Conversación sobre lo inútil

Luis Gerardo Mármol: “Y es que aún no he dejado de ser un ruido de la existencia”

24/08/2024

Luis Gerardo Mármol retratado por Vasco Szinetar

Luis Gerardo Mármol es PhD en Matemáticas por la Universidad Central de Venezuela (UCV). Profesor del Departamento de Matemáticas Puras y Aplicadas de la Universidad Simón Bolívar (USB). Colaborador de Mathematical Reviews y MathScinet, división de la American Mathematical Society. En poesía ha publicado Sueño de un día (1997), Purgatorio (2012), Entusiasmos (2016), Tercer libro de los entusiasmos (2021), Cuarto libro de los entusiasmos (2021), El árbol del confín (2022). En abril de 2023 apareció La venus del espejo y otros poemas. Textos suyos han sido incluidos en varias antologías. Es director asociado de Editorial Eclepsidra.

¿Entusiasma la poesía? ¿A quién? ¿Solo a los bienaventurados?

Claro que entusiasma. A cualquier persona. En principio, cualquier persona es bienaventurada. Solo por elección personal se aparta uno de la bienaventuranza.

Entre los mejores críticos de mi obra debo contar a aquellas personas supuestamente incultas o poco entendidas en la materia. Aunque no sepan elaborar una crítica digamos profesional, ni verbalizar sus emociones o su asombro, algo les llega hondamente, algo les toca, les conmueve. Así sucede cuando nuestro punto de apoyo es el símbolo tradicional. Mi palanca de Arquímedes es el símbolo. Yo miro los rostros de esas personas, y si no he sido capaz, con mis palabras, de suscitar algo de lo que sus rostros den testimonio, he fracasado.

¿Qué lugar ocupa en tu poesía la caza de la piedad y la humildad?

Mi poesía es la caza de Dios.

¿Para qué debemos preparar nuestros ojos?

Para escuchar. No hay sentido más elevado que el del oído, ni arte mayor que el de la música. Yo soy poeta porque no puedo ser compositor. En el Paraíso serán uno el ojo y el oído.

¿Sin el mito es posible el poema?

Por supuesto que no. Podría hacer una disquisición. Prefiero, no obstante, relatar una anécdota. Pound llevaba desesperado a su traductor al español, José Vásquez Amaral, porque insistía terca, inflexiblemente, que sus Cantos debían ser llamados Cantares en castellano. Nada podía disuadirlo, ningún argumento. ¿No era acaso lo más natural llamarlos también Cantos en nuestra lengua? Vásquez Amaral, presumiendo conocer mejor el español, su propio idioma, que Pound, finalmente le dijo: «Maestro, la palabra “cantar” pertenece casi a la prehistoria del idioma. Se dice, por ejemplo, Cantar o Poema de Mío Cid».  Sin darse cuenta, ya para ese momento Pound lo tenía atrapado. Le contestó: «Pues de eso mismo se trata». Y Vásquez le replica: «¿Sus Cantos, entonces, son a la manera de las Chansons de geste, como la de Roldán?». A lo que Pound, a punto de la estocada final, dijo: «Exactamente. Se trata de los cantares de la tribu». Vásquez, desconcertado, inquiere: «¿De cuál tribu, Maestro?». Y Pound, triunfante: «¡De la tribu de la raza humana, Amaral!»

Allí está dicho todo. ¿Podría cumplirse este altísimo cometido de ser voz y cantares de la tribu humana sin mitos? ¿Existen cantares sin mitos? ¿Tienen un informe técnico o alguno de los algoritmos que pueblan y saturan el mundo de la informática y cibernética el rango y la estatura de cantares de la tribu? Tampoco, Alexis, nuestra amada Matemática lo tiene.

¿Cuándo el poema es un testimonio de vecindad?

He allí el drama del ego. Unamuno escribió:

(…)
esa tu queja
siendo egoísta como es, refleja
tu vanidad no más. Nunca separes
tu dolor del común dolor humano.
Busca el íntimo, aquel en que radica
la hermandad que te liga con tu hermano,
el que agranda la mente, y no la achica.
Solitario y carnal es siempre vano,
solo el dolor común nos santifica.

Los versos pertenecen a su soneto «Dolor común», y urge que lo conozcamos. Exhorto a quien lee estas líneas a buscar el poema, leerlo y memorizarlo.

¿Labrar un poema es celebrar lo dado, lo real, gracias a la imaginación?

Gracias a la imaginación, al ojo y al oído.

¿Debe ser la admiración la religión de los poetas?

La admiración debe ser parte principalísima de la religión de cualquier persona.

Rilke susurra: «Los versos no son sentimientos, sino experiencias». ¿Qué opinas?

Hay quienes insisten en separar sentimiento y experiencia. ¿Realmente están separados?

Después de que nos inunda la simplicidad sagrada del mar ¿qué morirá a la orilla del poema?

Un pan de melaza. Quizás una catalina que doy de comer al Cristo resucitado, después de lavar sus llagas con agua de mar, y antes de que ascienda.

¿De dónde viene la insistencia espiritual de Luis Gerardo Mármol?

De lo más hondo y lo mejor de mí mismo. ¿De dónde más podría venir? Del centro de mi médula espinal, asiento del alma. Hay una rosa blanca allí. Del pino dentro de mi cabeza, asiento del espíritu. Todos lo tenemos. Algunos dicen que es un ciprés, pero creo que es un pino grande, verde, oscurísimo. ¿Has visto un pino así, con su cabellera atestada de rocío? De seguro lo has visto.

¿Qué callan y custodian las piedras que nos obliga a renacer?

Visitan el interior de la tierra. Custodian el óleo límpido. Custodian a su hermana, la Piedra Oculta, que se custodia a sí misma.

¿Pudiera ser el poema el perdón de la sombra a la luz?

Tal vez sea el perdón de la luz a la sombra.

¿Somos pájaros migrantes?

Y mariposas migrantes también. Esas mariposas amarillo pálido que abundan (migran) en mayo y junio. Más de un haiku he escrito en torno a eso, a ellas. El otro día, saliendo de casa de mi querido maestro Santos López, las vi asediando un flamboyán, azufre rojo, flamboyán del éxtasis.

En cuanto a los pájaros, digo con Taneda Santôka: «Solo si tu vida /es algo no sabido, /el canto del misosasai».

Y comentan los magníficos traductores Vicente Haya y Akiko Yamada: «El sentido de este haiku es, en todo caso, muy claro: solo puede escucharse el canto de este pájaro si uno ha dejado de ser un ruido de la existencia».

A este pájaro lo hago hermano de nuestro Pico e´ plata rojinegro, el Ramphocelus carbo venezuelensis, el pájaro más bello del mundo, divino mensajero de la transformación que aparece y aparecerá en mi poesía. Al Pico e´ plata he podido verlo más de una vez, pero no sé si he escuchado su canto. Y es que aún no he dejado de ser un ruido de la existencia.

Después de leer tus libros, una inquietud nos acosa: ¿solo en el oído existe el poema?

También en el ojo, ya lo he dicho. Pero la más alta aspiración del ojo es ser uno con el oído, ya lo he dicho.

¿Hace la poesía lo verdadero, a partir de lo real?

¿Y cómo puede lo verdadero ser distinto de lo real?

¿Qué es muy tarde en tu poesía?

Si por “muy tarde” nos referimos a algo irremediable, la fatalidad, espero que nada lo sea. Verde oscurísimo es un pino. ¿No es la esperanza una dama de verde brial?

¿Por qué el permanente tributo a la mujer en tus libros?

¿Y qué soy, sino un hombre?

Danos siete verbos, siete sustantivos y siete adjetivos para ser alcanzados por tu poesía.

Los verbos: ser, poder, alcanzar, cantar, conocer, haber, oír.

Los nombres son quince. Tienen que ser quince: cielo, mar, tierra, árbol, viento, monte, río, vino, senos, pétalo, laúd, magnolia, ciruela, fiordo, entusiasmo.

Hallar estos sustantivos fue lo que menos me costó. Mucho menos que los verbos y los adjetivos. ¿Qué nos dice esto?

Los adjetivos: rojo, blanco, verde, caudaloso, oculto, hondo, impalpable.

Y fueron los adjetivos lo que más me costó hallar. Más de uno se preguntará cómo es esto posible, tratándose de un poeta barroco.

Por último, una palabra clave, sustantivo y adjetivo: violeta.

Háblanos de la naturaleza griega en tus poemas.

En Theou Asthma: soplo interior de Dios. Estar en Dios.

En el Fedro, Platón (o, si así lo preferimos, Sócrates) nos habla de cuatro tipos de trances. Démosle la palabra:

Y en la locura divina distinguimos cuatro partes que asignamos a cuatro dioses, atribuyendo a Apolo la inspiración profética, a Dioniso la mística, a las Musas a su vez la poética, y la cuarta, la locura amorosa, que dijimos era la más excelsa, a Afrodita y a Eros.

Contemplado todo desde la Unidad Primera, cuesta distinguirlos. A mí me cuesta ya.

Una línea para el legado de cada uno de estos nombres: Yolanda Pantin, Santos López,

Armando Rojas Guardia, Luz Machado, Elizabeth Schön, Alfredo Silva Estrada, Luis Alberto Crespo, Ana Enriqueta Terán, Rafael Arráiz Lucca, Harry Almela.

No sé si podré decirlo en una línea. Seré breve.

Yolanda Pantin: Ya un clásico de nuestras letras. Con sus «poemas bobos», es la inspiradora directa de toda una línea dentro de mi trabajo poético, que he querido llamar “Bagatelas”, y permanecen inéditas. Valéry hablaba del desarrollo de una exclamación. Eso, una exclamación, fue lo que de mí salió al conocer su poema «La última mirada», incluido en su libro La épica del padre.

Santos López: Mi maestro. Mi verdadero maestro. Si al árbol de la poesía venezolana le ha crecido una nueva rama, o si en el bosque de nuestra poesía ha nacido un árbol nuevo, todo es gracias a él.

Armando Rojas Guardia: Mi verdadero hermano. El hermano mayor que no tuve. ¿Cómo ponderar las lágrimas que derramé cuando leí el poema número «6» de Poemas de Quebrada de la Virgen?

Luz Machado: Aún no la he leído. Es una tarea pendiente.

Elizabeth Schön: La sensación de lo inmenso, de lo grande, puede sorprendernos leyéndola. Nos acomete. A ella misma la acometió un día, cerca del Correo de Carmelitas. ¿Pudo regresar alguna vez?

Alfredo Silva Estrada: Siempre me acompañan estos versos suyos: «Cinco sentidos sobre el imposible sentido de la muerte». Fue además un muy notable traductor. Sus versiones de Georges Schehadé, Andrée Chedid y Adonis son memorables.

Luis Alberto Crespo. Lo que yo llamo un poeta armónico, un gran recreador de climas y atmósferas sutiles. Sí, la extrema sequedad, la verdadera sed, la resolana, son sutiles. Muy sutiles.

Ana Enriqueta Terán: Comparto con ella el amor por las formas clásicas. Ese final de uno de sus sonetos, cuando dice que la muerte le pone un doble seis en la cobija, me deslumbra.  Casi me deja sin aliento, eso de que la muerte nos tranca con la cochina.

Rafael Arráiz Lucca: A él le debo el conocimiento de la moderna poesía en lengua inglesa. Toda una deuda de gratitud. Rafael, a veces, nos sorprende por su profundidad, como en «La mínima luz de los amantes», y en varios pasajes de Plexo solar.

Harry Almela: Debo leerlo más y mejor.

¿Qué saben solo los árboles que nos vacía de palabras?

Sé que esto ya se hace largo, pero solo puedo responder a esta pregunta con un poema inédito. De hecho, te doy gracias, Alexis, por darme la oportunidad de incluirlo:

(«Las preguntas que se hace el tronco de un árbol»)

¿Qué sosiega más: la ola o el remanso?

¿Qué sería de nosotros, y del mundo,
si los pájaros fueran introvertidos?

La piel de mi hembra y el tronco de un árbol
se hacen estas preguntas.
Los senos de mi hembra se las hacen.

¿Pulsan el aire solamente
nuestros brazos alzados?
Miran dentro de sí los troncos de los árboles
y se hacen estas preguntas.
Los senos de mi hembra las hacen.
¿Solo se mira su cadencia
o se respira su aire?
¿Dónde está el diapasón del caracol?

La madera es el suspiro. Y el cielo, un bosquecillo.
La madera es el suspiro: ¿por qué?
Alguien responderá: “porque es el viento”.
Y alguien, más simple, añadirá:
“¿no es suspiro toda carne? ¿Toda carne no es aire?”
Y yo insisto: ¿eso es todo?

¿Dices que no es bueno hablar mucho?
¿Y si lo hacemos porque siempre
tenemos lleno el corazón?
Yo, el más áspero de todos,
¿no sabré lo que llevo en mi corazón?
¿Quiénes y por qué nos mandan a callar?
Callar, sé hacerlo.
Mi piel, ¿es herida o es piel?
¿No he sido yo escarnecido
por ofrendar las semillas
que un cóndor eleva al cielo?

Secreta claridad, párpados como suspiros,
¿cuál puerta del cielo
elegimos para la salida?

¿La poesía nos salva de la prisa?

¿Y por qué miras la prisa como algo siempre inadecuado? La prisa puede, en algunos casos, ser la respuesta o la conducta indicada. Y muy bien podría el poema dar cuenta de ello. Hay incontables ejemplos. He aquí uno de los más evidentes: ¿acaso no existen el Allegro y el Presto en música? ¿Todo es Adagio acaso? Para darle a esto un poco de aire fresco, citaré algunos ejemplos del mundo del deporte. En un partido de fútbol, o en uno de básquetbol, ¿se corre o no? Y para decirlo en clave beisbolística (mucho más cercana a nosotros, venezolanos y caribeños): si vas a robarte la segunda base, o hacer pisicorre desde tercera, ¿lo haces caminando?

¿Quieres un ejemplo profundo y trascendente? Recuerda las palabras de Jesús a los fariseos: si un hijo vuestro cae a un pozo en día sábado, ¿no salís corriendo a rescatarlo?

Y, repito,  ¿por qué no podría un poema dar cuenta de todas estas cosas? ¿Y cómo lo haría? Si quieres dar razón de un orgasmo en un poema, ¿lo harás pausada o frenéticamente? ¿Se puede dar razón de un orgasmo con moderación?

Un cuchillo es una de las herramientas más útiles creadas por el hombre. Pero también con un cuchillo se puede matar a una persona. Así pues, todo depende del uso que se le dé. Con la prisa sucede exactamente lo mismo.

En las notas introductorias al hexagrama 52, «Ken» («El Aquietamiento», «La Montaña»), del Libro de las mutaciones (I Ching), Richard Wilhelm escribe:

Aplicado al hombre, se señala aquí el problema que consiste en alcanzar la quietud del corazón. Es sumamente difícil aquietar el corazón. Mientras que el budismo aspira a la quietud mediante un desvanecimiento paulatino de todo movimiento en el Nirvana, el punto de vista del Libro de las mutaciones sostiene que la quietud es tan solo un estado de polaridad que siempre tiene por complemento el movimiento.

Wilhelm fue solo un amanuense de auténticos sabios taoístas. En las palabras que acompañan el dictamen oracular correspondiente al hexagrama 52, se lee:

La verdadera quietud consiste en mantenerse quieto una vez llegado el momento de mantenerse quieto, y en avanzar una vez llegado el momento de avanzar. De esta manera quietud y movimiento están en concordancia con los requerimientos del tiempo, y así hay luz en la vida.

Esto es una joya. Una auténtica joya.

Recomiendo leer las notas y comentarios al hexagrama 32, «Heng» («La Duración»).

A veces mis poemas no son quietos. Son, de hecho, veloces, de ritmo entusiasta, ditirámbico. Tal es el caso del poema «Caudalosa», que cierra mi Cuarto libro de los entusiasmos.

¿Cuándo miente un poema?

En el caso de un auténtico poeta, nunca.

¿Qué hace un poeta cuando despierta y nota que la belleza también tiene su día para morir?

Se encomienda a Dios, como lo hace cada vez que recuerda que él también morirá.

¿Es el poema un viaje de recuperación?

Cadenas dijo (cito de memoria): en el fondo, lo que buscan los lectores de poesía son revelaciones. Y cuando se habla de los lectores de poesía, se incluye desde luego a los mismos poetas.

La poesía es, entonces, revelación. «Quien habla solo espera hablar a Dios un día», escribió mi maestro Antonio Machado, y esta es una de las más elevadas revelaciones que, en poesía, nos ha sido dado recibir.

Uno, como poeta, no solo aspira a recibir revelaciones: uno espera revelar. ¿Podremos conseguirlo? Muy alta gracia habrá de ser.

Háblanos de tus especies de poemas armonios por los árboles mutilados.

¿Armonios? Más bien he querido, Alexis, que sean grandes órganos, con todos sus registros. Ojalá lo haya logrado. Sin duda, esa ha sido mi intención. Y no solo por los árboles mutilados. También los árboles íntegros, los árboles gloriosos, deben evocarse o cantarse así. Todo árbol es una Passacaglia.

¿Qué le restituye a la vida el canto de un pájaro?

La madre, o las madres ancestrales. Y, paradójicamente, el sol.

Digo paradójicamente porque todo lo que el pájaro recupera o restituye está dentro del universo de la madre, y en nuestra lengua sol es masculino. La paradoja, aparente o real, podría resolverse o no existir para aquellas lenguas en las que el sol es femenino, como el alemán. Allí se dice: “Die Sonne”. Y para acrecentar el desconcierto, luna es masculino: “Der Mond”. En un breve poema inédito, que no tiene título, digo:

¿Podremos bendecir como bendice un pájaro?

¡Deme la mañana! Dice un amigo al otro,
para pedirle albricias quizá.
¿Será necesario festejar
siempre algún nacimiento?

No hay aire como el de la primera mañana,
porque se levanta el rocío de la tierra.
(Iba a decir: “no hay aire como el de los albores”,
pero solo se llora por lo más simple).
¿Será el pájaro quien levanta al rocío,
y el sol el que canta?

De más cosas podría hablarse. Pero me limitaré a hacer un comentario insoslayable. En una máscara africana que representa a Olokun, que en la tradición yoruba nigeriana equivale a Neptuno o Poseidón, el Tercer Ojo es un pájaro. No conozco representación o imagen más bella y poderosa del Tercer Ojo. Nótese que se trata de la profundidad oceánica. Y se diferencia de las representaciones faraónicas porque en estas últimas el pájaro y la serpiente están en la tiara, no en la propia frente del faraón. Pero Olokun es un numen y, por tanto, la cabeza y la corona son una sola.

Luis Gerardo Mármol retratado por Luna Benítez

Decía Juan Ramón Jiménez que un poema es una luz con el tiempo adentro. ¿Qué entiendes de eso?

Los versos finales de «Catia La Mar», que cierra mi libro La venus del espejo y otros poemas, dicen así:

Junto al ditirambo, las interrogantes.
¿Cuánto tiempo permanecen aquí
los que abren las puertas
de lo que solo ya en el cielo existe?
¿Podré escribir algo después de esto?
He dicho ya, y pienso en el cielo,
que me embargaban el cristal
o la alucinación de la marisma.
El tiempo y el soplo, ¿son uno solo ya?

Parafraseando a la eterna Marguerite Yourcenar: la poesía exige fragilidad. Es decir, las puertas abiertas para ser atravesado y rebasado por lo que viene de lejos. ¿En ti, cómo sucede esa fragilidad?

Ya hemos hablado del permanente tributo a la mujer en mi poesía. El frágil es uno, desde luego. Dice Hafiz que el canto de Venus hace bailar, en el cielo, al mismísimo Jesús.

El otro, el gran, el primer motivo es, claro está, la llaga. La misma llaga de San Juan de la Cruz.

¿Hay una ciudad oculta en el poema?

La oculta ciudad de Luz. En Génesis 28, 16-19 se lee:

Despertó Jacob de su sueño y dijo: “¡Así pues, está Yahveh en este lugar y yo no lo sabía!” Y asustado dijo: “¡Qué temible es este lugar! ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo!”. Levantóse Jacob de madrugada, y tomando la piedra que se había puesto por cabezal, la erigió como estela y derramó aceite sobre ella. Y llamó a aquel lugar Betel, aunque el nombre primitivo de la ciudad era Luz.

Nótese que «Luz» era el nombre cananeo de aquel lugar. No es una palabra en castellano. Y, por otra parte, todos sabemos lo que significa luz en castellano. Esto, desde luego, da pie a multitud de juegos de palabras que, como todos los juegos de palabras, son intraducibles. A mí, de hecho, no me gusta usarlos. Si bien toda poesía es intraducible, esto alcanza cotas demenciales en el caso de la poesía con juegos de palabras. Pero ¿cómo no ceder a la tentación, en una oportunidad como ésta?

¿Cómo hacer que el poema se acerque a la vigilia de un grano de mostaza?

Estamos hablando, desde luego, del Reino de Dios.

¿Cómo hacer? Encomiéndate a Él. Tal vez haya misericordia, y tu poema, o aún más, tu poesía se haga árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vengan y aniden en sus ramas.


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