Perspectivas

Los sonidos del 36 [Notas sobre una transición, segunda parte]

El General Eleazar López Contreras, presidente de la república y su esposa María Teresa Nuñez Tovar de López Contreras durante visita a un centro educativo, 1939 | Luis Felipe Toro ©Archivo Fotografía Urbana

22/04/2021

A continuación publicamos la segunda parte de «Los sonidos del 36», donde el historiador Tomás Straka cuenta la consolidación del gobierno de Eleazar López Contreras, los cambios que se propiciaron en la sociedad venezolana y el proceso de transición a la democracia.

Para leer la primera parte de «Los sonidos del 36» haga click acá.

El ciudadano Kane, cambiar de sistema o cambiar el sistema

Entre los venezolanos, la secuencia siempre produce carcajadas. Aunque el Ciudadano Kane no trata de seducir a la que habría de ser su segunda esposa, el medio para lograrlo conduce a nuestra hilaridad. Su idea es arrancarle una sonrisa, y para eso mueve sus dos orejas. Acto seguido, le dice que le tocó dos años aprender a hacerlo mientras estaba en una de las mejores escuelas de varones del mundo. “Quien me enseñó a hacerlo es ahora presidente de Venezuela”. Comoquiera que la película se estrenó en los Estados Unidos en mayo de 1941, para el momento, el presidente de Venezuela era Isaías Medina Angarita, pero como la trama se desarrolla a principios de siglo, el presidente al que podría estar haciendo referencia sería, nada menos que, Juan Vicente Gómez. Es evidente que habló de Venezuela por nombrar a cualquier país extraño, acaso uno que de veras sonara así para la audiencia. Tal vez los historiadores del cine tengan más que decir al respecto.

El episodio viene a colación porque permite acercarnos al retrato del 14 de febrero desde otro ángulo poco transitado: el de quienes estaban en el poder. Es decir, el de aquéllos que al cabo decidieron cambiar las cosas y no aferrarse, a hierro y fuego, al orden existente. Ni Medina Angarita ni López Contreras ni, por supuesto, Gómez, ni en realidad ningún presidente venezolano anterior o posterior, ha sido el hijo de una familia aristocrática educado en un internado de millonarios. Era una característica más bien infrecuente en muchos países latinoamericanos de la época, que aún hoy tiene dificultad para ser comprendida por las miradas estereotipadas de muchos norteamericanos (quien escribe sabe lo que es tratar de explicarles a académicos de otras latitudes que en Venezuela llevamos más de un siglo con presidentes salidos de la clase media es un verdadero desafío).

Con casi toda seguridad, López Contreras o Medina Angarita, si vieron la película, debieron haberse reído a carcajadas. Aunque, acá también, los historiadores del cine tienen la última palabra, lo más probable es que Citizen Kane haya tenido una popularidad infinitamente menor entre el público venezolano a la que tuvo Luces de Buenos Aires (donde sale “Tomo y obligo”) o cualquiera de las otras películas de Gardel.  Pero si alguno de los gardelianos de la hora llegó a ver la escena, su reacción seguramente fue igual. ¡Uno de estos andinos estudiando en un internado con el Ciudadano Kane, habrase visto! No, quienes lideraban la transición del 36 no eran muchachos estudiados en internados elegantes, eran gomecistas. Y la transición que inicialmente estaban haciendo era un cambio del régimen, su modernización y liberalización, no su sustitución por otro. Tal vez el resultado fue ése, pero hay que entender que el Estado del que es Jefe López Contreras, aunque ya tenga a algunos connotados antigomecistas, ha heredado a prácticamente todos sus funcionarios medios y altos del Estado, diplomáticos, parlamentarios, autoridades municipales y regionales y, sobre todo, mandos bajos, medios y altos del Ejército.

Toda esta gente es una parte fundamental del gomecismo. Aunque la vieja élite económica, cada vez con menos poder, terminó apoyándolo o aceptándolo como mal menor. Esta élite fue sacudida por el petróleo, que creó a muchos nuevos ricos y, sobre todo, la desplazó del núcleo de la actividad económica. Aquellos agricultores y grandes comerciantes pasaron a ocupar un segundo o tercer plano en la correlación de fuerzas, cuando los ingresos que producían se hicieron casi irrisorios frente a la renta petrolera. Por supuesto: muchos lograron reinsertarse en la nueva realidad, lograron que sus hijos entraran a trabajar a las petroleras, sustituyeron el francés y el piano por el inglés y el tenis (la imagen  es versión libre de una de Mariano Picón-Salas), pero tuvieron que convivir con el verdadero núcleo del gomecismo, una alianza de clases medias y oligarquías de las provincias, que era de las que salían el funcionariado, los profesionales, los administradores de las regiones, los sacerdotes, incluyendo el episcopado, los todopoderosos comisarios y jefes civiles, los oficiales del ejército.

En las nuevas urbanizaciones que poco a poco aparecían en Caracas, se mudaban cada vez más generales, funcionarios, abogados, médicos y hombres de negocios que solían estar más cerca de la nueva riqueza real, la petrolera, y que lo más que podían alegar de abolengo eran las heráldicas imaginarias que el arquitecto Manuel Mujica Millán les colocaba, cuando lo pedían, en las quintas que se mandaban a construir. En 1932, ocurren dos hitos en la historia empresarial venezolana: Eugenio Mendoza se convierte en el dueño de lo que después se conocería como Materiales Mendoza y Diego Cisneros, entonces empleado del Royal Bank of Canada, decide probar fortuna comprando un camión de volteo. Ambos de algún modo apuntaban al negocio de la construcción que esas nuevas quintas expresaban, y ambos estaban poniendo la piedra fundacional de lo que serían grandes emporios. Mendoza venía de la más larga prosapia de la élite criolla; Cisneros era un joven cubano cuya madre, venezolana, había regresado a Caracas cuando enviudó. Hombres como Cisneros y como Mendoza tenían razones para apoyar una democratización (como de hecho lo hicieron después, y de forma vehemente). Y la mayor parte del funcionariado gomecista, que no eran sociohistóricamente muy distintos a ellos, también las tenía. Pero también tenía razones para temer que esa democratización deviniera en desorden o terminara siendo liderada por los comunistas.

Además había otra cosa: la mayor parte de quienes de un modo u otro actuaban dentro del gomecismo, lo hacían de forma más o menos sincera. Solían estar orgullosos del cuarto de siglo de paz, de las obras públicas, del saneamiento de las finanzas, de las gigantescas inversiones extranjeras. Pero, aunque la mayoría no podía ser catalogada como corrupta o partícipe de la violencia represiva, en el mejor de los casos tuvo que al menos voltear la cara ante la corrupción de otros, o pedir favores sin los cuales era muy difícil sobrevivir. Fue un aspecto lo suficientemente grueso como para que la sociedad decidiera echarle tierra al asunto tan pronto pudiera. El punto es que había que actuar con prudencia. Las cosas en manos de alguien especialmente ofendido por la muerte o tortura de un familiar, o por haber vivido los grillos y acaso el tortol en su carne, o de un grupo que clamara venganza por la finca que perdió, por su exilio, por todas las razones justas del mundo, y con las grandes figuras quisiera meter a todos los demás que gravitaron en torno a ellas, podía generar temor en más personas de lo que inicialmente hubiera podido imaginarse.

La rebelión estudiantil de 1928 nos dibuja bastante bien lo que pudo representar para ellos la situación. Por una parte, era evidente que la sociedad en su conjunto (incluso muchas de las personas de su mismo núcleo social) había cambiado y quería más. La protesta de los estudiantes vino acompañada por cosas inéditas, como una manifestación de las señoritas (sus hermanas y novias) en la iglesia de San Francisco en Caracas, disturbios más o menos de carácter social en ciertas zonas populares de Caracas y un paro del comercio. Aquello hizo que la dictadura en el primer momento diera un paso atrás, aunque de ningún modo la debilitó tanto como llegaron a pensar sus opositores cuando tomaron las armas entre 1928 y 1930, en intentonas que fueron una pifia peor que la otra, siendo la más famosa la de la invasión de “El Falke”. El temor de perderlo todo y de que los rebeldes fueran comunistas, más bien logró compactar al bloque gomecista, para asombro y decepción de los opositores.

Otro tanto pasó con los disturbios de diciembre de 1935. Aunque los saqueos les confirmaron a muchos sus ideas sobre la necesidad de un Gendarme Necesario, documentos como el “Mensaje de las mujeres venezolanas al General Eleazar López Contreras”, redactado por Ada Pérez de Boccalandro, Luisa del Valle Silva y otras en aquel mismo diciembre, marcaban otro juego: ya no se trataba sólo de señoritas pidiendo en una misa la libertad de sus novios y hermanos, sino de peticiones, basadas en los mejores datos disponibles, sobre políticas públicas, desde controles ginecológicos al alcance de todas a la necesidad de guarderías para las madres trabajadoras, pasando por los Derechos del Niño. ¿Cómo responder a eso, pero manteniendo el control? ¿Cómo hacer cambios y evitar que caigamos en un horror como el de finales de siglo o como aquel en el que caería España muy pronto? ¿Cómo atajar a aquéllos que José Ignacio Cabrujas resumió en su Pío Miranda?

Anverso y reverso de Pío Miranda o sobre la revolución

Cuando en 1979 José Ignacio Cabrujas estrenó El día que me quieras, sólo mediaban cuarenta y cinco años de la visita de Gardel a Caracas. Es decir, muchos de quienes deliraron por él seguían vivos, y la inmensa mayoría de quienes asistieron a la obra tenían noticias directas por testigos, o en todo caso podían dar fe de cuán verosímil era el retrato de la sociedad que se hacía. Desde entonces ya han pasado casi tantos años como los que separaban a la première del hecho, y quienes hoy seguimos agotando las locaciones ya tenemos un recuerdo más bien vago (y en la mayor parte de los casos, seguramente no existe ninguno) de la Caracas que visitó Gardel, sus valores e imposturas. Tal vez el único caso en el que ocurre lo contrario ha sido el del personaje Pío Miranda. Los venezolanos de 2021 tenemos mejores herramientas para ponderarlo que los de 1979.

Clara alusión a Pío Tamayo, el miembro del Buró del Caribe del Comintern, que logró penetrar e influenciar al movimiento estudiantil del 28, para poco a poco introducir a algunos en el marxismo, y a Francisco Miranda, nuestro revolucionario y, con mayor o menor justicia, perdedor y utopista por antonomasia de nuestra memoria, se trata de un personaje cuya naturaleza es hoy mucho más nítida que cuando se estrenó la obra. Desde entonces, el derrumbe de la URSS y la vivencia de un ensayo socialista local han generado una idea más clara de lo que contenían las promesas de Pío Miranda. Sin duda, Cabrujas fue clarividente y, sobre todo, muy valeroso, ya que en 1979 esto pudo haberlo metido en un lío con el mundo cultural, entonces en gran medida marxista.   Pero tampoco caigamos en el otro extremo: no todos los nuevos líderes de 1935 fueron fraudes como Pío Miranda.

Hubo, sí, muchos habladores y farsantes que hicieron de la condición de “perseguidos” o “presos de Gómez” una profesión, que a título de prometer una revolución futura gorronearon a los demás (¡cuántos de esos vimos en las universidades!), que sólo eran capaces de pintar castillos en el aire. Un libro tan estremecedor como La galera de Tiberio (crónica del Canal de Panamá),  que en 1938 publicó Enrique Bernardo Núñez, hace el retrato de todo lo que de rastrero había en aquella Venezuela, la gomecista y la opositora.  Sin embargo, la mayor parte de los jóvenes de la Generación del 28 entregó su vida por la modernización sustantiva de Venezuela. Fueron líderes políticos, intelectuales, científicos, escritores, educadores, médicos, empresarios, fundadores de instituciones, como el botánico Francisco Tamayo, el educador y psiquiatra Rafael Vegas, el periodista y escritor Miguel Otero Silva, el empresario Carlos Eduardo Frías, el intelectual Isaac J. Pardo, el antropólogo Miguel Acosta Saignes, el escritor Guillermo Meneses (entonces un estudiante de secundaria), la periodista y promotora cultural María Teresa Castillo, la escritora Antonia Palacios y, claro, los grandes líderes políticos del siglo XX, como Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Jóvito Villalba.

Cuando Gómez muere medio año después de la visita de Gardel, el mensaje de estos jóvenes electrizó a una sociedad que, con el tango, el método Braille y los derechos de la mujer, quería abrazar todo, o casi todo, de lo que el siglo XX estaba ofreciendo. Que la respuesta de López Contreras haya sido abrir las compuertas para aliviar la presión, e incluso ir más allá, y tratar de liderar él mismo los cambios. Los primeros momentos parecieron poco auspiciosos. Después del shock inicial, que deja a todos con el aliento suspendido, estallan desórdenes, y no pocos tenían razones para pensar que podría volver a vivirse una anarquía como la de finales de siglo (debemos entender que las guerras civiles de las décadas de 1890 y 1900 eran algo que muchos habían vivido, siquiera de niños), o que el temor de lo que se creyó atajar en 1928-1929 finalmente había llegado.

Hubo actos de carácter claramente políticos, como los saqueos de las propiedades de algunos gomecistas notorios, asalto y destrucción de las instalaciones del periódico oficioso El Nuevo Diario e incluso algunos linchamientos de andinos y saqueos de sus negocios, ya que se les asociaba al gomecismo en una clave que hoy podría sorprendernos: las de una especie de pueblo extranjero y conquistador. Hoy puede sorprender (lo que demuestra cuánta agua ha corrido desde entonces), pero aún hay quienes hablan de lo de 1899 como “la invasión de los andinos”. Tan tarde como en 1932, Rómulo Betancourt publicó su largo ensayo Con quienes estamos y contra quienes estamos, con el objetivo de rechazar la propuesta, impulsada por algunos grupos opositores, de quitarles los derechos ciudadanos a los andinos en el escenario de un postgomecismo (lo cual no obstó para que en los Andes se considerara al “negro” y “comunista” Betancourt como el epígono del antiandinismo).  En otros casos, lo político se combinó  con tensiones sociales de otro tipo, como lo manifiestan los linchamientos que hubo de guachimanes, sobre todo si eran antillanos. Aunque no puede decirse que se trató de algo generalizado, era una respuesta al hecho de que la seguridad de los campos solía estar en manos de “negros ingleses”, quienes en general recibían mejores salarios que los venezolanos debido a la ventaja del idioma.

Pero junto aquello también quedó muy claro que entre los manifestantes había muchos que sólo pescaban en río revuelto. Fotografías y filmes registraron a personas llevándose muebles y hasta puertas y ventanas de casas de gomecistas, sin ningún otro aparente interés. Los números también indican un aumento en el delito común, que estaba muy controlado durante el gomecismo.   No es un dato menor que Cruz Crescencio Mejía, alias Petróleo Crudo, sea otro de los rostros famosos del 36. Su captura, envío a la Isla del Burro y espectacular evasión lo hicieron muy popular; y la verdadera cacería y nueva aprehensión de la que fue objeto,  seguida como una novela policial, fue una muestra de la modernización policial que emprendió el Gobierno. Su alias, que era un claro guiño a su color de piel, también ayuda a fijar el contexto de sus acciones. De un modo u otro, entre los discursos de los nuevos líderes y de los que eran simples agitadores, las protestas, saqueos y las aventuras de Petróleo Crudo, el temor al desorden, a la disgregación de la que hablaba Laureano Vallenilla-Lanz, comenzó a crecer. Que en las salas de cine la gente cantara “Tomo y obligo” era una cosa, pero que las pitas a Hitler y Mussolini cada vez que aparecían en los noticieros hayan generado quejas diplomáticas, ya era otra, que decía qué tanto se estaba politizando el pueblo.

Era cuestión de que cayera una chispa.  Y cayó, en una protesta que inicialmente no parecía acarrear nada fuera de lo particular, el 14 de febrero de 1936.

***

El primer borrador de estas palabras fue preparado para el foro “Gran manifestación por la democracia.  85 años del 14 de febrero”, organizado por la Universidad Metropolitana de Caracas, el 23 de marzo de 2021. Lamentablemente, para quien escribe le fue imposible asistir.


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