Perspectivas

La muerte de Honorio y la lucha contra la dictadura

18/08/2020

[Este año se cumplen sesenta y cinco años de la publicación de Casas muertas, de Miguel Otero Silva. Para recordarlo, continuamos esta serie dedicada a valorar la obra general del escritor caraqueño]

En ese gran fresco sobre la Venezuela del siglo XX que quiso hacer Miguel Otero Silva en sus primeras cinco novelas (la dictadura de Juan Vicente Gómez, la muerte del campo, el boom petrolero, la guerrilla y la delincuencia de los años 70), a La muerte de Honorio (Buenos Aires, Editorial Losada, 1963) le corresponde la «infame dictadura de Pérez Jiménez», como la califica el propio Otero.

La muerte de Honorio es la menos lograda de las novelas de Otero Silva: tiene fallas en la construcción de los personajes (a pesar de que están basados en tres hombres reales, dos de ellos muy interesantes) que hace que resulten acartonados, el tono de los discursos de cada uno de ellos es idéntico, es esquemática y tiene a ratos un tono sensiblero que contrasta de mala manera con el tema central. Sin embargo, hay que reconocerle que es de las muy pocas novelas venezolanas que se concentran en el caso de las torturas a los políticos adversos a Pérez Jiménez y, además, muestra la fea cara de la represión política de un período que desde hace un tiempo no es muy mencionado y cuyos aspectos más oscuros han pasado a un relativo olvido. Y justamente, repito, allí está el gran mérito de La muerte de Honorio, mostrar, a partir de las historias de cinco personajes torturados y encarcelados, que debajo del país aparentemente próspero, progresista, industrializado, seguro y feliz, existía otra nación escondida y sufriente, como anota Nieves Concepción Lorenzo. Pero además, es un justo homenaje y recordatorio de tantas y tantos perseguidos, maltratados, encarcelados que lograron que durante cuarenta años viviéramos en democracia.

Si bien es evidente que todas las novelas de MOS son fruto de una amplia investigación, LMH es de las novelas de su primer período, específicamente aquella en la que hizo más hincapié en el rigor testimonial de su preparación. Él mismo explica el origen de los personajes:

Para La muerte de Honorio necesitaba como pilares tres presos que hubieran resistido las torturas de los esbirros de Pérez Jiménez sin soltar una palabra durante el curso de esos vejámenes. Solicité de los partidos de oposición a la dictadura los nombres de tres candidatos. Las torturas y los padecimientos que me refirieron esos ex presidiarios políticos (Eduardo Gallegos Mancera, Luis Miquilena y Salom Mesa Espinosa) fueron la materia prima cardinal de la novela. En cuando a la vida interior, a las reacciones psicológicas, a la trama novelística, son imaginarias, inventada por mí y no corresponden exactamente a la biografía y al carácter de mis tres informantes (Efraín Subero. Cercanía de Miguel Otero Silva. Caracas, Oficina Central de Información, 1976, p. 70).

De los personajes de la novela, El médico, entonces, sería Eduardo Gallegos Mancera, gran amigo de Otero Silva. Gallegos Mancera, era médico y comunista, salió exiliado luego del golpe contra Rómulo Gallegos, volvió a Venezuela para trabajar en la clandestinidad y fue encarcelado en Ciudad Bolívar durante cuatro años. Por las torturas sufridas (recogidas fielmente en la novela) perdió un tímpano y la visión del ojo derecho.

El tenedor de libros es Salom Mesa Espinoza, dirigente sindical y luego político, además de tenedor de libros. Estuvo en Acción Democrática (AD) hasta la división de 1967, cuando pasó a formar parte del Movimiento Electoral del Pueblo (MEP). Tal como el personaje de la novela, fue uno de los que rescató a Alberto Carnevali. Detenido por la Seguridad Nacional, fue llevado a la Cárcel Modelo de Caracas, luego a la Penitenciaría de San Juan de los Morros y al final a la Cárcel de Ciudad Bolívar. En sus memorias Por un caballo y una mujer [Valencia (Venezuela), Vadell Hermanos, 1978], Mesa abunda en las historias contadas a MOS y recogidas en La muerte de Honorio, y narra otros eventos sucedidos en la cárcel, algunos aterradores y otros que le devuelven a uno la fe en el ser humano.

El periodista es una mezcla de dos personajes. Uno es Luis Miquilena, sindicalista y político que ha dado un amplio paseo por varias tendencias: apoyó a Medina Angarita, luego formó parte del Partido Comunista de Venezuela, después fundó el PRP (Partido Revolucionario del Proletariado), de breve vida; más tarde participó en Unión Republicana Democrática (URD) y luego de un largo período dedicado a sus negocios, participa muy activamente en el Movimiento V República (MVR), al que también abandona con el tiempo. Miquilena no era periodista, de manera que el personaje es completado con el oficio y las vivencias del propio Otero Silva.

El capitán, según Jesús Sanoja Hernández, pudo ser tomado del sub-teniente Lucio Bruni Celli y del capitán Martín Márquez Añez.

El discurso en La muerte de Honorio oscila entre la narración en tercera persona para los eventos de la cárcel, el monólogo de los personajes contando las circunstancias de su prisión y tortura y el monólogo interior en el que estos mismos recuerdan sus vivencias personales. Al compararlo con los referentes testimoniales, es evidente que los monólogos en los que los personajes cuentan de las torturas debieron ser transcripciones bastante fieles de las historias relatadas por los entrevistados.

Supongo que lo que Otero Silva quería lograr era una visión completa sobre las diferentes tendencias democráticas que se oponían a la dictadura. Pero hay algo gris y ominoso en La muerte de Honorio –que va más allá de la muerte que se anuncia en el título, de la cruel descripción de las torturas, del encarcelamiento y el maltrato, del encierro que sufren los personajes– y que tiene que ver con el fin de la esperanza.

Quizás en LMH haya un augurio de fatalidad democrática, pero para mí es más bien un libro que muestra la gran desazón que puede producir la vida política activa: el desconsuelo por el sufrimiento terrible de las torturas, el horror de la prisión, el sentimiento de abandono y soledad al que se somete a los seres queridos angustiados por el destino de los presos, el inmenso trabajo de liberar un país, sin saber si tanta sangre, tanto esfuerzo, tanto sudor y lágrimas tendrá sentido al final.

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[Versión sintética del texto publicado en Rafael Arráiz Lucca (comp.). Miguel Otero Silva: una visión plural. Caracas, Los Libros de El Nacional / Universidad Metropolitana, 2009, pp. 99-104).


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