Telón de fondo

Las vicisitudes del mulato Olivares

24/09/2018

The Old Plantation, atribuida a John Rose

La Independencia, como se sabe, no fue producto de unos meses de pugna contra la dominación española. Fue el resultado de una distancia fraguada a través de largo tiempo por los colonos de entonces, que desembocó en los movimientos de 1810. También dependió de sucesos ocurridos en el exterior de la provincia, capaces de determinar las conductas domésticas. Ya en la segunda mitad del siglo XVIII las reacciones contra la metrópoli, si no se hacen evidentes del todo, dejan de ser infrecuentes, para que las autoridades teman turbulencias inéditas.

Pero las reacciones no son necesariamente colectivas al principio. Se pueden producir en núcleos sin significación numérica, o como producto de casos individuales que no parecen importantes. Si nos fijamos en las estadísticas, quizá se pueda asegurar que reina la paz en la Venezuela de la época, y que nada perturba el control ejercido por el rey a través de sus representantes. Sin embargo, cuando la mirada se detiene en casos concretos, descubre el anuncio de unas mutaciones aisladas que puede volverse peligrosas. En el ámbito de tales mutaciones topamos con el caso del pardo Juan Bautista Olivares, que ahora se describirá de forma sucinta.

Juan Bautista Olivares es un músico nacido en Caracas en 1765, que adquiere pasajera celebridad por la lucha que lleva a cabo por ascender los peldaños de su profesión y, si se da la oportunidad, obtener una limitada elevación social. Hijo de mulatos libres y hermano de un ejecutante y compositor más conocido, Juan Manuel Olivares, sirve en la liturgia de las iglesias de San Felipe Neri y Chacao, trabajo en el cual destaca por la pericia de sus acompañamientos. En 1791 solicita ante el obispo Martí una autorización para vestir hábito talar, quizá porque desea ingresar más tarde a la orden de los neristas. La petición es negada, después de un alegato que coloca al solicitante en un torbellino a través del cual se perfilan algunos desasosiegos del porvenir.

Pero, antes de ver lo más llamativo del caso, se debe considerar el estado de preocupación que vive la provincia por los sucesos de Haití, coletazos de la Revolución Francesa ante los cuales cualquier prevención es mínima. En especial después del levantamiento de los esclavos sucedido en agosto de 1791 contra los propietarios decididos a negar los principios de igualdad social que han ordenado desde París. Un oficio del presidente de la Asamblea General de Saint Domingue, que llega a las manos del gobernador de Venezuela y de un alarmado grupo de mantuanos, afirma:

Cien mil negros se han sublevado en la parte del Norte; más de doscientas haciendas de azúcar han incendiado, los dueños son despedazados, y si alguna triste mujer se encuentra descarriada, su cautiverio es un estado peor que el de la muerte; ya los negros han ganado las montañas, el hierro y el fuego está con ellos; (…) de todas partes, viejos, mujeres y niños abandonan sus casas y retiros, buscando en las embarcaciones el único alivio que les queda pasa salvar la vida.

La noticia produce consternación por la cercanía de los sucesos, y una persecución de sospechosos y de literatura subversiva que le da ocupación bastante a los sabuesos. Muchos de esos problemas ocuparon mi atención antes (La Mentalidad venezolana de la emancipación, Caracas, UCV, 1971) y ahora vuelve a ellos el colega Gustavo Vaamonde ( Remedios para atajar el mal, Madrid, 2016). Justo cuando el pardo Olivares suplica la licencia de la mitra, comienza en la comarca la pesca de heterodoxos.

Los pescadores advierten peligro en la solicitud del mulato, por las siguientes razones que envían de inmediato a Madrid:

Para llegar al Sagrado Orden del Presbiterado presentó (…) un escrito lleno de altivez y orgullo, en el cual descubre bastantemente su espíritu de soberbia, capaz de animar a los de su clase a sacudir el yugo de la obediencia y vasallaje.

El orden sacerdotal es entonces en Venezuela privilegio de los blancos. Los individuos de “mala raza” no pueden ser ministros del altar. La petición de Olivares no solo es una anomalía, una posibilidad de desquiciar el orden de las cosas, sino también un atrevimiento merecedor de castigo. ¿No ha sido movido por la baja pasión de la soberbia, un mal que puede extenderse con facilidad entre “las castas y los colores” mientras sucede el baño de sangre de Haití?

Pero no se está únicamente ante el esperado prejuicio de los destinatarios de la petición. Los investigadores descubren que

Leyó y explicó a Víctor Arteaga, también mulato, un Sermón que se atribuye al Arzobispo de París que contiene las más detestables máximas dirigidas a las ideas de libertad e igualdad.

En realidad es un escrito del célebre abate Gregoire, perseguido por el Santo Oficio, razón mayor para detener las pretensiones provocadas por la soberbia de un mulato, pero la culpa crece, según el gobernador Carbonell, porque el músico ha comentado sus opiniones a unos pardos que le guardan respeto. Escribe Carbonell a los titulares del Consejo de Indias:

El mulato Olivares ha logrado cierto ascendiente o superioridad sobre todos los de su clase que lo veneran como un oráculo (…) y erradamente hace uso de cuatro especies mal coordinadas que tiene en su cerebro, (…) por cuyos graves motivos se acordó asegurar su persona y remitirla a esa Península bajo partida de registro en la presente ocasión de la Fragata Jesús María y José.

Pero el caso de un vuelco inesperado. El acusado es interrogado en Cádiz mientras se lee con detenimiento su expediente, para que el Real Consejo de Indias no encuentre méritos que conduzcan a la continuación del proceso. En consecuencia, ordena la libertad del mulato y permite la posibilidad de su retorno a Caracas, donde podría vivir en paz después de recibir, apenas, una reconvención de sus perseguidores.

En los archivos históricos no aparecen mayores datos sobre la vida posterior de Juan Bautista Olivares. Apenas se sabe que coordina la celebración de una festividad religiosa en 1797. No se da cuenta de su participación en nuevos disturbios, ni aparecen detalles de su actividad que preocuparan a las autoridades. Su nombre no circula en los documentos relacionados con la intentona republicana de Gual y España, ni en otro hecho de importancia.

Ha vuelto a nuestra consideración por lo llamativo de su peripecia, aislada en principio, pero capaz de alarmar a los custodios del orden mientras ocurren convulsiones en el vecindario caribeño. También porque desvela la excesiva prevención de los localismos ante la alternativa de mudanzas mínimas, mientras en la cabeza del imperio nadie se rasga las vestiduras. Ya se teme a los mulatos en Venezuela, o a las pretensiones de uno de ellos que puede encender la pradera, pero en Madrid sienten que están exagerando.


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