Perspectivas

Los sonidos del 36 [Notas sobre una transición, tercera parte]

03/05/2021

A continuación publicamos la tercera y última parte de «Los sonidos del 36», donde el historiador Tomás Straka cuenta los sucesos de la  manifestación del 14 de febrero de 1936 que produjeron los cambios que propiciaron el proceso de transición a la democracia en Venezuela.

Para leer la primera parte de «Los sonidos del 36» haga click acá.

Para leer la segunda parte de «Los sonidos del 36» haga click acá.

14 de febrero de 1936. Crédito desconocido

¡Ay, Galavís, vete de aquí!: el 14 de febrero

El General Félix Galavís, gobernador del Distrito Federal, decidió que había que ponerle un alto al asunto. Protestas todos los días, atrevimientos inauditos en la radio y los periódicos, llamados al desorden. Las cosas no podían seguir así. Por eso suspendió las garantías e impuso un control de prensa.

Galavís era la encarnación del general gomecista típico: tachirense, curtido en las viejas guerras civiles, monolíticamente leal al Jefe recientemente muerto, hombre de no tolerar ningún desorden. Y por eso era, también, el villano perfecto. Una vez más el soundtrack del momento nos permite delinear cómo lo sentían los caraqueños de la hora. Aunque la moda del tango seguía firme y la gente no terminaba de llorar la muerte de Gardel, poco a poco también se abría paso a la música cubana. Hollywood y la industria disquera norteamericana difundían con abundancia congas, rumberos con sus holanes, rumberas con sus faldas inquietantemente cortas, aplaudidos en todo el mundo. Venezuela, tan vinculada con Cuba, no podía ser la excepción. Así las cosas, a Galavís se le sacaría un estribillo cambiándole la letra a un son montuno, al parecer del Trío Matamoros: “¡ay, Galavís/ay, Galavís/vete de aquí!”. Quien escribe no ha logrado hallar más datos sobre el tema parodiado. (Valga acá un excurso: la visita de Matamoros a Caracas en 1933 generó una sensación que de algún modo preludió a la que causaría Gardel, aunque no tan grande, ya que el son nunca fue un fenómeno de todas las clases: ¿habrá ido a verlos Diego Cisneros? ¿Hubiera podido imaginarse el papel que tendría después de 1959 reinsertando actores cubanos en la televisión venezolana? ¿Habría oído Cisneros entonces algo acerca de la televisión?)

Pero eso fue sólo el principio. La respuesta a las medidas de Galavís fue más allá de las coplas. Una de las tantas organizaciones políticas que se estaban organizando o reagrupando por aquellos días, la Junta Patriótica, llamó a una protesta el 14 de febrero en la mañana. Dirigida por un antigomecista de la generación más vieja, Jorge Luciani, y arropándose con un nombre de resonancias históricas, su funcionamiento fue más bien fugaz, pero le tocó ser nada menos que el convocante de lo que sería un hito histórico. Por supuesto, no iba en solitario. Para ese día también fue convocada una huelga por la bastante más poderosa Asociación de Empleados (ANDE), dirigida por Alejandro Oropeza Castillo, y una de las raíces de lo que en los siguientes años serían la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV) y Acción Democrática.

En un principio, la concentración no insinuó nada fuera de lo común. Sin embargo, las cosas terminaron saliéndose de control. Los manifestantes decidieron ir a la Plaza Bolívar, frente a la sede de la gobernación del Distrito Federal. La situación se hizo muy tensa y lo que ocurrió después no ha quedado nunca claro. No se sabe quién dio la orden, si es que alguien la dio, o si fue que a alguno de los soldados que custodiaban el lugar lo vencieron los nervios, pero el hecho fue que comenzó un tiroteo con saldo de seis muertos y ciento cincuenta heridos. La noticia corrió como una descarga eléctrica por la ciudad, generando una indignación muy honda, tal vez como nunca antes haya pasado, por lo menos que se tenga registrado.

Ante aquello, los estudiantes de la Universidad Central de Venezuela (que quedaba a una cuadra de la Plaza Bolívar, en el actual Palacio de las Academias) convocaron a una protesta para la tarde del mismo 14. Nada menos que el rector Francisco Antonio Rísquez, con todo su prestigio de anciano honesto y sabio, decidió encabezar la marcha. A las aulas de la UCV se había reincorporado, después de seis años en La Rotunda y uno en el exilio, Jóvito Villalba, entonces el gran héroe de las protestas del 28. Su verbo potente y su voz profunda y metálica lo habían llevado a presidente de la Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV), cuyo papel en la agitación política de aquel año sería tal que los caraqueños dirían que había dos gobiernos en la capital: el de Miraflores y el de Miracielos, donde estaba la sede de la FEV.

14 de febrero de 1936. Crédito desconocido

Se corrió la voz y, en un fenómeno que todavía genera admiración, prácticamente toda Caracas decidió acompañar a los estudiantes. No hay acuerdo en la cifra, en parte porque tampoco hay (ni la hubo) forma real de calcularla, pero algunos ponderan en más de cien mil personas concentradas en el centro. Otros -y para quien escribe más plausiblemente- hablan de cincuenta mil personas. El hecho es que nunca se había visto algo similar. En una ciudad que estaba sobre los doscientos mil habitantes, aquello representaba a casi toda la población adulta. López Contreras creyó seriamente que era el final de su gobierno. Tal vez la multitud se dispersaría a hierro y fuego, pero eso, según todas las evidencias encontradas por los investigadores, no fue considerado. Lo que sí hizo fue otro movimiento audaz, de los que siempre fue muy hábil, que evidentemente descolocó a todos: propuso que una comisión de los manifestantes fuera a dialogar con él en Miraflores. Es acá donde es necesario insistir en que Gómez no tenía ni dos meses de muerto. ¿Qué?, debió ser lo que de un modo u otro se preguntaron todos, ¿el presidente quiere hablar con el pueblo? En un principio se pensó que el rector Rísquez debía encabezar la delegación, pero él prefirió darle el testigo a quien veía como el futuro: Jóvito Villalba.

Entonces ocurrió el giro que terminó de definir la historia. Como casi siempre con Villalba, la sensación que deja es ambivalente. En ocasiones se ha dicho que Rísquez lo hubiera hecho mejor. En cualquier caso, la verdad es que, hasta donde sabemos, ni Villalba ni nadie tenía algo preparado para una eventualidad como la de llegar a Miraflores. López Contreras contemplaba varios escenarios, siendo el de la petición de su renuncia el más importante. Pero llegada la comisión e inquirida sobre sus objetivos, se limitó a solicitar la remoción del gobernador, un cambio en el gabinete, restitución de las garantías y libertades sindicales. Para quien temía su derrocamiento, aquello representaba algo más que un acuerdo favorable. Le dijo que sí a todo, despidió a la delegación y, de hecho, controló la situación. Villalba, por primera vez en su vida (y no sería la última), vio cómo la oportunidad de tomar el poder se le escurría entre las manos. Tal vez no tanto como haber asumido la presidencia, pero sí algo como un gobierno de unidad, con él adentro, o una convocatoria a elecciones. En cualquier caso, lo que comenzó ese día ya no se pudo detener.

Después de junio, cuando fracasó una huelga bastante mejor organizada y con fines insurreccionales más nítidos, López Contreras pasó al contraataque. Sin revivir las torturas, ni las prisiones y homicidios del gomecismo, pero con constantes juicios, carcelazos breves y otros métodos, poco a poco fue cortando el radio de acción de los nuevos partidos, en especial los de izquierda (ORVE, Organización Revolucionaria, más bien socialdemócrata, para simplificar las cosas, y el PRP, Partido Republicano Progresista, una organización de tapadera del clandestino Partido Comunista). Al final del año, mientras estallaba una huelga petrolera que se hacía famosa, apareció el llamado Libro Rojo o La verdad de las actividades comunistas en Venezuela, con documentos incautados gracias a una vasta operación de espionaje a líderes izquierdistas, especialmente a Raúl Leoni.  Bastó para “demostrar” la existencia de una conspiración comunista, apelar al Inciso 6to. del artículo 32 de la constitución, que prohibía el comunismo, y así arrestar y expulsar del país a cuarenta y siete líderes “comunistas” (algunos lo eran, pero otros, como Villalba, en realidad no) en marzo de 1937.  No en vano por aquellos días Petróleo crudo es encarcelado otra vez.

Retrato de Andrés Eloy Blanco. © Fotografía de la Fundación de Fotografía Urbana.

Trago largo o el camino a la democracia

Pero no por retomar las riendas, López Contreras renunció a las políticas aperturistas. Tan pronto como el 21 de febrero había publicado un vasto plan de reformas sociales y económicas que se conoce como Programa de Febrero, en el que venía trabajándose pero que se aceleró con los sucesos del 14 de febrero. En general, la prensa actuó con bastante libertad, los sindicatos y partidos no comunistas pudieron funcionar y, al menos a nivel municipal, las elecciones comenzaron a ser lo suficientemente competitivas como para que opositores pudieran obtener algunos triunfos. Las demandas de la Asociación Venezolana de Mujeres empezaron a ser respondidas dentro de una política sanitaria y educativa general. De la formación de maestros al tratamiento de las enfermedades venéreas, de la malaria a la legislación petrolera, de la obstetricia a la construcción de carreteras, de la política financiera a los deportes, se emprendieron una multitud de reformas y se profundizaron otras en curso. Desde el color vinotinto de la selección nacional de fútbol (estrenado en 1938) hasta instituciones como el Banco Central de Venezuela o la Maternidad Concepción Palacios, aún la Venezuela de 2021 está llena de referencias a lo que se desencadenó en 1936.

Años después, Andrés Eloy Blanco escribió el poema “Trago Largo”, que conmemoraba el día en el que Juan Bimba había salido a la calle:

El 14 de febrero se echó el cogollo de un lao,

cogió su guacharaquita y el porteño encabullao…

Lo trajeron de la plaza con el pecho atravesao.

–Ay, mijo de mis entrañas, ¿por qué me lo habrán matao?

Y Juan Bimba decía:

–No llore, mamá, trago amargo, mi vieja,

sin mirarlo;

tómelo, mi mamá;

trago largo…

No sólo Juan Bimba, representación de la Venezuela rural que entonces se hacía famosa gracias a caricaturistas como Medo (Mariano Medina Febres) y Leo (Leoncio Martínez), quienes representaban de ese modo al pueblo.  De hecho, más que Juan Bimba, salieron esos muchachos que imitaban a Matamoros y cantaban sus canciones, es decir, la nueva Venezuela urbana que emergía. Y, aunque el verso se centra en los muertos, lo distintivo de la jornada fue, sobre todo, que la mayor parte de los Juan Bimba, de los jóvenes que oían a Matamoros, de los Pío Miranda, de los revolucionarios y demócratas que lo eran de verdad, de las aguerridas mujeres que cada día le arrancaban a los poderes un pedazo más de igualdad, de los estudiantes, los intelectuales y académicos como Rísquez, de los ciudadanos en general, tal vez alguno de los invidentes que estaba inscrito para las futuras clases de Braille pudieron ir a protestar por la tarde y en la noche regresar enteros a sus casas. Incluso regresar con el sabor a éxito de haber sido recibidos por el presidente y haberle impuesto algunas de sus solicitudes.

Andrés Eloy Blanco es el último rostro y sonido del 36 que traemos a colación. “Trago Largo”, que, a pesar de su letra tan triste, terminó siendo la letra una guaracha (otro poema suyo, “Píntame angelitos negros”, aportaría la letra para un hit en Latinoamérica y España en los años cuarenta, en la voz de Antonio Machín, pero eso ya es otro capítulo de la historia). Son ésos los rostros y sonidos de 1936, los que en conjunto empujaron la transición, y lo que,  por sobre todo, conmemoramos su ochenta y cinco aniversario: los de la protesta callejera, los de los nuevos líderes que hablan de democracia y revolución, Jóvito Villalba, pero también los gomecistas de bajo perfil que apoyaron dialogar con él, los rostros y sonidos del país que cambiaron y oían a Gardel y a Matamoros, se organizaba en partidos y sindicatos, o en organizaciones como la Asociación Venezolana de Mujeres y la Sociedad de Amigos de los Ciegos, o compraba un camión de volteo como Diego Cisneros, como primer escalón de un imperio regional; el país de Juan Bimba, de un sefardí de Salónica y Eugenio Mendoza. Las transiciones son así, empujadas por líderes como Villalba, permitidas por otros como López Contreras, pero, en realidad, construidas por el conjunto de todos los demás.

***

El primer borrador de estas palabras fue preparado para el foro “Gran manifestación por la democracia.  85 años del 14 de febrero”, organizado por la Universidad Metropolitana de Caracas, el 23 de marzo de 2021. Lamentablemente, para quien escribe le fue imposible asistir.


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