“Los poemas no bastan”: una visita a la poesía de Rafael Cadenas

Rafael Cadenas retratado por Ernesto Costante | RMTF

26/05/2023

A continuación compartimos el prólogo del libro de Rafael Cadenas Florecemos en un abismo. Madrid: FCE, Universidad de Alcalá, 2023 (Colección Biblioteca Cervantes).

Soy
apenas
un hombre que trata de respirar
por los poros del lenguaje.
Un estigma,
a veces un intruso,
en todo caso alguien fuera de papel.

Estas palabras de un poema de Rafael Cadenas, publicado en su libro Gestiones (1992), nos hablan de alguien para quien la relación con el lenguaje es orgánica, vital, imprescindible, pero a la vez ardua y dificultosa. Y nos hablan también de un estado de conciencia en el que se ha derogado toda atracción por simulacros e imposturas. Eso lo sabemos quienes hemos visitado con avidez su obra y tal vez, más aún, quienes hemos tenido la fortuna de visitarlo y conocerlo, de conversar con él y contar con el privilegio de su amistad.

Alcanzar ese estado, sin embargo, ha sido el resultado de un largo viaje, lleno de incertidumbres y tanteos, que comenzó hace más de seis décadas. Trataremos en estas breves páginas de aventurarnos por esa travesía, entrelazando dos rutas distintas pero complementarias, que nos puedan dar cuenta, aunque sea parcialmente, de este trayecto poético: la de la vida del poeta cuya obra hoy celebramos, con motivo del otorgamiento del Premio en Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, que el Ministerio de Cultura del Reino de España le concediera en el 2022; y la trazada por los poemas que constituyen parte fundamental de su periplo creador, de los cuales una sucinta pero ilustrativa muestra constituye la presente antología, titulada Florecemos en el abismo, con la que se aspira a brindarle al lector indicios suficientes del valor y singularidad de este admirable quehacer poético.

Rafael Cadenas nació en la ciudad de Barquisimeto, en el Centro Occidente venezolano, el 8 de abril de 1930. Para entonces, Venezuela todavía era un país esencialmente rural, que pocos años antes se había enterado de su riqueza petrolera y apenas comenzaba a mudar sus patrones de vida bajo el influjo de esa nueva realidad económica. En lo político, sin embargo, no se avizoraban cambios, el control de las tareas de gobierno seguía en manos de los militares. El tirano de turno se llamaba Juan Vicente Gómez, quien rigió los destinos del país desde 1908 hasta 1935 —cuando, según el parte oficial, murió en una fecha coincidente con la del fallecimiento de Bolívar, un 17 de diciembre. Ese mismo país del que se dice —en un verso escrito en los estertores del pasado milenio por un cercano amigo de Rafael Cadenas, el poeta venezolano Eugenio Montejo— que todavía “no termina de enterrar a Gómez”[1]. Al respecto, habría que decir que para Cadenas la preocupación por la política ha sido siempre central, desde muy joven. Y aunque ciertamente no ocupa un espacio predominante en su poesía, tampoco ha estado nunca ausente, menos aún en sus inicios, como podremos constatarlo en esta antología en la que se incluyen poemas de su primera etapa jamás publicados. Las consecuencias de esas preocupaciones han marcado su vida. Cuando muchacho, el gobierno dictatorial de turno lo expulsó de Lara, su estado natal, y se vio obligado a culminar la escuela secundaria en la ciudad de Valencia, en el estado Carabobo. Tiempo después, durante sus estudios universitarios, el participar en una huelga estudiantil contra el régimen de Marcos Pérez Jiménez le costó, junto a varios compañeros de generación, algunos meses de prisión y el exilio en la isla de Trinidad, en tiempos en que ésta era aún una colonia británica, como suele recordárnoslo Rafael. Allá permaneció entre 1952 y 1956, para luego volver a su país. Precisamente, en un poema con ese nombre (“País”) escrito durante el exilio en Trinidad dice: “Te has quedado dormido/ entre espadas/ sin la prometida luz./ Ninguna mañana viene a despertarte./ Los militares son eternos”. Sobre esta traumática relación con la patria, tras esa dolorosa experiencia, se insiste en otros dos poemas escritos en el mismo período en esa isla caribeña: “Me levanté y el país estaba helado./ No había cabida en él para nosotros.” (“Al regresar”) y “De cada hora sale un grito. /La historia nos persigue con sus botas./… /¿Aprenderemos por fin?” (“Dictadura”). Estos poemas que, como ya se mencionó, se publican por primera vez en esta antología, impresionan por su crudeza y actualidad, así como por la cercanía que tienen con la dicción y la búsqueda de la palabra sin mediaciones que Cadenas habría de predicar mucho tiempo después en su obra, y que expresara de modo elocuente en su famosa “Ars poética”, incluida en su libro Intemperie (1977). Leamos un fragmento:

Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como el temblor que la sostiene.
Que se mantenga como un latido.

No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni añadir
brillos a lo que es.
Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.
Seamos reales.
Quiero exactitudes aterradoras.
Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis palabras.
Me poseen tanto como yo a ellas.

Es necesario decir que la presencia de estos poemas inéditos, los agrupados en la sección “Poemas de Trinidad” dentro de la selección recogida en Florecemos en el abismo, responde a una circunstancia muy especial. Esta es la primera antología en la que Cadenas participa de modo activo en la escogencia de poemas a incluir y lo ha hecho, además, junto con su hija Paula, por lo cual se trata de una antología no sólo personal sino familiar. En ella podemos apreciar la valoración que el mismo poeta ha efectuado de su obra, como saldo de cuentas de una vida dedicada a la escritura de poesía.

Varios hechos, inevitablemente, llamarán la atención del lector conocedor de la obra de Cadenas, asuntos sobre los cuales debemos poner también en autos a los que no lo son. Es significativa la nutrida selección de poemas del libro Una isla, el cual, por lo demás, jamás se ha publicado en solitario —es esta una tarea pendiente—. Aunque escrito a finales de los años 50, este poemario nunca se había incluido en su bibliografía adecuadamente, hasta la antología preparada por Luis Miguel Isava, publicada por Monte Ávila en 1999. Su circulación se dio originalmente en unas pocas copias de multígrafo, repartidas entre amigos, y en algunos fragmentos aparecidos en publicaciones en las que se insistía de que se trataba de un libro inédito. Quizás esta decisión, la de darle mayor relevancia a ese volumen en esta antología, se deba a la percepción que Cadenas tiene, a estas alturas de su vida, de que ya en ese conjunto de poemas se encontraba buena parte de las claves fundamentales de su obra poética, la que a partir de 1960 se publicará en sucesivos libros. Otros dos asuntos que merecen atención son: los pocos poemas seleccionados de Los cuadernos del Destierro (1960), libro que sin duda colocó en el primer plano de la poesía venezolana a Rafael Cadenas en el momento de su aparición, así como la no inclusión del poema que le ha dado mayor celebridad nacional e internacionalmente, “Derrota”. Tales decisiones parecieran confirmar que el Cadenas del presente siente lejanías insalvables con el poeta que, en su momento, acometió dichos textos.

Pero antes de volver a estos casos, detengámonos algo más en las implicaciones de Una isla. En este libro, escrito a la vuelta de su exilio en Trinidad, ya se anuncian temas que van a cruzar toda su obra, como: el del amor y la mujer, fuente irrenunciable del deseo, motivo ya presente en “Poemas de Trinidad”; la asunción de la vida como experiencia poética, más allá de la concreción del poema; el exilio, no tanto como lejanía geográfica sino como condición existencial, pues como dice: “Para que nuestros ojos sean claros hay exilios”, un exilio en que, por lo demás, se deplora “las patrias” y los nacionalismos; la sensualidad y exuberancia del entorno natural; la memoria como anclaje afectivo y el olvido como imposición de la vivacidad que “se encamina hacia el instante”; “el advenimiento de la levedad” y el despojamiento “del que trata de emerger/ un hombre/ sin cargas./ A prueba de espejismos”. Habría que advertir, además, que Una Isla es un libro ganado por la diafanidad expresiva, desentendido de los artilugios verbales que caracterizan a Los cuadernos del destierro, aunque ambos fueron escritos en la misma época. Esta curiosa contraposición de modalidades poéticas, considerando la totalidad de la obra de Cadenas, nos permitiría decir que Los cuadernos del destierro es más bien “una isla” surgida en tiempos de escritura de Una isla. “Una isla” caracterizada por un lenguaje indómito y alucinante, de una fuerza hipnótica avasalladora. Algo muy distante del lenguaje sin aditamentos al que de vuelta ha de aspirar Cadenas, sobre todo, a partir de Intemperie y Memorial (1977). Hecha tal acotación, es necesario afirmar, sin visos de exageración, que Los cuadernos del destierro desde su aparición se convirtió en un libro legendario de la poesía venezolana, al punto de poder sentenciar que la frase inicial de su primer canto (“Yo pertenecía a un pueblo de grandes comedores de serpientes, sensuales, vehementes, silenciosos y aptos para enloquecer de amor”) está tan asentada en la memoria histórica de la poesía moderna venezolana, como sólo ocurriera con el alejandrino inicial del primer canto de Mi padre el inmigrante (1945): “Venimos de la noche y hacia la noche vamos”, de Vicente Gerbasi (1913-1992).

El libro está escrito en una prosa poética, suntuosa y envolvente, de profusas adjetivaciones. En sus cantos la preponderancia de la primera persona es abrumadora: un “yo” que se desdobla y enmascara en múltiples presencias, incapacitado para vincularse con la realidad, siempre perseguido por la incertidumbre, cuya vida interior es expresión de un intenso delirio en el que fertiliza la auto impugnación:

(…) Sólo yo conocía mi
mal. Era —caso no infrecuente en los anales de los falsos desarrollos—
la duda.
Yo nunca supe si fui escogido para trasladar revelaciones.
Nunca estuve seguro de mi cuerpo.
Nunca pude precisar si tenía una historia.
Yo ignoraba todo lo concerniente a mí y a mis ancestros.
Nunca creí que mis ojos, orejas, boca, nariz, piel, movimientos,
gustos, dilecciones, aversiones me pertenecían enteramente.
Yo apenas sospechaba que había tierra, luz, agua, aire, que vivía
y que estaba obligado a llevar mi cuerpo de un lado a otro, alimentándolo,
limpiándolo, cuidándolo para que luciera presentable en el
animado concierto de la honorabilidad ciudadana.
Mi mal era irrescatable”.

Resulta curioso observar el contraste entre el impulso verbal de estos poemas y el habla morosa y la parquedad, a veces intimidante, que ha caracterizado la personalidad de Cadenas. En tal sentido, la poesía del habla, más directa y más diáfana, pero no menos lujosa en cuanto a su vocación de reencuentro con la etimología de cada palabra, ese sentido de gravedad que se siente en cada vocablo de sus poemas, sin duda, pareciera más cercana a la voz y dicción del poeta que hemos conocido y con quien hemos tenido la fortuna de entablar amistad. Sin embargo, incluso en aquel momento, al escribir Los cuadernos del destierro con un lenguaje tan distinto al de sus otros libros y signado por una severa crisis psicológica, según su propio testimonio, podemos constatar su fidelidad al deseo de no falsificarse, como lo evidencian sus palabras en una entrevista aparecida el año de publicación de ese libro, 1960, en la que afirmaba: “yo buscaba ante todo expresarme con una sinceridad que posteriormente se ha desbocado aún más (…) Creo que de este libro tendré que partir necesariamente para ulteriores tentativas”[2].

Y sin duda, de las trazas dejadas por ese libro vendrá a aparecer Falsas maniobras, 6 años después. Un libro en el que ya se han dejado atrás los ecos y remembranzas de Rimbaud (“De noche deliraba en las rodillas de la belleza”), José Antonio Ramos Sucre (“En esta delirante expedición al suntuoso reino de las raíces inefables penetré a un barco inglés”) y Saint John Perse (“Las orillas se han apagado. Ningún viento rueda. Todo es estable. Grandes movimientos de flujo y reflujo me trajeron, sobre cumbres de cordilleras submarinas”), pero en el que siguen vigentes, sin embargo, las máscaras y los desdoblamientos. Ese “tú mi enemigo, dentro de mí” continúa al acecho, aunque ahora lo hace desde otros ámbitos. Una vez dejada atrás su división “en innumerables personas”, nos dice: “Para complacer a los otros y a mí, he conservado una imagen doble”. Ese sujeto desdoblado adversa ahora las imposiciones alienantes. Contra esas fuerzas que actúan sobre el individuo reacio a ser modelado por una horma, toman lugar la ironía y el absurdo, en escenas que recuerdan el mundo de Michaux. En Falsas maniobras nos encontramos con un hablante poético que sabe que los ejercicios en su “pequeño gimnasio” están destinados a hacer de él “un hombre racional, que viva con precisión y burle los laberintos” y lo transformen “en Hombre Número Tal”, para “dejar de ser absurdo”. Todo esto dicho, por otra parte, desde un lenguaje en el que la poesía “ya no se cuelga de los brazos”, en la que se ha decidido incendiar “los testimonios falaces” y adoptar “la forma directa”. Desde allí, desde esa apuesta verbal se celebra y agradece al “Fracaso” su mayor virtud: su capacidad de desmantelar las imposturas. Así nos dice:

Fracaso, lenguaje del fondo, pista de otro espacio más exigente, difícil de entreleer es tu letra.

Me has hecho humilde, silencioso y rebelde.
Yo no te canto por lo que eres, sino por lo que no me has dejado ser.
Por no darme otra vida. Por haberme ceñido.

Me has brindado sólo desnudez.

Cierto que me enseñaste con dureza ¡y tú mismo traías el cauterio!, pero también me diste la alegría de no temerte.

Gracias por quitarme espesor a cambio de una letra gruesa.
Gracias a ti que me has privado de hinchazones.
Gracias por la riqueza a que me has obligado.
Gracias por construir con barro mi morada.
Gracias por apartarme.
Gracias.

“Derrota”, el célebre poema que como ya hemos comentado no se ha incluido en esta antología —y que nunca formó parte de ninguno de sus libros[3]— muchas veces se ha leído afiliado a “Fracaso”. Ahora bien, si Cadenas todavía se siente cercano a éste, no ocurre lo mismo con aquél. Creo que entre las razones que pudieron motivar esa desaprensión estarían: la alusión a una circunstancia histórica que Cadenas juzga desde hace mucho como un grave error— los movimientos guerrilleros de los 60 en Venezuela que buscaban derrocar la democracia recién inaugurada— y que en un verso, de algún modo, se avala: “que no soy del FALN y me desespero por todas esas cosas y por otras cuya enumeración sería interminable”; y el verso final, donde en lugar de rescatarse el descubrimiento de esa cualidad redentora que conlleva la experiencia de la caída, que enseña a hacerse “humilde, silencioso y rebelde”, se reivindica, mediante el auto escarnio y la ironía, el yo y la soberbia: “me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del juicio final”. Por ello, más que poemas afiliados, podríamos decir que son contracaras de un texto bifronte en el que se escinde la obra de Cadenas, en un antes y un después. Su poesía, en adelante, seguirá el rumbo anunciado en “Fracaso”. “Derrota” será un poema que mira hacia el pasado, con el que se cierra la primera etapa de su tentativa poética y se marca distancia respecto de sus juveniles concepciones políticas, cuando era un militante convencido del Partido Comunista de Venezuela.

Once años después Cadenas sorprenderá con dos nuevos libros, Intemperie y Memorial, muy alejados en tono a Los cuadernos del destierro y Falsas maniobras.

En Intemperie, a modo de despedida de sus pasadas faenas [,] dice: “Ya el delirio no me solicita”. Así como también asevera lo que hemos señalado antes: “Seamos reales./ Quiero exactitudes aterradoras”. El desdoblamiento del sujeto poético seguirá presente, pero ahora con una aspiración distinta, hacerse en la nada:

Hazte a tu nada
plena.
Déjala florecer.
Acostúmbrate
al ayuno que eres.
Que tu cuerpo se la aprenda.

Acá aparece el juez como el otro que lo habita: “El juez/ —ese que separándose de nosotros/ dicta sus fallos—/ vive de nuestra sangre,/ a expensas de nuestras entrañas”. Sin embargo, ese que se desdobla entre juez y juzgado es a su vez el que duda y se pregunta: “¿Cómo pudo/ volverse tribunal/ de su vida/…/ el/ que menos juzga,/ el/ que existe desde su cuerpo,/ el/ menos concluyente/de los nacidos?”

La solicitación que se hiciera en el poema inicial de Una isla, para que la vida sea real aunque el poema no nazca, aunque sea un “diamante incumplido”, se reitera acá mediante una pregunta: “y vivir ¿dónde es? ¿Quién sabe ceder el paso al deslumbramiento como el que se siente incumplido?/ Ser a lo vivo, amor real”.

En Memorial se prolongan estas búsquedas y se acentúan otras que vienen desde los orígenes de esta obra, cada vez desde un lenguaje más despojado. Reaparece la “isla”, ese lugar ya mítico en esta poesía donde se ha aprendido a vivir en exilio, como condición inherente al estar en el mundo, y se ha comenzado a ver la realidad de otro modo. Ahora al observar se dice: “Tengo ojos,/ no puntos de vista” y se pregunta: “¿Qué hago yo/ detrás de los ojos?” En esa isla se ubican los recuerdos del hablante, quien confiesa seguir “en las mismas playas de donde vino”, ese lugar donde todavía persiste “un rostro de mujer” y se encuentra ese “amante”, afantasmado” y “virtual”, que alcanzará plena concreción en su siguiente libro. Acá se insiste en el repudio a lo inauténtico, en el rechazo a cualquier modo de tránsito por la existencia “como si amáramos”, “como si sintiésemos”, “como si viviéramos”. La prédica es alcanzar un estado de vaciamiento que nos permita “aprender a ser nadie”, pues de otro modo, de no llegar a serlo, se sabe que se habrá perdido la vida. Por ello, se implora por la “humildad” de extraviarse, por ser “comida del instante”, ese “néctar de estar presente” o como nos lo recuerda el título de esta antología: por florecer “en un abismo”. Aquí a la muerte se le opone el instante.

Son muchos los poetas que Cadenas suele mencionar, contestando a la recurrente pregunta por sus lecturas e influencias, entre ellos: Whitman, Michaux, Cavafy, Pessoa, William Carlos Williams, etc. No obstante, resulta legítima la sospecha de que otro tipo de lecturas también ha sido decisiva en su escritura. Y en efecto, así es. En esta etapa de su obra se acentúa, marcadamente, la huella de su interés por el pensamiento oriental y en particular el hinduismo, el taoísmo y el budismo zen. Los planteamientos de figuras como Nāgārjuna y Adi Shankara, fundador de la tradición Advaita Vedanta o, ya en el siglo XX, de pensadores como Jiddu Krishnamurti, o propiamente en el mundo occidental, de Carl Jung, Alan Watts y Salvador Paniker, han incidido a fondo en su concepción de la vida desde hace muchos años y, por tanto, también, en los postulados de su poesía. Sin embargo, a pesar de eso (o por eso mismo) la pugna interior y los desdoblamientos no han cesado. El poder, la historia, el odio, el yo siguen siendo presencias amenazantes. Pero hay cambios. Para este momento de su obra ya ha desaparecido una palabra frecuente en su poesía anterior (la de Los cuadernos del destierro y Falsas maniobras): “máscara”. La desnudez ahora es más plena y entiende que la “intensidad” es la única “Muerte y contestación/ a la Muerte”. Ya no se escriben poemas sino “respiraderos”.

Memorial es un libro dedicado a Milena, su esposa y compañera de tanto tiempo. Su reciente e inesperado fallecimiento, hace algo más de un lustro, ha marcado hondamente la vida de Cadenas en los últimos años. Con ella emprendió un largo trecho de su vida e innumerables viajes para participar en encuentros y actividades poéticos en diversos países, de allí también el sobrepeso de su ausencia en ocasión de los varios premios internacionales que Cadenas ha recibido recientemente[4], de los que la siente, con justicia, copartícipe. No podemos dejar de pensar que en la rememoración de esa amada está ella, en diversas ocasiones de su obra y en particular en este libro cuando se la evoca haciendo uso de la palabra “misterio”, un vocablo esencial en el resto de la poesía de Cadenas, que aparece por primera vez en el siguiente poema:

Siempre traes a esta sequedad la fragancia
del misterio.
Siempre eres igual
a lo que me sostiene.

En el libro Amante, publicado 1983, aparecerá también, como novedad, otra palabra fundamental en su obra poética y pensamiento: “asombro”. La vinculación de estas dos palabras la podemos encontrar en muchos de sus escritos, pero bien basta para ilustrarla leer lo dicho por Cadenas en una entrevista de hace algunos años, en la que afirmaba: “me obseden corrientes de pensamiento que tienen que ver con una constante muy fuerte en mí: el asombro ante el misterio de la existencia, algo absolutamente infranqueable para la mente y de lo cual ella forma parte. Eso nos sobrepasa, pero podemos vivirlo. Por eso mi habitación es el no saber”[5]. Afirmación, esta última, que tiene eco en un verso de su más reciente libro de poesía, En torno a Basho y otros asuntos, publicado en 2016, un año después de esa entrevista: “Se habita/ con el desnudo de no saber” y cuyas resonancias vienen incluso de más atrás, como podemos constatarlo en testimonios como estos: “Me cautiva el lenguaje de los místicos, especialmente, desde luego, el de los españoles. Tienen el don de acuñar expresiones indelebles para comunicarnos un saber, que es más bien, en última instancia, un no saber”[6].

La búsqueda emprendida por Cadenas en el resto de su obra transita por esa ruta, la de la perenne constatación de una ignorancia fundamental como punto de partida de todo intento de expresión. En Amante, la manifestación de ese no saber se evidencia en el último poema del libro:

“No sé quién es
el que ama
o el que escribe
o el que observa”.

El cual, por otra parte, completa y responde al que le da inicio:

“Ella, el amante, el anotador
(ningún calígrafo,
un artesano)
se dan
al juego

perenne.

Si bien la mujer ha estado siempre presente en la poesía de Cadenas, como uno de los motivos que insistentemente la recorre, ahora el “amante” se convierte en ese personaje que habita dentro del “anotador”, para posibilitar el encuentro con “ella”, para alcanzar un descubrimiento pleno de ese “tú” esencial que encarna lo femenino en su poesía. Así se pasa en esta obra de un yo múltiplemente fragmentado a uno que encuentra en el amante el vínculo con la otra, a la cual se entrega y sirve íntegramente, sin retóricas, con “firme corporeidad”, “ardimiento” e “inmediatez”.

En el libro Gestiones, publicado en 1992, ya desde el título se nos interpela sobre el lenguaje, pues esa escueta palabra que le da nombre al libro, comúnmente atribuida a acciones del ámbito administrativo, acá adquiere otras connotaciones. No se trata de poemas de oficina, ni de instancias burocráticas. Las gestiones emprendidas aquí lidian con asuntos como: la lengua, la realidad, la amada, la poesía, la vida y los poetas, entre otros.

El libro se inicia, como en casi todos los poemarios de Cadenas, con un poema en el que directa o indirectamente se recapitula sobre el camino andado y las posiciones tomadas o abandonadas a lo largo [de] esta obra por el hablante poético. En este caso dice así:

Retomo tarde el hilo.
Fueron muchos los años de desconexión de ella, la antigua, la nunca adornada. ¿Por dónde deambulaba yo, suspendido? Pues nunca dejé de ser nervadura del asombro, de vivir en orillas, de extraviarme bebiendo un zumo oscuro, pero invadiendo los contrafuertes del día.

(. . .)

Los años han corrido y no dejé de registrar caídas. Entonces piel era sólo clausura. La magia no había sido destituida.
Ahora vuelves, amiga, y yo te recibo con presentes arrancados al verdugo que cela tu territorio.

Tras la lectura de este poema, la pregunta resulta ineludible: ¿quién es ella? ¿de qué amiga habla? Este modo de elocución donde se privilegia la ambigüedad y la imprecisión en cuanto al sujeto referido en el texto (tú, él, ella) se hace característico de la poesía de Cadenas, a partir de Amante. Tal vez haya en ello un reflejo de esa imprecisión requerida para nombrar lo inefable, lo cual es propio de la poesía mística. En todo caso, es obvio que estamos ya muy lejos de aquellos poemas de los inicios de la obra de Cadenas, en la que el “Yo” no cedía protagonismo.

A partir de Gestiones, entramos en un espacio de mayor recogimiento, de fundación de morada y resistencia. Se procura un lugar de encuentro. Y aunque la pugna interior no cesa del todo, pues siempre habrá personajes que acechan al sujeto poético, estos ya no toman lugar en el poema con el ardor y la pugnacidad del pasado. Así encontramos, por una parte, uno donde se dice: “Tanteas/ como ebrio/ en la ruta del extravío/(así se llama/nuestro segundo nacimiento)” y, por otra, uno llamado “Iniciación”, en el que se afirma: “El que cruza el vestíbulo asignado/ se encuentra consigo/ por primera vez;//nunca/había visto/su rostro/—la nueva espiga”.

En esta zona de su obra, que abarca los libros Gestiones, Sobre abierto (2012) y En torno a Basho y otros asuntos, el poeta concibe su oficio como el de un artesano. Este es el tramo de esta travesía en que se hace mayor referencia y se rinde homenaje a poetas que siente cercanos, como: Auden, Donne, Shakespeare, Mandelstam, Dante, Pasternak, Ajmátova y Hoelderlin; pero sobre todo, Rilke y Basho. Ellos “Andan errantes por sus habitaciones, pero/ sostienen la torre del idioma”. Con todos ellos ha entablado amistad, asunto que también adquirirá centralidad en su poesía. Ahora, la única pretensión es apreciar y vivir lo que es (la familia, el matrimonio, la vida de suburbio, el amanecer recibido desde un apartamento de ciudad, los ruidos de una granja cercana, los pájaros que cruzan frente a su balcón) como es, sin idealizaciones y sin retórica, pues, aunque encuentra en el lenguaje “sus únicas joyas”, no quiere “estilo/sino honradez”. Como dice en un poema, titulado “Conjunto residencial” ya no estamos en “los tiempos del entusiasmo”, ahora se habla de otro modo; ahora, “Eres lo que eres, una voz solitaria/que resuena en los aledaños de las ciudades”. El observar, el registrar, el contemplar serán los oficios primordiales tanto del anotador como del ser humano que celebra la vida en lo que es, y que, junto a la plenitud del instante, rescata también la gracia vivificadora de la memoria, ese “recuerdo que se parece a este aire” y que permite decir: “Contigo no soy nada./ Sin ti no soy nada”.

La más reciente escritura de Cadenas es una en la que se procuran las paces con la vida, con el lenguaje, con la poesía, con el poeta y con el poema. Todo sin grandilocuencias, como ese silencio que se hace de pronto entre amigos, para que después de admitir que “Sentir es magnífico; escribir, exultante; habitar, lo sumo”, surja la pregunta, pero “¿dónde está el lugar aplacado, el sitio de reunión, el punto del encuentro solvente?

En las horas que me ha llevado escribir estas palabras, he repasado las muchas conversaciones telefónicas, en su casa, en mi casa, en encuentros, en sitios públicos, en mi carro, que he tenido con Rafael. Detrás de esos recuerdos siempre han estado sus versos, así como sus silencios, no menos dicientes que sus palabras. En todos estos años, cuando conversamos, siempre al referirse a lo que le ha dicho alguna persona, antes que llamarla por su nombre, me habla de una amiga o un amigo, sin importar que yo sepa de quién se trata. Jamás le he escuchado hablar mal de nadie, pues le es ajeno el odio y no siembra enemistades. Para él, “el vivir es lo mayor”. Por eso, en esta estancia de su existencia, para completar lo dicho y cerrar un ciclo, afirma: “Festejan tus versos/ cuando tú sólo querías ser oído/ como un viviente”. También, al dialogar con Rilke, le pregunta como a un viejo amigo —para interrogarse a sí mismo—: “¿Sabías/ en tus adentros/ que los poemas no bastan?”

Y al final, alguien le contesta: Sí, Rafael, lo sabemos, pero sin ellos se hace siempre más difícil la travesía, la única patria que tenemos, la vida.

Norman, Oklahoma,
21 de febrero de 2023.

***

Referencias

[1] Eugenio Montejo, “Una fotografía de 1948”, En Partitura de la cigarra, Valencia, Pre-Textos, 1999.

[2] “5 opiniones de Rafael Cadenas. Poesía, partido y realidad”. Tabla Redonda. 5-6 (Caracas, abril-mayo 1960).

[3] Se publicó originalmente en Clarín del Viernes. Caracas, 31 de mayo de 1963.

[4] Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances (2009), Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca (2015), Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2018) y Premio Cervantes (2022).

[5] Antonio López Ortega. “Rafael Cadenas: ‘la realidad es el misterio absoluto’”. Cuadernos hispanoamericanos. 780 (junio 2015). Pág. 6

[6] Rafael Cadenas. “Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística”. Obra entera. Poesía y Prosa (1958-1995). México: Fondo de Cultura Económica, 2000. pág. 676.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo