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El Partido Liberal se funda el 24 de agosto de 1840. Tendrá un vocero periódico, El Venezolano, gracias a cuyos escritos se forma un movimiento nacional sin precedentes. Desde la aparición de su primer fascículo, se inicia una gesta que cambiará el contenido de los negocios políticos y terminará por reducir a su mínima expresión la influencia de los rivales.
Son muchos los escollos que el partido debe superar. El prestigio de Páez, en primer lugar, que ha mantenido la estabilidad por más de tres lustros. El trabajo de organización del ministro Santos Michelena, en segundo lugar, gracias al cual se ha creado una tesorería eficiente, se ha reanimado el comercio, se ha instaurado una política de austeridad y se han comenzado a pagar las deudas del Estado. El manejo prudente de los fondos públicos, después, alejado de las corruptelas. El enfrentamiento del gobierno con la mitra de Caracas, luego, capaz de iniciar una propuesta laica digna de atención. El reconocimiento de la nación ante el mundo civilizado, más adelante, debido a la suscripción sucesiva de tratados internacionales. Por último, la publicidad sobre el advenimiento de una especie de paz octaviana que terminará apuntalando una vida prometedora.
Pero, a pesar de que el panorama de las labores oficiales parece resguardar una fortaleza inexpugnable, en cosa de cinco años el Partido Liberal la transforma en un escombro. No ha concluido el año cuando El Venezolano cuenta con un número inesperado de lectores. En ciudades como Barcelona, Cumaná y Barquisimeto comienza a reinar gran animación debido a sus mensajes. Al año siguiente, cuando se incrementan las discusiones sobre la fundación de un Banco Nacional, aumenta el prestigio de la bandería por los reparos que hace al proyectado instituto. Cuando se funda el centro financiero, el 17 de mayo de 1841, en las provincias comienzan a surgir sucursales del partido e impresos que imitan al vocero principal.
Surge un enjambre de nuevos acólitos en febrero de 1842, ante la arremetida de Antonio Leocadio Guzmán contra la línea dura que manifiesta el ministro de Interior, Ángel Quintero, ante una amnistía favorable a grupos facciosos. Como entonces se viven las vísperas de una nueva elección presidencial, los periódicos del gobierno apuntan su preocupación por el papel de los liberales, cada vez más evidente, y por el peso de El Venezolano en la opinión pública. Tienen sentido las prevenciones. Aunque se impone la candidatura de Carlos Soublette, los activistas liberales provocan controversias y reyertas en Angostura, Cumaná y Carúpano, mediante las cuales se demuestra que la homogeneidad en materias políticas es asunto del pasado.
Durante la presidencia de Soublette, el Partido Liberal llega a extremos de penetración entre los propietarios y entre las clases populares. De las casas grandes de las fincas salen a diario numerosas adhesiones, mientras crece el malestar por los reclamos sobre la legislación económica. En los barrios humildes se forman grupos de seguidores que enarbolan la bandera amarilla escogida como símbolo. Pero los portavoces más pobres no se limitan a corear los escritos de Guzmán, de Tomás Lander y de una nueva pluma que ha abandonado las filas del gobierno, Felipe Larrazábal, sino que también se animan a redactar periódicos, panfletos y hojas sueltas para avanzar consignas que comienzan a irritar a los amigos del orden. La disminución del precio de los productos de exportación, especialmente el café, impide a los agricultores la cancelación de sus deudas e incrementa el malestar que data de 1842.
Cualquier circunstancia, por pequeña que sea, fortalece a los seguidores de Guzmán. El recién fundado banco recibe andanadas de dicterios. Alrededor de un proyecto de auxilio a los hacendados quebrados que presenta Francisco Aranda a la consideración del Congreso, y que es vetado por el presidente de la República, se fomentan las censuras y los gritos. Una diferencia entre el Banco y el Concejo Municipal de Caracas por el pago de una patente, mueve debates de prensa y discusiones callejeras. Según el historiador González Guinán, hombre cercano a la época, en 1844 “las pasiones políticas estaban cada vez más exaltadas”.
Guzmán asciende a la cúspide de la popularidad, debido a un juicio de imprenta mediante el cual se le pretende condenar por la publicación de un artículo que mancilla la reputación de un conocido banquero. Ocurren los sucesos principales del proceso el día 9 de febrero de 1844. El jurado es conminado a la absolución por la presión de una muchedumbre que invade la sala de deliberaciones proclamando las virtudes del acusado. Al lograr lo que busca, el pueblo pasea a su líder por las calles con bandas de música y lo proclama como su nuevo libertador. De acuerdo con lo señalado por José María de Rojas en su Bosquejo histórico de Venezuela, a partir de entonces se establece la impunidad. Para Páez es un “día aciago”, pero los liberales encuentran en la fecha el nacimiento de la democracia y la conquista de una justicia inédita.
Para lo que incumbe a nuestro asunto el episodio consolida un liderazgo, en cuanto prueba la existencia de un clamoroso sustento popular en su entorno y, por consiguiente, la posibilidad que tiene de salirse con la suya frente al establecimiento. Es asunto de un lustro menoscabar el liderazgo que viene de las guerras de Independencia, para que una nueva generación de políticos lo sustituya.
Elías Pino Iturrieta
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