajo una óptica más bien sosegada, sus actuaciones como gobernante entre 1936 y 1941. Como puede verse, mucha agua había corrido bajo el puente. Después de todo, ambos se declararon la guerra a muerte entre el 46 y el 48. Existe, por otra parte, una foto de López brindando cordialmente con Raúl Leoni. Hablamos de Leoni sobre quien, como “joven comunista” en el 36, también se cebó la furia del lopecismo. ¿Algún recuerdo en especial acerca de ese López de la restauración democrática quien, además, se vería incorporado al Congreso en calidad de Senador Vitalicio? (por cierto, hablamos con ello de otro importante gesto de reconocimiento y reconciliación).

Sería bueno terminar esta entrevista con la foto de Caldera, Betancourt y Eleazar López Contreras que te mostré, y en la cual los tres figuran riéndose. Me imagino que esa risa debe haber sido producto de algún comentario hecho por el fotógrafo. Ese es un ejemplo de que la reconciliación siempre es posible, en especial, cuando se ha alcanzado cierto grado de madurez política.

Eleazar López Contreras saluda al Vicepresidente de Estados Unidos Richard Nixon, en 1958. Foto, cortesía MLB

¿Es cierto que, de todos los líderes del proyecto nacional democrático, con quien más simpatizó tu padre siempre fue con Jóvito Villalba? Creo que ese dato te lo debo a ti, por cierto. ¿En qué radicaba la simpatía por Jóvito? ¿Qué extraño que no fuera más bien Caldera, teniendo en cuenta el grado de cercanía de la Unión Nacional Estudiantil (y de su principal figura, Caldera) con la administración de López? ¿Tendría en ello algo que ver el hecho de que, después de todo, Caldera terminó siendo duro con López por el tema del Tratado de Límites con Colombia del 41? ¿Qué había de especial en Jóvito, a quien, por cierto, el gobierno de López expulsó del país en el año 37?

En primer lugar, creo que se debió a la influencia de mamá, quien sentía mucho cariño por Jóvito e Ismenia, su esposa. Ella lo llamaba “mi paisano”, ya que ambos eran orientales. También por la personalidad de Jóvito, quien era un gran conversador y “entrador”, a diferencia del doctor Caldera quien, a pesar de ser una persona grata y cordial, era mucho más tradicional. Recuerdo con relativa frecuencia a Jóvito e Ismenia de visita en nuestra casa de La Castellana.

¿Algo más con lo que quisieras cerrar esta conversación?

¿Me preguntas por algo que quisiera añadir? A López se le conoce por el lema «Calma y Cordura», lo cual retrata bien su personalidad; pero yo lo recuerdo más bien por su frase favorita: “No hay talento que sustituya al sentido común”, la cual suelo repetirles a mis hijos y nietos a fin de que tal frase los guíe en el futuro y sobre todo, como diría papá, “para que no cometan disparates”.


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