Perspectivas

Las economías emergentes tienen un nuevo imperativo

Fotografía de PAUL FAITH | AFP

11/02/2021

SHANGHÁI – Durante los últimos 25 años, las revoluciones en las tecnologías de comunicaciones y transporte han permitido que las empresas creen cadenas de valor verdaderamente globales. Aquellas que procesan materias primas se pudieron conectar con los fabricantes de insumos y partes, que a su vez se vincularon con las empresas que ensamblan y empaquetan productos finales y luego con los canales de distribución que llegan a los consumidores de todo el mundo.

En las dos décadas previas a la pandemia del COVID-19, el valor anual de productos intermedios exportados a través de las fronteras se triplicó, a más de 10 billones de dólares, dando lugar a un sistema de producción intrincadamente coreografiado. Pero, como estas redes globales han evolucionado para reducir los costos a través de una máxima eficiencia, pueden ser frágiles, y a veces romperse bajo presión.

Por lo tanto, cada país involucrado en las redes de producción del mundo debe entender su exposición al riesgo, y generar más resiliencia donde haga falta. Para las economías emergentes que buscan expandir la fabricación orientada a las exportaciones, las implicancias de este reconocimiento global podrían tener un amplio alcance.

Es verdad, la pandemia todavía no ha reformulado drásticamente el impacto de la industria. Pero eso no sorprende: las cadenas de suministro globales reflejan la lógica económica, cientos de miles de millones de dólares de inversión y relaciones de larga data con los proveedores. Cambiar la geografía de la producción no es fácil cuando las redes de proveedores de las principales multinacionales incluyen a miles de compañías independientes, cada una con su propia contribución especializada.

Aun así, como hemos visto, las cadenas de suministro globales remotas pueden ser vulnerables a todo tipo de disrupciones, desde desastres naturales hasta ciberataques y disputas comerciales. La pandemia del COVID-19 trajo este problema a casa ya que obligó a los fabricantes a gestionar problemas de salud y seguridad de la fuerza laboral, dificultades de planificación y logística, escaseces de materiales y partes, alzas y caídas impredecibles de la demanda y problemas de flujo de caja.

Las empresas no pueden imaginar un retorno a una situación tranquila después de la pandemia. En una encuesta reciente de ejecutivos de cadenas de suministro, el Instituto Global McKinsey detectó que las disrupciones que se prolongan un mes o más hoy se producen cada 3,7 años, en promedio, lo que impone costos financieros muy altos. Adaptadas para la probabilidad y frecuencia de las disrupciones, las empresas pueden prepararse para perder más del 40% de las ganancias de un año cada diez años (en base a un modelo informado por los estados financieros de 325 empresas en 13 industrias). Asimismo, una única sacudida severa que cause una disrupción de 100 días podría arrasar con las ganancias de un año entero o más en algunas industrias. Como acabamos de aprender por las malas, episodios de esta magnitud pueden ocurrir y efectivamente ocurren.

Ahora que las empresas y los gobiernos reevalúen de qué manera los productos atraviesan las fronteras, algunos harán ajustes específicos para obtener productos de lugares que perciben como menos riesgosos. Para entender cómo podrían incidir esas decisiones, el IGM examinó la posibilidad de un movimiento basado en la dinámica de la industria, así como en la posibilidad de que los gobiernos pudieran intervenir para respaldar la producción doméstica de bienes que consideran esenciales o estratégicos. Dicho esto, estimamos que hasta una cuarta parte de las exportaciones de productos globales –por un valor de 2,9-4,6 billones de dólares anuales- fácilmente podría trasladarse a diferentes países en los próximos cinco años aproximadamente, aunque el potencial varía considerablemente dependiendo de las industrias.

Este movimiento no tiene por qué derivar en una ola de relocalización hacia las economías avanzadas, particularmente si alienta la “reubicación en lugares cercanos”, o el movimiento de una economía emergente a otra. De todos modos, efectivamente crea nuevos imperativos para las economías emergentes que están ansiosas por sumar empleos y desarrollar su propia base industrial a través del crecimiento de las exportaciones. Gran parte de la fabricación que tiene lugar en las economías en desarrollo es para un consumo local, y estas operaciones probablemente se queden en el mismo lugar. El interrogante es si estos países pueden conservar su porcentaje de exportaciones globales, o inclusive captar un porcentaje mayor en tanto las empresas revisan sus decisiones de relocalización.

Durante años, a los países en desarrollo se les ha aconsejado que competir exclusivamente sobre la base de una mano de obra de bajo costo no es suficiente; deben impulsar la productividad, desarrollar la base de capacidades y mejorar la calidad de la producción. Y ahora, esta lista se ampliará para incluir la resiliencia. Los países que quieren mantener sus posiciones en las cadenas de valor globales –o inclusive captar un porcentaje de la producción que podría estar en juego- necesitarán evaluar su propia exposición al riesgo y cultivar las capacidades necesarias para soportar las disrupciones y recuperarse rápidamente.

Las economías emergentes en Asia, por ejemplo, están altamente expuestas a un amplio rango de riesgos como tifones, inundaciones severas, terremotos, tsunamis y estrés por calor. Los fabricantes de toda la región tal vez necesiten reubicar sus fábricas y depósitos para soportar las marejadas ciclónicas que podrían agravarse en los próximos años en tanto se intensifique el riesgo climático. Esto puede implicar instalar mamparas, elevar la maquinaria crítica, agregar más impermeabilización y rehacer drenajes. Las fábricas que no tengan aire acondicionado necesitarán sistemas de refrigeración para prepararse para las crecientes temperaturas y las olas de calor más frecuentes. Las plantas ubicadas en zonas propensas a terremotos tal vez necesiten un refuerzo antisísmico.

Por su parte, las multinacionales tendrán que lograr que sus cadenas de suministro sean más estables, transparentes y sustentables, y la mejor manera de hacerlo es con tecnología. Conectar redes de producción enteras, de principio a fin, puede ofrecer la ubicación y el ritmo exactos de los embarques y hacer visibles en tiempo real los riesgos que asomen en el horizonte. Sin embargo, a medida que se vayan digitalizando más activos físicos, las empresas necesitarán trabajadores con capacidades técnicas relevantes, junto con mayores inversiones en ciberseguridad.

La resiliencia de las cadenas de suministro también es un problema para el sector público. Será necesario construir y adaptar los sistemas de infraestructura física para soportar lo que sea que la naturaleza y varios malos actores les propinen. Dada la experiencia del pasado año, los gobiernos deben garantizar redes digitales robustas, sistemas de alerta temprana y capacidades de gestión de emergencia.

La pandemia ha hecho una llamada de atención. Las estructuras de costos están cambiando en los países y las nuevas tecnologías están ganando tracción en la fabricación global. Estos desarrollos podrían sentar las bases para que las cadenas de suministro se vuelvan más seguras y productivas; pero las economías emergentes tendrán que priorizar su propia resiliencia para apropiarse de un porcentaje mayor de la producción global.

Jonathan Woetzel, socio sénior de McKinsey, es director del Instituto Global McKinsey y co-autor de No Ordinary Disruption: The Four Global Forces Breaking All the Trends. Mekala Krishnan es socia en el Instituto Global McKinsey.

Copyright: Project Syndicate, 2021.
www.project-syndicate.org

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