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Lea aquí el primer capítulo de Diorama, la más reciente novela de Ana Teresa Torres
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La editorial independiente venezolana, Monroy Editor, abre su colección literaria con la publicación de Diorama, novela de la consagrada narradora Ana Teresa Torres, autora de Doña Inés contra el olvido, Los últimos espectadores del acorazado Potemkin y La escribana del viento, entre otros títulos. A continuación publicamos el primer capítulo de Diorama.
1.
Se sentó en su lugar preferido, el sillón verde frente a la mesa redonda, junto a la ventana desde la que podía verse un poste de luz que no alumbraba porque hacía mucho tiempo que el bombillo estaba fundido. Le gustaba la sombra del atardecer en la esquina solitaria y esperar a que regresara Samid, verla recorrer la acera, entrar en el edificio, abrir la puerta y decir, ¿ya llegaste, Dimas? Entonces comentaban las anécdotas del trabajo, que casi siempre eran las mismas, pero aquel día fue distinto. Aquel día Dimas tenía cosas nuevas que contar.
-Hay problemas con el supervisor.
-¿Qué clase de problemas?
-No está conforme con mis reseñas.
-¿Cómo que no está conforme?, tú eres el mejor reseñador del instituto, y él lo sabe.
Dimas trabajaba en el Instituto Nacional de la Reseña desde hacía más de veinte años. Había recibido varios premios, era ejemplo para las nuevas generaciones y el más reconocido por sus colegas. Su amigo Cosme siempre lo decía, “las reseñas de Dimas son las mejores, yo quisiera reseñar tan bien como él”. Pero los tiempos habían cambiado, el supervisor le había advertido que los directores no estaban contentos con su trabajo y no quería verse obligado a despedirlo.
-Despedirme, ¿por qué? Mis reseñas están al día, nunca retraso las entregas, y creo que soy el que produce el mayor número de ellas.
-No se trata de eso.
-Entonces, ¿de qué se trata?
-De lo que escribes, Dimas, de lo que escribes. Es todo, cómo decirte, muy siniestro, muy lúgubre, muy triste. Ese tono no es el que necesitamos. Queremos algo más optimista, más alegre, más esperanzador.
Dimas se echó a reír. -No puedo creer que me estás hablando en serio. Los libros dicen lo que dicen. Yo no puedo hacerlos optimistas, alegres o esperanzadores, si no lo son.
-Entonces cambia de libros. Debe haber otros más apropiados, ¿no crees?
-Siempre hemos tenido plena libertad para escoger los libros que reseñamos, yo selecciono lo mejor de la novela, del pensamiento, de la poesía. ¿Quieres que me ponga a reseñar libros de autoayuda?
-En el Reino de la Alegría no se necesitan libros de autoayuda porque el Ministerio de la Felicidad vela por todos.
-De verdad, no entiendo qué se espera de mí.
-Se espera que reseñes libros felices, es muy fácil de entender.
En el Reino de la Alegría se había creado un Ministerio de la Felicidad y también una ley contra el odio. El odio estaba castigado con pena de cárcel, si nadie odiaba a nadie no podían existir motivos de infelicidad porque la mayor desgracia era el odio de unos contra otros, y si el odio estaba prohibido la felicidad era general.
Samid guardó silencio. No sabía qué decir, ni qué pensar. Sacó una botella del aparador y sirvió dos copas.
-¿Crees que bebiendo se nos ocurrirá algo?
-Se me ocurre lo que estoy haciendo, beber un poco, por cierto, no es mucho lo que nos queda. Voy a preparar la cena.
– No tengo hambre.
– Igual hay que comer.
-¿Ya lo sabías? -Dimas se quedó sorprendido-. ¿Y por qué no me lo dijiste?
-No quería preocuparte.
-Ahora sí que estoy preocupado. ¿Lo sabe alguien más?
-Creo que lo sabe todo el mundo.
-Todos menos yo.
Dimas se sentía traicionado. Su mejor amigo, su colega de toda la vida, le había ocultado la situación en la que se encontraba.
-El asunto es grave, pero tiene solución. Lo único que debes hacer es escribir las reseñas tal como ellos las quieren, optimistas, alegres, esperanzadoras. Yo vengo haciéndolo así y no se ha presentado ningún problema, es solo cuestión de cambiar la perspectiva.
– ¿Quieres que cambie la perspectiva de Akhmátova, o de Mandelstam, o de Bunin?
– Por favor, Dimas, deja a esos rusos en paz.
-Muy bien, entonces le cambio la perspectiva a Alejandra Pizarnik, o a Thomas Bernhard o a Rafael Cadenas.
-Estoy tratando de ayudarte. Trata de entender.
-O mejor a Celan, esa sí que es una buena idea, darle una perspectiva optimista a Celan.
-Te estás tomando a broma un asunto muy serio. Y además, sabes muy bien que los únicos que leen las reseñas son los supervisores. Nadie más las lee, simplemente pasan del Instituto Nacional de la Reseña al Instituto Nacional del Archivo, donde tampoco las leen, solo las archivan. Pregúntale a Samid.
-O una perspectiva esperanzadora de Ismaíl Kadaré, eso es, cómo no se me había ocurrido.
-Está bien, Dimas, ya veo que no es un buen momento para hablar de esto. Discúlpame por insistir.
-No, discúlpame tú a mí. Comprendo que tienes razón, solo que no estoy preparado, sabía que este día llegaría y he intentado todo el tiempo no pensar en ello, pero ahora es inevitable.
-Claro que es evitable, necesitamos estos míseros empleos para subsistir y no los vamos a perder por una cuestión de perspectiva. Te voy a decir cómo lo he solucionado yo. Escribo primero la reseña como siempre, pensando en lo que el autor quiere decir, luego la leo y subrayo todo lo que suene pesimista, lúgubre, triste. Y entonces le doy la vuelta. Es cuestión de buscar el antónimo del sentido, si es que tal cosa existe.
-Te entiendo perfectamente. Escribes lo contrario.
-Exacto. ¿Sabes de dónde saque la idea?, de una película argentina que vi hace tiempo, no recuerdo el título ahora, contaba la vida de una niña que vivía escondida con su madre a la que perseguían los militares, en el colegio le pusieron una tarea, que escribiera una historia, cualquier historia. La niña escribió lo que le estaba pasando a ella y a sus padres, y cuando la maestra lo leyó se asustó mucho, era una buena persona, llamó a la mamá y le explicó que esa historia le podía costar muy caro. Entonces ayudó a su hija a escribir otra versión, la misma pero al revés, la familia apoyaba a los militares y los perseguían los guerrilleros, y al final hasta recibió un premio.
Cuando regresó a su casa le preguntó a Samid:
-Dime una cosa, ¿en tu instituto leen las reseñas que nosotros mandamos?
-No que yo sepa.
-Eso es lo que dice Cosme.
-¿Y qué más dice?
-Dice que para solucionar mi situación debo cambiar la perspectiva.
-¿Y eso cómo se hace?
-No es demasiado difícil pero no sé si quiero hacerlo.
-Si los dos perdemos nuestros trabajos pasamos al Departamento de Personas Inservibles y allí moriríamos en poco tiempo. Menos mal que no tenemos hijos, nuestros padres ya fallecieron y nuestros hermanos han abandonado el reino. Solo tenemos que preocuparnos por nosotros mismos.
Sobre su escritorio se amontonaban los libros pendientes y la pantalla de la computadora seguía mostrando la página en blanco. Al intentar convertir las reseñas tristes en alegres, Dimas se iba sintiendo progresivamente deprimido hasta entrar en un estado melancólico que lo alejaba del mundo. Lo único que deseaba era sentarse en su sillón, el sillón verde frente a la mesa redonda, junto a la ventana desde la que podía verse el poste de luz. Le comentó sus cavilaciones a Cosme en el receso de la mañana.
-Eso que sientes es un problema que ya los supervisores han detectado. El ritmo de trabajo ha disminuido considerablemente, parece que la mayoría de los reseñadores experimenta un estado de ánimo similar.
-¿Y tú no?
-Yo vengo acostumbrándome a la idea desde hace tiempo y muy poco a poco, de esa manera he logrado resistir mejor. ¿Conoces el libro de Bandi?
Dimas no lo había leído.
-Es el seudónimo de un escritor de Corea del Norte que logró sacarlo clandestinamente, no hay muchos detalles sobre cómo lo hizo para evitar incriminar a las personas que lo ayudaron. Son varias historias y fue publicado en 2017 con el titulo La acusación en una editorial de Barcelona. Te lo puedo prestar.
-¿Hiciste la reseña?
-La escribí, pero no me atreví a entregarla. Luego te paso algo por mensaje, pero bórralo inmediatamente.
Era un fragmento de una historia titulada “Tan cerca, tan lejos”. No quiso borrarla hasta que Samid la pudiera leer.
Quería llorar con toda su rabia, quería golpear el suelo y agitar sus puños contra el cielo. Pero en este país incluso llorar está considerado un acto de sedición y podía suponer una condena a muerte. La ley exige que la gente sonría pese a sus sufrimientos y cada uno debe tragarse solo su amargura.
-¿Qué piensas?
-Hace tiempo que no pienso nada, solo en lo nuestro.
-Creo que mañana no voy al instituto, llamaré a decir que estoy enfermo.
-Está bien, necesitas descansar, todo esto es muy pesado. Ahora tener que escribir reseñas alegres de libros tristes, lo que faltaba.
-¿A ti no te han pedido nada distinto?
-Por el momento no, me limito a archivar los documentos y nadie me ha ordenado nada nuevo, pero en algún momento ocurrirá. Estoy segura.
-Es lo más probable.
-¿Sabes qué?, voy a hacer lo mismo que tú, llamaré a decir que estoy enferma.
Entró un mensaje de Cosme, “¿ya lo borraste?”. “Tranquilo”, contestó Dimas.
Al día siguiente sonó el teléfono. – ¿Qué te pasa?, no viniste hoy.
-Me siento mal, avisé esta mañana.
-En este momento te tienes que sentir bien, es imprescindible que te presentes aquí mañana, a primera hora como siempre.
-¿Qué es eso tan importante que va a ocurrir mañana a primera hora?
-Paso en un rato por tu casa.
Dimas se sentó en su sillón preferido, frente a la mesa redonda junto a la ventana. Vio venir a Cosme y se levantó a abrir la puerta.
-¿Quieres algo?
-Un café está bien, o no, mejor un whisky.
-Aquí hace tiempo que se acabó el whisky -se escuchó decir a Samid -, te puedo ofrecer una cerveza.
-Voy al grano -dijo Cosme destapando la cerveza-; el tema se ha complicado. Como te dije, muchos colegas han ido entrando en un modo depresivo que han tratado de ocultar pero que ya resulta evidente. No es uno ni dos, son casi todos, somos, mejor dicho. El asunto ha pasado a las instancias superiores, todo esto lo sé porque tengo una informante, Lili, nos conocemos desde niños y ella de vez en cuando me cuenta cosas. Mi padre ayudó mucho al suyo en otros tiempos, y ella me lo quiere agradecer, una buena persona.
-Cosme, por favor, no te vayas por las ramas.
-Muy bien, no quieres detalles, pues no te doy detalles. Mañana tendrá lugar la apertura del curso de instrucción política de la felicidad y todos los reseñadores estamos obligados a asistir. No puedes faltar.
-¿De verdad estás hablando en serio?, -intervino Samid.
-¡Como para tomarlo a broma! Esta será la primera clase, pero la instrucción continuará hasta que todos los reseñadores hayan demostrado haber aprobado la materia; se harán exámenes periódicos, además de la observación y control, por supuesto.
-La observación y control, ¿de qué?
-La observación de los reseñadores para analizar si su estado de ánimo ha mejorado, y el control de sus reseñas para comprobar si han tomado la perspectiva adecuada.
-Es demasiado absurdo.
-Absurdo o no, Samid, el curso empieza mañana a las 8 am y es imprescindible que Dimas asista. ¿Y sabes por qué? Porque él es el encargado de dar la clase.
Dimas había permanecido en silencio, ensimismado en el poste que no se encendería por la noche, pero cuando Cosme terminó de contestar las preguntas de Samid, su atención volvió a la conversación.
-¿Quién dices que va a dar la clase?
-Tú, Dimas, tú mismo.
-¿No será que te has vuelto loco, o que todos estamos locos?
-No lo sé, lo único cierto es que el supervisor dijo muy claramente tu nombre, insistió en que habías sido elegido en atención a tus méritos profesionales, y que la primera clase te correspondía a ti por ser el mejor reseñador del Instituto Nacional de la Reseña.
– No lo hagas, Dimas, es una trampa.
-No tiene escapatoria, Samid, no puede dejar de hacerlo. No puede rechazar el honor de ser el primer instructor de las reseñas felices, la consecuencia sería el despido inmediato, probablemente sin jubilación.
Los tres permanecieron en silencio. En una obra de teatro la iluminación hubiera disminuido hasta dejar la escena a oscuras, pero no era una obra de teatro.
-¿Te quedas a comer con nosotros?
-Quédate, voy a necesitar ayuda.
Pasaron casi toda la noche sin dormir y por la mañana Dimas estaba listo para dar su clase. Dudaba si había logrado su propósito, es decir, transformar lo pesimista y desesperanzador en optimista y esperanzado. Cosme lo tranquilizaba asegurándole que el resultado era bastante bueno, quizás con más tiempo hubiera logrado un producto más refinado, pero para ser la primera vez quedaba muy aceptable. Al llegar, saludaron a los supervisores y directivos, casi todos habían sido puntuales, lo que no dejaba de ser inusual, y el acto comenzó a la hora prevista con las palabras del director.
-Hoy estamos reunidos para dar inicio a nuestro programa de instrucción de la felicidad, en el que nosotros, como profesionales del Instituto Nacional de la Reseña, tenemos una misión fundamental que cumplir. Nuestro pueblo ha decidido ser feliz y somos nosotros, los que divulgamos el contenido de los libros en el reino, los que estamos obligados a servir con nuestro mejor esfuerzo a su fin máximo: la alegría absoluta. Es decir, completar la gran obra de nuestro proyecto, construir el Reino de la Alegría para siempre, pero nuestra alegría, compañeros, no está asegurada porque nuestros enemigos no descansan en su finalidad perversa de destruirla, por eso, en este instituto, ponemos nuestro grano de arena para alcanzar la playa de la felicidad plena.
Continuó por un buen rato y Dimas dejó de oírlo, estaba nervioso y revisaba sus apuntes para estar seguro de algo imposible, que su clase fuera un éxito. Cosme, sentado en otra esquina de la sala, le enviaba mensajes tranquilizadores. Fue llamado al estrado, se acomodó la corbata, aproximó el micrófono, aclaró la voz, saludó a los presentes, agradeció el honor de haber sido el primer convocado y procedió a leer su escrito.
-No daré el título del libro que he escogido, ni tampoco el nombre del autor, porque inevitablemente esa información desvía el propósito clave de esta clase. Quiero que ustedes escuchen sin ningún prejuicio lo que voy a exponer a continuación, y para ello es necesario que no se siembren opiniones preconcebidas y que todos puedan atender exclusivamente al texto sin pensar en quién lo escribió, cuándo, y dónde. Resumo para ustedes algunos episodios.
Poco después del incendio Diorama comenzó a sufrir una sequía abominable que arruinaba las cosechas, único medio de vida de la población. Muchos de ellos abandonaron el lugar y se perdieron para siempre en ciudades desconocidas, pero otros, fieles a su tierra, decidieron emigrar a la región de las cumbres en donde la lluvia era casi constante durante, al menos, ocho meses del año. El éxodo desalojó la antigua población y produjo una nueva, la que después se conoció como Nocturama,
-Pueden ver en este fragmento cómo el autor describe una situación de calamidad que obliga a la emigración de los habitantes, pero al mismo tiempo destaca el valor positivo del éxodo que dará origen a un renacimiento y revierte así la situación. Sigamos.
No era un pueblo feliz, como ninguno lo es. Ni justo, como pocos lo son. Vivía sus ciclos en medio de dificultades y experimentaba épocas de bonanza y otras de pobreza. Quizá lo inesperado de su origen los inclinaba hacia la utopía, pero también a la nostalgia de los tiempos guerreros que ellos mismos habían decidido establecer como sus antepasados.
-Aquí comienza a plantearse un tema fundamental de la novela; inmerso en un clima oscuro y difícil surge por primera vez lo que será la semilla de la alegría de sus habitantes: la nostalgia de su pasado glorioso que dará origen a la utopía que los conducirá a la felicidad. Como sabemos, muchos pensadores han coincidido en que el utopismo es una condición indispensable para el avance de la humanidad.
Ciertamente el exilio de Diorama a Nocturama era la gloria mayor con la que contaban como pueblo, pero un vacío muy notable se presentaba en su leyenda: quién era el héroe del éxodo. Una gesta emancipatoria requería de un nombre, mejor dicho, de un hombre.
Pasaron dos meses y, finalmente, el héroe apareció en la plaza central de Nocturama una noche de invierno en la que todos los habitantes estaban recluidos en sus casas. Aquella noche había caído muy temprano, ya poco después de las tres de la tarde la espesura de la neblina impedía distinguir a más de un metro de distancia. Sólo algunos habituales del Nocturama Pool Bar seguían bebiendo y hablando estupideces cuando alguien golpeó la ventana. El héroe estaba allí, detrás de los cristales del Nocturama Pool Bar, intentando llamar la atención de los concurrentes. Los pocos que todavía jugaban cartas o pool se sobresaltaron y quedaron estupefactos ante su aparición. En realidad era un hombre normal, no tenía ningún rasgo que lo diferenciara de modo llamativo; de estatura mediana, facciones regulares, un hombre de aspecto ordinario.
-Este es, sin duda, el episodio que resume la esencia del argumento: el encuentro del héroe con su pueblo. Esperaban una aparición sorprendente, y quien los buscaba -observen que el héroe se hace notar con el simple gesto de golpear los cristales de la ventana de un modesto lugar recreativo para los vecinos-, era un hombre común, un hombre como ellos, es decir, un hombre surgido del pueblo.
Mientras tanto una certeza era evidente para todos: la comida escaseaba y la verdad no podía ignorarse por más tiempo. Fue necesario instaurar unos contenedores colectivos para almacenar los alimentos y evitar así el mercado informal que dejaba a los más débiles sometidos a la privación. Se repartieron libretas de consumo de modo tal que todas las familias recibieran lo indispensable, sin que esta medida solucionara la crisis. Los nocturanos no abandonaron la constante vigilia. El héroe sin estatua era su única oportunidad para consagrar su origen y recordarlo por milenios. Ésa era la razón que los impulsaba a esperar noche tras noche a que el héroe revelara su nombre. En cada pieza oratoria lo prometía, y a la siguiente ocasión la promesa era pospuesta. Se trataba, entonces, de resistir. Resistir maltrechos hasta tanto el héroe proclamara su nombre y pudiera inscribirse en una estatua como fundador de Nocturama.
-La calamidad amenaza con arrasar a Nocturama y, sin embargo, la fuerza de la esperanza los mantiene unidos, “resistir maltrechos”, qué mejor expresión de la alegría de un pueblo firmemente unido en el camino que les marca su héroe -comentó Dimas.
Las campanas de Nocturama redoblaron insistentes hasta que la población entera se hubo despertado. “Ha llegado el héroe”, gritaban los ciudadanos tan conmovidos que no podían ni creerse a sí mismos. Todo Nocturama se volcó a la calle y aguantó bajo la helada el primer discurso del héroe sin estatua, a quien montaron en una tarima improvisada en la plaza central. Fue una larga pieza llena de circunloquios y citas alusivas a la historia nocturana la que escucharon pasmados mientras el frío resbalaba por los abrigos y los gorros con que se protegían de la inclemencia. Tampoco, es necesario decirlo, la gente estaba tan pendiente de tales detalles. Era la sorpresa, la felicidad, el porvenir, la gloria del pasado, el conjunto que aplaudían.
-Concluyo aquí, apreciados colegas. Creo que habrán podido disfrutar de una novela que muestra muy claramente cómo, a pesar de las penurias, los pueblos encuentran la felicidad si asumen la fuerza heroica que los guía.
El auditorio prorrumpió en aplausos y el director dijo que había sido un gran acierto comenzar el curso con él. Dimas agradeció los elogios, recogió sus papeles y se dispuso a bajar del estrado. Inesperadamente alguien alzó la mano para pedir la palabra:
-Creo que he leído esa novela, su título es Nocturama. La autora es una mujer, no recuerdo el nombre. Siempre pasa que nos olvidamos de las mujeres -se rió-, es una broma, por supuesto. Lo que quiero comentar es que en su momento no tuvo demasiado éxito, y en mi opinión ello se debió a que su tono lúgubre desanimaba a los lectores. Por eso me sorprende que ahora Dimas la proponga como un ejemplo de felicidad y esperanza.
Cosme intervino a tiempo. -Muy interesante el comentario del compañero, hagamos un seminario con los resultados de las distintas clases de este curso de instrucción política de la felicidad. En otro momento, claro está.
Regresó derrumbado. Mientras Cosme lo ayudaba a subir las escaleras escucharon los gritos de una mujer y una niña que se habían quedado encerrado en el ascensor.
-Vivo en el último piso y tengo setenta y cinco años.
-Como quiera, pues.
Al entrar en el apartamento Samid los recibió en lágrimas.
-¿Qué te pasa?
-He estado muy nerviosa esperando que te comunicaras conmigo.
-No podía hacerlo.
Samid y Dimas se abrazaron. -Quédate tranquila, todo salió bien, mucho mejor de lo esperado.
-¿Crees que no sospechan nada?
-Estoy seguro, conozco a ese supervisor, estaba contentísimo, lo único malo es que a lo mejor quiere que Dimas repita la clase.
-No lo haré, te lo aseguro, no lo haré. El costo emocional es demasiado grande.
-Fue un mal chiste, nada más. Es poco probable que ocurra, la política es que cada reseñador se encargue de una clase de modo de quebrarnos a todos poco a poco.
-Cosme, he dedicado mi vida a los libros, a leerlos, a tratar de entenderlos para compartir con otros la belleza o la sabiduría que contienen, y este coño de su madre me ha obligado a representar una parodia de mi oficio, del oficio que considero sagrado.
-No te pongas dramático. Es un oficio muy hermoso, pero tampoco sagrado. Nada es sagrado.
-Y él lo sabe, estoy seguro, lo sabe y quiere humillarnos, goza haciéndolo.
-Él también está humillado, él también alguna vez pensó que su trabajo era hermoso y útil -interrumpió Samid-, incluso sagrado.
-Me importa un carajo lo que él haya pensado, ahora o antes. Me importa un carajo que él se sienta humillado. Lo único que sé es que él me humilla a mí.
-A todos.
-A todos y a mí.
Cosme hizo ademán de levantarse. -Estamos muy cansados y es tarde.
-Discúlpame, no mereces recibir el veneno que llevo adentro, más bien tendría que estar agradeciéndote que me hayas ayudado a montar esto, no sé cómo llamarlo, la clase.
-Hace años reseñé La lección. Quizás venía preparándome para este día.
-El profesor de Ionesco mata a la alumna. Aquí ha sido al revés.
Ana Teresa Torres
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