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Los ocho sabios de Fundación Empresas Polar

28/06/2020

Fotografía del Archivo Fotografía Urbana

 

Esta foto debió hacerse en las primeras semanas del año 2000. Esto se concluye del hecho de que la imagen recoge el momento en que este grupo está a punto de sostener un almuerzo con Ramón J. Velásquez, (el cuarto de izquierda a derecha), ritual precedente a la entrevista destinada a aparecer en la publicación Venezuela siglo XX. Visiones y testimonios (Fundación Empresas Polar, Caracas, 2000). La publicación puede leerse aquí.

En esa entrevista, Ramón Velásquez dice: «…es bueno advertir que, en realidad, después de la reforma federal de 1864, la Constitución Nacional no sufrió grandes cambios, pues la estructura constitucional federal se mantuvo hasta 1999 en lo esencial…». Si tomamos en cuenta que la Constitución de la República Bolivariana, aludida por Velásquez, fue adoptada el 15 de diciembre de 1999, por referéndum, y que la primera edición del libro —más bien, los libros, porque son tres tomos— se publicaron en 2000, lo más probable es que el diálogo sostenido con el expresidente de la República fue de los últimos textos que se prepararon, con la idea, quizá, de que su testimonio abarcara hasta el último día del siglo XX venezolano. 

No pudimos precisar la fecha en que fue hecha la fotografía porque la escogimos para esta sección tres días antes de que Asdrúbal Baptista, coordinador del proyecto (el tercero, de izquierda a derecha) sufriera un infarto en Barranquilla, donde se encontraba. De hecho, sorprendidos por su falta de respuesta a nuestro email, donde le solicitábamos una entrevista para hablar de la foto, buscamos su nombre en Twitter y encontramos un tuit, de reciente divulgación, donde se informaba de la suspensión de una conferencia suya en una universidad. 

Aparecen en la imagen: Elizabeth Monascal, gerente de la Coordinación de Cultura de Fundación Empresas Polar; el sociólogo Ramón Piñango, doctor en Educación de la Universidad de Harvard y magíster en Sociología de la Educación de la Universidad de Chicago; el economista Asdrúbal Baptista; el historiador y político Ramón J. Velásquez; el escritor Isaac Chocrón; el poeta Rafael Cadenas, en estos días candidato al Premio Nobel de Literatura; el poeta y curador del arte latinoamericano, Luis Enrique Pérez Oramas; y el psiquiatra José Luis Vethencourt. Con Maritza Montero y José Manuel Briceño Guerrero, ausentes ese día, componían el equipo conformado por Baptista.

—Comenzamos las reuniones —escribió Asdrúbal Baptista en el prólogo de Venezuela siglo XX— el 14 de septiembre de 1995. Fue un miércoles aquel día. Desde entonces, nos reservamos la tarde de ese día de la semana para nuestros encuentros. […] No nos congregó otro propósito distinto que conversar, hablar, comunicarnos, hacernos de un espacio donde pudiéramos oír y ser oídos, sin ventajas ni suficiencias. Sabíamos los unos de los otros, bien por alguna merecida nombradía o por relaciones anteriores. Mi misión consistía en llamar a cada quien los martes en la noche para recordarles nuestra reunión del día siguiente, y en asegurar que estuvieran cubiertos los detalles de los viajes de José Manuel desde Mérida.

Tal como narra Baptista en su prólogo, aquella primera reunión de septiembre del 95 había tenido su antecedente en enero de 1992, cuando le remitió una comunicación a Leonor Giménez de Mendoza, presidenta de Fundación Polar, para sugerirle que esta institución ampliara el apoyo que prestaba —y presta— a la investigación científica y el Diccionario de Historia de Venezuela  “a las creaciones espirituales de los científicos sociales en Venezuela, de los humanistas, de los artistas, de los pensadores».

En junio de 1995, Baptista fue recibido por Graciela Pantin, personalidad de la cultura y las artes, quien entonces era gerente general de Fundación Empresas Polar. Era, a no dudarlo, la interlocutora ideal para tan sui géneris plan.

—No podíamos darnos un nombre —evocó Baptista en su nota prologal—; nos queríamos más bien anónimos como grupo. Más aún, no teníamos presión alguna que nos obligara a hacer nada muy concreto. […] Ensayamos diversas manera de conversar: entre nosotros solos; en la presencia de algún invitado; con algún tema predeterminado que alguno de los ocho introducía, o simplemente dejando al azar el curso de la tarde. También en reuniones masivas junto con grupos de jóvenes artistas, poetas, músicos, dramaturgos, así como con científicos sociales, políticos e historiadores. Pero debo insistir sobre el tenor de estos años: nos propusimos conversar, discurrir, controvertir, argumentar, con la conciencia de que en estos asuntos que le atañen al hombre y su destino no hay ni puede haber apremio, y que, como bien lo dijera alguien, si el pensar sobre estos temas se asimilara a una carrera de velocidad el ganador sería quien llega de último.

La idea que contribuyó a darle una misión al grupo de los ocho provino de don Pedro Grases, a quien Asdrúbal Baptista visitó en diciembre de 1996. En conversación con el ilustre filólogo, los dos hombres llegaron a la conclusión de que debía prepararse una publicación sobre la centuria presta a concluir.

Cinco años, todos los miércoles

La Fundación Empresas Polar encargó a la socióloga Elizabeth Monascal, coordinadora de Cultura, el enlace entre la institución y el grupo. La tarea se prolongaría por cinco años.

—Mi papel —explica Elizabeth Monascal— era coordinar la parte administrativa y la logística. Yo participé en todas las reuniones, que empezaban con un almuerzo en el comedor ejecutivo de Fundación Empresas Polar; y luego las sesiones de trabajo, todas las cuales fueron grabadas y trascritas, tenían lugar en el salón de reuniones. Pero en este caso, el día que se recibió la visita del doctor Velásquez, el encuentro se hizo en la sala de juntas de Presidencia, una sala que se usaba solo para las reuniones de la junta directiva de la Fundación Empresas Polar. Allí se tomó esta foto. 

«Al principio, eran conversaciones sin aparente orden. Intercambios de ideas para valorar lo que cada uno consideraba fundamental en el quehacer intelectual del país. Y luego se fueron incoporando los invitados, la mayoría de los cuales serían autores de respectivos textos incluidos en el índice. En la Fundación se generó una especie de leyenda. Los llamaban, sin un ápice de ironía, el Grupo de los Sabios; y todo el mundo estaba pendiente, con mucha expectativa, de cuál sería el invitado, siempre gente muy distinguida. Como a los ocho meses de haber empezado las reuniones, hicimos un listado de temas y de personas en relación con esos temas. Ahí comienza conformarse la publicación».

Al pedirle un breve perfil de cada uno de los miembros del grupo, Elizabeth dice: 

«Ramón Piñango era el duro de la partida. El pragmático, con un pensamiento directo, lo mismo que su verbo. Yo diría que el más práctico, el más directo. Isaac Chocrón puso sus condiciones desde el principio, de entrada planteó: “me imagino que uno está en este grupo mientras uno quiera. Si yo decido un día que me voy, me voy y no pasa nada ¿verdad?». Sí, claro, le dijimos. Y nunca se fue».

«Yo era amiga de Rafael Cadenas y a su esposa Milena desde hacía décadas. Por eso fui yo la encargada de invitarlo integrar el grupo. Por esa época, Rafael enfrentaba una depresión. Se mostró renuente a aceptar un compromiso que suponía asistir todas las semanas a una reunión, trasladarse (nunca ha tenido carro), compartir con personas a quienes no conocía. A título de nuestra amistad, le propuse que asistiera a un par de reuniones y, si no se sentía bien, que dejara de ir. Me preguntó que cómo sería eso, qué se esperaba de él… Le dije la verdad: yo no lo sabía. Nadie podía responderle eso, porque la dinámica emergería en el curso de los encuentros. E insistí: “si al tercer miércoles no te sientes bien, te retiras y no ha pasado nada”. No solo fue al tercer miércoles, puedo asegurar que esos cinco años fueron de los mejores para Rafael. Era el primero que llegaba. Se pasaba de la UCV, donde daba clases, para Fundación y se quedaba en la Coordinación, conversando con Grisel Molina, mi secretaria. Al poco tiempo de empezado el trabajo, empezó a venir muy atildado. Isaac decía que Rafael había empezado a copiar la manera de vestir de Luis Enrique Pérez Oramas, el más joven del grupo, aficionado a usar chalecos. Se compenetró a la perfección con sus compañeros y participaba mucho. Se sintió muy querido y apreciado». 

«El aporte de Luis Enrique Pérez Oramas fue vital, porque trajo a la gente del arte que estaba activa en aquel momento. José Manuel Briceño Guerrero, quien venía desde Mérida todas las semanas, le daba el tono irreverente a las reuniones. En algunos momentos, demasiado… pero siempre con respeto y camaradería. Maritza Montero fue una voz muy importante para el área de las ciencias sociales y la cuestión de la identidad. El doctor José Luis Vethencourt, cuya voz era apreciada como la de un maestro para todos, estaba pasando por una etapa muy díficil. Tenía un hijo muy enfermo que, de hecho, murió en esos años. Fue un golpe terrible. Y al doctor Baptista yo lo definía como un caballero inglés. Con una gran capacidad de convocatoria y una manera de expresarse muy fina y elaborada. Un auténtico creador, un filósofo. Jamás he conocido un economista con la visión del doctor Baptista, quien jamás tuvo un gesto divergente de su conducta habitual. Siempre fue una persona de trato exquisito.» 

—Quiero destacar —concluye Elizabeth Monascal— que la Fundación Empresas Polar brindó un espacio con todas las facilidades y atenciones para que el proyecto llegara a buen puerto. 

Una tarde con Ramón J. Velásquez

Sabemos lo que se habló ese día de la foto porque el encuentro fue grabado y el texto resultante  fue incluido en el primer tomo.

Asdrúbal Baptista abrió la conversación con una cita del invitado, que rezaba así: 

“Estos 50 años pasados —40 para ser más precisos—, son un interregno en la vida del país, que este tiempo civil, civilista, libertario, democrático, son un paréntesis en lo que la historia de Venezuela muestra como su trasfondo más profundo, más permanente, más llevadero, que es un modo de vida autoritario, militar, autocrático, profundamente antidemocrático, antilibertario, anticiudadano”. A continuación, Velásquez hizo un resumen del devinir del siglo XX de nuestro país desde la perspectiva del estudioso y del testigo. 

Al llegar al su visión de la Venezuela de aquel momento (1999), dijo: “Considero que el siglo XX, que acaba de finalizar, fue un tiempo histórico caracterizado por la paz política, después de casi un siglo de guerras civiles; de integración de la sociedad venezolana que anduvo dispersa en montañas y llanuras, aislada por la falta de caminos. Es el tiempo histórico en que se modifica la estructura de la economía nacional, se logra el avance en los campos de la educación y la cultura, circunstancias históricas que hacen posible el comienzo de una etapa democrática. […] se puede a afirmar que el siglo XX abrió las puertas del país hacia un gran destino. […] Puede decirse, porque así lo señala la historia, que Venezuela ha sido siempre un país que encuentra las soluciones más inesperadas, por no llamar novedosas, como solución de sus grandes crisis políticas”.

Un país dramáticamente pobre

—Recuerdo esas reuniones con sumo agrado —dice Ramón Piñango—. Hacía todo tipo de esfuerzos para no fallar en una reunión. Eran muy interesantes. En aquella época, cuando ya se veía la turbulencia que venía, era imprescindible asistir, porque se discutía la evolución del país. 

«La Venezuela de los 60 nos ha quedado en la memoria como un país lanzado hacia el futuro… «, escribió Piñango en el capítulo que se le asignó. «En tiempos de resentimientos —y vivimos tiempos de resentimientos— la gran tentación es despreciar y echar a un lado a quienes, por una u otra razón, se han destacado y que, en rigor, debemos denominar élite. Élite suena a rico… […] Si todo esto que ya está ocurriendo, continúa y se profundiza, la Venezuela que se dibujará, cada vez con más diafanidad, podría ser descrita como sigue: un país dramáticamente pobre. […] Solo un movimiento social tendrá la fuerza necesaria para realizar el esfuerzo colosal que significa reconstruir una sociedad». No por nada los llamaban sabios.

Al preguntarle por el método de trabajo, Piñango dice: «Es fundamental recalcar que Asdrúbal trabajaba en equipo. Y, como líder de equipo, tenía una virtud fundamental: sacaba lo mejor de cada integrante. Asdrúbal era una persona amable, muy capaz, muy bien preparado, con un uso exquisito del castellano. En ese sentido, muy andino. Sin tener acento andino, lo era prorfundamente. Muy formal: siempre iba al IESA con corbata. En sus clases era muy formal, lo que no implica que fuera predecible. Asdrúbal ofreció en el IESA la optativa Sabiduría para el liderazgo, donde les hacía leer a los estudiantes de Gerencia, literatura, poesía y filosofía; y fue un éxito.

La ansiedad trágica del poeta

—Esas reuniones —evoca Luis Enrique Pérez Oramas— empezaron sin una idea muy clara de su finalidad, pero Asdrúbal que es un sensacional líder de grupos y de pensamiento, lo fue conduciendo de manera brillante. Yo era un muchacho recién llegado de Francia, donde había estado viviendo muchos años, porque me quedé dando clases después de hacer mi posgrado. Había regresado en diciembre del 94 y apenas llegué publiqué un libro en el Conac y luego Graciela Pantin me invitó a publicar mi libro La cocina de Jurasic Park y otros ensayos visuales, en la colección de Fundación Polar. Graciela y Asdrúbal me invitaron. Yo tenía 35 años cuando me uní al proyecto. Como se ve en la foto, los demás eran un poco mayores. 

«Pasamos la primera etapa de aquella segunda presidencia de Caldera (1994-1999), que fue terrible», sigue Pérez Oramas. «Luego vino la Agenda Venezuela y la llegada de Petkoff al gobieno [dirección de Cordiplan (Oficina Central de Coordinación y Planificación), entre 1996 y 1999] y las cosas se tranquilizaron un poco. Pero ya aparecía el espectro de Chávez, quien estaba en campaña. Recuerdo que el presidente Velásquez comentó, cuando estábamos en la parte informal del encuentro, que Chávez no conocía a nadie, que iba a ciegas por el país». 

Pérez Oramas conoció a Asdrúbal Baptista por ese grupo de Fundación Polar. «Sabía que era el gran historiador de la economía petrolera venezolana y una inteligencia particularmente completa. Y al tratarlo me impresionó siempre muchísimo su curiosidad intelectual por todo, tenía una especia de hambre voraz de conocimiento racional, pero siempre también emocional. Es decir, no era un intelectual frío, un economista de puras cifras. Era capaz de animar esas cifras con un sentimiento de afecto que de ninguna manera nublaba la objetividad o la fidelidad de la apoximación. Pero a mí me asombraba la capacidad de Asdrúbal para moverse en el terreno de la filosofía, la historia, las ideas estéticas, las ideas políticas… siempre con una primacía política en la orientación de su pensamiento. Lo más relevante en Asdrúbal Baptista es la dimensión renacimental de su figura». 

—La otra cosa que era un prodigio —sigue Pérez Oramas— era verlo analizar la historia económica de Venezuela. Era hipnótico. Desmontaba los lugares comunes mediante el empleo argumental de los hechos. Por ejemplo, para encontrar signos positivos en esa historia que todos hemos estigmatizado y, de paso, conjurar ese sentimiento de culpa porque Venezuela supuestamente se construyó sobre la donación petrolera, un mito construido por nosotros mismos y que desemboca en la creencia de que no hemos hecho nada, que los venezolanos nos limitamos a recibir el petróleo. Ante semejante creencia, Asdrúbal desplegaba su formidable comprensión del asunto para explicar que esa donación había sido producto del trabajo, que no había tal dádiva natural, sino la acción humana sobre los recursos. Asdrúbal insistía en que nuestro devenir petrolero es una historia de trabajo y de sacrificio; y no, como suele decirse, de haber recibido un regalo de Dios. 

—Y la tercera particularidad de Asdrúbal es su capacidad para comunicarse con gente de todos los ámbitos, de todos los registros y medios. El entusiasmo que Asdrúbal tenía por el grupo y por cada uno de sus integrantes. Su entusiasmo por Rafael, por Isaac, por José Manuel, quien se notaba menos espantado ante la posibilidad de que Chávez fuera presidente. 

«Recuerdo muy claramente el día que Asdrúbal llegó al almuerzo del grupo, tras un evento donde había conocido al entonces candidato presidencial Chávez. Asdrúbal venía imbuido en una sensación de cierta atracción y evidente repulsión, y nos dijo: “Vamos a escuchar hablar de este hombre por muchos años”. En la medida en que se acercaban las elecciones, el grupo se fue politizando, quizá porque Asdrúbal estaba cada vez más ansioso ante lo que veía sobrevenir». 

—De esos encuentros —concluye Pérez Oramas— recordaré siempre la tempranísima ansiedad trágica de Rafael Cadenas al entender que Venezuela entraba en un túnel oscurísimo, antes de que nadie entendiera eso con tanta claridad; y para quienes nos atrevíamos a pensar que estábamos muy mal, pero que no llegaríamos a estar tan mal como estamos ahora, aquella pesadumbre de Rafael era una lección de vida. Yo recuerdo discusiones en el grupo sobre lo que significaba el deterioro del lenguaje como espejo del menoscabo de la sociedad; y yo mismo me ponía en reserva de ese argumento con observaciones como “el lenguaje es un organismo vivo, que evoluciona, el de los malandros puede ser bello también”. Imagínate. Pero Rafael tenía razón: el lenguaje que se aniquila es la comunidad que se devasta. Y los hechos le han dado la razón. Lo mismo que a José Luis Vethencourt, quien veía con mucha angustia cómo volvíamos al momento de la justicia, cual es el linchamiento, la justicia por propia mano, el desmembramiento absoluto de un sistema de justicia. Más técnicos en su perspectiva eran Ramón Piñango y Maritza Montero, pero Isaac era el alma de todo aquello. 

Una línea aquí inter nos

Al final de esa tarde, Asdrúbal Baptista le dijo a Ramón Velásquez: “Después de este recuento, en el que usted nos ha narrado el siglo XX de Venezuela y sus vivencias en él, qué nos puede decir, a manera de conclusión, aquí, entre nosotros.”. 

Velásquez cruzó los brazos, se sumió en actitud pensativa y respondió: “¿Ustedes quieren, de verdad, que yo les diga mi conclusión, después de tantas vicisitudes?”.

—Sí, claro— le confirmó Baptista

Y Velásquez dijo: “Tanta democracia cansa”.


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