ActualidadEducación en pandemia

La magia del plan de estudios

Fotografía de Yann Schreiber | AFP

11/01/2021

NUEVA YORK – Durante la crisis financiera de 2007-08, muchos experimentaron lo que los eruditos llaman una “crisis de representación”. A nivel mundial, más de 15 millones de millones de dólares aparentemente se evaporaron, y las personas pensaban: “Espera un segundo, ¿qué es el dinero? ¿Cómo podría todo este valor simplemente desaparecer? Si esta cosa que representaba esa otra cosa puede esfumarse, ¿había algo allí desde un principio?

Nosotros, los que enseñamos en las universidades, estamos atravesando por algo similar debido a la epidemia COVID-19. La pérdida de la mayoría de las señales físicas de la vida académica – es decir, las aulas y oficinas están ausentes, y los estudiantes en vez de estar físicamente presentes son transportados a nuestros hogares a través de Zoom – nos ha obligado a cuestionar lo que es una universidad y lo que significa la educación superior.

En el año 2020, la respuesta no es obvia – y no sólo porque la crisis económica inducida por la pandemia probablemente hará que una gran cantidad de universidades pequeñas, especialmente en Estados Unidos, desaparezcan de manera muy semejante a como se esfumó el dinero. La enseñanza virtual, de manera similar a los negocios, la socialización o las plegarias en línea, no se asemeja en nada a la realidad. Substraiga de la experiencia de la educación superior la vida en los dormitorios estudiantiles, las fiestas, las aulas físicas y las horas de oficina en oficinas reales y lo que queda es bastante estéril.

Sin embargo, este entorno reducido a la mínima expresión también puede estar revelando algo esencial que había estado oculto por todos los rocódromos, cafeterías y guerras culturales – es decir, el mecanismo por el cual se produce el aprendizaje. ¿Qué deben ser capaces los alumnos de hacer al final del curso que no podían hacer al principio del mismo? ¿Qué sucede cuando hacemos esa pregunta? Al construir de esta manera sus cursos con una mirada al revés, es decir de adelante hacia atrás, los profesores podrían añadir las habilidades necesarias en las etapas. Esta simple idea no es exactamente nueva, pero no está en el centro de los debates actuales sobre la educación superior.

En parte porque los profesores no se han organizado para responder a la pregunta esencial sobre qué y cómo enseñan las universidades, la antes mencionada tarea ha recaído cada vez más frecuentemente en los hombros de los administradores responsables de la “evaluación”. Se establece un conjunto de “objetivos medibles” en varios documentos de planificación y acreditación, y los “resultados de los estudiantes” están estandarizados a nivel institucional. Muchos profesores temen que estas estructuras y restricciones administrativas estén adquiriendo mayor aceptación durante la pandemia. Los cursos en línea se pueden monitorizar y grabar, y pueden llegar a parecerse a algoritmos en lugar de asemejarse a comunidades de aprendizaje.

No obstante, mucho antes de que los presidentes de las universidades tuvieran un MBA y los gerentes de recursos humanos académicos tuvieran más seguridad laboral que los profesores, la educación superior estadounidense tenía su propio documento de planificación: el humilde plan de estudios del curso.

A muchos profesores les preocupa que el plan de estudios haya caído presa de demasiados requisitos burocráticos, incluidos descargos de responsabilidad cuasi legales sobre la honestidad académica, adaptaciones para necesidades especiales de aprendizaje y políticas de quejas. Sin embargo, en el fondo, el plan de estudios es un documento escrito que un profesor elabora para imaginar la existencia de una comunidad de estudios en el aula.

Esa no es la visión tradicional, por supuesto. A mediados del siglo XX, el plan de estudios era principalmente una lista de los conocimientos que un profesor iba a brindar a los estudiantes. Pero hoy en día, el plan de estudios es una oportunidad para trazar una historia en la que los estudiantes – no los profesores – son los protagonistas. Diseñar un plan de estudios le da a cualquier profesor la oportunidad de hacer lo que hacen los buenos escritores, y comprometerse de manera empática con las experiencias de los demás. De esa manera, los profesores pueden crear cursos que lleven a los estudiantes a través de dificultades y cambios hacia un nuevo lugar.

No estamos abogando por hacer que cada curso sea de alguna manera “vocacional”, y mucho menos que se torne en sentimental el arduo trabajo que es el aprendizaje. En cambio, los maestros deben planificar sus cursos al revés mediante el desarrollo de tareas (lecturas, experimentos y proyectos) en una progresión de manera que los estudiantes aprendan de manera equiparada cómo y cuánto, semana tras semana, incluso clase por clase.

La tecnología de todo tipo puede ser fundamental, y lo es especialmente ahora, cuando casi todos estamos enseñando en la pantalla. Pero es, y debe ser, una herramienta, no un sustituto de la enseñanza. Ningún maestro de aula pensó que la pizarra o la tiza eran las que llevaban a cabo la enseñanza; sin embargo, hoy corremos el riesgo de imaginar que nuestra tecnología sofisticada puede compensar la falta de una pedagogía práctica y sólida. Los profesores que se preguntan cómo la tecnología puede mejorar su enseñanza están formulando la pregunta incorrecta.

Usar la pandemia para volver a imaginar los objetivos de la enseñanza podría ser el lado positivo inesperado de una situación lamentable. Los profesores pueden encontrar dentro de esta crisis la oportunidad de repensar la preciosa dinámica del aula. Después de todo, enseñar a los estudiantes cómo aprender y aprender a hacer las cosas por sí mismos más allá del aula es la necesaria ofrenda que brinda la educación a la sociedad.

Dar esa ofrenda, y cerciorarse de que se la reciba, requerirá de una gran cantidad de buena escritura, no del tipo burocrático o desechable, sino se requerirá de escritura que sea más imaginativa. Puede que no suene como el plan de estudios que usted recuerda de sus propios días universitarios, pero es lo que necesitamos ahora.

Como dijo Winston Churchill cerca del final de la Segunda Guerra Mundial: “Nunca dejes que una buena crisis se desperdicie”. La crisis de la pandemia COVID-19 es la más grave que en toda su historia haya enfrentado la educación superior estadounidense. Nosotros tenemos la oportunidad de no desperdiciarla.

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Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos

William Germano es profesor de inglés del Centro de Escritura en The Cooper Union for the Advancement of Science and Art. Kit Nicholls es Director del Centro de Escritura en The Cooper Union for the Advancement of Science and Art. Son coautores de Syllabus: The Remarkable, Unremarkable Document That Changes Everything (Princeton University Press, 2020).

Copyright: Project Syndicate, 2020.
www.project-syndicate.org


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