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El caso de la educación secundaria
El listado de carreras prioritarias del Ministerio de Educación Superior, aparece tres años después de que fueran suprimidas las menciones de Ciencias y Humanidades en la educación secundaria. La implementación de la medida ha variado mucho de institución a institución, ya que remite a cosas tan complejas como la asignación de horas de clases a los profesores, con lo que eso implica en lo laboral. Pero en su espíritu significa en la práctica la eliminación de las Humanidades. Siguiendo una tendencia global, desde 2017 todas las asignaturas han sido agrupadas en grandes áreas. Aunque no puede decirse que las lenguas clásicas o el francés estén prohibidos, ya que podrían caber dentro de la de Inglés y otras lenguas extranjeras, nada hace pensar que en el futuro se impartirá algo distinto al inglés. La educación artística se limita sólo al primer y segundo año. Y filosofía desaparece completamente (tal vez en Orientación y Convivencia, y en Historia, Geografía y Ciudadanía entre algo de ética). Psicología y Sociología también desaparecieron.
Esto quiere decir que un venezolano puede escalar todos los niveles del sistema educativo, de la educación inicial al doctorado, y en los más veinte años que esto lleva, no ver ni una hora de filosofía. Siguiendo la metáfora de Picón-Salas, se le forma las piernas y los brazos, pero no la cabeza. Y no es que antes eso no ocurría, sino que ahora se han cerrado las pocas vías que quedaban para que, al menos en algunos jóvenes, eso no fuera así. Acá entra uno de los aspectos que nos planteábamos más arriba: la actitud de la sociedad. La verdad es que la mención de Humanidades desapareció silenciosamente, sin que a nadie, hasta donde sabemos, haya dicho algo.
De hecho, la convicción de que no servían para nada, de que era la mención en la que sólo se inscribían los “flojos”, que básicamente huían de las matemáticas, estaba bastante generalizada. Comoquiera que la aspiración de la mayor parte de los bachilleres era seguir por carreras liberales, y de ellas la medicina y las distintas ingenierías requieren de una base sólida en matemáticas y ciencias naturales, la preferencia por la mención de Ciencias parecía tener su fundamento. Pero no deja de ser significativo que los millares de bachilleres que acudían en masa a preinscribirse en Derecho y Comunicación Social no consideraran que una mejor formación en idiomas (incluso clásicos), letras y filosofía, podía serles más útiles en sus carreras. No es que las ciencias naturales fueran en sí prestigiosas: esos mismos padres hubieran delirado de horror si su hijo hubiera escogido las licenciaturas en física o en matemática. Es que las Humanidades no tenían prestigio.
Otro ejemplo es la malhadada asignatura de Moral y Cívica que se dictó hasta la reforma curricular de 1986. Todos hablan de la necesidad de una educación moral, pero cuantos vimos la asignatura sabemos de la poca importancia que universalmente se le daba. Excepciones aparte, era vista como dos horas inútiles de fastidio, a las que no había que dedicarle demasiado porque de todos modos se iba a aprobar. Los más avispados y calculadores sabían que era una materia “para subir el promedio”. Sustituida por Educación Familiar y Ciudadana, en la lógica anti-humanística reinante en el mundo, se eliminó lo de “moral”. Hoy parece dividida en las nuevas áreas de Orientación y Convivencia y Geografía, Historia y Ciudadanía. Como ha solido ocurrir, a los profesores de ciencias sociales nos termina tocando la educación moral. Y eso más allá de que no siempre estamos conscientes ni mucho menos preparados para eso. Es justo lo que una buena Facultad de Humanidades y Educación puede atajar.
Las Humanidades y el porvenir
Todo lo anterior nos lleva a las otras cuestiones que nos planteábamos al principio: ¿por qué, después de setenta años, las facultades de Humanidades no han logrado revertir la tendencia? ¿Por qué sus egresados, entre los que destacan algunas de las mejores cabezas del mundo, no han podido cambiar de algún modo las cosas? En Venezuela esto sólo es posible de explicar dentro del problema más amplio de la quiebra del sistema educativo, e incluso del divorcio de la sociedad con lo que un Picón-Salas podía decir, por más agudo y bien escrito que estuviera. No todas sus audiencias estaban formadas por Betancourt, Prieto Figueroa, los lectores de la Revista Nacional de Cultura y el Papel Literario, sino también por esos padres que ponían el grito en el cielo si su hijo decidía escoger la mención de Humanidades en bachillerato, que básicamente son mayoría.
Es un aspecto que por su volumen escapa de los límites de este artículo. Cerremos con un par de líneas de lo que se ha hecho desde el mundo académico. Primero hay que admitir que no siempre la idea de la torre de marfil ha estado completamente errada. No es extraño encontrar profesores e investigadores a los que les importó poco o nada tender puentes con la sociedad, convencer a funcionarios públicos o posibles financistas privados, incluso por buscar lectores a sus libros. De algún modo la tranquilidad de sueldos seguros que venían del Estado por mucho tiempo los adormeció en los laureles. Pero, dicho esto, hay que agregar que definitivamente no ha sido el caso de las escuelas más grandes de las facultades de humanidades, como psicología y comunicación social, volcadas a atender problemas neurálgicos de la sociedad. Si bien los que estamos en la historia, la filosofía y las letras pasamos enfrentados a que nos vean como algo, en el mejor de los casos, accesorio, que no se vea como prioritario el estudio de los idiomas, en momentos de globalización. O que no se lo considere a la psicología, cuando la salud mental es un principalísimo asunto de salud pública en el mundo. Picón-Salas hablaba en 1946 de la neurosis como un problema central de la civilización de su momento: todo lo que en su momento se encerraba con esta palabra, está hoy al menos tan presente como entonces, mejor diagnosticado y tratado.
Pero si las humanidades sirven para algo es para ayudarnos a ver dónde estamos parados. No estamos en 1946, y decirlo no es una verdad de Perogrullo. Es decir, ni estamos en un momento de bonanza, ni en un proceso vasto de modernización y democratización. No está un Picón-Salas ni un equivalente que sea oído con atención en el poder. No podemos evadir la evidencia de que, por las razones que sean, a setenta años de la primera facultad en Venezuela sigue habiendo dudas sobre la importancia de la humanidades. No podemos responder con una corajina. La muerte de las Humanidades sin llantos ni lamentos en el bachillerato, es una prueba de la valoración que la sociedad tiene sobre ella que lo aparecido en el listado de carreras prioritarias. La tendencia mundial es a racionalizar los recursos, después de una expansión enorme de todos los sistemas universitarios. No hay dinero y no basta con quejarse u ofenderse porque otros nos lo regateen. Como mínimo, es hora de buscar otra estrategia. Eso es tal vez lo mejor del comunicado promovido por los profesores zulianos. Como se dijo al principio ofrecieron opciones prácticas, se pusieron al servicio del país:
Un proyecto productivo que no tome en cuenta los recorridos históricos, la identidad cultural, los acervos patrimoniales, los procesos culturales existentes, las variables geográficas y la realidad social en general, difícilmente podrá responder a las necesidades de la Nación y por tanto nunca podrá constituirse en “la solución de los problemas del pueblo”. Puesto que ni siquiera conoce al pueblo, en su realidad nacional y regional-local, ignora su historia, su multiculturalidad y multietnicidad, sus tradiciones de lucha y sus conflictos actuales, sus costumbres y sus prácticas comunitarias.
Un profesional universitario que sólo conozca de cálculo, de algoritmos y reacciones químicas, pero sin preparación humanística, será insensible a la pintura, a la danza, a la literatura y a las artes en general. Su ciencia y su técnica carecerán de alma; alienado como estará de su entorno social, apenas si será un simple operario de los sistemas que dominan el mundo. Pensará que el mundo es así como lo ve, sin imaginación para entrever siquiera otra vida posible frente a la que nos destinan los demiurgos que se ocultan tras la fachada de los poderes corporativos.
Es difícil pensar que Picón-Salas no aplaudiría estas frases. De hecho contienen el espíritu con el que setenta y cinco años echó a andar lo que hoy se niega a morir, pero ajustado a los retos de la hora y a lo que ha dictado, a veces a los golpes, la experiencia. Es en estos momentos difíciles, el mejor tributo que podemos hacer a su memoria. “Que en estos claustros se trabaje con fe y generosidad por esa Venezuela universal; grande no tan sólo por su territorio y por su ingente riqueza promisoria y por su heroica historia vivida, sino grande asimismo, por la cultura que debe crear y por la nueva historia que debe hacer…”, dijo al fundar la Facultad de la UCV en 1946. Es el compromiso que hoy ratificamos. Esa es la vigencia del humanismo en la Venezuela de hoy.
Tomás Straka
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