La insubordinación según Nick Cave

01/10/2022

Nick Cave en 1986. Fotiografía de Yves Lorson | Wikimedia Commons

Un grupo de padres en España, que comparten la triste condición de haber perdido a sus hijos, están impulsando que se acuñe el término «huérfilo» para poder definir esa suerte de orfandad que, literalmente, no tiene palabras en prácticamente ninguna lengua. No tiene nombre porque nadie osa siquiera ponérselo. Bueno, Nick Cave es huérfilo por partida doble. Ha tenido que enterrar a dos de sus hijos: Arthur (de apenas 15 años) en 2015 y Jethro (de 31) ahora en mayo de 2022. Este personalísimo y dolorosísimo descenso a los infiernos ha redimensionado a Nick Cave como artista, como persona; también como figura cercana a quienes acuden abiertamente en busca de consejo.

Nick Cave, nacido en Australia en 1957 bajo el nombre de Nicholas Edward Cave, es conocido por su larga trayectoria como músico, aunque también ha incursionado en la escritura, la actuación, así como ocasionalmente en el guionismo cinematográfico, la pintura y la escultura. Nick Cave –a las cosas por su nombre– hace unas esculturas espantosas, especies de porcelanas Lladró pero como poseídas por un espíritu burlón, como esas imágenes campestres que adornan barrocamente el pie de una lámpara de porcelana cuya cursilería ha sido transfigurada por los caprichos de un poltergeist. Eso sí, las hace con enorme cariño, con muchísima seriedad; por medio de ellas quiere contar el descenso a la tierra del diablo, un plano terrenal donde le toca triunfar y caer como a todos los mortales. Porque, según Cave, es bastante probable que paraíso, purgatorio e infierno se encuentren realmente aquí y a todos nos tocará, tarde o temprano, aunque huyamos para evitarlo: un tránsito ineludible por cada uno de ellos.

Hay un asunto complejo con Nick Cave y la paternidad. El padre de Nick Cave era un buen hombre, pero Nick Cave era joven, estaba metido en drogas, se dejó llevar por las malas juntas, acabó detenido a los 19 años por un caso relacionado con un robo. Esa noche su madre lo fue a buscar a la comisaría, pagó la fianza, lo abrazó y le dijo: tu papá acaba de morir en un accidente. En ese momento Nick Cave sintió que no se había despedido de su viejo como hubiera querido, como el hombre merecía, que ahora era tarde para agradecerle por lo buen padre que había sido; sin embargo, se le ocurrió que tenía una oportunidad para reivindicarse: se convertiría él, cuando le tocara, en el mejor padre posible para sus hijos. Eso se prometió.

Pero para ello todavía faltaba. Faltaba sobre todo la parte en que Nick Cave se convertía en uno de los músicos más interesantes de su generación. Una auténtica máquina de hacer música y de ganar adeptos (la relación de los fanáticos de Cave se parece a la de los feligreses que acuden a una ceremonia oficiada por un brujo o un mago). A pulso, Nick se convirtió en un auténtico epicentro alrededor del cual se reunían músicos fabulosos: gestaban grandes proyectos, concebían y ejecutaban obras magníficas; luego se peleaban, se mandaban escandalosamente al infierno (a otro, distinto al de donde se hallaban) y continuaban sus fructíferas carreras cada uno por su lado. A veces, años más tarde, se reencontraban. Otras, evitarían el saludo (hasta el sol de hoy). No es casual que su mítica banda, un auténtico semillero de talentos, se haya llamado Nick Cave and The Bad Seeds (Las malas semillas). Vaya frutos los que les debemos, en conjunto y de manera individual.

En los años 80 Nick acabaría viviendo en Londres. Se enamoró de una cantante inglesa, la chica más linda del rock (así decía): Polly Jean Harvey, mejor conocida por sus iniciales PJ Harvey (tal exceso de talento y ego más que una pareja era la reacción indetenible de una bomba atómica). Hay una anécdota en la que, una noche, PJ Harvey llama a su novio australiano para terminar con él; Nick estaba con la jeringa colgando aún de la vena: no se enteró de que le habían cortado. Al día siguiente hubo necesidad de una segunda llamada telefónica para repetirle y aclararle todo lo que no había entendido por culpa de la heroína.

Pero Nick maduró, se rehabilitó, se enserió. Durante los años oscuros había tenido un par de hijos de los cuales no se había ocupado como había prometido a sus 19. De una relación con la modelo australiana Lee-Anne «Beau» Lazenby nació su primogénito: Jethro Lazenby (quien decidió cambiar su apellido Cave por el de su madre). De su primer matrimonio con la periodista brasileña Viviane Carneiro nacería, en Sao Paulo, su segundo hijo: Luke Cave, de quien se distanció cuando este tenía cinco años.

Luego Nick se enamoró de una mujer de esas que, después de tanto tránsito por el inframundo, resultan por fin un oasis, un hogar, un refugio. Con ella, su amada Susie Bick, tuvo a los mellizos Arthur y Earl. Entonces Nick comenzó a cambiar, a cambiar de verdad. Ciertamente, había oscuridad y desgarro en su música, pero también destellos cada vez más evidentes de algo muy parecido a la luz después de la penumbra. También a la sabiduría. (Mi padre decía que al final uno descubre que la felicidad se parece un montón a la calma.)

Hay un hermoso documental llamado 20.000 días sobre la Tierra (2015) donde vemos a ese Cave familiar, aplomado, apacible. En una inolvidable escena se sienta en el sofá con sus mellizos adolescentes a ver televisión; ríe con ellos y ellos se ríen de él cuando suelta un disparate. Es una imagen tan cercana, tan familiar, tan genuina. Tú podrás ser Nick Cave y el líder de los Bad Seeds, pero aquí eres papá y dices cosas que son para burlarse. Por fin Nick Cave estaba logrando cumplir la promesa que se había hecho a sí mismo al perder a su padre.

Entonces, pocos meses después de presentada la película, ocurrió lo de Arthur esa triste noche en que probó por primera vez LSD con un amigo, muy cerca de un acantilado. Estaba oscuro, no se veía bien, tenía los sentidos alterados, dio un mal paso y se fue. Lo encontraron al fondo del barranco, no había nada que hacer.

Dicen que de no ser por su mujer Nick Cave también se hubiera ido por un despeñadero. Fue Susie, a pesar del dolor que también padecía, quien le dijo: «pues algo hermoso tendrás que hacer de esto». De allí nació una obra monumental dedicada al hijo muerto, un álbum denso, largo, precioso titulado Ghosteen (2019). «Ghosteen» es una palabra de múltiples dimensiones; podría significar «pequeño fantasma», aunque la unión de sus términos alude a un «fantasma adolescente»; pero tiene también una acepción metafórica: «benevolente». Todo eso está presente en ese pozo profundo, en esa caverna acústica sin final que es el disco Ghosteen.

Pero hubo otro gesto complementario por parte de Cave, también estimulado por su esposa: abrieron un blog para dialogar con los aficionados sobre la vida, la muerte, la tristeza, la soledad y sobre todo eso tan íntimo y doloroso que no te atreves a comentarle a casi nadie: The Red Hand Files. Nick Cave tiene una ventana en ese espacio que simplemente reza: «Pregúntame algo».

Lil, desde Polonia, le escribió a Nick una noche que estaba triste y sola. «¿Cuánto tiempo estaré sola?». Nick tardó nueve meses en procesar la pregunta y metabolizar su respuesta, hasta que estuvo listo para contestarle:

He aprendido que estar a solas está lleno de significado y revelación. Para mí es un lugar esencial que intensifica la esencia de uno mismo, en toda su necesidad desenfrenada. Es el sitio de los demonios y los ángeles repentinos y verdades crudas; un sitio tranquilo y embrujado y un lugar de entendimientos imprevistos. Un lugar de desenmascaramiento y revelación. Puede ser afanoso o melancólico o aterrador, a veces todo al mismo tiempo, pero dentro de él hay un sentimiento de promesa latente que tiene un gran poder.

En 2022 el cineasta Andrew Dominik hizo un nuevo documental sobre Nick Cave titulado This Much I Know to Be True. En ese filme se muestra al Nick Cave escultor de las peripecias del diablo en la tierra. También lo vemos en una versión más entrada en años, marcado por la elegancia, la introspección, la sabiduría del que ha aprendido a hablar menos «y mejor que suene la música porque en esas letras está todo lo que se quería decir». La obra de Cave es cada vez más íntima, podría decirse que también más elevada, más espiritual.

Por un maleficio extraño, por segunda vez, pocos meses después de estrenada la película ocurrió una nueva tragedia: el suicidio de su hijo mayor Jethro, al día siguiente de salir de la cárcel. Había estado encerrado tres meses; el joven (también músico y modelo) sufría brotes psicóticos y había atacado con violencia a su madre hasta casi matarla; de allí que lo tuvieran que recluir. La madre abogó por su liberación. Nick Cave también pensó que el muchacho no significaba ningún peligro para los demás ni tampoco para sí mismo. Había tenido un mal momento, pero ya lo había superado. Jethro estaba bien. Uno puede intentar por todos los medios ser el mejor padre del mundo, pero al final los hijos deciden y se forjan su propio destino.

Hay un momento conmovedor en esta última película sobre Nick Cave: es una secuencia donde el entrevistador le pide leer alguna carta de las que le envían los seguidores de The Red Hand File. Nick escoge una al vuelo; se trata de Billy, desde Escocia, su mujer lo ha echado de casa, está sin trabajo, lejos de sus hijos, no le encuentra sentido a la vida y se quiere matar; en fin, que cómo se vive una vida en la que uno no tiene el más mínimo control sobre ella. Cave confiesa que necesita varios días para responderle a quienes acuden en busca de su consejo. Que una respuesta inmediata no sirve, pues nunca está realmente comprometida con el sentimiento y el anhelo de quien formula esa pregunta tan íntima. Que luego de varios días rumiando la respuesta es cuando por fin encuentra las palabras y el tono que la ocasión amerita.

Transcurre una semana, mientras vemos imágenes de Nick Cave en su taller dedicado a las esculturas; escuchamos su voz en off:

Querido Billy, la mayoría de las cartas que llegan a The Red Hand Files, por variadas que sean, en esencia hacen una misma pregunta: la tuya. ¿Cómo se vive una vida en la que aparentemente no tengo el más mínimo control sobre ella? A menudo esta pregunta viene acompañada de sentimientos como el rencor, la venganza, el desánimo o la desesperanza. La verdad es que todos vivimos una vida de alto riesgo. Estamos siempre amenazados, al borde de la calamidad. Descubrimos que lo que separa la vida ordenada de lo caótico es un velo extremadamente delgado. Y esa es la ordinaria verdad de la existencia, de la cual ninguno de nosotros está exento. Con el tiempo todos descubrimos que no tenemos el control. Que nunca lo tuvimos. Y nunca lo tendremos. Pero no somos indefensos, siempre seremos libres de escoger la manera de responder a lo que sea que la vida nos imponga. Puedes colapsar y dejarte abrumar. Puedes regodearte en tu mala fortuna y amargarte. Pero también puedes aprovechar la oportunidad que ahora se abre ante ti. Cambiar y renovarte. Billy, tu mejor decisión y tu mejor acción se están abriendo ante ti en este momento. Así que búscala y muévete en ese sentido. Porque ese es el acto de insubordinación más grande que puedes hacer ante los caprichos de la vida. Con amor, Nick.

No hay palabras, seguramente Cave en este momento tampoco las tiene. Toca esperar un poco, ver qué acto de insubordinación se le ocurre a Nick Cave después de este nuevo capricho de la vida.


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