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Luce extrema esta afirmación. Cuando Marta Vallmitjana dice “nuestros alcaldes no tienen formación”, obviamente se refiere a que la inmensa mayoría no se ha formado específicamente para ese rol. En cierta forma, el cargo se les atraviesa en su carrera política. ¿Y quién es Marta para decir esto? Ella es arquitecta y urbanista. Se graduó en la Universidad Central en el 58 y realizó una maestría de Planificación en London University College. A su regreso a Venezuela se doctoró en Urbanismo en la UCV. En la Facultad de Arquitectura y Urbanismo fue profesora de pregrado y postgrado, directora del Instituto de Urbanismo y de la Comisión de Estudios de Postgrado, y presidenta de Insurbeca. Ese vínculo con la universidad lo mantiene como miembro del comité académico del doctorado.
Trabajó desde el inicio en el plan de Ciudad Guayana, a la que constantemente alude. En los tiempos de la Comisión para la Reforma del Estado (COPRE), dirigió, desde el Instituto de Urbanismo, el proceso de traslado de competencias en el área urbanística a gobernaciones y alcaldías.
—En ese momento se decía que las competencias municipales y las del gobierno central estaban muy claras en la Constitución, mientras que en la de los estados había vacíos. Lo que pasa es que el urbanismo es un área que evidentemente corresponde al gobierno local, que en otras partes llaman “el gobierno de la proximidad”, que conoce a sus ciudadanos, sus demandas, el día a día de las necesidades. Paralelamente se nos encargó el estudio específico de Caracas, para el tema de la gobernabilidad, porque es una ciudad en la que cabalgan entes territoriales distintos y es donde están los llamados “servicios duros”: agua, cloacas, electricidad, transporte, servicios que son supramunicipales. Nosotros intentamos ver cómo se podía plantear un gobierno metropolitano en la época en la que todavía Vargas era un municipio. Una vez que Vargas se decreta estado, esa posibilidad se truncó.
—Entiendo que el tema del urbanismo lo separaron del de transporte. ¿Por qué hicieron eso? Es difícil entender el transporte separado del tema urbano.
—Sí, en la COPRE separaron la parte urbana del transporte público. No sé por qué. Aunque estaban separados, nosotros nos integrábamos muchísimo, porque sentábamos los adelantos como un solo equipo, en el que estaba Tomás de La Barra, especialista en transporte y creador de Tranus, justamente la plataforma para modelar servicios de transporte y usos del suelo.
—Históricamente se ha asumido, como asunto del gobierno central y no de los municipios, la gestión de la vivienda social, cuando en otros países y ciudades existe como mandato que los municipios deben desarrollar vivienda social desde ese “gobierno de la proximidad”.
—Hubo una política muy importante en la que trabajamos muchísimo con el CONAVI, cuando estaba Federico Villanueva y Josefina Baldó, que fue el Programa dehabilitación física de barrios. Desde el Instituto de Urbanismo empezamos a trabajar con ellos los tipos de planes urbanos que se debían establecer para esa habilitación física, desde el punto de vista jurídico, unidos a los problemas de transporte y a los problemas ecológicos.
Tradicionalmente se hacían los planes y los barrios se enunciaban como “áreas adyacentes” que no se tocaban, dejándolas para que algún gobierno futuro resolviera qué hacer con ellas. Por eso el trabajo de Federico y Josefina para la integración de los barrios a la ciudad, no solamente de Caracas sino también de Vargas, fue importantísimo. No los consideraban áreas marginales, sino suburbanizadas. Gente que usaba la ciudad, iban al colegio y compraban en la ciudad, pero vivían en unas condiciones infraurbanísticas. Inclusive llegaron a detalles de cuáles eran las vialidades que hacían falta, la estructura de las cloacas, la conducción del agua y del transporte.
—Está asomando el tema de la vivienda resuelta en manos de la propia gente.
—Cuando al Instituto lo encargaron del Plan de Desarrollo Urbano Local del municipio Libertador, nosotros incorporamos aquellos aspectos “superiores”, supramunicipales, que tenía ese trabajo y de ahí empezó la política, en CONAVI, basada en la tesis de que había que hacer una especie de administración delegada a nivel muy local. El Instituto de Urbanismo hacía el asesoramiento técnico, el equipo de acompañamiento social que era libre –a veces un grupo de jesuitas, como en el caso del Proyecto Catuche, u otros organismos–, después había la delegación administrativa que recaía en el propio barrio.
Me acuerdo de que una compañera de trabajo una vez me dijo: “si este proyecto tiene éxito, tendremos a Chávez para toda la vida”. Yo le decía que eso era lo único que me preocupaba. Pero en realidad no les gustaba que el acompañamiento social estuviera en manos de cualquiera, menos de los jesuitas, porque ellos querían tener el control. Aparte de eso hubo un error, que en ese momento lo señalé: se dejó de lado a la gente del municipio.
—Una política local sin contar con ese gobierno de proximidad.
—Muchas veces les dije que tenían que incorporar al Concejo Municipal de cada municipio, porque al final ellos son quienes se encargan de aprobar los planes de diseño urbano. Con el proyecto de Libertador se invitó mil veces a la gente del Concejo Municipal, pero nunca vinieron.
Eso empezó con Claudio Fermín, siguió con Aristóbulo y después con Ledezma. Nosotros terminamos con Ledezma, pero, ya en ese momento, había peleas políticas en el grupo adeco. Eso se quedó, como decía el profesor Víctor Fossi, como un documento académico, porque un plan que no asume el organismo que lo formula no es un plan, sino un documento para las bibliotecas académicas.
—No luce una política para la gobernabilidad.
—La gobernabilidad es clave, un proceso de pactos de gobierno. En el caso de una ciudad como Caracas, que es una ciudad de carácter metropolitano, si no hay consenso entre los distintos municipios, no hay gobernabilidad. Aparte de eso, la Ley Orgánica que creó el Distrito Metropolitano tenía muchas ambigüedades, copiaba las mismas competencias de los municipios. Pongamos por ejemplo el agua, ¿qué aspectos deberían estar en el gobierno central, cuáles en el regional y cuáles en el municipal? Hay quienes pensaban que un tema como el agua, o como la electricidad, debía tener una sola autoridad. Ése fue un dilema muy fuerte.
—¿Cuál es su opinión al respecto?
—Cuando el Plan Estratégico de Caracas, con José Lander, Víctor Fossi hizo un trabajo en el que se veía claramente que el agua nos viene del Tuy –y, si te pones a ver, del Guri–. Todavía no se ha resuelto qué aspectos corresponden realmente al gobierno central. En los Estados Unidos son corporaciones completas, por ejemplo hay una ciudad que tiene siete condados agrupados nada más para el agua, o tantas agrupaciones de tantos condados para lo que tiene que ver con salud.
Aquí, Hidrocapital, la electricidad o el Metro ni siquiera invitaban a la Alcaldía Metropolitana, para ellos no tenía ni voz ni voto en nada de eso. Eso no puede ser. Hay arreglos institucionales en el mundo entero que funcionan, pero aquí la crispación política los ha hecho imposibles.
—Son servicios básicos que requieren acuerdos.
—Se llaman “servicios duros”, los servicios del urbanismo de redes. Vienen de la época del ensanche de la ciudad de Barcelona, del Plan Cerdá. Él insistía en que tú no eras ciudadano si no llegabas a tu casa con un transporte público, si no tenías agua, si no tenías luz.
—Si no estás incluido en esa red.
—Eres una persona pero no eres un ciudadano. El urbanismo de redes es fundamental para tener la categoría de ciudadano. Y eso era lo que no tenía esa cantidad de barrios, unos más solidificados que otros, pero concentrando alrededor del 50% de la población de Caracas.
—En ese urbanismo de redes es clave el tema del transporte. Cuando se constituyó el Área Metropolitana de Caracas, y su alcaldía, le pusieron frontera a algo que va más allá, que es más complejo.
—Primero fue Distrito y después lo degradaron a área, que no corresponde porque ésta es una cuestión física, en cambio, el Distrito implica un gobierno, con sus aspectos ejecutivos, legislativos. Nosotros le presentamos a la COPRE la idea del Distrito Metropolitano, los escenarios territoriales posibles. Para Caracas habíamos pensado reducir el Distrito Federal al mínimo, porque es la delegación territorial central que tiene como Estado Federal que somos, como la City en Londres. El resto formaba parte del Distrito Metropolitano, de los municipios. Uno de los escenarios incluía a Guarenas-Guatire, porque la gente de allí en todas las reuniones que tuvimos nos decían “nosotros somos el basurero de Caracas”. Pero en la Constituyente (1999) no aprobaron ese escenario.
Un escenario muy extraño, incluía lo que fue Distrito Federal, decretado como Distrito Capital. Ahora veremos cómo separar ese arroz con mango para que, en efecto, logremos gobernabilidad. En el caso del transporte, si bien algunos servicios son descentralizados, algunos municipios tienen competencias clarísimas.
—Los ciudadanos nos movemos por el territorio a través del servicio de transporte público, la Alcaldía Metropolitana tenía su Instituto Metropolitano de Transporte, que se suponía tenía la competencia de poner orden con los municipios, pero, al mismo tiempo, no tenía ascendencia sobre un actor fundamental como Metro de Caracas. Siempre se ha hablado de una Autoridad Única de Transporte, inclusive regional, ¿no?
—Sí, porque en términos de planificación tiene que haber al menos una guía general. Pero no puede ser una autoridad única de transporte desligada de los problemas urbanos. En los modelos que nosotros hemos desarrollado en el Instituto, con Tomás de La Barra y su equipo, están totalmente integrados precios del suelo y la red de transporte. Tenemos años corriendo modelos de ese tipo para ver los impactos de localizar más empleo en un lugar. Tampoco hay hoy en día las famosas encuestas de origen y destino, no existen, no existe censo.
—Tomás está haciendo un nuevo estudio de movilidad.
—Sí, lo que pasa es que la parte académica, que deja Tomás, choca con la situación política territorial. Son trabajos importantísimos, además él tiene doctorado en la Universidad de Cambrige sobre este tema. Pero, cuando te das cuenta, en la práctica, Libertador parece un satélite del resto del área metropolitana.
—Con pretensiones de que los demás municipios sean sus satélites.
—Así no se puede trabajar. Hace muchos años que la ciudad de Caracas ya no es ese pedacito.
—¿Gobernanza y gobernabilidad son lo mismo?
—No, la gobernabilidad tiene que ver con las condiciones objetivas para que sea posible una actuación de poder. La gobernanza viene de las reformas que hizo la Thatcher en Inglaterra, que decían: “más gobernanza y menos gobierno”. El concepto tiene que ver con esa frontera cambiante entre la forma de ejercer el poder desde el Estado y la sociedad civil. En esa época se hablaba de Estado Moderno y de Estado Pequeño, hasta donde llega el ejercicio del poder del Estado central respecto a la autonomía que debe tener la sociedad civil y los gobiernos municipales.
—¿La gobernabilidad depende de la gobernanza?
—No necesariamente. Hay países que tienen una buena gobernabilidad y son totalmente centralistas, como Francia. Hay participación, pero no es esa reforma política típica de los años 80 en Inglaterra que se apoyó en la privatización de muchos servicios. Los resultados no fueron tan buenos, pero se redujo burocracia y algunos impuestos se aumentaron. Ante nuestra crisis de los 80 –baja de los precios petroleros, escasa legitimidad de los poderes–, la descentralización se basó en la corresponsabilidad fiscal por parte de los estados y municipios. Se aumentaron las asignaciones a los gobiernos locales y regionales, vía situado constitucional. Pero cuanta más ayuda recibían los municipios con competencias tributarias, menos recaudaban a nivel local.
Por otro lado, la Ley Orgánica de Régimen Municipal no puede ser homogénea, hay municipios que son 80% rurales y hay otros que son 100% urbanos. No se puede pretender que un municipio rural tenga la misma recaudación que Chacao. Eso hay que corregirlo. Nosotros hicimos un estudio, cuando la COPRE, en el que la mayoría de los municipios, que son trescientos y pico, viven de sus sueldos y salarios que salen del situado. Ahí hay una debilidad muy grande.
El Federalismo Fiscal es la corresponsabilidad fiscal de los gobiernos que reciben competencias y asignaciones, pero a los que también se les exige un esfuerzo tributario mayor. Antes del segundo periodo de Carlos Andrés Pérez, los gobernadores se nombraban a dedo. Los que estaban gobernando eran todos adecos. Una de las reformas más importantes de la descentralización fue la elección de alcaldes y gobernadores, y entonces allí se perdió control y poder.
—Pero una cosa es el poder y el control y otra la gobernabilidad.
—Van muy ligados. La Constitución habla del empoderamiento de la población y, mentira, eso no existe, los consejos comunales tienen presupuestos que dependen directamente del gobierno. Eso no es una descentralización comunal.
—Antes se mantenía el control de todo el territorio desde el partido de gobierno, a través de gobernadores puestos a dedo. El control de una camarilla, como ahora. Lo otro implica más democracia, aunque al final costase la cabeza del actor principal.
—Creo que esa descentralización iba por buen camino, aunque tuvo muchos tropiezos. Con tantas asignaciones, producto de las riquezas petroleras que se transferían a los gobiernos locales, empezó a producirse un desequilibrio macroeconómico central, pero eso se podía corregir.
Técnicamente, todos los países en desarrollo han tenido los mismos problemas con sus procesos de descentralización, pero se va actuando, se va ajustando. Por ejemplo, se va creando una serie de ayudas para los municipios más pobres, se va compensando. El federalismo fiscal, entendido como corresponsabilidad, apareció siete u ocho años más tarde. Entonces, la gobernabilidad fundamentalmente tiene que ver con los recursos y cómo los estás utilizando.
—Al final es la disputa por la renta, ¿no?
—Claro, además, como decía un urbanista francés, el peor sabotaje que se le puede hacer a una ciudad es la falta de mantenimiento. El stock urbano, las redes –vialidad, vivienda, espacios públicos–, viene decayendo en inversiones desde antes del año 80. Cuando viene una crisis, lo primero que se corta es el stock urbano, disminuye la construcción, industria importantísima que crea empleo y condiciones para la calidad de vida. Entonces, la ciudad se deteriora y también el cariño hacia ésta. Una de las primeras políticas de uno de los alcaldes de Bogotá fue “aprender a querer a la ciudad”, pero con una serie de inversiones de stock urbano en paralelo. Una amiga arquitecto dice que Caracas es la ciudad con más ruinas modernas, con obras que no se terminan.
—Y las que se terminan se deterioran muy rápidamente.
—Existe esa noción de “pactos del gobierno”. En Barcelona (España), para poder tomar decisiones para construir vialidad, se reúnen sindicatos, alcaldes, grupos vecinales, organizaciones.
—La figura del consorcio.
—Así es, que terminan firmando un documento legal en el que se comprometen a determinadas acciones dentro de eso que llaman “pacto de gobierno”. Y eso es más importante que la propia Constitución. Para determinar el Plan Estratégico que hubo en Barcelona, cuando las olimpíadas, se dio un pacto de gobierno entre el gobierno central, el gobierno regional de la Generalitat, el gobierno municipal y la población. Toda la renovación de los antiguos trenes de Renfe (de cercanías) hubo que hacerla con los sindicatos. Se tuvo la suerte de que el gobierno central y el local eran del mismo partido –del Partido Socialista, del PSOE–. Sin un consenso en ese sentido, ¿de qué sirve realizar estudios? Como decía Víctor Ortiz: “Lo que se tiene son mapas, no planes”.
—Cambiemos de tema. ¿Usted es de la opinión que Libertador debe dividirse en municipios más pequeños? ¿Y el municipio Sucre?
—Sería una buena idea, pero hay que estudiarlo. Cuando nosotros hicimos el Plan de Desarrollo Urbano Local para el municipio Libertador, lo dividimos para el estudio en áreas. Cuando Aristóbulo (alcalde de Caracas, 1993-1996), se hicieron los llamados Planes Parroquiales, pero los límites de éstos eran de lo más irracional. Tú no puedes partir de una división poblacional que viene de la Colonia para realizar un estudio urbanístico, de transporte y de todo lo que son las redes. Hay que tomar una serie de condiciones para ver en cuántas zonas se pudiera dividir. Eso hay que estudiarlo y nunca se ha estudiado.
—¿Por qué nunca se ha estudiado?
—No ha habido voluntad política.
—¿Habría que hacerlo?
—Sí, hay áreas. Por ejemplo, Catia es una que pudiera convertirse en municipio. Y eso lo han peleado. Yo creo que sí mejoraría si lo dividieras. Pero la crispación política lo mata todo.
—Claro, pero atendiendo a la lógica fiscal descentralizada, si se divide para que la cosa se siga resolviendo solo vía situado constitucional, no funcionaría.
—Si no hay corresponsabilidad fiscal, que es la base fundamental que sostiene los procesos de descentralización, vamos al fracaso.
—Estamos un poco en el fracaso, ¿o todavía no?
—Ahora no existe descentralización, ahorita no hay nada. Lo que hay son las comunas, que equivale a decir gobierno central. Recuerdo en una reunión en Catuche, un delegado de la población explicó todo el proceso que habían tenido en las actuaciones que se habían realizado en el barrio. Era un habitante humilde de Catuche. Yo lo iba a invitar para que nos diera una clase de urbanismo en el doctorado, por la claridad que tenía. Ellos inclusive establecían prioridades, como por ejemplo decidir no arreglar una serie de viviendas sin antes proteger la quebrada aguas arriba, que era una inversión fuerte. Prefirieron hacer eso antes que mejorar sus propias viviendas, porque sabían lo que venía cada vez que había un deslave.
—En Catuche se hicieron obras importantes.
—Ese programa para mí fue fantástico, pero desgraciadamente se cortó. Como también se cortó el proyecto de Ciudad Guayana, que está en las últimas.
—¿Distrito Metropolitano o Región Metropolitana? ¿Hasta dónde llega la Región Metropolitana de Caracas?
—Nosotros la habíamos estudiado y habíamos incluido Guarenas-Guatire, todo Vargas y los Altos Mirandinos. La zona de Barlovento la estudiamos. Con los modelos de Tomás de la Barra estudiamos hasta qué punto la gente que vivía en Guarenas-Guatire trabajaba en Caracas. Esas interacciones son muy importantes para delimitar la coherencia de un área.
—¿Se tiene demasiada fe en el diseño urbano como agente de cambio social, como vía para la transformación social?
—Hay una pérdida de lo que se llama la cultura del plan, y el plan es fundamental. Los planes en el área urbanística y territorial tienen muchas jerarquías: están los Planes Regionales, los Planes de Ordenación Urbanística, que son competencia del gobierno central, que son más generales. Después vienen los Planes de Desarrollo Urbano Local (PDUL) y dentro de éstos hay Áreas de Diseño Urbano, y lo que se llama“esquemas sumarios”, que son planes para ciudades muy chiquititas. Los Planes Especiales también viven dentro de un Plan de Desarrollo Urbano Local, son zonas que merecen un tratamiento especial: un centro comercial, un área central importante, una determinada área de salud.
Al Área Metropolitana de Caracas lo que le corresponde es un POU, Plan de Orientación Urbanística, que le dé guía a los planes municipales, que da las orientaciones a todas esas redes.
—¿Eso existe?
—Ese POU no lo hicieron nunca, hicieron un plan estratégico, pero en relación con éste hay una equivocación. Los estratégicos son planes que se hacen con dos o tres grandísimos proyectos, para cuatro o cinco años, como pasó en Barcelona: las grandes rondas vehiculares de acceso, la reconversión de todo el litoral –decían que Barcelona era una ciudad de espaldas al mar– y el desarrollo de áreas centrales, espacios públicos importantísimos. Esos fueron los tres grandes proyectos con la intervención de inversiones privadas, del gobierno central y de los gobiernos regional y local, y se hizo en cinco o seis años. No puedes llamarlo “plan estratégico” si no se ha podido hacer ni un solo proyecto, porque, por definición, todo plan es “estratégico”.
—Es una declaración de intenciones.
—Es una declaración de intenciones, que es importante y muy bueno el trabajo, pero no es un plan estratégico si no está atado a unos proyectos concretos, y si no está vinculado a una voluntad política.
—Entonces, el Plan Estratégico Caracas 2020 navegó en contra de la corriente desde el principio.
—Sí, el Metro por un lado hace lo que le da la gana y no consulta nada. Hacen intervenciones sin considerar cuál es la estructura de la ciudad. Desapareció la cultura del plan, que la hubo cuando el MOP (Ministerio de Obras Públicas) en los años cincuenta y pico, cuando Venezuela era pequeña y no estaba realmente urbanizada. Pero el MOP tenía oficinas desconcentradas en todo el país. Se equivocaron en muchos casos, pero había respeto a la necesidad de un plan para saber hacia dónde íbamos, a nivel de toda Venezuela. Con la complejidad de la urbanización todo ese proceso se hizo inoperante. Eso fue a finales de los setenta.
Más que el plan –se puede tener plan y ser inoperante–, lo importante es tener visión a largo plazo, que no pase por los intereses de una facción, de un grupo político, por el poder. El plan es un instrumento pasivo que muestra las actuaciones concretas que tiene que hacer el municipio, en un tiempo determinado, con los recursos aprobados. Y la ordenanza de zonificación es un instrumento que lo único que dice es cuáles son las condiciones para desarrollar el parcelario, tanto público como privado, y eso puede durar cien años.
—¿Por qué los municipios no tienen competencia para endeudamiento? ¿No quieren que las ciudades brillen con luz propia?
—Yo creo que es un poco por desconfianza de la capacidad gestora de los municipios. Durante el proceso de descentralización las asignaciones que llegaron a tener nadie las controló, eran asignaciones sin rendición de cuentas. Hubo muchos desmanes, gastos absurdos. Entonces hay que ir preparando los profesionales que manejan bien el municipio.
—Pero ésa es una cultura que va más allá del municipio, es una cultura de la gestión pública, incluyendo el nivel central que es donde más dispendio hay.
—Yo no digo que ése sea el caso de todos los municipios, hay municipios que son mejores que otros.
—Si un municipio como El Hatillo quisiera tener un sistema de transporte particular en algún lugar específico y está convencido de que eso puede generar un impacto positivo en la calidad de vida de la gente y la productividad, pero el gobierno central no lo contempla en sus prioridades, ¿no podría endeudarse?
—Eso hay que negociarlo sobre estudios bien hechos. Y si es una vialidad, depende de si es local o una troncal. O si es otro tipo de servicio. Por ejemplo, siempre se habla de la Circunvalación de Caracas, bueno eso lo tiene que decidir el gobierno central.
—¿Pero y proyectos más pequeños? Imagínese que un alcalde piense que sería bueno tener escaleras mecánicas para un barrio, o funiculares, pero no tiene presupuesto.
—Si hubiese un plan metropolitano, que viera las prioridades, que hubiera estudiado las necesidades de cada uno de los municipios, hubiese sido posible demostrar la efectividad de lo que se está proponiendo. Pero, si se te ocurre por inspiración divina…
—Pongamos que el municipio tiene estudios completos, pero no tiene la capacidad de endeudarse.
—No se puede hacer.
—¿Pero qué opina al respecto, los municipios deberían tener posibilidad de endeudarse, asumiendo todas las condiciones?
—La mayoría ha demostrado que son muy malos gestores.
—¿Esto no es como el papá que le dice a su hijo adolescente: “No te voy a dar dinero, te lo administraré siempre porque sé que si te lo doy lo vas a malgastar”?
—No, para eso se tienen que ver las condiciones, las reglas del juego de una sociedad, como dice Douglas North, premio Nóbel de economía. Considera que la Constitución, las leyes orgánicas, para él son las instituciones, y esas instituciones las aprovechan las organizaciones. Las organizaciones son el gobierno, el ejército, la iglesia. La ley tiene que tener condiciones muy claras, de que si no se cumplen cuáles son las penalidades.
Él demuestra que gracias a la aparición de la carta de crédito, que revolucionó la banca en esa época, fue posible toda la prosperidad del Renacimiento. Una institución con reglas del juego atractivas puede producir resultados sumamente positivos.
—Está hablando de crédito, que equivale a confianza.
—Claro, pero uno de los errores de la descentralización fueron todas las asignaciones especiales otorgadas a los gobiernos regionales y locales. Se empezó a gastar sin coto, no hubo rendición de cuentas, ni siquiera por parte del propio organismo que llevaba adelante el proceso de descentralización. Eso pasó también cuando Ciudad Guayana se creó, que todo era inversión central. Una ciudad no es un proyecto como un edificio, una ciudad vive toda la vida, una ciudad de cincuenta años es recién nacida. Para darles a los municipios la posibilidad de pedir créditos deben tener muy claras las condiciones y las penalidades, si no, lo van a gastar como les dé la gana.
—Hemos hablado hasta ahora de gobierno central, de gobiernos regionales y locales. ¿Y el ciudadano común cómo queda? ¿Cómo participa en este juego donde se involucran recursos, visión a largo plazo de ciudad, de país?
—Todo eso se resume alrededor de un plan.
—¿Pero quién hace el plan? ¿Cómo hace la gente para participar en su elaboración?
—Una de las críticas que se le hacían al Mindur (Ministerio de Desarrollo Urbano) hace unos cuantos años era que contrataba oficinas privadas aquí en Caracas que hicieran el Plan de Desarrollo Local, por ejemplo de Maturín. Lo realizaban y luego se lo mandaban al alcalde, que lo guardaba y ya. Eso, poco a poco, ha ido cambiando, se acaba de aprobar el de Baruta, y ahí intervino cantidad de sociedades privadas.
—¿Podríamos decir en este momento que tenemos una estructura, una forma de participación de la gente para incidir en las políticas públicas sobre la ciudad?
—Claro que sí. Es fundamentalmente en la ciudad donde se puede asegurar una calidad de vida aceptable, gracias al urbanismo de redes: agua, electricidad, salud, toda la parte de infraestructura, que se hace a través de la construcción, que es generadora de empleo a corto plazo. Los alcaldes de Medellín, y de Colombia, cuando hablan de “querer a la ciudad”, es porque paralelamente a sus problemas de seguridad, muestran obras concretas: bibliotecas, espacios públicos, el metro. El ciudadano ve que sus expectativas se están cumpliendo, que está mejorando su calidad de vida.
—Me generó mucha curiosidad lo de las “Áreas Adyacentes”. ¿Considera que ya superamos esa visión? ¿No se sigue viendo a los barrios como un área adyacente, por más planes que se inventen?
—La gente de avanzada ya no habla de áreas adyacentes, eso no impide que salga alguien por ahí diciendo que quiere trasladar los barrios para otro sitio. Por ejemplo, con la creación de esas nuevas ciudades, que es la cosa más horrenda del mundo, como Ciudad Caribia. Eso es más de lo mismo, es falta de plan. Evidentemente ha aumentado una barbaridad el nivel de áreas marginales. Nosotros tenemos más del 50% de la población viviendo en áreas marginales.
El otro día fui a una reunión y Alfredo Cilento explicó que en toda Petare no hay para aterrizar ni un helicóptero en caso de un sismo. ¡Todo lo que se caería hacia la autopista! Él dice que ya no hay tiempo de corregir eso. El plan era el que tenía el CONAVI con la habilitación física de barrios, cuyo primer frente de obras era la contención de terrenos que se deslizaban, quitar viviendas en riesgo y crear espacios públicos. Eso se pensó para toda Venezuela, para todos los barrios.
—¿Exceso de planes y mínima voluntad?
—No es exceso de planes, sino la manera como a veces se hacen los planes. Si se hacen en una oficina privada, por allá botado, ¿al alcalde qué le importa? Son planes que al final se engavetan.
—A eso me refiero, no se demuestra voluntad.
—La OMPU (Oficina Metropolitana de Planificación Urbana) se vino abajo porque era una organización a la que el municipio Libertador, y el resto de los municipios, aportaba voluntariamente y, en un momento, decidieron no aportar más. Después de que la eliminaron se crearon las oficinas locales de planificación urbana en los municipios y se perdió esa visión general que le falta a la ciudad.
—A lo que me refiero, la verdad, es que hemos tenido muchos planes, pero pocas nueces.
—Eso no pasaba en la primera época con el MOP (Ministerio de Obras Públicas): había planes y había construcción, como el caso de Ciudad Guayana.
Cheo Carvajal
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