Conversación sobre lo inútil

Manuel Llorens: poema y prótesis

23/11/2024

Manuel Llorens retratado por Roberto Mata

Manuel Llorens (Caracas, 1973) es psicólogo y escritor. Ha publicado dos libros de poemas, con los cuales obtuvo el premio «Fernando Paz Castillo» (2006) y el «Premio Lugar Común» (2019), respectivamente. El poemario Haz ruido con mi ataúd será pronto publicado por la editorial Todtmann. Ha recibido dos menciones honoríficas (en 2006 y en 2011) en el Premio Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana; uno de esos reconocimientos se materializó en el volumen Terapia para el emperador: crónicas de la psicología del fútbol. En 2007 obtuvo, asimismo, mención honorífica en el concurso anual de cuentos del diario El Nacional. Colabora en numerosos medios venezolanos, entre los que destacan Papel Literario (diario El Nacional), Cinco8, Caracas Chronicles y Efecto Cocuyo. Co-dirige la ONG REACIN (Red de activismo e investigación por la convivencia). Actualmente investiga y trabaja en temas de violencia estatal.

El duelo es la antigua disciplina del cuerpo gracias a la cual el recuerdo amanece memoria. ¿Cómo lo presentas en tus poemas?

Creo que el poema que más rescato de mi primer poemario es sobre Elmer Szabó, el poeta que a la vez fue detective de la DISIP. Esa imagen de estar buscando palabras o huellas dactilares, esa búsqueda de rastros de algo que pasó, marcan esa época. Me hace pensar en un detective que hurga en lo que ocurrió en el pasado y en lugar de una sentencia, logra un poema.

Es interesante que hayas elegido el duelo para iniciar por esta conversación. Mis intentos de escritura, al comienzo, estaban colmados por la experiencia de duelo. Me sumergía en la lectura y la escritura para sobrellevar experiencias de pérdida que en gran medida me sobrepasaban y no entendía del todo. En el camino aprendí que la creación es uno de los posibles resultados de la pérdida. En ese sentido aparece por todos lados en mis escritos de joven. No fue una búsqueda explícita ni del todo consciente.

«Hacer duelos, en cierto sentido, es como hacer ejercicio». Si uno se compromete con ese esfuerzo se aprende a sobrellevar mejor las dolencias y pérdidas inevitables de la vida. Lo cual permite acceso a un tipo de fortaleza: poder comprometerse intensamente con la vida y después dejarla ir, aceptando nuestro carácter pasajero.

La lectura, la mirada atenta de tu poesía nos revela al verso como una conexión delicada y paciente entre el devenir íntimo y el devenir público. ¿Qué debemos recibir de este pulmón de tu poesía?

Sí. La mirada abierta a lo asombroso del mundo como vía para conectar con nuestra intimidad. Es allí donde yacen las experiencias que más me interesan. Las que me han conmovido más. Las que busco. Cuando la poesía sirve de vehículo para llegar allí, es una sensación muy plena.

Chacao es la comunidad metafísica de tu fracasada búsqueda de la belleza. ¿Cómo escuchas sus dictados visibles e invisibles, emocionales y materiales?

Chacao no exige una escucha atenta. Te grita desde todas sus esquinas. Más bien tienes que navegar entre el ruido para ubicar su esencia. A su vez, es claramente un lugar encantador para todos los que pasan por allí.

En Chacao ocurrieron los episodios más importantes de mi vida, los más sentidos. La amistad, el descubrimiento de la vida, la lucha contra un gobierno despótico, el amor, la desilusión. Algo de ese reflejo lo sigo recogiendo en esa versión de Chacao que vive dentro de mí.

¿El poema salva algo de ser destruido, olvidado, banalizado?

A mí sí.

En tus poemas algo persiste, pero no sabemos qué. Un atributo elogiado por Joseph Brodsky cuando se refería al vuelo vertical del poema. Háblanos de eso.

Hace años participé en un grupo fantástico que se reunía cada cierto tiempo para compartir experiencias poéticas. Allí participó Alfredo Herrera y Belkys Arredondo, entre otros. En una de esas sesiones invitaron a Blanca Strepponi a compartir su trabajo y ella nos mostró un libro a medio camino entre diario y poemario donde acumulaba reflexiones personales y recortes tipo collage, si mal no recuerdo. En todo caso, me produjo una sensación de estar paseando por la intimidad de Blanca, sin lograr aprehender del todo una idea concreta. Al final leyó una frase de Walter Benjamin que decía algo como que «el arte no sirve para ilustrar una idea, sino para revelar un secreto». Me pareció un cierre majestuoso a ese recorrido poético. Eso que persiste, pero al borde de la conciencia, como algo que está a punto de irrumpir. Eso me parece que tiene que ver con el tipo de conocimiento al que nos abre la poesía. Nos permite ir más allá del conocimiento de lo declarativo, de lo evidente. Incluye otras dimensiones de nuestro conocimiento: la intuición, el sentimiento, el cuerpo.

¿A qué te refieres cuando hablas de «la impostergable necesidad de un fórceps de versos que nos arrastre»?

Que a veces las ideas y los sentimientos están por nacer, pero necesitan que pujemos más duro o que busquemos un fórceps. De allí la poesía.

¿Cuándo la página es una placenta?

La página en blanco, siempre. Es un vacío lleno de posibilidades. Es el espacio en blanco esperando el futuro.

Tengo un trabajo en proceso que por ahora se titula «la hermosura de los espacios en blanco». Tiene que ver con eso.

Los poetas de hoy están obligados a arañar la página. ¿Por qué? ¿Cómo se la araña?

Se araña y se golpea y se acaricia y se patea y se lame. Es decir, se hace también con el cuerpo. Es el lenguaje que intenta incorporar toda la experiencia sensible. Exige tu presencia entera. A veces hurgar en lo no dicho es tantear en la oscuridad, a veces es arañar fantasmas.

¿Nos mira con compasión el poema?

Cuando la página en blanco se tiñe con el lenguaje abre la posibilidad de que nos vea de vuelta. El acto de ser vistos, de ser reconocidos o de reconocernos a nosotros mismos a través del lenguaje casi siempre es compasivo.

¿Por qué somos reyes y reinas de la nada?

Hay una grandeza enorme en estar vivos. Es una cosa extraordinaria, sobre todo si pensamos en la alternativa. La posibilidad de comandar una experiencia consciente durante algunos años me parece una cosa increíble. Al mismo tiempo somos un detalle insignificante en un universo mucho mayor. Somos casi nada. Es una contradicción interesante. ¿No te parece?

¿Elegimos el sentido o él nos elige?

Creo que un poco de las dos cosas. El mito de Sísifo, de Camus, fue muy importante en mi adolescencia. Esa imagen de elegir nuestra roca y pensar al venir de vuelta, bajando la cuesta, si nos sentimos en paz, coherentes con las condenas que nuestros destinos individuales nos imponen y que, a la vez, hemos escogido.

¿Llegamos a vincularnos con el petróleo como lo hicimos con las vacas?

Qué interesante. No lo había pensado así, pero cabe. Estos recursos que nos provee la naturaleza, que hemos explotado con toda nuestra maquinaria y hemos transformado en otra cosa terminan diciendo tanto de lo que los humanos proyectamos en ella. Sí, supongo que las vacas y el petróleo tienen sus puntos de confluencia. Y la tinta negra que aparece en las manchas que utilizan los psicólogos en sus pruebas para revelar en toda su ambigüedad lo que somos.

Te pertenece:

«Ars poética»

Hay que acariciar las manchas
blancas y negras de la vaca en verso
interpretar sus charcos de tinta
como prueba psicológica

¿Es un imperativo cultural acariciar en verso los afectos, sentimientos y emociones del ser y estar venezolanos?

Me parece que algunos autores venezolanos me han servido para entender esta manera tan particular de estar en el mundo, que sobre todo, creo, es caribeña. Creo que Cabrujas y Aquiles Nazoa y Cadenas acarician en prosa o en verso la venezolaneidad, y también nos jamaquean. No sé si es un imperativo cultural. En todo caso acariciar me parece una tarea importante para la poesía. Me parece que el lenguaje poético tiene ese potencial, salir del terreno intelectual y tocarnos físicamente.

¿A qué llaman “la memoria poética del país”?

Aquiles Nazoa, Andrés Eloy Blanco, Hanni Ossott, Eugenio Montejo, Rafael Cadenas, Miguel James, Miyó Vestrini, Armando Rojas Guardia, Igor Barreto, Enza García, Alejandro Castro y también Rómulo Gallegos, José Ignacio Cabrujas, Alberto Barrera Tyszka y Ana Teresa Torres, entre tantos otros, me constituyen como venezolano, más que cualquier libro de historia. Diría que me siento mucho más venezolano con ellos que con Venezuela heroica o con los escritos de Bolívar.

¿Quién es «el guardián de las mujeres rotas»?

Esa es una imagen que pasó por muchas horas de mi psicoanálisis personal. Es lo que en psicoanálisis entendemos como un síntoma: una condensación de un deseo y un conflicto no resuelto. Un intento de resolución.

¿Es recomendable que los poetas tropiecen con las esquinas de las mesas?

Sí creo. Me parece que el tropiezo es fundamental. Sospecho de la perfección y de los cuartos muy limpios. Me gusta la duda, la tartamudez, el tropiezo. Supongo que me siento más a gusto allí. Las idealizaciones han sido parte de nuestro desvarío. Los esfuerzos genuinos, honestos, arremangados por aprender día a día para mejorar lo concreto, incluyendo los aprendizajes que ofrecen el tropiezo, me parecen una guía más honesta. Inclusive en la poesía, tan idealista ella.

Todos tus libros son un canto a los animales. ¿Dudas de la ternura humana?

Buena pregunta, sabes que yo no me había dado cuenta de eso, a pesar de ser obvio, sino hasta que Carlos Colmenares hizo una lectura muy generosa del poemario Zoocosis. Esa obsesión con los animales que aparecen de manera reiterativa en mis poemas. Supongo que siento que seguimos en la arca de Noé y nos haría bien aceptar que solo somos una especie más.

¿Cuáles son las consecuencias espirituales y sociales de esta certeza: «Todo poeta es un carnicero». ¿Por qué? ¿Es el lenguaje su hacha y su cuchillo?

Me conmueve ese escrito de Kafka que aspira a que la literatura acierte un hachazo en el hielo que llevamos dentro. Me aburre la lectura que aquieta, prefiero la que agita. Tenemos demasiada música para distraernos, para suavizar la aridez de la vida o para servir de ruido de fondo. Tanto, que necesitamos un hacha o un bisturí para separar el ruido.

¿Sueñas con atrapar la belleza? ¿Es atrapable como un animal?

Qué imagen tan bella y terrible. Atrapar la belleza como a un animal. Suena a contradicción, ¿no? Buscamos la experiencia de la belleza, pero sabemos que es efímera, que debemos inclinarnos ante ella y luego dejarla pasar. Eso toma tiempo para aprender y aceptar, aunque es muy liberador cuando lo logras.

Háblanos del oficio de mostrar, esa máquina de poematizar, nunca de poetizar, presente en tu poesía.

Mostrar y monstruo vienen de la misma raíz etimológica. Lo monstruoso, tanto en la cultura clásica romana como en la Edad Media, contenía mensajes cifrados. Esa es una manera de entender la tarea poética.

Nos susurran tus poemas que el poeta no solo es un carnicero, sino también un brujo o chamán. ¿Cómo debemos entender esta doble condición?

Creo en el carnicero-chamán. Es decir, en ese hombre que pasa el día entre cortes de carne, con un delantal lleno de sangre, pero que también regala flores y lee poesía. Mejor dicho, deberíamos procurar más carniceros en la poesía y más libros de poesía en las carnicerías.

Un instante para la retórica: ¿por qué es tan necesaria la razón animal si ya tenemos la razón humana?

Lo planteas como categorías excluyentes.

¿En todo poema debería mugir una vaca?

Supongo que en muchos de mis poemas mugen vacas. No sé si es un deber, pero me persiguen las vacas metafísicas.

¿La zoocosis ya está en nuestra sociedad?

Creo que vivimos tiempos de peste mundial y de locura colectiva. La conectividad del mundo hace mucho más rápido todo y más transparentes las cuotas de locura que acompañan los grandes poderes. Seguramente antes existían también, pero es que ahora es muy evidente. Vivimos una época interesante, pero peligrosa. Lo que vemos conduciendo a los grandes poderes del mundo no es precisamente la sensatez, la mesura, la cordura.

¿Puede el poema fungir de prótesis?

Sí, creo que el poema es un poco prótesis, suplencia de ese algo que a veces está roto, pero no sabemos cómo articular. He podido llorar algunas cosas gracias a algunos poemas, que de otra manera me resultaban elusivas. Ante lo que falta, en vez de afán o ambición, el poema propone silencio y contemplación. En ese sentido es una prótesis invisible.

¿Sigue el poema rogando que le digamos al futuro que no venga?

No diría tanto. Ese verso, al comienzo de Zoocosis es una anécdota de un prócer argentino, orador destacado a favor de la libertad, que hace un cáncer de lengua. Traicionado por un entorno enrarecido termina decepcionado y escribe diciéndole al futuro que no venga. Me pareció una imagen potente para articular esta paradoja que devino en Venezuela fascinación con un futuro grandilocuente, todo poderoso y verborreico. Creo que los tiempos de Venezuela son de enorme decepción, de desilusión. En nuestro caso, diría que eso es algo bueno. Me resultaron insufribles estos años de cantos grandilocuentes de conquista revolucionaria. Ese optimismo ciego, esa alegría atropelladora y autodestructiva.

¿Deberían los poetas ir con frecuencia al ornitólogo?

Me da risa. Supongo que sí. Así como vamos al dentista, deberíamos revisar cada cierto tiempo cómo están nuestras alas. Cada cierto tiempo regreso a estos versos de Cortázar: «¿Cómo vivís poeta? ¿Cuánta nafta te queda para el viaje que soñabas tan lleno de gaviotas?».

¿Cuándo el poema es escrito desde el zugunruhe?

En estos tiempos de diáspora, con demasiada frecuencia. De hecho, después de publicar Zoocosis descubrí que Kelly Martínez-Grandal había escrito un poemario con ese título. Ella tiene una biografía muy particular, cercana a esa experiencia de inquietud migratoria. Creo que no es casual que dos poetas venezolanos hayamos coincidido en ese concepto biológico al mismo tiempo.

¿El diluvio alcanzó al poema escrito en la oscuridad?

Sí. El diluvio atravesó mi vida y mi escritura.

¿Necesitamos de poemas que derramen agua sobre nosotros?

Esa imagen de la maestra de Hellen Keller derramando agua sobre su mano izquierda, mientras deletreaba agua en la derecha, como el punto de inflexión con que Keller logró ingresar al lenguaje, me parece muy hermosa. Me parece que los poetas debemos insistir, como la maestra de Hellen Keller, en derramar agua sobre este país sordo por tanta bulla.

A lo Kafka: este mes han muerto cientos de niños en los hospitales, hagamos deporte en El Ávila. ¿Es sorda la sociedad venezolana?

La venezolaneidad es una experiencia muy particular. Lo sentía viviendo en Venezuela y lo confirmo experimentándola desde afuera. Esa afición por la pachanga y eso que Gisela Kozak ha llamado «cheverismo» es a la vez una condena y una virtud. No dejo de extrañar y admirar esa capacidad venezolana para el afecto, para la sonrisa fácil, para querer compartir la fiesta. Eso no se encuentra en todos lados. A su vez, es desesperante su superficialidad, su indiferencia ante la gravedad de lo que ocurre a metros de distancia. A su vez, Kafka, que no podríamos decir que era un tipo ligero y despreocupado, no le queda otra que seguir con su vida, a pesar de haber recibido la noticia de que la guerra estalló. Se entiende.

¿Por qué la poesía también es un zoológico de espejos?

Abrir un poemario es poder adentrarse en la fauna íntima de cada autor, pero al mismo tiempo, verte reflejado en ella.

Danos siete verbos, siete sustantivos y siete adjetivos para que nosotros, tus lectores, cavemos profundamente en tu poesía.

Tantear, hachear, tajear, sombrar, desnudar, alumbrar y sacudir.

Callejón, herida, papagayo, obstetricia, grieta, oxitocina y trompeta.

Subcortical, atarugado, caribeño, incompleto, agrietado, laberíntico e inconforme.

¿Todo poeta debe verse en un espejo?

Me permito, después de esta conversación tan curiosa a la que me has invitado y que te agradezco con toda mi alma, que me ha permitido jugar con las ideas, afirmar alguna cosa, como si tuviera certezas, que no las tengo.

Para mí la poesía es un ejercicio reflexivo. Es una herramienta muy potente para pensar. En ese sentido me permite recuperar aspectos de mi experiencia desde un lugar distinto a la deliberación consciente.

Yo veo algunas cosas que he escrito a lo largo de mi vida y no siempre me siento a gusto. Algunas francamente me avergüenzan a estas alturas. Pero creo que la honestidad de adentrarme en esos lugares tuvo sentido en su momento y me ayudó a rescatarme, a pensarme. Creo en esos poemas, en sus reflejos que me permitieron verme, aunque ahora no me gusten.

Manuel, gracias por esta conversación. Gracias por tu poesía. Gracias por el vínculo.


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