Telón de fondo

La obligación de la castidad

14/05/2018

En 1523 circuló un libro de gran influencia en la cultura española y en las sociedades dependientes del imperio católico. Se trata de la Instrucción de la mujer cristiana, escrito por Juan Luis Vives. Su apego a la ortodoxia y la sencillez de su escritura lo convirtieron en uno de los textos más socorridos por los maestros tradicionales y por las autoridades.

Su peso no se debilitó con la Independencia, debido a que permaneció a través de catecismos y sermonarios del siglo XIX. Pretende ofrecer un modelo de conducta que deben seguir las mujeres para salvar el alma y para gozar de consideración en la sociedad. Ahora se comentará aquí su planteamiento esencial, a ver qué tan anacrónico nos parece.

La mujer perfecta es la madre de Dios, plantea Vives, y de allí la necesidad de imitarla. En consecuencia, el resguardo de la virginidad cuando se es doncella, así como el mantenimiento de la fidelidad a un esposo legítimo y el uso moderado del sexo cuando se accede al matrimonio, son las obligaciones primordiales de quien ha venido al mundo solo como compañera del hombre. A no ser que el Ángel del Señor anuncie otra cosa.

Un fragmento de la Instrucción demuestra la trascendencia concedida al asunto. Dice el autor:

Las mujeres, cuando no saben guardar la castidad, merecen tanto mal que no es bastante precio la vida para pagarlo. A los hombres muchas cosas les son necesarias. Lo primero es tener prudencia y que sepa hablar, que sea perito y sabio en las cosas del mundo y de su república, tengan ingenio, memoria, arte para vivir, ejecute justicia y liberalidad, alcancen grandeza de ánimo, fuerza de cuerpo y otras cosas infinitas. Pero en la mujer nadie busca elocuencia ni bien hablar, grandes primores de ingenio ni administración de ciudades, memoria o liberalidad, solo una cosa se requiere de ella y ésta es la castidad., la cual si le falta, no es más que si al hombre le faltase todo lo necesario.

El texto que se debe ocupar de la enseñanza de las mujeres apenas se detiene en ellas de manera tangencial, debido a que solo un aspecto de su existencia interesa desde los contenidos de la cátedra oficial.

El mundo, de acuerdo con la referencia panorámica de Vives, pertenece al dominio de los hombres. Todo gira alrededor de los varones, las cosas grandes y las pequeñas, el control del bien común, la vida pública y los hábitos privados. Pese a que cuando circula la Instrucción la Corona se ha puesto en la cabeza de mujeres célebres y otras han destacado en hazañas civiles como compañeras de sus machos, o solas, y han deslumbrado por la posesión de inmensas fortunas que les han dado privanza ante los individuos de su tiempo, o por sus luces en el terreno de la literatura, cierra las páginas a un protagonismo negado por la tradición de cuño cristiano. De las mujeres solo interesa que sean castas.

Quien quiera profundizar el punto tiene a mano las publicaciones de la colega Inés Quintero, que lo ha estudiado según sucedió en tiempos coloniales y durante la formación de la república en Venezuela. De momento, conviene llamar la atención sobre la situación de extrema dependencia que propone Juan Luis Vives para las féminas, y la mínima consideración que otorga a sus cualidades. Apenas les incumbe a ellas el cuidado de la virginidad y el resguardo de la pureza corporal en un mundo de hombres que las aprecia como joyas que después serán el adorno y el testimonio de su honor. No tienen otra cosa de trascendencia, es su única moneda de valor y pueden llegar al cadalso si la pierden.

La castidad importa en la medida en que es estimada por el hombre como virtud esencial, hasta el punto de que ninguna de ellas se pone a discutir sobre un particular tan encarecido para llegar a conclusiones diversas. ¿No dependen, a la fuerza, del magisterio masculino? La castidad de la mujer, de la madre y de las hijas remite a la reputación de los padres, de los hermanos y los maridos, es decir, de los señores de la Creación. De allí la trascendencia y la permanencia de la Instrucción de la mujer cristiana.

Escrita en España mientras sucedía la conquista de América, la obra de Vives dirigió las costumbres de nuestros antepasados. Podemos considerar que, con el transcurrir del tiempo, desapareció su influencia en la sociabilidad de nuestros días y que ahora la sacamos del escaparate debido a los deseos de mostrar una antigualla. Mirando la superficie de la vida actual seguramente sentiremos que lo que en el pasado fue virtud imprescindible sea ahora cualidad superflua, pero tal vez si no incumbe a los juicios que se formen sobre la conducta de nuestras madres, de nuestras hermanas y esposas en un mundo dominado aún por los hombres. Todavía el ángel del Señor no se ha pronunciado al respecto, ni quienes traducen sus dictámenes en este mundo. Si lo han hecho, fue desde la cautela de la media lengua.

De allí la posibilidad de una maliciosa pregunta que puede ser oportuna: ¿acaso no persisten las pautas de un maestro del siglo XVI, ocultas en el correspondiente disfraz? Si no de manera lapidaria en relación con la sexualidad, quizá en asuntos como las relaciones de trabajo y como lo que una mujer pueda cobrar por hacerlo, que no deja de guardar nexos con la sentencia ya conocida de Gracián: “solo una cosa se requiere de ella”… porque el resto es añadidura.


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