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Sabemos que el general José Antonio Páez, quizá el héroe militar más popular de la Independencia, asciende en la escala social, en la posesión de riquezas y en la preponderancia política hasta llegar a la cumbre. Se despega de los estratos humildes de la sociedad y de una formación cultural rudimentaria, para llegar a posiciones que difícilmente puede lograr un hombre común a quien rodea una generación de individuos sobresalientes. Se trata de un ascenso que no ha tenido cabal explicación, y sobre el cual se ofrecen hoy unas pistas relacionadas con sus primeros pasos en el teatro de la guerra. Como debe su elevación a sus habilidades de lancero y a sus cualidades de conductor de tropas, lo que ahora veremos puede servir para la comprensión de su tránsito.
En 1829 circula en Londres un relato anónimo, Recollections of a service of three years during the war of extermination in the Repúblic of Venezuela and Colombia, a través del cual se descubren las variaciones de un itinerario que marcha hacia amplios horizontes sin alejarse de la raíz. Veamos:
Solo a la naturaleza debe este hombre heroico y noble todas sus ideas y virtudes. Criado en un territorio completamente salvaje, sin que le favorezcan las ventajas del nacimiento ni de la fortuna, y solo por su mérito personal, sus proezas e indomable valor manifestado en los incidentes que se le han presentado durante la contienda revolucionaria, le han elevado hasta llegar a ser caudillo de las fuerzas nacionales que prestan más eficaz auxilio en todo el territorio )…) Su fuerza y valor extraordinarios le dieron siempre la victoria sobre sus rivales en los ejercicios gimnásticos a que se dedican diariamente los llaneros y por la destreza que había adquirido con la práctica en el manejo de la lanza, arma favorita de aquellos, podía fácilmente someterlos cuando se suscitaban disputas entre ellos: tanto por esto como por ser muchos los enemigos que ponía fuera de combate en las numerosas escaramuzas que se le ofrecían, alcanzó el respeto de todos sus compañeros, mientras que su carácter afable y nada pretencioso le valieron la amistad de estos.
Nada distinto del camino y de las cualidades personales que habitualmente conocemos, capaces de provocar una sumisión sobre cuya existencia ofrece la crónica unos ejemplos como los siguientes:
Era muy común ver a uno de esos bribones )los llaneros de la tropa) acercarse al General Páez, llamarlo tío o compadre y pedirle lo que necesitaba, seguro de que el buen corazón de éste no se negaría a concederle lo que le pedía. Si estaba ausente cuando ellos querían verle, iban por todo el campo o el pueblo en busca suya, pronunciado aquellos nombres con voz estentórea hasta que él los oía y accedía a la petición que le hacían. Otras veces, encontrándose de servicio, y cuando el estaba comiendo –lo que hacía regularmente en el campo- se le antojaba a uno de ellos un pedazo de tasajo u otra cosa cualquiera que él iba a comer, con la destreza que le es peculiar, el antojadizo se iba por detrás y se lo arrebataba de la mano. Entonces él, riéndose le decía. ¡Bien hecho! No los gobierna por medio de las leyes, sino que confía en sus propias fuerzas para aplacar los disturbios y castigar las faltas.
Pero tal comportamiento no explica del todo el crecimiento de su liderazgo. Hace falta una mayor extensión, una influencia cada vez más esparcida; pero, en especial, que no se limite al control de las criaturas del llano. Lo que agrega el documento es fundamental en este sentido.
Desde que llegó a darse a conocer ha tenido a sus órdenes de 3.000 a 4.000 hombres, todos de la tribu llanera, que constituyen el cuerpo de indígenas más formidable del país: con ayuda de éstos, a más de su incansable actividad, y sujetado y entretenido al General Morillo. Siempre se ha mostrado Páez el más encarnizado enemigo de la tiránica dominación española, así como terrible vengador de las injurias hechas a su patria. Por semanas y meses consecutivos no ha perdido la pista de Morillo siguiéndolo por todas partes como si fuera su sombra, y aprovechándose de la primera oportunidad para lanzarse en su campamento durante la noche, acompañado de solo 150 0 200 hombres, y haciendo gran carnicería en todos los que encontraba en su camino, se retiraba siempre con insignificante perdida. Otras veces, cuando el ejército realista pasaba por el territorio, escogía el momento favorable en que estaban sus tropas rendidas por las fatigas de un día de marcha, y quitándoles todo el ganado y acémilas, las dejaba sin provisiones. El mismo Morillo confesó que, marchando de Caracas a Santa Fe de Bogotá, sufrió la pérdida de más de 3.000 hombres y la de todos sus pertrechos, a consecuencia de los incesantes ataques que le dio Páez, y viéndose obligado a abandonar el objeto de su expedición hasta que no vinieran nuevas fuerzas en su auxilio.
¿No van a hacerlo famoso estas hazañas que el propio Morillo reconoce? ¿No se saben y celebran o temen más allá de los confines lugareños? ¿No suena ya su nombre en los cuarteles, en las gacetas de propaganda y en las calles, como suena el de Bolívar? Pero, además, la descripción del combate de El Yagual, hecha por el lancero en su Autobiografía, da cuenta de cómo su mando es aceptado por hombres de importancia en la época. ¨Destaqué entonces a la mitad del escuadrón de Santander¨, acota al principio de la descripción. Después agrega: ¨Dispuse entonces que el General Servier avanzara con el segundo escuadrón en auxilio de Santander¨. Y más adelante: ¨Al ver el movimiento ordené al General Urdaneta que saliese al encuentro, y acompañándolo yo en persona, nos les fuimos encima con tal denuedo que ni aun tiempo tuvo el realista para ejecutar su maniobra¨.
Ahora la voz de Páez no solo es obedecida por la soldadesca campesina, sino también por oficiales de relieve que destacan por su hoja de servicios y cuyo renombre es evidente en Venezuela y en la Nueva Granada. Forman parte de su estado mayor en la batalla de El Yagual y en la toma de Achaguas, son sus subalternos. Además, cuenta con la compañía de numerosos sacerdotes y letrados, a quienes agrupa en un batallón especial que debe seguir sus disposiciones sin entrar en combate. Entre los clérigos involucrados en la campaña de los llanos aparecen figuras conocidas en los foros de la revolución, como José Félix Sosa y José Félix Blanco, pero también el futuro arzobispo de Caracas, Ramón Ignacio Méndez. Entre los hombres de letras, individuos de la talla del cubano Francisco Javier Yanes y el neogranadino José María Salazar, a quienes debe la sociedad de la época páginas ineludibles. Piar le escribe entonces desde Guayana para que unan sus ejércitos, nuevo testimonio de cómo ha crecido la reputación de quién ha empezado su carrera como un guerrillero que solo sabe leer y contar.
Un escrito de un miembro de la Legión Británica que pelea por la república entre 1816 y 1820, asegura: ¨Páez no sabía leer ni escribir, y hasta que los ingleses llegaron a los llanos no conocía el uso del cuchillo y del tenedor, tan tosca y falta de cultura había sido su vida anterior¨. Es una versión a la cual se ha acudido con frecuencia, sin advertir que seguramente exagera, pero sirve para comprobar cómo el personaje, gracias a lo que aprende del entorno, no solo en materia de batallas sino también de las convenciones del trato social; a lo que recibe de personas extrañas que se vuelven rutinarias, de sujetos insólitos que se hacen familiares, deja de ser lo que fue para convertirse en una posibilidad de petimetre republicano, en un esbozo del hombre de estado que llegará a ser. Sobre los primeros tramos de esa mudanza se quiso hablar aquí.
Elías Pino Iturrieta
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