Crónica

Maracaibo: saqueos durante el apagón

Makro. Fotografía de Juan Barreto | AFP

TEMAS PD
16/03/2019

El primer saqueo que vio Madelyn Palmar fue la noche del domingo 10 de marzo. Regresaba a su casa después de hacer reporteo en la calle. En el camino vio a personas durmiendo en las aceras. Huían del calor. El 7 de marzo ocurrió una falla eléctrica que dejó a todo el país sin electricidad. Maracaibo, capital del estado Zulia, es una de las ciudades más calientes de Venezuela.

Madelyn recorría la avenida La Limpia, en el oeste de la ciudad, cuando vio una multitud de personas en el camino. Empujaban la santamaría de Makro, una cadena de tiendas mayoristas con sucursales en varios estados de Venezuela. Hubo personas que estrellaron sus motos hasta que rompieron la entrada. La gente se robó botellas de licor y bultos de harina de maíz. Minutos después funcionarios de seguridad lograron contener a los saqueadores.

Ese día, César no pudo dormir. Es el propietario de dos kioscos situados dentro de las instalaciones de dos sucursales de Makro en la ciudad.

—Yo sabía el panorama que iba a encontrar. Y lo encontré.

Al día siguiente era lunes 11 de marzo. Un grupo de personas amenazaba con saquear nuevamente el Makro de La Limpia. A César le rompieron el vidrio de su kiosco, pero no lo pudieron saquear. Tampoco a Makro.

Makro. Fotografía de Juan Barreto | AFP

Pero al norte de Maracaibo, en Makro Norte, saquearon su otro kiosco. Vendía lotería, chucherías, refrescos, tarjetas. También hacía recargas para celulares. Le robaron impresoras, neveras y la máquina de hacer recargas. En ese Makro, solo quedaron los carteles rotulados de precios y las paletas de madera. Cuando parecía que no quedaba nada, una multitud regresó a robarse las tuberías y el techo.

Al lado, separado por un muro, estaba la agencia de distribución de Pepsi-Cola de Empresas Polar, una corporación industrial de 78 años con varias marcas tradicionales de alimentos y bebidas en Venezuela. Un testigo contó que un grupo de al menos 500 personas rompió con piedras las paredes de la parte trasera del almacén. Por un momento lograron ingresar, pero la Guardia Nacional logró sacarlos con gas lacrimógeno.

Los atacantes se replegaron y cambiaron de estrategia. Cuando la guardia lanzaba bombas en la parte trasera, se desplazaban hacia la entrada principal. Y cuando repelían en la entrada principal se iban a la trasera. Era un grupo de alrededor de 400, 500 personas contra unos 20 guardias nacionales. En la refriega, a los guardias se le acabaron las bombas lacrimógenas. Los saqueadores tomaron el almacén y los guardias permanecieron observando. Se robaron más de 52.000 cajas de productos terminados (agua, jugos, refrescos y bebidas deportivas). Desvalijaron 22 camiones, 5 montacargas y el mobiliario de oficina. Arrancaron el cableado eléctrico de las tuberías; se llevaron compresores de aires acondicionados, cauchos y retrovisores de los camiones. Se iban a llevar el techo de aluminio, pero no pudieron. Gran parte de las personas que saquearon iba descalza o en cholas, con shorts y camisas rotas. Muchos eran menores de edad.

Empresas Polar sufrió daños en 3 instalaciones más: en la planta productora de Pepsi-Cola Venezuela y la planta productora de pastas de Alimentos Polar, ambas ubicadas en el municipio San Francisco; y Cervecería Polar, en la zona industrial de Maracaibo. La pérdida asciende a más de 18.600 millones de bolívares: más de 5 millones de dólares si se calcula a tasa Dicom.

Ese día, Omar Prieto, a cargo de la gobernación del Zulia, aseguró que el 99% de los zulianos estaba en total tranquilidad. Pero los saqueos continuaron.

En la Avenida Goajira, varias cadenas de supermercados, algunos malls y comercios pequeños fueron saqueados. Desde su apartamento, Miguel llamémoslo así en condición de anonimato vio a una gran cantidad de personas saqueando desde las 2 de la tarde hasta las 9 de la noche. La gente se llevó cables, computadoras, lavamanos, cerámicas, duchas. Hubo una persona que pasó con un puff en una moto. “La turba gritaba alegre y enseñaba lo que se había robado. Hubo uno que me enseñó una bolsa de Toddy. Entonces uno dice: eso no es hambre”.

En esa misma avenida, un grupo de personas entró al centro comercial Sambil. Con grandes piedras reventaron el vidrio templado de la entrada principal. Alrededor de 300 personas utilizaron el mobiliario del centro comercial para destrozar las vidrieras. El piso quedó lleno de vidrios, papeles rasgados, envoltorios, cajas de zapatos, prendas de ropa. Los negocios terminaron como sus maniquíes: desnudos y sin rostro. Las Fuerzas de Acciones Especiales llegaron 20 o 30 minutos después, cuando habían saqueado y destruido 105 de los 270 negocios activos: 59 en el primer nivel, 46 en el nivel superior.

“Esto es algo sin precedentes: 105 locales menos que aportan impuesto al municipio. Menos puestos de trabajo: 2.500 puestos directos, 1.500 indirectos”, declaró a la prensa Juan Carlos Koch, gerente general del centro comercial Sambil Maracaibo. Dijo que sentía impotencia, porque lo que hacía era trabajar.

Días antes del saqueo, el personal del Sambil dio agua procesada de su planta desalinizadora a la comunidad, sacó extensiones que funcionaban con su planta eléctrica, y repartió hielo a la gente para que refrigerara medicamentos. Gran cantidad de gente cargó teléfonos y llenó tanques con agua. Como los trabajadores del Sambil habían escuchado rumores de saqueo le pidieron a la comunidad que los apoyaran.

Kathy Urdaneta, gerente de Mercadeo del Sambil, dice que en su mayoría la mercancía saqueada resultó ser zapatos, electrodomésticos, ropa, joyas. La feria de comida quedó casi intacta, solo se robaron algunos televisores. Antes del saqueo, los propietarios sacaron la comida para evitar que se dañara por falta de refrigeración.

Al sur de la ciudad, Ana estaba atrincherada en su casa. Tenía noches soportando el calor y los zancudos. Por su zona la gente gritaba, hablaba de saqueos. Escuchó disparos y varias sirenas. Vio gente pasar por su calle cargando queso, jamón ahumado y mortadela. Algunos carros se detenían al ver el saqueo. Los conductores se bajaron, se mezclaron entre la multitud y volvieron con bultos de harina o azúcar. Los metían en la maleta y se iban. Ana recuerda que los saqueadores estaban muy contentos e iban por las casas emocionados exhibiendo la mercancía. Robaron tanto que algunos fueron a su casa y le ofrecieron intercambiar jamón por harina de maíz, azúcar o aceite. Al final los vio regalar comida en la calle. Habían saqueado tanto que les sobraba.

Al momento de los saqueos del lunes, Maracaibo llevaba más de 80 horas continuas sin electricidad. Las neveras se descongelaban y era poco lo que podían hacer con la comida: aceptar que se pudriera, regalar o salar la carne, comerse las provisiones de 30 días en 5, comprar bolsas de hielo para tratar de conservarla. La inoperancia de los puntos de venta, por donde se pasan las tarjetas de débito y de crédito, obligó a los comercios a cobrar en dólares. Una bolsa de hielo costaba 10 dólares, tres veces más que el día anterior, más del doble de un sueldo mínimo. Para juntar esa cantidad en bolívares, una persona tendría que haber retirado efectivo durante al menos 30 días.

—Uno sentía impotencia —dice Miguel, quien vio los saqueos en la avenida Goajira—. Tenías dinero en el banco y no podías utilizarlo. Tenías vehículo, pero no podías echar gasolina. Tenías celular, pero no tenías batería. Estábamos incomunicados.

Maracaibo fue la segunda ciudad de Latinoamérica en tener alumbrado público eléctrico de forma continua y permanente desde 1888. Y la primera en tener una empresa de servicio eléctrico en Venezuela, The Maracaibo Electric Light Company. Fuera del apagón masivo del 7 de marzo, en la ciudad siempre ocurren fallas de energía eléctrica.

Fotografía de Juan Barreto | AFP

En la zona industrial de la ciudad, saquearon algunos galpones de comida, entre ellos los de Genica, una empresa con 26 años de trayectoria que produce lácteos en Venezuela.

Al cierre del lunes 11 de marzo, la mayoría de los estados de Venezuela ya tenía electricidad. Pero Maracaibo, por estar en el occidente de Venezuela, fue uno de los últimos en recibir energía. Las redes encargadas de distribuirla desde el Guri tardaron en llegar al occidente del país.

El martes 12 de marzo, César –el propietario del kiosco saqueado en Makro Norte– vio cómo saqueaban Makro en la avenida La Limpia. Cargaban pollos, harina de maíz. Al ver la multitud del saqueo, César supo que también habían saqueado su otro kiosco. 20 años de trabajo ahora son dos estructuras desechas.

En esa avenida, un comerciante contó que se enfrentó a una multitud de saqueadores. En la mañana, salió a reforzar el frente de su negocio. Horas después tenía una multitud amenazadora al frente. En principio, unos vecinos apoyaron al comerciante pero no pudieron aguantar mucho. No eran suficientes. Entonces el comerciante llegó a un acuerdo con los saqueadores: antes de que le destrozaran el negocio, sacó la mercancía y se las entregó. Dentro del negocio, solo quedaron cosas que hizo junto a su esposa y sus hijos: los estantes, los carteles rotulados en tiza con el nombre de las frutas, y otras cosas hechas por la familia.

Madelyn, la periodista, dice que el oeste de Maracaibo fue uno de los puntos más afectados. La avenida La Limpia fue saqueada de extremo a extremo: desde el casco central hasta la curva de Molina. Ahí, además de Makro La Limpia, comercios como Traki, algunas cadenas de supermercados, farmacias, tiendas de ropas y tarantines también fueron saqueados.

“Aquí saquearon locales dos y tres veces hasta dejar el caparazón de la estructura. Rompían las paredes, arrancaban las lámparas. Lo que pasó con Traki que se llevaron todo y regresaron por más y de paso lo quemaron. Eso nunca se había visto”, dice Madelyn.

Fotografía de Juan Barreto | AFP

La organización de gremios empresariales, Fedecámaras Zulia, emitió un comunicado en el contabilizó hasta el 15 de marzo más de 500 comercios afectados. Farmacias, supermercados, galpones de almacenamiento, tiendas de calzado, tiendas de ropa, jugueterías, ferreterías, licorerías, embotelladoras, fábricas de hielo e industrias lácteas fueron saqueadas. Fedecámaras exige una indemnización económica para los afectados. Néstor Reverol, a cargo del ministerio del Interior y Justicia, declaró que la banca pública establecerá un sistema de crédito especial para que se recuperen los locales afectados. Dijo que hay 602 detenidos y que no hubo fallecidos ni lesionados. Sin embargo, el diario Panorama reportó al menos cinco muertos en el contexto de saqueos.

El miércoles 13 de marzo, las calles de la segunda ciudad más poblada de Venezuela estaban desoladas y llenas de restos de vidrios y escombros. “Esto parece el set de una película postapocalíptica”, dice Ana.

Omar Prieto declaró declaró que los saqueos fueron focalizados, pero la ciudad fue saqueada en el norte, en el sur y el oeste.

La mayor parte de los negocios –si quedaban con mercancía– permanecieron cerrados el miércoles. En los grupos de WhatsApp, llegaban cadenas de mensajes con la lista de negocios abiertos. La gente hacía fila afuera de ellos. Accedían a estos en pequeños grupos mientras custodios armados sin uniforme vigilaban. Lo que sí había en cantidad eran filas de carros en las gasolineras. María Virginia dice que nunca había visto tantos carros “ni cuando el paro petrolero de 2002”, cuando hubo una huelga general de trabajadores de la empresa estatal Petróleos de Venezuela.

Cuando se pensaba que no quedaba nada por robar, los saqueadores volvieron a aparecer en algunos comercios saqueados. Parte del personal de la agencia de distribución Pepsi-Cola tuvo que huir de una reunión de estatus que se realizaba en el almacén. Un grupo de personas bajó con armas de fuego a terminar de desvalijar el aluminio de los camiones.

El jueves, a una semana del apagón masivo, hubo una falla en las subestaciones de Barlovento y Sibucara. Buena parte de Maracaibo y sectores de la Costa Oriental del Lago quedaron sin servicio eléctrico. La luz llegó en la tarde del siguiente día.

El viernes, Madelyn vio un poco más de personas en la ciudad y unos pocos comercios abiertos. La esposa del comerciante que entregó la mercancía regresó a su minimarket. Tomó fotos de los anaqueles vacíos que construyó junto a su familia. Lloró. Pero luego pensó en los que perdieron todas sus instalaciones y se secó las lágrimas.

César, al que le saquearon los kioscos, dijo que no sabe qué va a hacer: “Estoy tumbado. Con los kioscos mantenía a mi familia. Es muy arrecho”.


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