Fotografía de Joaquín Torres
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Cuando en 2006 la Biblioteca Biográfica Venezolana –aquel prodigio editorial que cada quince días sacaba una biografía y lograba vender centenares y hasta miles de ejemplares, a veces hasta obligar a la reedición– se vio ante la necesidad de escoger el autor para el volumen de Andrés Bello, recibió una propuesta inesperada. Alguien que no se había especializado ni en poesía ni gramática, que no había trajinado los campos de la filosofía ni del Derecho, que no parecía para nada destinado a la empresa, se presentó con un libro. Y para completar la sorpresa, Simón Alberto Consalvi, quien coordinaba el prodigio desde El Nacional, no dudó en ver en aquel inusitado bellista al hombre correcto. Tal vez, con su avezado ojo de editor y periodista, sabía que lo que no compartía con el maestro caraqueño en ámbitos del saber lo compartía, y largamente, en espíritu. El autor ya era una celebridad en otras áreas, Pedro Cunill Grau, y su libro demostró que el experto editor Consalvi volvió a acertar en su escogencia.
Con aquel libro, Cunill Grau, el más venezolano de los chilenos, rendía un tributo de gratitud al más chileno de los venezolanos. Era una especie de deuda personal. Sus vidas tuvieron tantas cosas en común que los hermanan, casi como protagonistas en tiempos distintos de una misma historia: los exilios, las revoluciones y las patrias de acogida a las que ofrendaron lo mejor de su talento y de sus vidas. Bello, que halló refugio para su familia y para su talento en Chile, retribuyó con gran parte de su arquitectura institucional, dejándolo al morir más educado y más ciudadano. Cunill Grau ha hecho otro tanto al despedirse el pasado 24 de marzo. Tan pronto la dictadura de Augusto Pinochet lo aventó al exilio en 1976, encontró también un refugio para su familia y para su talento en Venezuela. No sólo se dedicó a estudiarla con toda la ciencia de la que fue capaz como uno de los mejores geógrafos de Chile, sino que la padeció, en el sentido de pasión, de vivenciar, de sentirla intensamente, hasta hacerla suya. La padeció al caminarla y al verla. La padeció al estudiarla y al descifrar muchas de sus claves. La padeció al enseñarle a amarla a los mismos venezolanos.
Como le pasó a Bello en Chile, lo que sintió Cunill Grau por Venezuela fue un amor de madurez. Cuando ocurrió el golpe del 11 de septiembre de 1973, Cunill Grau ya era un geógrafo muy reconocido en su país. Había publicado varios libros, incluyendo una Geografía de Chile (1961), que tuvo numerosas reediciones y se usó por muchos años en las escuelas secundarias; y además era ya director del Departamento de Geografía de la Universidad de Chile. Tal vez por eso le resultó más difícil tomar la decisión de marcharse, aunque cada colega o amigo que iba preso o debía exiliarse era una señal de alerta. Finalmente, el rector de la Universidad de Chile lo invitó a su oficina, le ofreció un trago (gesto que a Don Pedro le advirtió que venía algo grueso) y le dijo, con las mejores palabras posibles, que lo prudencial era poner tierra de por medio con todo aquello. Ya sabía que la detención era cuestión de tiempo, acaso de días, y que el rector quiso ponerlo en sobre aviso, o alguien le había pedido al rector que le informara. ¿A dónde ir? ¿Cómo dejar una carrea ya sólida por la incertidumbre? ¿Sería posible continuar con una carrera tan exitosa y prometedora, o el exilio, como ocurre tantas veces, le cercenaría la profesión? Como con tantos chilenos –en la década de 1980 llegaron a ser la cuarta o quinta comunidad de inmigrantes en el país–, se presentó Venezuela como una opción. En 1966 había estado en ella como profesor invitado, ya dejándose enamorar por su clima y sus paisajes, y cultivando buenas relaciones en el país, especialmente con Mercedes Fermín, educadora, geógrafa, líder de Acción Democrática y feminista. Era, además, una mujer con una vinculación especial con Chile: había sido alumna de la Misión Pedagógica Chilena que en 1936 fundó el Instituto Pedagógico de Caracas (uno de cuyos miembros fue nada menos que el gran geógrafo Humberto Fuenzalida Villegas, considerado por algunos el primer geógrafo moderno de Venezuela), y después, durante uno de sus exilios, vinculándose con el Partido Socialista de Chile y estableciendo amistad con Salvador Allende. Mercedes Fermín le abre las puertas a Cunill Grau para incorporarse a la Universidad Central de Venezuela. Será en adelante su nuevo hogar, en su nueva patria.
Así, a los cuarenta años el otrora célebre geógrafo está con su familia en un país nuevo, viendo cómo recomenzar. Pero si la generosidad de las gentes se manifestó en manos abiertas como las de Mercedes Fermín o Guillermo Morón, las geografía amplia y diversas se presentó como una generosidad aún mayor para la ciencia. Venezuela era una amplísima oportunidad para la investigación geográfica. Quien se había interesado tanto por los Andes (su obra La América andina, de 1978, es un clásico) o por la Antártida (llegó a participar en una expedición), ahora se maravillaría, como le pasó a tantos otros maestros extranjeros –desde Alejandro de Humboldt a los contemporáneos Pablo Vila, Marco Aurelio Vila y Levi Marrero– por la luz, por la selva, por las playas, por los horizontes de llano. Tan temprano como en 1981 aparece La diversidad territorial, base del desarrollo venezolano. El libro actúa como quien agarra por los hombros a alguien aturdido y lo sacude, diciéndole: ¡date cuenta de todo lo que tienes! Escrito con ciencia y con amor, es el testimonio de todo lo que la naturaleza ofrece a los venezolanos, mucho de lo cual sólo está a la espera del empeño y el cacumen para aprovecharlo. En 1990 completa la obra con Venezuela: opciones geográficas. Y era sólo el principio.
Decantado por la geografía histórica, en 1995 el Fondo de Cultura Económica le publicó un trabajo de aliento continental: Las transformaciones del espacio geohistórico latinoamericano, 1930-1990. Pero la opus magnum vendría de su doctorado en la Universidad de Laval, en Quebec: Geografía del poblamiento venezolano del siglo XIX, que saldría a luz en 1997. Documentadísimo estudio de tres volúmenes sobre las regiones geohistóricas de Venezuela, después de ella ya no fue posible investigar algo de la Venezuela decimonónica sin que se la tome en cuenta. En el mundo académico se publica mucho, pero muy pocas obras logran convertirse en referencias, y menos aun las que alcanzan la categoría de esenciales. Cunill Grau, con Geografía del poblamiento venezolano del siglo XIX, produjo una de estas. Puede hacerse la lista que se quiera, con los más variados criterios, de los libros ineludibles para estudiar la historia venezolana, y en todas ha de aparecer este trabajo en los primeros puestos. Mérito que en términos personales es aún más notable, si consideramos que quien había sido uno de los más importantes geógrafos Chile, teniendo que abandonar su patria y su carrera en un momento cumbre, había logrado el portento de reconvertirse en uno de los geógrafos más importantes de Venezuela, e incluso más: en uno de los autores fundamentales de su nuevo país. Con la consagración vinieron los premios y reconocimientos. Se incorporó a la Academia Nacional de la Historia y recibió ofertas de universidades del extranjero para dictar clases en ellas. Como visitante, estuvo en muchas partes, pero ya la pasión por Venezuela era definitiva: nada lo haría marcharse de su trópico.
Tras jubilarse, comienza una nueva etapa en la Fundación Empresas Polar. Aún le quedaba tiempo y energía para otra obra monumental: la GeoVenezuela, de diez tomos, más un apéndice cartográfico, publicada en 2007. Le tocó a Cunill Grau un trabajo de años coordinando al amplio equipo de geógrafos y otros científicos sociales, que básicamente escribieron la nueva geografía de Venezuela. Una obra general, de ese aliento, no se veía desde la Geografía de Venezuela, coordinada por Pablo Vila, cuyos dos tomos aparecieron en 1960 y 1965; o en manuales como los de Levi Marrero (Venezuela y sus recursos, 1964) y Antonio Luis Cárdenas, Francisco Escamilla y Rubén Carpio Castillo (Geografía de Venezuela, 2000). Había, por supuesto, una multitud de estudios monográficos de gran nivel producidos desde la década de 1960 por geógrafos profesionales, pero no una obra de conjunto, que al menos trascendiera el manual (no en vano los libros citados fueron producidos por profesores de los institutos pedagógicos de Caracas y Barquisimeto). A sistematizar y poner al alcance de todos lo producido durante décadas por geógrafos, geólogos, biólogos, demógrafos, antropólogos e historiadores, fue lo que se pusieron a hacer Cunill Grau y la Fundación Empresas Polar. El resultado es un equivalente en Geografía del famoso Diccionario de Historia de Venezuela. Cada tomo reúne a al menos una docena de especialistas presentando un estado del arte de la geografía del poblamiento, la climatología, la geografía humana, la geografía cultural, la geografía económica, las entidades político-administrativas y un largo etcétera. Además, por si todo esto fuera poco, la Fundación Empresas Polar la ha cargado en Internet, para que la consulte y descargue quien quiera.
Sin duda, estamos ante un bellista. ¿Cuántos legan cinco o seis grandes clásicos en su ciencia? ¿Cuántos logran una obra de aliento regional? En la capacidad y la vocación para tanto trabajo, que hace preguntar si los dos hombres descansaban alguna vez o si sus días eran de más de veinticuatro horas; en ese compromiso para la construcción de ciudadanía y la educación de sociedades, para la integración regional, Cunill Grau y Bello, el chileno-venezolano y el venezolano-chileno, son un mismo espíritu. Son, además, el mismo compromiso para comprendernos mejor y tener herramientas para avanzar. Que descanse en paz Don Pedro: ya es tierra de la tierra que tanto amó.
A Pedro Cunill Grau (1935-2023), in memorim.
Tomás Straka
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